La pintura mediterránea de Lorenzo González

Por Miguel FERRER BLANCO,
de la Real Acedemia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga

*Texto recogido en el catálogo de la exposición.

Lorenzo González nos sorprende (estos días en Fonseca) con una gran exposición. Treinta cuadros de gran tamaño que componen un exquisito concierto en el se ve, se disfruta y también se oye una auténtica sinfonía cromática.

No cabe duda de que Lorenzo González es poseedor de un sentido plástico muy original y personalismo en todos sus detalles para elaborar una gran pintura. El origen de cada obra está siempre en el pensado y meticuloso dibujo con el que se elabora la composición de la manera más ortodoxa posible, muy bien estudiada y dispuesta su robustez para luego alojar esa gama infinita de colores muy suyos y propios unas veces en forma plana y otras con exquisiteces matéricas, veladuras y tonalidades múltiples. El cuadro poseerá esos negros intensos de la gran pintura española de hoy tan elogiados por Campoy en Clavé y Millares, pero se alegrará con rojos intensos y toda esa maravillosa gama ciánica tan personalísima de Lorenzo en la que siempre brilla la pureza de los más limpios y sugerentes azules, violetas y verdes agrisados o esmeraldinos para componer una obra que, siendo moderna, aspira también a ser clásica. No es raro que en ella de vez en cuando aparezca un capitel corintio, una cabeza o un busto helénico, castos desnudos o una hojarasca o floración simbólica, quizás como homenaje a su maestro el pintor Aguilera, y a lo mejor sobre una mesa un rotundo cezanniano bodegón.

Todo ello comunica a esta gran pintura actual, con potencia germinal, verse dotada también de constantes recuerdos clásicos y eternos que nunca puede olvidar un arte tan noble e intelectual como la pintura que, además de dibujo y color, tiene que hablarnos de poesía, música, alegría vital, filosofía y literatura y recordarnos una historia que ha creado las más bellas civilizaciones clásicas de las que somos epígonos y que han hecho a Europa madre de la cultura actual. Esas civilizaciones se han generado en las orillas de un mar que llamamos nuestro.

Cierta potencia “fauve” es también innegable en la pintura de Lorenzo. Su “Interior rojo” puede hermanarse con algún cuadro de Matisse o Derain.

Cuando una gran exposición como ésta (la que se puede ver en Fonseca) le impacta a uno ya en la senectud y después de una vida en la que el amor al arte, y sobre todo a la pintura, ha sido una constante, le asaltan al espectador una serie de ideas, recuerdos y también protestas sobre cuestiones artísticas actuales que quizás no sea del todo estéril manifestar.

Mi encuentro con la pintura de Lorenzo González es ya muy viejo. Yo no lo conocía personalmente hasta que visité una exposición suya en la Galería Varrón, desgraciadamente desaparecida, en la que un hombre excepcional, Santiago Martín, al que posiblemente debemos los aficionados un homenaje, desarrollaba su gran contribución al arte invitando a exponer a conocidos pintores de vanguardia y jóvenes promesas, estudiando muy bien la calidad y el sentido creador en ellos, desechando imitaciones y banalidades artísticas.

En aquella exposición me llamó poderosamente la atención un pequeño cuadro con un tema al parecer infantil. Se trataba de un caballito de cartón sobre una tabla con ruedas, caballo de color rojo intenso, potente y bellísimo que inclinado ocupaba más de la mitad inferior del lienzo y sobre su lomo se veía un paisaje marino surcado por dos barcos de velas latinas, mar de los más puros azules y tornasolados verdes esmeraldinos con reflejos argento-rosados y una costa lejana con violetas y sienas de gran pureza.

El cuadro me impresionó tanto que volví a la galería a verlo varias veces y al fin acabé comprándolo. Lo colgué en la biblioteca y lo veo diariamente. Me sigue impresionando. Uno, cuando ama una cosa bella, la magnífica mentalmente y elabora su propia versión, quizás se trate de un delirio senil, pero paradójicamente compensador de otras carencias de la vejez. El caballito de bello e intenso color rojo ha dejado de ser infantil y pequeño para convertirse en colosal caballo de Troya, del que descenderán héroes homéricos para protagonizar la Ilíada, porque está instalado en algún lugar de la Hélade. Los colores del paisaje y el tema no pueden ser más clásicos y bellos, pues sobre las costas que bordean ese mar se han elaborado las culturas más exquisitas de la humanidad. Todo esto sabe decirme esta pequeña gran obra de Lorenzo González.

¿Por qué ahora se olvidan y rechazan deliberadamente estas influencias clásicas en la pintura contemporánea? ¿Por qué se intenta suprimir pedagógicamente en la Universidad disciplinas tan importantes como la Historia del Arte o la Musicología?

A los que hemos vivido el arte casi como una religión, nos asusta esa obsesión política de construir, sin parar en gastar millones, Museos de Arte contemporáneo cada cincuenta kilómetros. Monstruos metálicos a la Gehry, de los que ahora se hacen también múltiples, para llenar el mundo de frías y gigantescas esculturas abstractas y edificios monstruosos con costillares calatraveños situados al borde cauces fluviales casi secos, megalómanas construcciones de cristales multicolores más propios de un colosal caleidoscopio que hacen el ridículo al oponerse a la imagen de las maravillosas vidrieras de la catedral de la misma ciudad, y todo ello para albergar poco o nulo contenido artístico, como ocurre con nuestro vecino Patio Herreriano. Una reconstrucción perfecta arquitectónicamente de un convento al que se han adosado también otras buenas estancias, pero que se ha rellenado con las colecciones de varias empresas, no bien elegidas, y de cuya visita sale uno con la impresión de no haber añadido nada nuevo a su espíritu porque casi siempre han sido formadas por obras iniciales de artistas que no los caracterizan. No se descubre nada interesante, si acaso se acuerda uno de algún cuadro de Guerrero, Esteban Sánchez y uno que no lo caracteriza todavía, porque es muy antiguo, pero que está muy claramente bien pintado de Feito. Parece que estos magníficos continentes tienen escaso o nulo contenido artístico o ¿es que es más importante coleccionar firmas que obras?

Espero que Lorenzo me perdone este desahogo en la presentación de su portentosa exposición, pero es que uno no descarta lo nuevo si es bueno y todavía se emociona oyendo a Serrat cuando canta ostentóreamente su “Nací en el Mediterráneo” haciendo con ello un homenaje musical a todas las culturas clásicas.

Hay que felicitar al Departamento de Cultura de nuestra Universidad por la celebración de dos magníficas exposiciones en sus salas, la presente y la deslumbrante de Ramiro Tapia, el mejor magicista español. Dos exposiciones de artistas muy modernos que saben ser fieles a los cánones de la gran pintura de siempre.

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