Por M. Puertas
Comparece en este número de Salamanca Médica, una de las voces representativas de la Pediatría salmantina en las últimas décadas. Valentín Salazar nos habla de su vida académica y profesional y reflexiona sobre la medicina, la sociedad, Salamanca, España… Con la autoridad que permite la experiencia y el sosiego que da la jubilación, en su mensaje queda clara una gran pasión por la medicina y la docencia.
¿La jubilación le ha cambiado mucho la vida? ¿Cómo?
Sí que la cambia. Note llaman por teléfono, la agenda la tienes mucho más en blanco y tienes que buscar la forma de ocupar las horas, aunque es verdad que acabo sin tener tiempo para no hacer nada. Tienes que dedicarte a hobbies y no preocuparte de la medicina. Sí he notado una mayor labilidad emocional.
Todo el día para hacer lo que quiera, ¿alivio o frustración?
Es mitad y mitad, porque tienes la impresión de que ya…, las responsabilidades son de otro carácter, pero frustrarme no. No tengo tiempo para no hacer nada.
Entonces, ¿no echa de menos la actividad docente y asistencial?
Sí que la echas, sobre todo cuando al final de la semana, el sábado o el domingo, no tienes que preparar las clases de la semana siguiente.
Bueno hablemos de usted, ¿a quién se enfrenta el lector?
A un docente, a un médico clínico ya un personaje sociable, con muchos amigos.
Valentín Salazar hombre, ¿cómo se define?
¡Qué difícil! No tengo una idea exacta de lo que soy, más bien lo que la gente cree que soy, pero en definitiva, uno más, del montón.
Valentín Salazar pediatra, ¿cómo era?
Muy entusiasta de la pediatría. Mi actividad en la especialidad comienza nada más terminar la carrera. Mi padre también era pediatra, catedrático de Pediatría en la Universidad de Valladolid, y eso me marcó mucho.
¿Y el catedrático?
Dedicado. La época de mi llegada a la Cátedra era muy distinta a la actual. Entonces había muchas más posibilidades de salir de tu universidad de origen para ir a otras. Hoy esas posibilidades están muy mermadas.
Toda una vida dedicada a la Medicina da para mucho, ¿qué balance hace de su trayectoria?
Más que a mí, le corresponde decirlo a los demás, pero pienso que positiva. Son muchos los alumnos que han pasado por mis manos. Encontrarte con ellos en la calle, que te reconozcan, que se acuerden de ti… es emocionante. Una cosa parecida pasa con la asistencia. Cuando te encuentras con personajes ya importantes de la vida pública en muy diferentes ámbitos, y te recuerdan qué venían a tu consulta, y les defendías frente.
¿Satisfecho con su trayectoria?
Sí, en conjunto sí. Me hubiera gustado modificar algo. Tuve necesidad de dedicar más tiempo del que me hubiera gustado a tareas administrativas y dejar más en segundo término las tareas de la medicina asistencial, que son la más gratificantes. También influyó desfavorablemente el infarto, justo hoy hace 21 años, algo que quieras o no, te atemoriza y te hace restringir un poco más tu actividad.
¿Alguna espina clavada?
No, porque lo de los revolcones en las oposiciones, ya sabes que es consustancial con el carácter de opositor.
¿Arrepentido de algo?
Creo que no. A lo mejor de no haber podido hacer más medicina asistencial y clínica, pero las circunstancias mandan.
¿Cuál cree que fueron sus aportaciones?
Cuando yo llego a Salamanca, estamos abandonando un hospital, el Guillermo Arce, de muy pocos años de vida, y teníamos que trasladarnos al nuevo Clínico. Entonces creo que mi aportación fue el conseguir podernos constituir en un Departamento de Pediatría con áreas específicas de las distintas especialidades pediátricas. Nos pillaba a todos en edades muy jóvenes. Este grupo de colaboradores conseguimos hacer un Departamento constituido en áreas específicas pediátricas, que ha sido referencia para muchas provincias de Castilla y León, siempre muy solicitado por los MIR y con una gran cohesión entre las diferentes áreas. Áreas que como neonatología, cardiología, gastroenterología, neurología, onco-hematología, cuidados intensivos, inmunología y alergia, endocrinología, se han cubierto por gente que procedían del mismo Departamento y que han alcanzado en sus respectivos campos una gran acreditación por parte del mundo de la medicina.
¿Qué influyó para ese éxito?
