Texto: Jesús Málaga
Fotografías: Andrés Santiago Mariño
La Guerra Civil Española tuvo en Salamanca consecuencias funestas para el mundo médico. La primera noticia que recorre los mentideros de la ciudad es preocupante. Al mediodía del 19de julio de 1936, un destacamento del ejército, sección de infantería de la Victoria, irrumpe en la Plaza Mayor. Se produce un tiroteo, realizado para aterrorizar a la población, y una decena de muertos y numerosos heridos quedan tendidos en el ágora salmantina. Los militares venían del Gobierno Civil donde habían hecho público el Bando de Guerra. Una de las víctimas mortales es un joven médico, Abel, ayudante en la cátedra de fisiología, que paseaba ajeno a lo que se avecinaba.
No iba a acabar ahí la cosa. El entonces alcalde, catedrático de Anatomía de la Facultad de Medicina, moría, junto con el diputado socialista Manso, violentamente, sin juicio previo, en los primeros días de la sublevación. Habían sido detenidos y trasladados a la cárcel de la ciudad, hoy centro de Arte, y un grupo de falangistas los sacó de la misma para darles muerte.
Don Casto Jacinto Prieto Carrasco, hombre clave en la proclamación de la República en nuestra ciudad, fue antes que munícipe gobernador civil de la provincia. Gran amigo de don Miguel de Unamuno, se los puede ver juntos en las fotografías que se conservan del momento de la proclamación del nuevo régimen desde el balcón del Ayuntamiento el 14 de abril de 1931. Una plaza en el barrio Puente de Ladrillo y un centro de salud en el barrio San José, nos recuerdan, hoy, su nombre. En el primer caso como profesor y en el segundo como médico1.
Nacido en Salamanca el 4 de septiembre de 1886, cursó estudios en el seminario jesuita de la ciudad, abandonándolos en 1901 por falta de vocación religiosa. Estudió medicina y se doctoró en Madrid. Ejerció en Valverde del Fresno, provincia de Cáceres, y en Salamanca, donde obtuvo por oposición las plazas de médico de la Beneficencia Municipal, auxiliar de Anatomía y catedrático de Técnica Anatómica de la Facultad de Medicina.
Fue presidente del partido Izquierda Republicana, diputado a cortes y alcalde de Salamanca desde el 23 de diciembre de 1931 hasta su muerte. Presidió la sesión del ayuntamiento el 18 de julio de 1936 y fue sustituido el 25 del mismo mes por el comandante Francisco del Valle Martín, alcalde impuesto por los sublevados, que en los primeros momentos estuvo acompañado por concejales tan conocidos como Unamuno, Fernando García Sánchez, Julián Coca Gascón, Matías Blanco Cobaleda. Llama la atención que ningún periódico local se hiciera eco de la detención y posterior desaparición y muerte de don Casto. Su cadáver fue encontrado por un lechero en una de las cunetas de la carretera de Salamanca a Valladolid, cerca de La Orbada, en cuyo cementerio fue enterrado2. Se conserva el diario que escribió en la cárcel de Salamanca durante los días que mediaron entre la detención y su asesinato.
En agosto es detenido don Filiberto Villalobos, que pasa un año en la cárcel y se salva de la muerte por la intercesión de Franco que le debía un gran favor. Años atrás, el ex ministro de la República ayudó al joven general de manera decisiva. Franco había tenido un accidente de tráfico, con atropello y muerte de un peatón, viajando por la provincia de Salamanca y don Filiberto, moviendo sus influencias, logró que el incidente quedara en nada, asunto que Franco nunca olvidó.
La Guerra Civil tiene en Salamanca un especial relieve. La llegada del general Franco a nuestra ciudad para vivir en el palacio cedido gustosamente por el obispo Pla y Deniel, la apertura de las embajadas de los países que reconocen al gobierno ilegítimo, Italia y Alemania, la seguridad que le aporta una cierta lejanía del frente y la cercanía a Portugal, hacen de la ciudad del Tormes una pieza clave para el bando rebelde.
Desde el punto de vista sanitario Salamanca sufre una gran transformación. Si por un lado el mundo docente se ve afectado por la muerte o encarcelamiento de algunos de sus profesores, y la facultad de medicina queda paralizada, sin embargo, desde el punto de vista asistencial se produce una explosión de centros hospitalarios, abiertos para atender a los heridos de guerra que son evacuados desde los frentes a la retaguardia.
Los médicos mayores recordarán con nitidez algunos de los hechos que vamos a relatar, aunque sólo sea sucintamente, como anotaciones a un estudio más profundo de la historia de la medicina salmantina de la primera mitad del siglo XX.
Para poder atender correctamente a los heridos procedentes del frente, los nacionales aprovechan las grandes edificaciones abiertas a principios de siglo, ya que sus dimensiones aportaban espacio para instalar, sin grandes obras de remodelación, hospitales de urgencia provisionales para la ocasión.
El primer centro en ponerse en funcionamiento fue el “Hospital de Moros” que se ubica en la Fundación Rodríguez Fabrés el año de comienzo de la contienda, 1936. Con esta denominación, hoy políticamente incorrecta, se conoció popularmente el nuevo centro sanitario. Su propio nombre indica que en el citado lugar eran tratados de sus heridas de guerra los marroquíes que acompañaron a Franco en la sublevación desde el territorio del Reino Alauita, que en aquel entonces estaba bajo protectorado de España. Durante mucho tiempo a este centro se llevaron los cadáveres de aquellos enfermos que morían en hospitales que carecían de depósito para los muertos de las heridas de guerra.
