Por M. Puertas
Hoy nos abre las puertas de su casa José Almeida, un joven jubilado al que arrancamos sentidas palabras para hablar de una vida plena como médico y profesor, completada en los últimos años con una admirable aventura entorno a las Bellas Artes. Pepe no pudo cumplir el sueño de ser arquitecto, pero de sus palabras se desprende que día a día se ha esforzado por construir un universo más humano y humanista. Nos habla de esta obra, con sencillez, en voz baja, en ocasiones sonrojado por la profunda espontaneidad de las respuestas. Gracias por el ejemplo.
Bajo ese “look” a lo Einstein, mejor, a lo Alberti, ¿hay un genio o mucho genio?
Ninguna de las dos cosas. Simplemente un hombre que se ve estéticamente mejor con el pelo largo y quizás también un poco de dejadez, me molesta ir a la peluquería.
¿Nacer el día del trabajador le ha marcado en algo?
Siempre digo que soy republicano porque nací a los 15 días de proclamarse la Segunda República. Mis hijos se ríen, pero mi espíritu es liberal.
¿Un jubilado con espíritu joven?
Sí eso sí, plenamente. He sido muy activo siempre y no puedo cesar, tengo que tener siempre una actividad entre manos.
Las Bellas Artes han sido su refugio en los últimos años, ¿cómo ha sido esa vuelta a la universidad?
Realmente desde niño ya sentía una inclinación por las Bellas Artes y siempre lo he tenido como una vocación oculta o como una frustración, por eso tenía claro que cuando me jubilase me iba a dedicar con más intensidad a las artes plásticas.
¿El arte era una espina clavada en su vida?
En cierto modo sí. Quise ser arquitecto y como no pudo ser, me refugié en la Medicina quizás por lo que tiene de humano y humanista esta disciplina.
¿Alguna vez pensó ser artista?
Eso no, artista no se es, se nace. Artista no es el que tiene un título de Bellas Artes sino el que tiene unas cualidades innatas y las desarrolla. Por eso no me considero artista, sino un aficionado a las Bellas Artes.
¿Qué ha supuesto para usted el contacto con los jóvenes en las aulas?
Un rejuvenecimiento del espíritu. Realmente la juventud actual, aun con sus defectos, me ha enseñado muchas cosas: sinceridad (antes creo que éramos más hipócritas), compañerismo o altruismo, que eran sentimientos o actitudes que ya casi las tenía apagadas.
Bueno, hablemos de Pepe Almeida. ¿A quién se enfrenta el lector?
(Piensa) A un hombre que nació en una familia de clase media y que desde niño intentó volar alto, pero que quizás se quedó a medio vuelo.
José Almeida hombre, ¿cómo se define?
Muy difícil. Un ser amante de su familia, que intenta darles lo mejor a costa de cualquier sacrificio e interesado por las desigualdades sociales o humanas. Siempre en línea con el pensamiento del humanismo cristiano. Para mí lo primero es mi familia y los que están en el entorno social, que de alguna manera me necesitan o necesitan de los hombres.
José Almeida médico, ¿cómo era?
He procurado siempre ser responsable, tratar a los pacientes con humanidad y comprenderlos no sólo como enfermos, sino como hombres. He procurado actuar con responsabilidad y con competencia y esto lo hubiese hecho igual siendo médico, arquitecto, fontanero o albañil.
¿Y el profesor?
Esa era una actividad que me gustaba mucho. Creo que era una vocación mía. La docencia me ha dado muchas satisfacciones por el contacto directo con el alumno, con la gente joven y siempre he tenido en la mente formar más que informar. Es decir, dar normas de conducta, enseñar a aprender más, esa ha sido mi meta. Además esta faceta de docente me ha permitido desarrollar esa vocación frustrada de artista con los dibujos en la pizarra. Una de las experiencias más gratas para mí ha sido cuando me he encontrado a algún alumno y me ha reconocido como profesor, por los esquemas y dibujos que realizaba en la pizarra. Creo tener el honor de haber sido uno de los profesores que mejor han dibujado en la Facultad de Medicina, aparte de Luis Santos, claro.
¿Y el pintor José Almeida?
Como pintor estoy un poco frustrado, porque no acabo de encontrar ese entendimiento del color que se ve en una obra singular. Siempre discuto que el dibujo no tiene nada que ver con la pintura, aunque puede ser una herramienta válida. El dibujo es línea, es mancha, pero la pintura es color, es otra cosa. Por eso la acuarela se me da regular, porque es dibujo, no pintura. Y entonces mis pinturas, no me acaban de… Una cosa es pintura pintura y otra dibujo coloreado. Camino de los 77, echa la vista atrás ¿y qué es lo primero que se le viene a la cabeza?