Que fuimos capaces de que el Departamento funcionase como un todo, sin rencillas, sin zancadillas… y que fuera jerarquizado más en conocimientos que en rangos administrativos. Es decir, quien imponía el criterio era el que el Departamento consideraba más capacitado para hacerlo, con independencia de la categoría administrativa.
Si iniciara ahora su carrera, ¿volvería a ser médico?
Creo que sí.
¿Y pediatra?
Pues también.
¿Por qué se decidió por la pediatría? ¿Qué influyó en la decisión?
Fundamentalmente el que mi padre era pediatra, pero creo que cualquier especialidad de la Medicina, si la estudias de forma interesada, es capaz de captar a cualquiera. Creo que si mi padre hubiera sido de otra, no hubiera tenido especial inconveniente en seguirla, porque la medicina es muy bonita, aunque inicialmente estuve a punto de no ser médico. Mi afición a las matemáticas durante el bachillerato, suponía que podía haber sido un ingeniero de caminos, donde entonces primaban las matemáticas. Mi padre me animaba, y de hecho, un primer curso, estuve a caballo entre las dos y me decidí por la Medicina creo que movido por la actividad de mi padre.
¿Qué maestros destacaría en su vida?
En el campo de la Pediatría, primero mi padre, y después Ernesto Sánchez Villares, los dos que han sido mis maestros inmediatos. A lo largo de la carrera en la Facultad de Valladolid hubo otros muchos y muy valiosos.
¿De Sánchez Villares qué destacaría?
Su entusiasmo por la pediatría, su tesón, la defensa de sus amigos, de sus discípulos, su capacidad de organización. Fue muy importante el fichaje que hizo la Facultad de Medicina de Valladolid con su incorporación. En aquella época aterrizaron en Valladolid personajes de procedencia salmantina como José María Beltrán de Heredia, Adolfo Núñez, Riera, Felipe Rodríguez Adrados. Y coincidiendo con ello, vallisoletanos que vinimos a Salamanca como Sisinio de Castro, Alberto Gómez Alonso, Vicente Herreros, Jesús González Macías y yo, entre otros.
¿Qué le ha dado la pediatría?
Muchas satisfacciones y un reconocimiento de cariño por parte de la sociedad, por parte de los enfermos o niños a los que he atendido y también de los que han aprendido conmigo.
¿Le ha quitado algo?
Quitarme no me quitó nada, a lo mejor horas de sueño o para dedicar a otras cosas más festivas…
¿Tiene muchos discípulos?
Sí. A partir del año 65 y hasta 2004, unas 39 promociones entre Valladolid y Salamanca y ninguna de ellas con menos de 120 alumnos, naturalmente médicos generales en su gran mayoría. Pediatras específicamente, a través de la formación MIR, cuatro alumnos nuevos por curso, yantes de que hubiera MIR, a través de las escuelas profesionales de pediatría, unos diez por año, que ahora están esparcidos por todo el territorio nacional.
Entonces, ¿considera que creó escuela? ¿Los sellos de identidad de esa escuela?
Pues hombre yo creo que sí. ¿El sello? La camaradería y amistad entre ellos.
Valentín Salazar Alonso-Villalobos nace en Valladolid el 6 de junio 1934, en la habitación que luego sería su consulta. Hijo de Evelio, también pediatra, y María Paz, es el mayor de seis hermanos, de los que viven cuatro. Cursa sus estudios primarios en el Colegio de las Señoritas de Balmori y en el de las Señoritas de Lacome, donde recuerda que le obligaban a ir con suelas de goma para no molestar a los vecinos de los pisos de abajo. Por entonces aprendió a hacer la raíz cúbica sin ayuda de tablas de logaritmos.
Tras cursar Bachillerato en el Colegio San José, en 1951 inicia la carrera de Medicina en la Facultad vallisoletana. El primer año lo simultaneó con la preparación para la escuela de ingenieros de caminos, “porque me gustaban mucho las matemáticas y mi padre me animaba a que siguiera, pero luego me di cuenta que no”.
Entre los años 1954 y 1958 fue alumno interno de pediatría, ocupando la Presidencia de la Academia de Alumnos Internos durante el curso 1957-1958. Concluye la Licenciatura con Premio Extraordinario y comienza a ejercer la docencia como profesor ayudante de clases prácticas, hasta 1964. Terminada la tesis doctoral, empiezan las oposiciones. Desde finales del 65 a principios del 67 ejerce como profesor adjunto interino. Pasa a serlo por oposición el 10 de enero de ese año hasta el 15 de febrero de 1973. Un día después tomaba posesión en la Universidad de Salamanca como catedrático de Pediatría y Puericultura, cargo en el que permanecería hasta su jubilación en 2004. Fue director del Departamento de Obstetricia Ginecología y Pediatría entre 1988 y 1996.
