Acabo de ver los últimos cuadros pintados por Jacinto Orejudo, quien me pide unas líneas para el catálogo de una exposición que proyecta hacer.
Hace casi tres meses falleció Menchu Gal Orendain en Irún, su ciudad natal, en la que esperaba inaugurar el magnífico museo que llevará su nombre y albergará casi toda su obra. Con la desaparición de esta gran artista, pierde la pintura española del siglo XX una de sus figuras más importantes y que desde este momento hay que incluir con todos los honores en la nómina de grandes figuras femeninas que curiosamente ha aumentado en este siglo, donde brillan María Blanchard, Maruja Mallo, Olga Sacharoff, Delhy Tejero, Rosario de Velasco, Consuelo Santos, Amalia Avia, María Antonia Dans y Carmen Laffon.
El día 7 de octubre se ha clausurado en el Museo Nacional del Prado una exposición temporal sobre el pintor Joachim Patinir, que ha constituido un gran éxito mundial ya que, junto a los cuatro magníficos cuadros de este pintor que posee nuestro Museo del Prado, se han exhibido otra veintena de ellos, procedentes de muchos museos de todo el mundo. De ese pintor existen 29 cuadros conocidos, de él o de su taller, y afortunadamente nosotros poseemos cuatro en el Prado y uno muy pequeño en el Museo Thyssen.
Vivir en arte no es sólo amar el arte, es hacer de ello casi una segunda profesión, algo para enriquecer continuamente la vida, con todo lo que la visión de la naturaleza nos ofrece y con lo que puede ser captado por nuestra sensibilidad en viajes, visitas a museos, exposiciones e incluso contemplando las evoluciones de las estaciones y los distintos paisajes aunque nos sean familiares.
José Luis Pérez Fiz siempre ha sido muy admirado para mí, por su extensa cultura sobre la historia del arte y por ser un auténtico creador de pintura. Ese tipo de artista raro de encontrar, que trabaja callada y silenciosamente, procurando dotar a su obra de las máximas excelencias que ha logrado siempre el gran arte de la pintura, incluso creando nuevas técnicas y llevando al lienzo otras materias que pudieran también enriquecer sus creaciones.
Desde mi clínica quirúrgica de la misma plaza veía continuamente esta obra, que contemplé desde todos los puntos de vista, bien desde las ventanas de mi consulta o durante las miles de veces que aparqué el coche delante de ella. La vi y la gocé a todas las luces del día y de las estaciones. El verdadero cariño que hacia esta obra se desprende de mis palabras tiene que ver con su autor, un escultor al que yo conocí casi en plena adolescencia y que ya por entonces me parecía un futuro valor para la escultura salmantina.
Con motivo del tercer aniversario de nuestra revista Salamanca Médica esta página de arte, que cree para ella, se va a convertir en este número en una crónica de sucesos, acerca de cómo se divierten los jubilados, médicos, profesores y artistas, hablando de Medicina, Arte, Música y Literatura.
El arte
que no emociona
ni evoca
no es arte,
es sólo oficio.
BAUDELAIRE
No todo es malo en la senectud, cuando de nuevo brotan en nuestro cerebro grandes momentos de admiración por la belleza, ahora quizás con más afilada sensibilidad y poder de aprehensión de la misma. Se magnifican de nuevo esos momentos de admiración. Cuando me enfrento ahora con los cuadros del que siempre admiré, de Gregorio del Olmo, el malogrado gran pintor de la Escuela de Vallecas, se me agiganta su figura artística. Don Daniel Vázquez Díaz del que fui gran amigo y con quien pasé muchas horas en su estudio de María de Molina 56, sentía una absoluta predilección por Gregorio del Olmo. El cuadro Niña con palillero rojo es sencillamente una maravilla: siempre que lo veo me emociono al contemplar cómo entra la luz por una ventana para iluminar e idealizar esa niña, colocada en ideal posición y la expresión de su rostro. Carmen al piano e Indiferencia son otras muestras magníficas de este gran pintor.
Habituado a desempolvar viejos catálogos de mi biblioteca, recientemente me he topado con uno especial. Se trata de un homenaje, impulsado por Manuel Santonja, que se le hizo en el Museo de Salamanca al desaparecido pintor salmantino Ricardo Montero en 1988. En él colaboramos varios amigos suyos. Mi intervención en concreto se materializó en un apasionado elogio al pintor, que traigo a estas páginas porque creo que se trata de un artista que Salamanca no debe olvidar. Ricardo Montero fue una figura capital en la evolución y el desarrollo del arte abstracto y así lo reconocieron y elogiaron los críticos del momento, entre ellos nombres de la talla de Calvo Serraller, Carlos Areán o Enrique R. Panyagua.