Tuve una infancia feliz, gracias a mis padres y al medio rural (Gomecello) en el que me desenvolvía. Tuve un maestro extraordinario. Recuerdo también con mucho agrado mi Bachillerato en el Fray Luis de León y siempre quedará clavado en mi mente el trauma que sufrí en 1949 al finalizar el bachillerato.
¿Qué pasó?
El curso 1949-50 fue para mí “un curso en blanco” que califico de “rocambolesco” y “esperpéntico”, propio de una novela de Valle-Inclán. Yo quería ser arquitecto y por consejo de un tío político, que era jefe de contabilidad de Hacienda, me matriculé en Derecho para hacer el Servicio Militar en las “milicias universitarias”, a la vez que preparaba unas oposiciones para ingresar en el Cuerpo de Contadores del Estado y así, suponiendo que consiguiese plaza en Madrid, poder seguir los estudios en la Escuela Superior de Arquitectura. ¿Esperpéntico o no? Afortunadamente me suspendieron en el segundo ejercicio porque de haber aprobado las oposiciones no hubiese sido médico ni, por supuesto, arquitecto. Esto me marcó y me frustró. Gracias a Dios nada más empezar Medicina encontré afinidad hacia las ciencias morfológicas.
Muchos años después, ¿satisfecho con su trayectoria?
En términos generales sí, porque he podido desarrollar aptitudes de sensibilidad, de hombría de bien y de solidaridad, que me inculcaron en la formación primaria y secundaria.
¿Alguna espina clavada?
La de la arquitectura. Hasta tal punto que no puedo pasar desapercibido ante una obra o una estructura de hormigón, me llama la atención cualquier obra.
¿Arrepentido de algo?
No. Hombre, si volviese a nacer, algunas cosas o senderos o actitudes se tomarían en otro sentido, pero tampoco muy diferente.
¿Cuál ha sido y es su filosofía de vida?
Muy sencilla, todo podría resumirlo en tratar a los demás como querrías que te tratasen a ti. Siempre me ha preocupado más que la gente me considerase un médico bueno que un buen médico, una buena persona antes que un buen médico, aunque creo que si la primera es cierta, exige responsabilidades y la segunda deviene por naturaleza.
¿No soporta?
Más que no soportar, me duele la deslealtad y la hipocresía. Bien es verdad que son dos defectos, si no frecuentes, sí comunes en el hombre. No soporto la palmadita en la espalda.
¿Su opción por la medicina cómo se fragua?
Descartada la posibilidad de hacer arquitectura, porque sólo se podía hacer en Madrid o Barcelona, dentro de las carreras que por entonces se podían estudiar en Salamanca, sin duda ninguna, era la Medicina por la que sentía más afinidad o inclinación, porque era la que estaba más en contacto directo con el hombre y con la realidad humana.
¿Y por qué la traumatología?
Durante la Licenciatura desde el principio me sentí atraído por la anatomía y a partir del cuarto curso por la cirugía, y en ambas especialmente por el estudio del aparato locomotor. Creo que esto puede estar relacionado con la arquitectura, por la relación existente entre forma y función, tanto en la obra arquitectónica como en el sistema musculoesquelético. Parece que tenía claro cuál iba a ser mi futuro en la Medicina pues al iniciar el periodo clínico, sin encomendarme a nadie, un buen día que regresaba de clase subí las escaleras de un edificio de la plaza de España, donde se anunciaba la clínica de traumatología del Dr. Ferrer y le comuniqué mi propósito. Don Miguel me aceptó encantado y no sólo me inició en el arte de arreglar huesos sino que como él dice frecuentemente me “envenenó para el arte”.
“Hablar de escuela parece un poco petulante, pero sí forme un grupo de discípulos, entre los que hay varios jefes de servicio”
Nací en Salamanca el 1 de mayo de1931, en el seno de una familia modesta. Carezco de antecedentes universitarios; mis abuelos eran, uno carpintero y el otro cantero.
Mi padre, cuando yo tenía dos años se trasladó a Gomecello (La Armuña, Salamanca) para trabajar como contable en una fábrica de harinas. Allí pasé mi infancia, que fue feliz, y donde tuve la suerte de tener un maestro “de los de antes”, que supo transmitirnos una sólida formación intelectual.