En el plano asistencial el doctor Salazar inició su andadura como médico interno de Pediatría, por oposición, en la Cátedra de la Facultad de Valladolid entre los años 1959 y 1967. En 1966 obtuvo por oposición el título de médico puericultor del Estado y el de médico especialista de Pediatría y Puericultura, de la Seguridad Social. Entre 1966 y 1970 fue jefe del Servicio de Hospitalización Pediátrica de la Residencia Sanitaria “Onésimo Redondo” de Valladolid, donde unos años antes había ejercido como médico ayudante.
En su curriculum figuran numerosas conferencias, ponencias, publicaciones, artículos, proyectos financiados y la dirección de once tesis doctorales. Entre sus galardones y distinciones destacan la medalla del XIX Memorial Guillermo Arce y Ernesto Sánchez-Villares (2006), el Premio Nacional de Medicina (Fin de carrera) (1958), el Premio Sierra (1952) y el Premio Extraordinario del Doctorado (1965). Pronunció el discurso inaugural de la Universidad de Salamanca en el curso 1989-1990. Es miembro de la Real Academia de Medicina de Salamanca desde 1981 y en ella ofreció el discurso inaugural en 1995. En 1968 se casó con Raquel Sáez, matrimonio del que nacieron Valentín, Raquel y Fernando. Tiene dos nietos.
Entre sus hobbies destacan las tertulias. Tiene gratos recuerdos de la tertulia de La Calleja, de Valladolid, capitaneada por don Emilio Alarcos García, y que luego continuó en la Granja Terra y en el Felipe IV. Llegado a Salamanca mantiene su afición por la tertulia, primero en el Hotel Pasaje, y después en otros locales como Altamira. Entre los tertulianos salmantinos, recuerda a Bartolomé Casaseca, Joaquín Pascual Teresa, García de Figuerola, etc. En la actualidad toma café habitualmente con el cónsul de Portugal en Salamanca, Augusto Pimenta.
Otra de sus grandes pasiones ha sido la caza. Iniciada en Valladolid con una cuadrilla integrada entre otros por Olegario Ortiz, Sisinio de Castro, Miguel Frechilla y Vicente Herreros, la mantiene en Salamanca. Aquí le acompañaban entre otros Ramón Talavera, Casimiro Cañizo, Remigio Martín, Fernando Peláez y Pablo y José María Beltrán de Heredia. “Ya lo ha dejado, porque no tengo cuadrilla y la caza es la cuadrilla, son los chascarrillos, las tomaduras de pelo y el taco de media mañana”, señala.
También ha destacado como “manitas”. Su afición por el bricolaje y la decoración, le llevó en sus tiempos mozos a crearse su propia piragua, bautizada como “la jeringuilla”, también un Citroën 2 CV, a partir de piezas de desguace.
Ya jubilado ha restaurado una sillería.
Siempre ha estado en sintonía con las nuevas tecnologías. Ya hace años fue uno de los promotores del concierto entre Macintosh y la Facultad de Medicina de Salamanca.
En su opinión, ¿qué particularidades debe reunir una buena atención al niño?
Debe ser muy humanizada y uno tiene que hacerse un poco infantil, para poder comentar de igual a igual y conseguir lo que quieres sin que el niño se dé cuenta de que se lo estás imponiendo. Por supuesto, eso de infantilizarse debe de ir asociado a una formación científica seria.
¿Lo mejor de ser médico?
El agradecimiento de tus enfermos, de la población a la que tienes que asistir.
¿Lo peor?
Pues todo lo contrario, el verte menospreciado o rechazado por los enfermos a los que has dado mucho o que te han importado mucho, el sentirte olvidado o despreciado, aunque yo no tengo la sensación de haberlo sido.
¿Cómo ve la profesión hoy?
Demasiado deshumanizada, con un nivel de tecnificación muy alto y una tendencia a una medicina de defensa, porque por menos de nada intentan llevarte a los tribunales sospechando una mala praxis. Lo fundamental de la atención médica es la confianza del cliente en su médico, si esa confianza se desmorona o no es lo suficiente sólida, aparece la incertidumbre y el médico se ve obligado, por ejemplo, a multiplicar las pruebas.
¿Y a su especialidad cómo la ve?
