El paseo del desengaño, un lugar para el suicidio

Pablo de Santis fue el último premio Planeta-Casamérica de Narrativa Iberoamericana 2007. Su novela, El enigma de París, recrea un encuentro de los detectives más famosos del mundo con motivo de la Exposición Universal de 1889. Al hablar del suicidio, pone en boca de uno de los detectives unas reflexiones que me parecen oportunas a la hora de abordar este drama en la ciudad de Salamanca.

“El suicidio es el gran misterio, aún más que los asesinatos. En todas las ciudades, la estadística de suicidios es fija, y no responde ni a cuestiones económicas ni a hechos históricos, es una enfermedad de la ciudad misma, no de los individuos…Los suicidas se enteran de todo, están comunicados; si hay un suicidio en un hotel ese edificio queda marcado, y otro suicida lo seguirá el mes siguiente. Pronto habrá hoteles destinados sólo a estos pasajeros impacientes”1.

 Los médicos nos hemos tenido que enfrentar con la depresión y sus más funestas consecuencias, el suicidio, que en cada ciudad o pueblo responde a un ritual preestablecido asumido por la colectividad. Los salmantinos inmersos en la desesperación, cuando veían todo perdido, se trasladaban, como si estuvieran imantados, hasta la Peña Celestina y desde allí, desde lo más alto de la misma, se dejaban caer al vacío. El Paseo del Desengaño es el camino que discurre desde el barrio de Santiago hasta la Judería. Era un estrecho sendero que recibe el nombre de una de las causas más frecuentes de suicidio, el Desengaño.

La ciudad de Salamanca ha conocido a lo largo de su historia tres murallas o cercas, y de todas ellas nos han quedado vestigios, más o menos importantes, que podemos contemplar y reconocer en la actualidad. Los pueblos primitivos que habitaron la provincia de Salamanca, Vacceos y Vetones, construyeron una muralla en la ciudad del Tormes de la que quedan restos en el cerro de San Vicente y en la zona de la Cueva de Salamanca, en la cuesta de Carvajal. De esta muralla habla Polibio en su relato de la toma de Helmántica por las tropas de Aníbal, cuando este historiador romano dio a conocer al mundo la gesta protagonizada por las mujeres salmantinas que infligió una contundente humillación al ejército más poderoso de aquellos tiempos.

Los romanos, aprovechando en parte el trazado de sus predecesores, cercaron la ciudad, y de ello dan fe los muros de la Vaguada de la Palma, los de la Peña Celestina, los del Paseo del Rector Esperabé, los lienzos con sus cubos de los Jardines de Calixto y Melibea y el Visir, y el cubo circular correspondiente al Seminario de Carvajal.

Cuesta de San Juan del Alcázar

La tercera cerca, la medieval, abarcó un espacio mayor para proteger a todos los pueblos repobladores que habían llegado con don Raimundo de Borgoña y su mujer doña Urraca. No es de extrañar que dentro de sus muros se encontraran espacios libres que fueron ocupados por huertos, eras y casas con corrales o cortinas.

La vieja muralla se abría al río por tres puertas, la de San Juan del Alcázar, la del Postigo Ciego y la del Río. Junto a estas primitivas entradas de la ciudad de Salamanca se salía hacia el oriente por otras dos puertas, la de San Sebastián y la del Sol.

La puerta de San Juan del Alcázar recibió este nombre por situarse en las cercanías de la fortaleza. Este castillo fue el segundo de los construidos en Salamanca, después del erigido en la Puerta del Sol.

El Postigo Ciego era una salida de emergencia hacia el puente romano y su mismo nombre indicaba la poca importancia dada por la población a esta salida de la ciudad en comparación con las denominadas puertas.

La puerta del Río era la utilizada por los salmantinos para entrar y salir en la ciudad para comunicarse con el sur a través del puente romano. Su proximidad con la catedral, la residencia del obispo y las muchas posesiones del Cabildo, la hizo dependiente, en gran medida, de la iglesia, especialmente del obispo y del deán de la catedral.

La vieja ciudad estaba íntimamente relacionada con el río Tormes y con el campo, especialmente hacia el sur, cuyo alfoz se extendía hasta la sierra. Por eso, no es de extrañar que los asentamientos realizados alrededor de la catedral fueran realizados por los Francos, aquellos que acompañaron a Raimundo de Borgoña a España para sus campañas de apoyo al rey leonés. En los alrededores del alcázar se situaron los serranos y los judíos, estos últimos buscando la protección del alcaide de la fortaleza que los amparaba en caso de peligro.

