por Aurelio Fuertes Martín
Los recursos humanos son el principal activo de que dispone la sanidad pública española, todo el mundo acepta que si nuestra sanidad está considerada una de las mejores del mundo, es debido fundamentalmente al buen hacer y al sacrificio de sus profesionales. Sin embargo, las diferentes administraciones han descuidado de forma suicida este apartado. Las consecuencias son graves, la desmotivación de los trabajadores del sistema es uno de los problemas más importantes a los que debe enfrentarse hoy nuestra sanidad para poder seguir disfrutando de la situación que ahora ocupa. Esta desmotivación es especialmente perceptible en el colectivo de los médicos hospitalarios, a ella contribuye, sin lugar a dudas, la alta edad media de los que tienen plaza en propiedad (por encima de los 50 años) y la inestabilidad en el puesto de trabajo de los más jóvenes.
Envejecimiento de las plantillas, inestabilidad laboral y desmotivación, constituyen la base de la problemática de los médicos especialistas. La administración del Sacyl tiene la obligación y también la oportunidad de resolver esta tripleta, y para ello dispone de tres grandes medidas, que correctamente utilizadas podrían invertir la situación:
1.- Jubilación a los 65 años. Con la edad se gana en experiencia, pero también se pierde en la puesta al día de conocimientos y en disponibilidad. Sin duda, es cierto aquel titular de periódico: “infeliz cumpleaños, doctor”. Los 65 años debería ser la edad habitual de jubilación, solamente ampliable de forma individualizada, y preferentemente año a año. En caso contrario, habría que hacer un ejercicio de imaginación para ofrecer otras alternativas de trabajo en los hospitales para los más mayores, como forma de aprovechar su experiencia. Y eso sí, una jubilación digna para los que se van.
2.- Oposiciones periódicas para la renovación de plazas vacantes o de nueva creación, con los mismos derechos y obligaciones que los médicos de plantilla actuales y con la misma jornada laboral. Después de la OPE extraordinaria sería una pena que dentro de unos años se repita la situación que acabamos de atravesar. Algunas comunidades autónomas ya están en este camino
“Las administraciones han descuidado de forma suicida los recursos humanos”
3.- Introducir ya una carrera profesional motivadora. Para ello debe cumplir tres premisas básicas, que sea objetiva, que prime de forma especial las competencias asistenciales, y que sea discriminatoria, que la base para ascender de categoría no sea solamente la antigüedad.
Aparentemente el Sacyl ha hecho el mismo diagnóstico de la situación que nosotros, pero apoyado y presionado por sindicatos del sector, plantea soluciones justamente en el sentido contrario al que parecería razonable: jubilaciones a la carta; nuevos contratos, que incluyen jornadas laborales no completas, con dedicaciones centradas en las guardias y con concesiones que no se siguen de una publicidad abierta y un baremo actualizado y, finalmente, dudas en la reafirmación del más que aceptable borrador de carrera profesional que ha circulado por los centros.
Para terminar de complicar la situación y acabar de desmoralizar a los profesionales, la Consejería de Sanidad se saca de la manga un decreto sobre jornada laboral y horario en los centros sanitarios, que tratan de vender como una mejora al limitar la jornada semanal a 35 horas, pero que en realidad desarrolla un confuso planteamiento de horas a cumplir, con el que pretenden quitar días de libre disposición antes concedidos o considerar como jornada de no trabajo las libranzas de guardia. Para rematar, pretenden que aquellos médicos que tengan que cubrir la mañana de los sábados lo hagan por 12 euros la hora, menos que lo que se paga a diario y exactamente como se viene mal pagando las guardias. Nuestras autoridades locales no saben o no contestan nuestras preguntas, al parecer tampoco ellos han entendido el texto.
“Envejecimiento, inestabilidad y desmotivación son la base de la problemática”
Este último decreto ha sido apoyado en exclusiva por CEMS y SATSE, dicen las malas lenguas que a cambio de la concesión por parte del Sacyl del complemento de exclusividad para todos, la penúltima aberración del área de Recursos Humanos. Sería bueno que estas noticias se confirmaran o en caso contrario se explicasen las razones de apoyar un decreto tan manifiestamente mejorable.
Desde la ADSP, que no es un sindicato sino un grupo de reflexión y opinión, hemos querido salir al paso de estos temas, en gran medida sindicales, porque del tratamiento que se les aplique va a depender el desarrollo, positivo o negativo, de la sanidad pública en nuestra comunidad autónoma.