Desde niño mostré una clara aptitud para el dibujo, “garabateando” cualquier papel que caía en mis manos, alcanzando siempre las máximas calificaciones en esta asignatura, así como una temprana inclinación hacia las Bellas Artes.
En 1942 comienzo el Bachillerato en el Instituto Fray Luis de León de Salamanca, finalizándolo en 1949.
De 1950 a 1956 estudio Medicina con gran aprovechamiento, aunque sin extraordinaria brillantez. De mis profesores guardo un especial recuerdo de los catedráticos Drs. Piniés (Patología General), Arce (Pediatría), Casanovas (Oftalmología) y Granjel (Historia de la Medicina).
Durante la Licenciatura, desde el principio me siento atraído por la Anatomía y a partir del 4ºcurso por la Cirugía y especialmente, en ambas, por el estudio del aparato locomotor. Al iniciar el periodo clínico, además de ir a la “Clínica de Traumatología” del Dr. Ferrer, asistí como alumno interno voluntario a la Clínica quirúrgica del Prof. Moraza. Una vez licenciado, quedé vinculado a su Cátedra como profesor Ayudante de Clases Prácticas.
Inicios en Cáceres
Tras cumplir los seis meses de prácticas como sargento de complemento en Valladolid y un poco decepcionado por el futuro que me esperaba en Salamanca, en 1958, me marcho a ejercer la Medicina de Familia a Alcuéscar (Cáceres), con la idea siempre presente de hacer algún día la especialidad de Traumatología. Y es verdad que ese propósito debía de estar fuertemente arraigado en mí, aunque consiguiera éxito profesional temprano y estableciera lazos de gratitud y afecto con la mayor parte del pueblo, como lo prueba el hecho de que dedicaran una calle a mi nombre. También allí encontré el amor de mi vida, Charo, que hoy es la madre de mis ocho hijos.
Así, en 1960 y tras ganar las oposiciones de Médico de Asistencia Pública domiciliaria de Fuente del Maestre (Badajoz), me marcho a Madrid para formarme en Cirugía Ortopédica y Traumatología con uno de los grandes maestros de la especialidad, el Dr. Hernández-Ros. En febrero de 1963 abro mi consulta en Salamanca, en la calle del Sol Oriente, como especialista exclusivo en Cirugía del Aparato Locomotor, con el asombro de mis compañeros que no concebían cómo se podía vivir sólo de “los huesos” y con la oposición de algún que otro profesor universitario que consideraba su “patrimonio” todo el saber quirúrgico. Este mismo año me caso en Cáceres, el día 30 de agosto con Charo.
Había hecho el Doctorado en Madrid y como disponía de mucho tiempo libre, entré en la Cátedra de Anatomía del Prof. Genis Gálvez, para realizar mi Tesis Doctoral sobre “Desarrollo de las extremidades y malformaciones congénitas. Un estudio experimental en el embrión de pollo”.
Esto me familiarizó con el estudio y el método científico, a la vez que me “enganchó” para la docencia, que constituyen los tres pilares fundamentales que han guiado siempre mi quehacer profesional: “saber, saber hacer y saber transmitir”. En esta etapa conocí a uno de mis mejores amigos, el Dr. Agustín Ríos y a un brillante alumno que con el tiempo sería Rector, el Prof. Battaner.
Sinsabores
Tengo que confesar que me costó mucho tiempo y sinsabores entrar en la Universidad, lo que conseguí, primero en el Hospital Clínico como Jefe de Sección del Servicio de Cirugía Ortopédica y Traumatología en 1977, y al año siguiente, en 1978, como Prof. Adjunto de Anatomía por concurso-oposición.
En 1981 se me declaró incompatible este puesto con el de Jefe de Sección por ser áreas de conocimiento diferentes y por esto y las frecuentes “guardias” que llevaba tan cuesta arriba, opté por pedir la excedencia voluntaria del puesto asistencial.
En 1984 gano, también por concurso-oposición, la plaza de Prof. Titular de Cirugía Ortopédica y Traumatología de la Universidad de Salamanca pero, hete aquí que cuando voy a tomar posesión, se me responde que no existe tal dotación por haber pasado al “pool” nacional de la prueba de “idoneidad” para ingreso en el Cuerpo de Profesores Titulares de Universidad. Al fin, consigo tomar posesión en octubre de 1985, un año más tarde y solicito, simultáneamente, el reingreso en el Hospital Clínico como Jefe de Sección en excedencia, lo que se me deniega. Entablo un recurso y tras trece años de litigio, el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León dicta sentencia a mi favor, aunque con la plaza vinculada a Especialista de Área.