Salamanca se alza sobre tres colinas. En la más cercana al puente romano, del siglo I, se construyeron los edificios más emblemáticos defensivos y religiosos, el nuevo Alcázar y la Catedral. El altozano de San Vicente fue el asentamiento más antiguo de Salamanca. En él se erigió el primer convento de la ciudad, perteneciente a la orden de San Benito, que se puso bajo la advocación de San Vicente. Posteriormente, en sus cercanías, se construyó el grandioso convento de San Francisco el Grande. La tercera colina, la de San Cristóbal, se encuentra algo más alejada de las dos anteriores y alberga en lo más alto la bella iglesia románica del siglo XII dedicada por los frailes hospitalarios al santo caminante. En este cerro, en los tiempos de la repoblación, intramuros, se encontraban algunos descampados.

Paseo del Desengaño

Como ya hemos indicado, en lo alto de la Peña Celestina se fundó el alcázar nuevo que estuvo en pie más de trescientos años. Fue demolido, por orden dada el 13 de septiembre de 1472, por el rey Enrique IV, dando permiso al concejo para proceder a su destrucción.

Con la desaparición del Alcázar el Concejo Salmantino lograba pingues beneficios. Se hizo con los derechos de castillería, los impuestos del montazgo, los de pasaje de los ganados que cruzaban el río, las penas del fosario de, el solar que ocupaba el alcázar, el clavazón, la teja y la madera conseguida del derribo y también con la explotación de las Tabernas del Vino Blanco que regentaban los alcaides de la fortaleza y que se situaban, en las oquedades de la muralla, en la subida de San Juan del Alcázar desde Paseo del Desengaño.

Con la desaparición del Alcázar nuevo, Salamanca perdía su tercera fortaleza, ya que en la Puerta del Sol, hacia el Este y en la calle de Gibraltar, entrando por la puerta del Río, se construyeron, con anterioridad, las otras dos edificaciones defensivas de las que desgraciadamente no nos ha quedado vestigio alguno. Sí tenemos restos importantes de la fortaleza mandada derruir en el siglo XV, vestigios que aparecieron al derribarse, a finales del siglo XX, la antigua fábrica de pieles que la ocultaba.

En las cercanías de las famosas tabernas del Vino Blanco, lugar inmortalizado en la literatura española, se encontraba un caserío donde vivían personajes marginales, prostitutas y malhechores. En las casas ubicadas en la pronunciada subida, posiblemente se hallaba el habitáculo de la Celestina, alcahueta que Fernando de Rojas debió conocer y que le sirvió de inspiración para escribir su famosa obra en la que narra la tragicomedia de Calixto y Melibea. Este lugar fue el elegido por Pablo Beltrán de Heredia, alcalde de Salamanca en la década de los setenta, para erigir una escultura a la Celestina, obra maestra de Agustín Casillas, que la Corporación actual trasladó al jardín de Calixto y Melibea.

En las obras que realiza el Ministerio de Hacienda en el tramo de muralla del paseo de la Merced ha aparecido una estancia donde se instaló una de las defensas del ejército francés, en la ocupación de Salamanca por los gendarmes galos en la Guerra de la Independencia, a principios del siglo XIX. Desde ella los franceses controlaban el paso del puente romano.

La distancia desde el punto más alto de la Peña Celestina hasta el Tormes es de unos veinte metros. En los primeros años de la Salamanca medieval, después de la repoblación definitiva de Raimundo de Borgoña y doña Urraca, la caída desde la cima hasta el río era más pronunciada que la que conocemos en la actualidad. Con el tiempo se construyó una calle que separaba la colina de la ribera del río, el Paseo del Desengaño y se levantaron algunas edificaciones como las ermitas de San Gregorio y San Lorenzo y las tenerías. La ermita de San Gregorio desapareció a principios del siglo XX y su arco y una de las inscripciones de su fachada se pueden contemplar en la bajada desde la facultad de Ciencias a la Vaguada de la Palma. Las tenerías fueron derribadas en la última corporación franquista junto con el histórico barrio de Santiago.

En las inmediaciones del castillo se encontraba la iglesia de San Juan del Alcázar. Con este sobrenombre se hacía referencia a su situación junto a la fortaleza nueva y también se hacía la distinción con las otras dos iglesias dedicadas a San Juan, la de San Juan Bautista que se encontraba en el territorio de los castellanos y la de San Juan el Blanco, ubicada en el barrio mozárabe y que seguramente fue una de las pocas iglesias que funcionó en los largos años de ocupación sarracena de la ciudad.

