Texto: Jesús Málaga
Fotografías: Andrés Santiago Mariño
La botica era una de las dependencias más importantes del hospital. En ella se guardaban los remedios para los pacientes y de ella se encargaba una persona que controlaba el peso de los específicos guardados, custodiaba los mismos y recibía unos emolumentos por su labor. El mancebo vivía en el hospital para estar dispuesto a dispensar en todo momento el medicamento requerido por el médico.
La botica del hospital tenía permiso para vender específicos fuera del recinto ya que su puerta estaba fuera de la clausura, a cambio surtía gratis o a muy bajo precio las medicinas del centro. Cuando no se encontraba persona para este cometido las autoridades hospitalarias encargaban para abastecer de medicamentos al hospital al boticario de una farmacia de prestigio de la ciudad, que fuese hábil en las artes farmacéuticas, además de fiel y caritativo.
Las drogas depositadas en la botica del hospital estaban inventariadas y el boticario se encargaba de realizar las aguas, zumos y destilaciones. Se encargaba también de comprar las drogas, la miel y el azúcar paraque siempre hubiera existencias en los estantes de la botica, pero avisando previamente del estipendio al administrador general. En los casos de negligencia en la compra de drogas, el boticario podía sufrir la imposición de una pena o incluso ser expulsado del cargo siempre que la falta de un medicamento supusiera un grave perjuicio para alguno de los enfermos.
El boticario asistía a la visita que los médicos y los cirujanos realizaban habitualmente a los enfermos, llevando una tabla donde asentaba los remedios recetados por los galenos. Una vez terminada la observación se trasladaba a la farmacia del hospital donde realizaba los remedios y los entregaba a los enfermeros para que se la administraran a los pacientes. Las purgas las daba el boticario personalmente, advirtiendo de las consecuencias al enfermo.
El hospital de la Santísima Trinidad mantenía dos barberos o sangradores que ejercían por meses igual que los médicos. Siempre elegían los mejores de la ciudad y se les permitía vivir cerca del hospital, para acudir enseguida cuando se les necesitaba. Acompañaban a los médicos en la visita a los enfermos y se encargaban de realizar las sangrías y de ponerlas ventosas a las horas señaladas por los médicos, siendo penados por las faltas cometidas en su oficio.
El portero se encargaba de controlar a cuantas personas entraban o salían del recinto hospitalario y de vigilar las pertenencias que llevaban consigo. Vivía en el centro sanitario observando la puerta claustral, abriéndola en verano a las cinco de la mañana y en invierno a las seis, y cerrándola en verano a las ocho y en invierno a las seis de la tarde. Conocía las contraseñas de llamada de los empleados del hospital que vivían fuera de clausura y tocaba una campanilla para avisar a los que esperaban la apertura de la puerta cuando estaba lejos de la misma.
Se encargaba de que no entrasen en el hospital las personas sospechosas y que las visitas de los enfermos no introdujesen fruta, vino o alimentos no recomendados para los enfermos. Sí se permitía pasar bizcochos y dulces por no considerarlos perjudiciales para los pacientes, pero se avisaba al enfermero para que el enfermo no los tomase fuera de las horas establecidas.
Controlaba también las salidas de los empleados que debían permanecer en clausura y en caso de que se repitiesen con frecuencia las ausencias debía advertir de las mismas al administrador del hospital. Se encargaba de recibir y de colocaren los lugares de espera a los pacientes que venían de la ciudad o de sus alrededores a consulta ambulatoria con el médico. Al paciente que ingresaba le acompañaba hasta su cama, y recogía sus vestidos y pertenencias para depositarlo en la ropería del hospital. Una vez sanado el paciente se les devolvía a su domicilio, en los casos de muerte se vendían para beneficio del hospital, al mejor postor, en presencia del portero, dando cuenta del resultado de la venta al administrador.
El portero limpiaba la iglesia, ayudaba al cura en todo lo que le solicitaba, llevaba cuenta de las misas que estaban comprometidas por el hospital, anotándolaspara dar conocimiento al diputado comisario, se encargaba de llamar a los 24 diputados para las juntas mensuales, repartiendo entre ellos las correspondientes cédulas de citación firmadas por el administrador general y limpiaba el lugar de reuniones de los diputados. Asistía pasivamente a las juntas, de la puerta para fuera, por si se necesitaban sus servicios o para avisar de la llegada de alguna persona citada por la autoridad del centro.
El hospital era auxiliado por un mozo que utilizaba una mula para traer el agua, la leña, los carneros y las viandas para las colaciones de los pacientes y cuidadores que vivían internos en el hospital. El mozo se encargaba también de cavar las fosas de los pobres que morían en el centro sanitario, excavadas en la iglesia o en el malvar. Por estas obras extras no recibía gratificación, solamente el sueldo. En todo momento estaba a las órdenes del administrador general o del diputado del mes que estaban obligados a tenerle ocupado. Cada año se nombraba un diputado archivero que era el encargado de guardarlos documentos de la congregación. A este diputado se le confiaba la custodiade la llave del archivo, la limpieza y orden de las escrituras y realizar un índice de los documentos guardados.
El abogado se contrataba por un periodo de dos años y era seleccionado entre los letrados más ilustres de la ciudad. Su cometido era aconsejar al administrador general y a los diputados comisarios sobre los pleitos, así como defender al hospital en los juicios y causas emprendidos contra el centro sanitario. Aconsejaban a la congregación en su sreuniones habituales.
El solicitador se elegía entre los procuradores de Salamanca y estaba a las órdenes del administrador y del diputado comisario de pleitos, y en permanente contacto con el abogado y los jueces.