Cansado de ser sólo “profesor de pizarra” y de considerarme degradado, solicito la jubilación voluntaria a los 67 años. Al jubilarme, dispongo de más tiempo libre y dos días a la semana, acudo a las clases vespertinas de Dibujo y Pintura que se imparten en la Escuela de Nobles y Bellas Artes de San Eloy, durante los cursos1998 al 2002. A partir de esa fecha he podido satisfacer una de mis frustraciones o “asignatura pendiente”, dedicarme al estudio y práctica del dibujo y de la pintura. A este fin, en 2002 realizo el examen de ingreso en la Facultad de Bellas Artes.
En octubre de 2006 realice mi primera exposición individual de dibujos y pinturas en la Universidad, con motivo de las Bodas de Oro de la Promoción de Medicina 1950-56.
He sido también profesor de Anatomía funcional y Biología e Histología humana de la Escuela Universitaria de Enfermería “Salus Infirmorum” de la Universidad Pontificia de Salamanca desde el curso 1974-75 al 1987-88 y director desde 1981 a 1988.
PREMIOS Y DISTINCIONES
1964 Premio Extraordinario del Doctorado de Medicina.
1976 Presidente de la Sociedad Castellano-leonesa de Cirugía Ortopédica y Traumatología, de 1976 a 1979.
1976. Miembro de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas.
2002 Miembro de Honor de La Sociedad Castellano-leonesa Cántabro Riojana de Cirugía Ortopédica y Traumatología.
2006 y 2007 Miembro del Jurado de los premios de Pintura del Colegio de Médicos y de la Fundación Gaceta.
¿Qué le ha dado esta profesión?
Muchas satisfacciones, sin duda, como son la de curar o simplemente aliviar el sufrimiento humano, el conocer a mucha gente, sin distinción de clases sociales, compartir con ellos sus problemas y también sus alegrías, aunque siempre quedan pequeñas heridas de aquellos casos que uno no pudo resolver o aliviar.
¿Le ha quitado algo?
Cuando ejerces la Medicina con entrega, siempre te resta de los momentos familiares bonitos, sobre todo cuando tus hijos son pequeños, o el no poder participar o asistir a algunos actos sociales, porque la Medicina si se ejerce con responsabilidad es muy sacrificada.
¿Lo mejor de ser médico?
Poder ayudar a los demás, tratar de comprenderlos, de ayudarlos o de aliviar su dolencia cuando no es posible curar.
¿Lo peor?
Aquellos errores que como humanos todos hemos cometido y que con más estudio o celeridad se podían haber evitado. Hay momentos de dolor tan profundo que cambiarías tu vida por salvar la de un niño, por ejemplo.
¿Cuál cree que han sido sus aportaciones desde el punto de vista profesional?
Más que aportaciones, diría hitos. Modestamente, he sido uno de los primeros cirujanos en España en abordar la columna cervical por delante. He realizado operaciones tan atrevidas que en aquella época sólo se realizaban en España en los grandes hospitales y he sido un pionero en la aplicación de técnicas avanzadas. Salvo la cirugía mínimamente invasiva, concretamente la cirugía artroscópica, que no quise realizar porque ya era la última década de mi ejercicio profesional, en todos los demás campos he estado en la línea de vanguardia.
¿Su maestro?
Mi maestro fue para mí como un padre: el doctor Hernández Ros, jefe del Servicio de Traumatología del Hospital de La Princesa, de Madrid. Él me enseñó un estilo y un modo de ejercer la profesión. Tenía una extraordinaria habilidad quirúrgica, un sentido inusual del espacio y la tridimensionalidad y era un verdadero innovador de las técnicas quirúrgicas. Su recorrido fue un poco paralelo al mío, puesto que fue un ingeniero frustrado. Era primo de Juan de la Cierva, inventor del autogiro, y colaboró en el diseño de algunas piezas.
¿Creó escuela? ¿Las señas de identidad de esa escuela?
Hablar de escuela parece un poco petulante, pero sí formé un grupo de discípulos, algunos de los cuales son jefes deservicio como los doctores Sánchez Gallardo, Andrés González y Elías Corrales.
¿Las señas de identidad?
Quizás la habilidad quirúrgica para solucionar un imprevisto en el curso de la intervención y basar siempre la actuación en bases científicas.
Una vez jubilado, ¿cómo se ven los toros desde la barrera?