Muy bien. La diferencia de la pediatría que yo me encuentro en el año 73 cuando llego a Salamanca a la de 2004 cuando me jubilo es abismal. Aquella que hacíamos con pediatras generalistas, se ha sustituido por una pediatría en la que unos cuantos generalistas, que van a seguir siendo muy importantes en la asistencia al niño, se ven complementados por pediatras especializados en todas las áreas, con lo cual la atención al niño es de primera magnitud, muy por encima, a mi juicio, de la que recibe el niño en otras provincias y comunidades.
Frente a ese grado de especialización, ¿cómo vive un pediatra la muerte de tantos niños en el mundo?
Mi reflexión es de una gran tristeza, porque se podría hacer mucho por ellos, pero con un tipo de política sanitaria que no está a nuestro alcance. Es más una medicina de altos niveles políticos. Nosotros lo que podemos hacer es aportar los conocimientos para que se desarrollen en aquellos lugares, pero pretender que les lleguen ciertas cosas es de regímenes políticos, no estrictamente de la Medicina, porque no hablamos exactamente hambre de nutrientes, sino de hambre de sanidad, cultura, respeto, situación social y eso son los políticos los que tienen que llevarlo a cabo. Tú lo ves muy apenado e imposibilitado para hacer algo.
Llegó a Salamanca procedente de Valladolid. ¿Venía con idea de volver a su tierra?
Pensaba que a lo mejor en un futuro podría volver, pero enseguida aparecieron en Valladolid tres agregados, cambió la legislación, y ya las posibilidades no existían. Inicialmente entraba dentro de lo posible.
¿Cómo afrontó el tener que quedarse en Salamanca?
Muy bien. No como una obligación, sino como una devoción. Yo vine aquí por dedicación a la Universidad, vine con niños pequeños y ellos son mucho más salmantinos que yo, porque ya vivieron aquí la época de colegio y de universidad.
¿Fue bien recibido?
Sí. Ya había venido con mucha frecuencia en el marco de la Sociedad de Pediatría, cuyo alma y motor era Sánchez Villares. Coincidíamos habitualmente don Ricardo Escribano y yo como vocales, él por Salamanca y yo por Valladolid.
¿Qué ha representado Salamanca en su vida?
La verdad es que lo ha sido todo. A Valladolid ya no voy, voy a La Corala, una urbanización de Valladolid. Mi vínculo con la ciudad de Valladolid ya es escaso.
Puestos a elegir, ¿Salamanca o Valladolid?
Una vez jubilado hubiera podido marchar, pero ya son muchos los años que llevo aquí.
La docencia ha ocupado gran parte de su carrera, ¿se considera un buen maestro?
No me tocaría a mí decirlo, pero creo que a través de lo que percibo de los discípulos cuando me los encuentro por la calle es que sí. Algún oyente de excepción así también me lo ha dicho. Recuerdo que en las oposiciones, el presidente del tribunal, don Hipólito Durán, me dijo que era la primera vez que había entendido lo que es el síndrome adrenogenital(hiperplasia suprarrenal congénita).
Enseñar es una profesión para generosos, ¿usted lo ha sido?
Sí, creo que sí. Para enseñar sobre todo hay que hacer un ejercicio de humildad todos los días, porque el estudiante es como un niño, quiere saber el porqué de todo, y hay momentos en los que les puedes resolver la duda sobre la marcha, pero en otras ocasiones tienes que reconocer que no te lo sabes y manifestar “me lo estudiaré y mañana te lo explico”. Ese ejercicio de humildad el docente tiene que hacerlo todos los días. El docente no puede ir pontificando, ha de ser humilde.
La condición de catedrático, ¿le ha creado problemas en algún momento?
No, creo que no.
¿Fue más profesor que médico?
No, creo que son las dos cosas juntas, porque cuando eres médico estás enseñando y cuando estás enseñando estás aludiendo a la vida médica, las dos cosas van unidas.
¿Pero sí le hubiera gustado haber pasado más consulta?
Sí, pero no disminuyendo la docencia, sino las reuniones, consejos, tribunales, comisiones…
¿La Universidad de Salamanca que ha representado para usted?
Todo, es donde he podido realizarme como docente, también para mi familia, porque dos de mis hijos han estudiado aquí. Además ha sido núcleo de muchos amigos, no sólo en la Facultad de Medicina.
En un plano más mundano, ¿qué opinión le merece la sociedad actual?