Unos meses más tarde, ya en 1937, se ocupa parte del noviciado del edificio de los Jesuitas del Paseo de San Antonio, para instalar un hospital de sangre, esta vez para españoles y para los pocos alemanes e italianos que caían heridos en el frente. Al principio sólo se abrieron tres salas. Después, con la prolongación de la guerra y la fuerte demanda de camas, las salas y dependencias se fueron ampliando. El hospital recibió el nombre de Generalísimo, al igual que el de Madrid de posguerra. Permaneció abierto hasta finales de octubre de 1939. La intención del nuevo gobierno, ya en Madrid, una vez finalizada la guerra, era cerrarlo enjulio del citado año, pero el estallido del polvorín de Peñaranda de Bracamonte, con gran número de muertos y heridos que precisaron de internamiento en el citado hospital, hizo desistir a las autoridades de su cierre hasta unos meses más tarde3.
El magnífico edificio del noviciado de los Jesuitas, comenzado a construir en 1922, había sido abandonado por los más de 200 clérigos que lo habitaban. El Gobierno de la República incautó los bienes de la Compañía de Jesús en febrero de 1932. Desde entonces y hasta 1936, en que la orden regresa a la zona nacional, el colegio es ocupado por distintas instituciones de las nuevas autoridades. La devolución definitiva se realiza por Franco el 25 y 26 de septiembre de 1939, cuando llegan a Salamanca para ocupar el edificio los júniores y un grupo de jesuitas4.
Nada más comenzar la guerra, en octubre de 1936, la Falange ocupa el pabellón oriental. Es en este lugar donde el partido de José Antonio Primo de Rivera, con Hedilla como jefe, recibe con discrepancias y gran tensión el decreto de unificación de los partidos que apoyaron el levantamiento militar. En este mismo pabellón se instala la Escolta del Jefe del Estado, formada por requetés navarros.
El ministerio del Aire se situó en el pabellón central, y el Instituto de Enseñanza Media, que desde los tiempos de la República estaba ubicado en el noviciado, se recolocó en la parte occidental. Tenemos noticias noveladas de este centro de enseñanza gracias a la escritora salmantina Carmen Marín Gaite, que en su obra primeriza, “Entre visillos”, describe magistralmente sus vivencias salmantinas. El centro jesuítico del Paseo de San Antonio tiene una gran importancia para poder entender el famoso conflicto del archivo de la Guerra Civil de San Ambrosio. En este edificio se recopilaron, en los primeros momentos de la contienda, los documentos sobre la masonería y el comunismo, que ocuparon la biblioteca, parte de la galería, el tercer piso del noviciado y el desván. La puesta en marcha del hospital del Generalísimo trajo como consecuencia el desalojo de los mandos falangistas de sus despachos. Las grandes dimensiones del inmueble posibilitó, así mismo, ubicar en él durante la contienda el Parque Militar Móvil.
La demanda de camas sigue aumentando y se suple con la reconversión del Preventorio del Hogar Cuna de la Caja de Ahorros de Salamanca, situado en el Paseo del Rollo, en Hospital Militar de Sangre, asistido por tres internistas y un cirujano. En este centro se atendían oficiales del ejército y, en particular, aviadores. Fueron habilitadas cien camas sufragadas en su totalidad por la entidad financiera a fin de recibir el trato que merecen “los gloriosos heridos que por él han desfilado”. A cargo de la intendencia del nuevo hospital estaban las Hijas de la Caridad cuya superiora, Sor Dolores Moreno, destacó por su entrega y abnegación5.
Otros dos hospitales trabajaron al máximo de sus posibilidades durante los años de la guerra, el de la Santísima Trinidad, que ha conservado hasta hace poco tiempo salas de hospitalización militar, y el Provincial.
El nuevo edificio del Hospital de la Santísima Trinidad había sido inaugurado por el obispo Cámara a principios de siglo y sus instalaciones eran modélicas para la época. Menos años de funcionamiento tenía el hospital de la Diputación Provincial, cuya andadura se inició en los años veinte. Debía su origen a un médico, don Andrés García Tejado, político, concejal y alcalde interino del ayuntamiento de Salamanca, que llegó a ser diputado provincial y presidente de la Diputación salmantina en 1924, conservando supuesto durante cinco años.
Los enfermos atendidos en el Hospital Provincial eran mandos y soldados, españoles y extranjeros, separados en distintos pabellones que ocupaban el lugar donde posteriormente se ubicarían las aulas de la Facultad de Medicina. En alguna ocasión, la rebeldía de los marroquíes hospitalizados tuvo que ser sofocada por los mandos del ejército de forma contundente6.
Al finalizar la guerra las cosas volvieron paulatinamente a su cauce. Desaparecen el Hospital de Moros de la Vega, el del Preventorio de la Caja de Ahorros y el del Noviciado de los Jesuitas. Vuelve a ser Hospital Provincial y sede de la clínica de la Facultad de Medicina, el García Tejado. A partir de ese momento, sólo el Hospital de la Santísima Trinidad dispuso de camas para el ejército.
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