La Medicina ha cambiado sustancialmente, se ha tecnificado excesivamente, a costa de una deshumanización. Los diagnósticos son más precisos, merced a sofisticados aparatos, y las técnicas quirúrgicas son cada vez menos agresivas. La Medicina que nos enseñaron hace 50 años no se parece en nada a lo que hoy se enseña en las facultades.
El médico de hoy lo tiene, ¿mejor o peor que antes?
En los aspectos técnicos quizás mejor, por lo ya dicho, sin embargo el ejercicio de la Medicina es muy complejo y yo diría que hasta peligroso, puesto que la sociedad actual parece que está con la espada de Damocles sobre la cabeza del médico, para actuar, no ya ante un error manifiesto, sino ante una pequeña alteración del protocolo o una pequeña insatisfacción sobre el resultado deseado.
Si tuviera mano en el asunto, ¿qué reformas acometería en el modelo de Medicina actual?
La sanidad es muy compleja y se ha entroncado de tal modo con la economía que resulta muy difícil programar un esquema de actuación. Los gastos se disparan tanto que hacen que la sanidad esté planificada por los economistas. Es fácil decir que habría que humanizarla más, pero llevar esto a cabo en una sociedad tan compleja, en un proceso de globalización tan patente… No me atrevo ni a sugerir una solución.
¿Qué consejos se permite ofrecer a los jóvenes doctores alguien con su solera?
Que se formen a conciencia, que su actuación responda a criterios éticos, sin tener en cuenta presiones políticas, sociales, etc., y que se sientan responsables del papel que deben asumir en una sociedad moderna. Deben ser científicos con un método aplicado a la clínica, con miras hacia el bien del ser humano.
Hablando de jóvenes, su vida estuvo íntimamente relacionada a la Universidad. Lo de ser profesor, ¿cómo surgió?
Al realizar mi tesis doctoral en Anatomía, de la mano del profesor Genis. Hice varias oposiciones hasta que conseguí la plaza de profesor titular en Anatomía en 1978 y más tarde en 1985 la de Traumatología y Ortopedia. Por cierto, en esta última no me podía sentir satisfecho porque sólo explicaba Traumatología en la pizarra y en el pupitre, no tenía plaza asistencial en el Clínico y por tanto la enseñanza o las directrices que podía dar eran cojas, me faltaba el enfermo. Por eso, cansado de ser sólo profesor de pizarra, me jubilé voluntariamente a los 67 años.
¿Le noto un poco resentido con la Universidad?
Sí, porque estimo que no me apoyó lo suficiente frente al Insalud, en la consecución de la plaza asistencial, máxime cuando yo estaba en situación de excedencia voluntaria en la plaza de jefe de sección de Traumatología del Hospital Clínico. Esto supuso un recurso por mi parte contra el Insalud. Tras trece años de litigio, el Tribunal Superior Contencioso-Administrativo de Castilla y León dictó sentencia a mi favor, aunque con la plaza vinculada a especialista de área y no a la de jefe de sección. Por ello y porque me sentí, en cierto modo, degradado solicité la jubilación voluntaria. Esta es mi triste historia académica, no obstante, mi espíritu universitario sigue tan fuerte como cuando era joven, convencido de la excelencia de la Universidad, no tanto de las personas que la gestionan. Me moriré con la pena de no haber sabido transmitir la lucha que sostuve para lograr el puesto asistencial, que gané en concurso público en 1977.
¿Asistencia o docencia? ¿Con cuál se queda? Creo que son complementarias e inseparables, sobre todo en el ámbito universitario. En mi caso pude satisfacer esa faceta clínica en el Hospital de la Santísima Trinidad, donde he ejercido en exclusividad, salvo los cuatro años y medio del Hospital Clínico, hasta 2002, con 71 años. Son 40 años de ejercicio profesional como especialista del aparato locomotor y en la formación de especialistas. Este hospital ha sido mi segunda casa. En él he sido jefe de Servicio desde 1967 hasta que se universalizó la Seguridad Social, director médico desde 1982 hasta 1988 y patrono de la Fundación desde febrero de 2005 hasta diciembre de 2006 que dimití. Desde que me jubilé en 2002, me reúno, una vez por semana, con algunos de los que fueron mis colaboradores para tomar café y comentar algún caso clínico.
¿Qué ha tenido que ver Salamanca en su espíritu de médico humanista y artista?