El viejo edificio del hospital de la Santísima Trinidad, situado en la calle Marquesa de Almarza, sufrió a lo largo de los años muchas obras y remodelaciones. En 1857se trasladó al patio del hospital parte del claustro de San Francisco el Grande que había sido destruido en la francesada y en la explosión del polvorín de San Vicente, después de la Guerra de la Independencia. Desde la iglesia de San Polo se trasladaron cuatro de las treinta esculturas que decoraban su fachada, fueron colocadas en las esquinas del claustro y representan santos titulares de los hospitales desaparecidos. Las ménsulas donde descansan dichas esculturas proceden de la capilla de los Enríquez, que tenían las armas de la casa, pero que fueron sustituidas por la cruz de la Santísima Trinidad.
La capilla conserva parte de la del Ecce Homo, de la iglesia de San Adrián, maravilloso templo gótico desaparecido para realizar el trazado actual de la calle de San Pablo. En la capilla se encuentra el sepulcro de la Beata Bonifacia, fundadora de las Siervas de San José.
Cuando el Hospital de la Santísima Trinidad, de la calle Marquesa de Almarza, se convirtió en un sanatorio no apto para ejercer la medicina de principios de siglo XX, se pensó en la construcción de un nuevo hospital. La falta de recursos económicos para tan gran empresa hizo que fuera la Diputación del Hospital quien llevara a efecto la obra.
Estamos hablando de unos años donde imperaban las ideas higienistas que hicieron que en el proyecto del nuevo hospital se diseñaran pabellones separados, aunque comunicados por una galería de doble planta para asegurar la ventilación que entonces era considerada una de las claves para combatir las enfermedades en general1.
Eligieron para construir el centro sanitario un lugar extramuros, en una ligera elevación de terreno, bien orientado hacia el oeste, en la dirección de los vientos dominantes y cercano al centro de la ciudad de la que dista menos de un kilómetro, pero lejos del caserío de entonces.
El proyecto inicial se debió a Joaquín de la Concha cuyo hermano era diputado del hospital, que eligió como modelo el Hospital Militar de Madrid, con pabellones aislados. A los pocos meses Joaquín de la Concha fue sustituido por Pedro Vidal que era el arquitecto municipal. Este nuevo arquitecto modificó los planos en 1899, con la incorporación de una galería acristalada de dos pisos que comunica entre sí los pabellones, y que posibilitaba a los enfermos ya los sanitarios transitar por el hospital sin tener que salir a la zona ajardinada.
No se llegó a construir la capilla prevista y tampoco el pabellón para enfermos contagiosos. En el primitivo proyecto se preveía construir un depósito de cadáveres, lavaderos, salas de operaciones quirúrgicas que fue sustituido en el proyecto del arquitecto del Ayuntamiento por un pabellón de servicios.
Las obras comenzaron en 1896 con la construcción de una cloaca que desaguaba en el arroyo del Carmen, después de atravesar la Plaza de la Fuente. Como parte de este arroyo estaba al descubierto, el que las inmundicias del hospital pasaran por el casco urbano produjo un gran disgusto entre los salmantinos que llegaron a protestar airadamente.
En 1899 se comenzaron las cimentaciones a cargo del contratista Bernardo Martín Pérez. Moneo suministró el material de hierro y realizó las majestuosas rejas de la entrada.
En 1904 se terminaron el Pabellón de Servicios Generales, un pabellón de enfermos, el que se sitúa a la izquierda, la galería acristalada y un bloque de dependencias auxiliares. El de derecha estaba todavía en cimientos y con el tiempo se destinaría a mujeres como el de la izquierda a hombres. El hospital terminó de construirse en 1907costando la obra y el amueblamiento la impresionante cifra de 906.591 pesetas.
Al final, el hospital contaría con tres pabellones enlazados por dos galerías acristaladas y otras dependencias de servicios. Repasando la prensa del momento, sabemos que el hospital fue muy bien acogido como centro sanitario moderno, pero fue muy criticado por su arquitectura, que era considerada inferior, comparada con los grandes monumentos de la ciudad. Por primera vez se daba más importancia a la arquitectura funcional que a la artística. Todavía había un gusto barroco en la sociedad salmantina que chocaba frontalmente con la sencilla línea del hospital de la Santísima Trinidad. El arquitecto municipal, con este edificio, se alejaba de la arquitectura historicista, tan en boga en Salamanca a principios del siglo XX.
El edifico tiene pisos de seis metros de altura para permitir la ventilación, siendo la altura total los catorce metros. El pabellón central se estructura en ejes verticales de vanos que es coronado por una peineta con el nombre de la institución y el escudo del hospital. Esta fachada llegó a tener un reloj rodeado de flameros que remataba en un cupulín abierto como si fuera un mirador u observatorio. Así mismo, había una veleta que indicaba la dirección del viento, tan importante en la mentalidad higienista de principios del pasado siglo. El reloj, la ornamentación de su entorno y la veleta desaparecieron en un momento no conocido. La galería recuerda a un claustro como el de la Universidad y la capilla mantiene un estilo neogótico de gusto dudoso. El padre Cámara, obispo de Salamanca, fue el encargado de su inauguración y el impulsor de su construcción.
Hasta la construcción del Hospital Provincial por la Diputación en el barrio de San Vicente fue el Hospital de la Santísima Trinidad el único centro sanitario hospitalario de Salamanca. A mediados de los años veinte del pasado siglo pasaría a ser un centro asistencial privado con pabellones militares en la Guerra Civil y en la posguerra. En la actualidad atiende enfermos privados o afiliados a seguros privados.
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