Restos de la ermita de San Lorenzo

La iglesia de San Juan del Alcázar fue construida en el territorio de los serranos, en lo alto de la Peña Celestina, y terminó sus días al ser demolida para agrandar el colegio de la Orden Militar de Santiago o del Rey. Una pequeña parroquia con escasos feligreses que no resistió el empuje de la poderosa orden militar.

En este paraje descrito, entre la iglesia de san Juan del Alcázar, románica del siglo XII, hoy desaparecida, la Taberna del Vino Blanco, el Castillo y la Judería se encuentra una pequeña plataforma sobre el risco de la Peña Celestina que fue durante muchos años el lugar elegido por los salmantinos deprimidos o desesperados para quitarse la vida. Los 20 metros que separan el alto de la Peña Celestina y la ribera del Tormes era una distancia suficiente para que quien se arrojaba desde aquella altura muriese en el acto. En una ciudad llana, con pequeños altozanos, este era el lugar idóneo para estos menesteres. La reiteración, año tras año, de suicidios consumados desde este lugar, fue convirtiendo la antigua denominación de la ribera en Paseo del Desengaño. Desde él, los salmantinos que querían terminar con su vida, subían la empinada cuesta de San Juan del Alcázar para alcanzar la plataforma de la Peña Celestina. Las preferencias de los suicidas cambiaron con el tiempo, aunque la Peña Celestina fue el lugar preferido por los depresivos para quitarse la vida hasta bien entrado el siglo XX.

Otras opciones de los suicidas salmantinos fueron el río y, desde la llegada del ferrocarril a Salamanca, arrojarse al paso del tren. El mejor de los historiadores salmantinos, Villar y Macías, puntilloso y escrupuloso en todo su trabajo, optó por tirarse al río, obsesionado por un error cometido en una de sus publicaciones. Y cuando el ferrocarril llega a la ciudad son muchos los suicidas que eligen esta forma de acabar con rapidez con su vida.

En los años de la posguerra españolase podía acceder a las torres de las catedrales por el módico precio de una peseta. Se llegaba a la plataforma donde se encuentra la campana María de la O, de forma mucho más precaria a como se hace hoy cuando se visita la exposición Jerónimus. Para llegar a la torre de las campanas se pasaba por delante de algunas dependencias catedralicias que hacían de casa de los campaneros y sacristanes de la catedral. La subida era libre y sin ninguna vigilancia, esta falta de control hizo que algunos estudiantes deprimidos se suicidaran tirándose desde la Torre de las Campanas o desde los balconcillos más altos.

Estos suicidios de chicos muy jóvenes conmocionaron a la vecindad e hizo reconsiderar a las autoridades de la ciudad la apertura al turismo de las torres catedralicias. El cabildo prohibió el acceso a las mismas a todas las personas ajenas a la basílica catedral de tal forma que no volvió a abrirse hasta la inauguración de Jerónimus. Con esta exposición, que ha sido muy bien acogida por los expertos, con gran éxito de público, los salmantinos hemos vuelto a disfrutar del exterior y del interior de las catedrales desde lugares insólitos, paseando por las almenas y por los balconcillos que circunvalan la Catedral Nueva, disfrutando de los medallones y de las cúpulas que desde la base del templo apenas se perciben.

La Peña Celestina

Aprovechando los fines de semana, un grupo de compañeros y amigos médicos realizábamos, hace años, recorridos por la monumentalidad inédita de Salamanca. En una de esas visitas, mucho antes de la reapertura de Jerónimus, tuvimos la suerte de recorrer las torres, los balcones y las almenas de las catedrales, deleitándonos en los descubrimientos de un mundo fantástico que los artistas realizaban para mayor gloria de Dios, ya que muy pocos mortales hemos podido disfrutar de ellos.

Esa misma sensación la tuve cuando se procedió a la reparación de la cúpula del crucero de la catedral nueva. A través de un montacargas se accedía a una plataforma suspendida a más de veinte metros sobre el crucero de la catedral nueva. Grandes sobrerrelieves con escenas de la vida de la Virgen, bellamente adornadas por una balconada, medallones y miles de grutescos se nos exponían a la vista para admirarlos e incluso poderlos tocar.

Arrojarse desde la Peña Celestina o desde la Torre de las Campanas de la Catedral, lanzarse al Tormes desde algunos de sus puentes o abalanzarse sobre las vías al paso del tren han sido los imanes que han atraído a los suicidas salmantinos hasta que aparecieron otras formas más placenteras, sofisticadas y modernas de abandonar voluntariamente este mundo.


Notas:

  1. De Santis, P. El Enigma de París. Planeta. 2007:19. ↩︎

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