Vivir en arte no es sólo amar el arte, es hacer de ello casi una segunda profesión, algo para enriquecer continuamente la vida, con todo lo que la visión de la naturaleza nos ofrece y con lo que puede ser captado por nuestra sensibilidad en viajes, visitas a museos, exposiciones e incluso contemplando las evoluciones de las estaciones y los distintos paisajes aunque nos sean familiares.
Especialista en segundas y terceras partes, o en copias más o menos descaradas, de películas de éxito –MacArthur, el general rebelde (1977); Tiburón, la venganza (1987)– y con algún que otro título muy rentable en su haber –Los traficantes (1973); Pelham 1.2.3. (1974)–, el veterano Joseph Sargent ha realizado también numerosos telefilmes que en ocasiones han saltado a la pantalla grande. En 2004 dirigió para Time Warner, a través de HBO, una singular biografía de Vivien Thomas, ayudante del eminente cirujano Alfred Blalock, que en España ha recibido el título de A corazón abierto.
No alarmarse amigos que esto no va de filosofías. Va delo que, a la postre, el sentido común empieza y acaba siendo la regla de oro de la lógica aristotélica. Una regla sutil impresa en el alma como base de la lucidez. La que permite intuir lo obvio; y, en consecuencia, tras encadenar series de razonamientos deducidos, llegar a comprender lo complicado. Es edificante el verso de García Lorca (víctima del sentido propio de un autarca) en el que uno de sus personajes medita: “la luz del entendimiento me hace ser muy comedido…” Las luces de Aristóteles, las luces que comparten todos los humanos no tarados, son esas luces del entendimiento, es decir, las luces del discurso entre las personas que conocen los códigos del lenguaje.
En 1919, Robert Wiene lleva a cabo uno de los tours de force más emblemáticos de la historia del cine. Sin ánimo de repetir aquí los lugares comunes tantas veces expuestos, con mayor o menor rigor, es posible asegurar que la importancia de este título ha acabado ensombreciendo uno de los pilares fundamentales del relato: la figura del médico protagonista, director de un sanatorio envuelto en el confuso sueño de su paciente.
“A comienzos del siglo XX debería haber quedado claro que ningún sistema explica el mundo en todos sus aspectos y detalles. Haber contribuido a desterrar la idea de una verdad tangible y eterna quizá no sea una de las glorias menores del desarrollo científico”. El autor de estas líneas, Francois Jacob, premio Nobel de Medicina, en su libro El juego de los posibles aúna al humanismo y al hombre de ciencia para invitar a una apasionante reflexión sobre la historia de lo vivo y los mecanismos, todavía misteriosos, de la evolución. ¿Cómo apareció la sexualidad? ¿Cómo explicar el envejecimiento? Y, lo que es más extraordinario aún, ¿cómo se produce el desarrollo del embrión a partir de un huevo fecundado?
José Luis Pérez Fiz siempre ha sido muy admirado para mí, por su extensa cultura sobre la historia del arte y por ser un auténtico creador de pintura. Ese tipo de artista raro de encontrar, que trabaja callada y silenciosamente, procurando dotar a su obra de las máximas excelencias que ha logrado siempre el gran arte de la pintura, incluso creando nuevas técnicas y llevando al lienzo otras materias que pudieran también enriquecer sus creaciones.
Cuando a un estudiante le toca desarrollar un asunto atractivo se alegra enormemente, pues se presta al lucimiento. La biografía de Dr. López Alonso resultaba a priori un trabajo apetecible, por cuanto el aludido médico escribió mucho, a la vez que de él se habló siempre elogiosamente. Con estas alegrías iniciales emprendía yo el trabajo, cuando me sucedió como al opositor que halla que otro en lista antes que él ha expuesto el tema brillante y meritoriamente. Porque prácticamente resulta imposible no ya superar, sino tan siquiera aproximarse literariamente a las cariñosas y sentidas notas necrológicas (siete páginas) que D. Arturo Núñez García escribió de su amigo y compañero, el Dr. López Alonso (E. Esperabé: Maestros y Alumnos más distinguidos de la Universidad de Salamanca). A ellas remito a quienes deseen leer algo expuesto con sinceridad, sin lisonja, con corrección y elegancia. Tres necrológicas más he visto sobre López Alonso, una en El Adelanto, otra en El Lábaro y la tercera en El Noticiero Salmantino, periódico que días después publicó otra extensa reseña con bastante información, firmada por don Dionisio García, médico de Villavieja de Yeltes. Además ofrece un resumen biográfico E. Esperabé en Salmantinos Ilustres. No son todos los escritos sobre este personaje, sino que hubo alguno más.