El presidente del Consejo Autonómico de Colegios de Médicos de Castilla y León, José Ramón Huerta, toma el relevo del presidente de la OMC, Guillermo Sierra, en esta sección de entrevistas de Salamanca Médica. Sin ningún tipo de rodeo, Huerta expresa en estas páginas las que desde su punto de vista son las medidas prioritarias para que se cumplan las expectativas del médico. En el plano regional, da un aprobado global a la Junta por sugestión de la sanidad, pero no así en lo que corresponde al tratamiento del médico.
En su trigésimo tercer largometraje, estrenado en 2000 sin demasiada resonancia, el cineasta norteamericano Robert Altman dibuja con su humor e ironía habituales el retrato de un médico, el doctor Sully Travis, ginecólogo de gran éxito entre la clientela más distinguida de Dallas, pero herido en su esfera íntima por la extraña enfermedad que aqueja a su esposa.
Es habitual encontrarnos informaciones y, lo que es peor, opiniones médicas en los distintos medios de comunicación, prensa, radio o televisión, que vienen firmados por “expertos”, que en muchas ocasiones acaban de terminar sus estudios de Periodismo, y en el mejor de los casos, se autodenominan “periodistas científicos” porque se han inscrito en la correspondiente Asociación Profesional.
Sí. No cabe la menor duda, a Salamanca le van muy bien los aires de libertad. En los primeros años de la última república ya lo hizo notar el escritor soviético al hablar de ella como una ciudad alegre, señorial y bulliciosa. Luego Carmen Laforet diría: “La alegría de Salamanca es algo más profundo, es una alegría parecida a la que a algunas personas les labra una sonrisa en las comisuras de la boca y les vuelve los ojos resplandecientes, como si ardiera en ellos, siempre, una oculta lámpara”.
Salamanca Médica se acerca en este número a una de las personalidades médicas más conocidas del país a principios del pasado siglo. Gracias a la ayuda del profesor de Historia de la Medicina de Salamanca, Juan Carlos Rodríguez-Sánchez, y de la Biblioteca de la Real Academia Nacional de Medicina, de la que Rodríguez Pinilla fue miembro entre 1924 y1936, exponemos en estas páginas algunas de las aportaciones de la prolífica labor que llevó a cabo el salmantino Rodríguez Pinilla, que ejerció gran parte de su carrera en Madrid.
Sólo una artista como ella, pintura por los cuatro costados, con raíces genealógicas bien hundidas en el corazón de la charrería, podría ofrecernos esta espléndida antología de los trajes y las galas de los hombres y mujeres de los campos salamanquinos.
Después de habernos referido a los personajes de médicos recogidos en dos películas ya clásicas, como El hombre elefante y El niño salvaje, nos fijamos ahora en un título bastante más reciente, aunque también más alejado desde el punto de vista geográfico y cultural: Doctor Akagi, dirigido por el japonés Shohei Imamura en 1998 y que pasó fugazmente por las pantallas españolas.
No he elegido el título –cardiológico-, por escribir para una revista médica. Ni siquiera por haber hecho las primeras ilustraciones del Manual de electrocardiografía del Dr. Estella (por lo que presumo no sólo de hermano, sino pedantemente de “coautor”). La elección obedece a una imagen acuñada por Unamuno, allá en septiembre de 1932, en un artículo dedicado al ágora salmantina. Escribió don Miguel: “Este es el corazón, henchido de sol y de aire, de la ciudad”. Setenta y cuatro septiembres más tarde, el autor del más importante libro sobre este Monumento Nacional, Alfonso Rodríguez Gutiérrez de Ceballos, escribiría: “lo que ha sido y por ventura sigue siendo (la Plaza), corazón vivo y palpitante de la ciudad, ágora ciudadana, foro comercial y anfiteatro festivo en una pieza”.
¿Sabríamos los límites
de los universos de Holbein,
Durero, Rembrandt, Goya
y Picasso si no hubieran grabado?
Los estudios los inicia en la escuela aneja a la Normal de Magisterio, pasando en 1897, al colegio Jesuita de San Carlos Borromeo, con la intención de seguir la carrera eclesiástica, intención que abandona en 1901, pasando a estudiar bachiller con una beca en el colegio menor universitario de Santa Ana y San Andrés. Esta beca de dos pesetas la conservará hasta el final de los estudios de Medicina, siendo esta la clave económica que le permitió completar su formación universitaria.