(Tuerce el gesto) Creo que poco responsable en cualquiera de sus facetas. Importa poco el entorno, excesivamente egoísta, sin responsabilizarse de problemas que les atañen de forma muy directa, poco responsable de cualquier problema humano (educación de los hijos, seriedad frente a un contrato, conducción…). La responsabilidad es lo que menos abunda hoy.
¿Qué opina de España?
Para opinar de España tendría que conocer mejor otros países. De lo que he podido captar a través de viajes relámpagos, yo diría que en España vivimos muy bien y en Salamanca mejor todavía.
¿Y del momento actual del país?
Dentro de la norma. Ahora los políticos están tirándose los trastos a la cabeza, pero por ser época electoral, a lo mejor les haría falta un poco más de educación, a todos.
¿Y a Salamanca cómo la ve?
Poco emprendedora. Cuando yo llegué a Salamanca estaba Valladolid muy boyante por la fábrica de Renault. Entonces había que abrir una sucursal y optaban o por Salamanca o por Palencia, decidió irse a Palencia. Cuando comenté con alguien importante cómo la habían dejado marcharse a Palencia, la contestación fue, déjales que se vayan a Palencia…
Sí, encuentro a los salmantinos poco emprendedores. No hemos sabido prosperar con industria. Por eso hay grandes dificultades para acomodar a los alumnos que terminan en sus facultades, concretamente mis hijos, han tenido que marcharse a Madrid. Nuestros licenciados o se quedan ligados a la Universidad o no tienen industria a la que sumarse. Ese ha sido un problema, no sé de quién, si de los responsables políticos o de la mentalidad fundamentalmente ligada al campo de Salamanca.
Elecciones a la vista, ¿ya tiene decidido el voto?
No, pero sí que voy a votar.
¿Sus ideas por dónde andan?
Creo que no están muy definidas, porque la política no me gusta. Un amigo y contertulio decía que era ácrata de derechas. Es una nueva concepción política que no está del todo mal.
¿Y su concepto de la familia?
El de la familia tradicional, el de la familia que se manifestó recientemente en la plaza de Colón. Mi vida de familia ha sido muy buena. Tengo claro el papel de la familia. Que pueda haber otras cosas, bien, pero no sé si eso es familia, igual que el matrimonio es lo que es, con independencia de que haya que respetar otras uniones.
¿Y de religión cómo andamos?
Católico practicante. Con muchos defectos.
¿Cómo le gustaría que le recordaran?
No sé, no me ha preocupado mucho. Depende de quienes, como un buen médico, como un buen docente, como un buen padre, como un buen vecino… como una buena persona.
Para terminar, ¿cómo ve al Colegio de Médicos de Salamanca?
Empecé mi actividad colegial como representante de los médicos jóvenes en Valladolid. El Colegio de Salamanca creo que tiene una gran vitalidad y que los últimos presidentes que he conocido han intentado hacer lo mejor y creo que lo han conseguido. Considero que actualmente responde a lo que creo que debe ser un colegio profesional.
UN LIBRO
El último que he leído. Tengo un nieto de dos años, le nació una hermanilla y empezó a pasarlo muy mal. Me fui a leer El príncipe destronado, de Miguel Delibes, que es como si estuvieses estudiando psicología del niño.
UN DISCO
Música clásica, pero ligera.
UNA PELÍCULA
Voy muy poco al cine. De las últimas que vi Los niños del Coro.
UN PLATO
Las alubias con oreja, rabo y pata, de aquellas que nos ofrecía don Fernando Cuadrado con motivo de San Lucas en La Posada.
UN DEFECTO
El ser excesivamente responsable y llevar la responsabilidad a situaciones extremas o intrascendentes, demasiado lejos.
UNA VIRTUD
El haberme sabido rodear de los amigos y colaboradores, incluida mi mujer.
UN AMIGO
Si sólo es uno, mi padre, si puedo más, muchos contertulios y compañeros de la cuadrilla de caza, personal del hospital, etc. Tengo muchos.
UN ENEMIGO
No sé si habrá alguno.
UNA RELIGIÓN
Católica.
UN CHISTE
Me hacían mucha gracia los de Eugenio, pero te voy a contar otro, a propósito de las alubias. Estaba comiendo con don Agustín Ríos y contaba como un amigo suyo, en una comida, había comenzado con una bandeja de ibéricos, de segundo las alubias con oreja, rabo y pata, después otras alubias con almejas, después tostón y de postre unas perronillas. Al terminar, dice: “después de esta comida no sé si es para dar gracias a Dios o para empezar a rezar el Señor Mío Jesucristo”.
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