Todo. Como dice nuestro paisano Luciano G. Egido: “Yo nací en Salamanca y todavía no me he repuesto del trauma”. Salamanca lo ha sido para mí todo: fuente de inspiración, factor de lucha, de competitividad, solaz del espíritu, historia viviente… Soy un enamorado de mi ciudad. Precisamente ahora estoy trabajando en un ambicioso proyecto donde trato de recoger mis vivencias gráfico-literarias de Salamanca.
¿Cómo ve a la ciudad ahora?
En el aspecto global la veo un poco desfasada. Deberíamos luchar más por conseguir medios de comunicación tanto nacionales como internacionales y proyectarla más en todos los ámbitos. Tenemos que luchar más y vivir menos de la historia. Deberían encabezar esta lucha los políticos.
Precisamente, de política, ¿cómo andamos? En una ocasión, en 1982, me creí en la obligación moral de dar un paso y me afilié al Partido Demócrata Cristiano, porque creía que en él podía satisfacer todas mis inquietudes políticas y sociales, pero me equivoqué y eso me vacunó para siempre de cualquier aventura política.
¿Qué opina del momento de la política actual?
Hemos llegado a una situación que nunca se debía haber provocado. Estamos al límite de romper el consenso de la Transición que creo que fue beneficioso.
¿Qué opina un traumatólogo de lo que denominan “la fractura de España”?
Que tiene que venir un traumatólogo excepcional y con habilidad para aplicar una terapéutica inteligente y a la vez incruenta.
Elecciones a la vista. ¿Ya tiene decidido su voto?
Sí, lo tengo muy claro.
Si no es muy secreto, ¿puede definir sus ideas?
Mis ideas son, ser conservador en los valores éticos tradicionales y progresista en lo social. Esto es la democracia cristiana.
Medicina, universidad, ciudad, política, hablemos también del hombre y sus relaciones. ¿Qué sensaciones le causa la sociedad actual?
Que a la vez que competitiva, es consumista y vive el momento con alegría, sin meditar excesivamente sobre el futuro, en pocas palabras: vive el momento presente.
¿Es pesimista respecto al modelo de vida que preside hoy los comportamientos humanos?
Pesimista no se debe ser nunca. La capacidad de reacción del género humano es muy grande y aunque parece que se autodestruye, siempre surgen nuevos valores que lo fortalecen.
En su caso, ¿es verdad aquello de que detrás de un gran hombre hay una gran mujer?
Sí. Ha sabido darme apoyo en los momentos difíciles y es la madre de mis ocho hijos, que eso es lo más grande que me ha podido dar.
¿Su visión de la familia?
Para mí la familia es primordial. No es un tópico, es verdad que la familia es la verdadera célula de la sociedad. Me siento orgulloso de mis ocho hijos. Todos, menos la benjamina, vuelan ya solos y espero que Dios me conceda los años de vida suficientes para ver a Paty, mi pequeña, desenvolverse en el mundo de la museología y del arte. Me da la sensación que no merezco la familia que tengo.
¿Le dan mucho trabajo los nietos?
No, ninguno. Los “soporto” poco.
¿Y alegrías?
Muchas. Verlos correr, jugar… pero los hijos son hijos y los nietos son los hijos de los hijos.
¿Su vida en el plano religioso?
Soy católico, sin más adscripciones.
¿Cómo le gustaría que le recordaran?
Como un hombre bueno, antes que como un buen médico.
Para terminar y como estamos en una revista colegial, ¿qué opinión le merece el Colegio de Médicos de Salamanca?
Una buena opinión, por la expansión tanto cultural como social que ha cumplido en los últimos años, además de cumplir las dos funciones para mí primordiales, como son la defensa de la ética y el reciclaje de los médicos. Va para arriba con fuerza.
¿Alguna idea para mejorar su gestión?
Creo que los actuales dirigentes lo están haciendo muy bien. Lo digo como lo pienso.
Un libro
Varios libros, de teoría del arte, de estética, pero si tengo que decantarme por uno: La historia de la filosofía, de Julián Marías.
Un disco
La novena sinfonía de Beethoven.
Una película
Milagro en Milán, de 1950, de Victorio de Sica.
Un plato
La paella que hace mi mujer.
Un defecto
Creo que tengo muchos, pero por citar uno: el tocar muchas cuestiones y profundizar poco.
Una virtud
No lo sé, no me las veo. Si señalase una, dejaría de ser virtud posiblemente.
Un amigo
Dos, Agustín Ríos y Antonio Prieto Calvo.
Un enemigo
No considero que tenga. Otra cosa es que alguien me considere a mí enemigo.
Una religión
La católica.
Un chiste
Uno de catedráticos
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