Treinta años después de su estreno, y de su éxito arrollador tanto en las taquillas y la Academia de Hollywood –cinco Oscars: mejor película, director, guión adaptado e intérpretes principales– como entre la crítica, el segundo largometraje rodado en Estados Unidos por el cineasta checo Milos Forman, Alguien voló sobre el nido del cuco, conserva intacta su fuerza expresiva y dramática, aunque alguna de sus referencias culturales –o, más exactamente, «contraculturales»– hayan quedado superadas con el tiempo
No es fácil diseñar y aplicar un sistema de información sanitaria, y más en concreto en Atención Primaria de Salud, que pueda ser utilizado para la evaluación y control de calidad. Lo más parecido que hemos tenido es la Cartera de Servicios, diseñada en el Insalud en los años 90 y heredada por el Sacyl.
Para la mayoría de los espectadores españoles, las siglas M*A*S*H remiten a una serie de televisión difundida en los años ochenta. Pero pocos sabrán quizá que su origen se encuentra en la película del mismo título, dirigida por Robert Altman en 1970. La vida cotidiana en un hospital de campaña estadounidense durante la guerra de Corea sirvió al cineasta para llevar a cabo una de las «gamberradas» cinematográficas más inteligentes de los últimos cuarenta años, en torno a las figuras de unos médicos militares y en plena expansión de la estética «hippy».
Los recursos humanos son el principal activo de que dispone la sanidad pública española, todo el mundo acepta que si nuestra sanidad está considerada una de las mejores del mundo, es debido fundamentalmente al buen hacer y al sacrificio de sus profesionales. Sin embargo, las diferentes administraciones han descuidado de forma suicida este apartado. Las consecuencias son graves, la desmotivación de los trabajadores del sistema es uno de los problemas más importantes a los que debe enfrentarse hoy nuestra sanidad para poder seguir disfrutando de la situación que ahora ocupa. Esta desmotivación es especialmente perceptible en el colectivo de los médicos hospitalarios, a ella contribuye, sin lugar a dudas, la alta edad media de los que tienen plaza en propiedad (por encima de los 50 años) y la inestabilidad en el puesto de trabajo de los más jóvenes.
El reciente lanzamiento en soporte DVD de Kinsey, de Bill Condon, es una buena oportunidad para rescatar del olvido un filme sorprendente, que no tuvo la suerte que merecía ni con la crítica ni con el público. La peripecia humana de Alfred Kinsey, que en los años cincuenta del pasado siglo desató una gran polémica con sus estudios sobre la sexualidad, es el eje sobre el que gira una de las biografías cinematográficas más atractivas de los últimos años.
Desde hace largo tiempo lleva rondándome por la cabeza el escribir este artículo para publicarlo en la página de arte que creé en nuestra revista médica. Por fin he podido hacerlo después de vencer tres obstáculos que me parecían infranqueables: vencer la timidez para describir una anécdota en la que yo soy coprotagonista, el temor de que mi genético barroquismo andaluz pudiese oscurecer y estropear el bellísimo momento que deseo relatar, y tener la osadía de malparodiar y reproducir la corta y bellísima creación literaria del gran escritor que es Luciano González Egido al redactar su anécdota. No sé por qué razón psicológica he logrado hacerlo. Quizá haya contribuido a ello un cierto envalentonamiento al leer el texto que valora la descripción anecdótica en el magnífico artículo publicado recientemente con motivo del año cervantino y con cuyos primeros párrafos hago presidir y adornar este trabajo.
Según el mito clásico, un titán de nombre Prometeo fue el artífice de los primeros seres humanos, y al robar a Zeus el fuego eterno con el que crear la vida desató la ira de éste. Mucho tiempo después, una joven de diecinueve años, ayudada por su pareja –el famoso poeta Percy B. Shelley–, rescató la leyenda y la convirtió en una de las obras literarias más llamativas del siglo XIX. Su título es «Frankenstein», y la versión cinematográfica más conocida, la dirigida por James Whale en 1931, traducida en España como El doctor Frankenstein.
En la más reciente película del australiano Peter Weir hay barcos, batallas, cañonazos, un carismático capitán al mando de una tripulación supersticiosa y una detallada descripción de la vida a bordo de un navío de la armada inglesa. Y en ese fragor destaca la fascinante figura de un médico, el doctor Stephen Maturin, que va ganando en importancia a medida que avanza la narración.
Durante este año se está celebrando el cuarto centenario del Quijote, el libro que escribió Miguel de Cervantes y que ha adquirido fama universal y ha sido traducido al francés, inglés, alemán, italiano, rumano, chino, japonés, persa… y a otros muchos idiomas más. Naturalmente, el indiscutible protagonista de la obra es el Hidalgo don Quijote de la Mancha, pero junto a él hay un personaje muy entrañable: su inseparable escudero Sancho Panza. Juntos los creó Cervantes y juntos vivieron emocionantes aventuras. No se concibe a Don Quijote sin su fiel escudero Sancho, y éste no sería nadie de no haber sido el escudero del Caballero de la Triste Figura.