Por Saturnino GARCÍA LORENZO
Doctor en Medicina
Allá por el año 1995, creo recordar, que por primera vez en su historia, tres organismos del más alto nivel, como eran la Asamblea General de las Naciones Unidas, el Consejo Ejecutivo de la Unesco y la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa coincidieron en la temática de un año Internacional de la Tolerancia. En él se insiste en que la tolerancia dista mucho de resolver todos los problemas de un mundo cada vez más sombrío por la violencia, el terror, la muerte y la intolerancia.
El problema de crear una verdadera cultura de la tolerancia es fijarlos límites de lo intolerable. De ahí que el proyecto de declaración no se pierda en el escepticismo del “todo vale”. Al contrario, basa la tolerancia en “la necesidad que tienen los seres humanos de convicciones, ideales y normas”. Hace tiempo Umberto Eco desde Le Monde insistía en que “para ser tolerante había que fijar los límites de lo intolerable”. Y Norberto Bobbio alertaba sobre el exceso de tolerancia -en su acepción negativa- que sufren nuestras sociedades democráticas, en el sentido de dejar correr, de no escandalizarse ni indignarse nunca por nada”. Para Bobbio la verdadera tolerancia es “la firmeza de principios, que se oponen a la indebida exclusión de lo indiferente”.
Claude Sahel, que ha postulado una vigorosa defensa de la tolerancia, en nuestra opinión, acierta cuando distingue la tolerancia de la indiferencia. Esta última, a veces oculta tras los velos de aquélla, no es infrecuente que se dé en personas que exigen indulgencia para los demás, pero con la secreta intención de que les beneficie a ellos mismos. De ahí que el director general de la Unesco, en su día, advirtiera que “la tolerancia no es una actitud de simple neutralidad o indiferencia, sino una posición resuelta que cobra sentido cuando se la contrapone a su límite, que es lo intolerable”.
“Intolerante se nace, la tolerancia se hace”
Para Voltaire: “La discordia es el peor de los males que aquejan al género humano, y ese mal sólo tiene un remedio: la tolerancia”. Pocos asuntos más necesitados de reflexión. Los noticiarios se encargan de recordarnos, un día sí y otro también, que la intolerancia política, cultural, étnica, religiosa, sexual, no ha muerto. Más bien, parece hoy más que nunca, que goza de buena salud, y hasta que es un valor en alza. En el gran libro de ética de la cultura occidental, la “Ética a Nicómaco”, de Aristóteles, se trata, como es bien sabido, de un estudio muy detallado de las virtudes del buen ciudadano y de los vicios que debe evitar. En él, ni la tolerancia aparece como virtud, ni la intolerancia como vicio. El amor al amigo y el odio al enemigo son para él cosas naturales, fuera de toda discusión.
Realmente en nuestra cultura occidental la tolerancia ha sido un vicio y la intolerancia una virtud. Todavía resuenan en nuestros oídos las frases del epílogo de la “Historia de los heterodoxos españoles”, de Menéndez Pelayo, que aprendimos siendo niños: “España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…”; esa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra”. Aun siendo falso este juicio de Menéndez Pelayo, no hay duda, en nuestra opinión, que pone el dedo en una de las mayores lacras de nuestra historia.
Sin embargo, el gran año de la tolerancia fue 1689, fecha de la llamada Acta de Tolerancia en Inglaterra, y de publicación por John Locke de su famosa “Carta sobre la tolerancia”. Yo pienso que todos, quizá inconscientemente, tendemos hacia la intolerancia. Ésta es un impulso natural del ser humano, casi un instinto irracional. La tolerancia es, por el contrario, un hábito racional y moral que todos hemos de aprender. Intolerante se nace, la tolerancia se hace.
por Antonio Julián Martín
Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública de Salamanca
Es complicado escribir sobre la asistencia sanitaria en zonas rurales, pues la objetividad queda disfrazada frecuentemente por la estrecha relación que tenemos con nuestros pacientes y su entorno.
Partir de la base de que, en nuestra región, la evolución demográfica marca el futuro de nuestros pueblos con una imparable disminución censal, un envejecimiento progresivo y una falta de expectativas de desarrollo, debería ensombrecer la percepción que tenemos sobre nuestras actuaciones. Es en estos momentos cuando debe dar una respuesta el sistema sanitario adecuada a la situación, sin atender exclusivamente a parámetros economicistas – que no están reñidos con una buena gestión-sino valorar actuaciones político-administrativas que palien deficiencias y dignifiquen la atención en zonas de por sí poco reivindicativas.
La cercanía crea una accesibilidad y a su vez genera confianza hacia el médico, al convertirlo en un observador socio-sanitario privilegiado de los problemas de sus pacientes, hecho difícilmente igualable en otros medios.
La entrada al sistema sanitario es un elemento clave para el funcionamiento del mismo. Las actuaciones dirigidas a informar y canalizar, aparte de las preventivas y asistenciales, ocupan gran parte de la actividad de los profesionales de atención primaria en las zonas rurales; esto tiene el riesgo de que se nos considere también responsables de las deficiencias organizativas del sistema. Evidentemente, hay tareas que no son estrictamente asistenciales y se realizan porque se aplican criterios de racionalidad en ese entorno, que no se entendería en otro ámbito poblacional; en el fondo, donde repercute es en la mejora de la atención a nuestros pacientes; por ello se debería poner una “especial atención” a la problemática rural si queremos dar equidad.
No solo se deben dar respuestas adecuadas a las justas demandas profesionales, a enumerar: ridícula valoración del kilometraje, apoyo logístico en guardias (somos especialistas en fiambreras), descansos postguardias, sueldos congelados……sino en crear infraestructuras sanitarias; aún en nuestra provincia hay consultorios deficitarios, con dotaciones inadecuadas y cuyo mantenimiento depende en gran parte del interés o la salud de los presupuestos municipales.
La comunicación con la atención especializada debería ser fluida y no en base a oleadas como ocurre actualmente, cuanto más lejos se está del hospital más se cuida la necesidad de derivar a los enfermos y por supuesto estos no son los responsables de la saturación de las urgencias hospitalarias.
El desarrollo de la formación con un buen equipamiento evitaría que se abriera la brecha en cuanto a calidad entre los distintos equipos de atención primaria.
Potenciar la asistencia socio-sanitaria es una prioridad pues coloniza cada vez más nuestro tiempo y no siempre disponemos de respuestas satisfactorias.
Parte fundamental de la atención primaria es la educación sanitaria, olvidada en esta sociedad de soluciones rápidas y oscurecida su importancia por la labor asistencial. No se debe desaprovechar la cercanía para enseñar y convencer en hábitos saludables, la enfermería tiene mucho que decir y desarrollar, si les dejamos.
Estar lejos no significa necesariamente estar peor. La igualdad en servicios, al margen de la rentabilidad, únicamente la puede garantizar un sistema público de salud, como el que disfrutamos y a veces sufrimos. Esa universalidad, si se rompe, donde haría más daño, sería en nuestras zonas más desprotegidas: las rurales, que por otra parte casi todos admiramos.
Pues eso, de pueblo…y a mucha honra.
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