Por Luis SANTOS GUTIÉRREZ
Tal es el de los que, sistemáticamente, responden a cualquier pregunta u observación que se les haga con la muletilla: no, (el “no” por delante), lo que pasa es que… y luego argumentan, tan frescos, en pro o en contra. Esta manera de contestar nada tiene que ver con la de la criada respondona de mis años mozos. Hoy, afortunadamente, no hay criadas. Son ya cosa pasada aquellas servidoras o chicas de servicio (siervas sería mejor decir) cuya obligación era faenar, ser sumisas y acatar sin más. Entonces, el rebelarse de las respondonas tenía el matiz de “contestar” en el sentido francés del término, o sea, de rechazar la propuesta. Y no era sólo lo malo que la moza respondiese (cuando debía callar) sino que lo hiciese con el “no” por delante, es decir, contradiciendo. Pero el espíritu de contradicción de los hiperfrénicos del siglo XXI es algo mucho más complejo y sutil.
Habría que aclarar que un hiperfrénico no es precisamente lo contrario de un oligofrénico. No es el generalmente tenido por superlisto, sino el acelerado mental (ya sea listo o tonto); el que en su conversar o relatar oral derrocha verborrea a raudales. Como la de los comentaristas radiofónicos que se interrumpen entre sí hablando todos a la vez; lo que hace el parlamento inentendible a la vez que plantea la duda de si hiperfrenia es, o no, lo mismo que psicorrea (diarrea mental, o sea).Ocurre además que si el hiperfrénico es (o él se cree) inteligente, la complejidad de su relación dialéctica con personas de rasero corriente llega a ser atosigante.
Habría que entrar en las motivaciones que llevan a muchos (listos y tontos) a responder, según su talante, con una u otra de estas dos frases igualmente contradictorias: “Sí, bueno, no” o “No, bueno, sí”. [Hay incluso un conocido futbolista que se ha hecho famoso por su facilidad para soltar ambas expresiones, sin inmutarse, en un mínimo espacio de tiempo]
Es especialmente insoportable el espíritu de contradicción de los hiperseguros. (Y en alguna medida, la hiperseguridad en las apreciaciones y decisiones tiene algo que ver con cierto tipo de hiperfrenia). Como decía al principio, es corriente que los acelerados, a poco avispados que sean, (y no digamos si pueden presumir de cierta cultura), inicien su respuesta dialéctica con un “no”. Aunque luego enderecen el discurso y terminen aviniéndose. [“No” es la primera palabra decisoria que el niño pronuncia, con conciencia intencionada, en su aprendizaje del lenguaje]. Ante cualquier proposición o sugerencia, el hiperfrénico contempla, en un flash instantáneo inconsciente, la totalidad de las variables del abanico argumental que suscita en su mente la cuestión que se le plantea. Y si es un hiperseguro condicionado por un espíritu de contradicción innato, lanza, en una milésima de segundo, una respuesta refleja (involuntaria) precedida siempre por un “no”. Es decir, selecciona, de entre todas las posibles, precisamente la opción contradictoria. Siendo innato, (no modificado por una educación posterior de su conducta), ese contestar ritual, replicando con un “no” de entrada, es absolutamente automático, es decir, no intencional; de manera que el que tal hace, no puede obrar de otro modo. Consciente de su fallo (que sabe irrita a su interlocutor) el repelente hiperseguro se las ve y se las desea para deshacer el entuerto de que partió. A veces, con habilidad pasmosa, lo consigue. Y logra algo tan difícil de conseguir como es defender, con argumentos convincentes, una tesis y la contraria. Lo que no dejade sorprender a los psicólogos.
Universal, al estar ligado a la lealtad corporativa de la naturaleza humana, es el espíritu de contradicción que enfrenta a las ideologías políticas de quienes ostentan el poder y los que aspiran a él desde la oposición. Demasiadas veces se ha visto en el Parlamento rechazar una ley razonable por la odiosa contradicción que exige el espíritu de partido. Y qué triste y lamentable es que, en política, más veces de las deseadas, el espíritu de partido coincida con el espíritu de contradicción.
A veces, el espíritu de contradicción no tiene nada que ver con tipos tan raros como algunos políticos, los hiperseguros o los acelerados. Y se da en gentes sencillas, sosegadas, probablemente condicionadas por un entorno atosigante que les hace reaccionar “a la contra”. En las tertulias de café, siempre hay un hiperseguro culto (¡ojo! al peligro de quien sabe de todo) que, creyéndose en posesión de la verdad, dicta los cánones a los que ha de ajustarse la charla. [Me viene a la memoria el pontificar dogmático del valioso personaje que es Antonio Marina] Con su conducta, los hiperseguros acaban hartando a los moderados que se rebelan haciendo gala de su soterrado espíritu de contradicción.
Con todo, pienso que es en el ámbito doméstico donde resplandece, con mayor evidencia si cabe, lo que antecede. Mi mejor amigo es un endiosado hiperseguro que no sabe la suerte que tiene compartiendo vida con una criatura dulce y sosegada, si las hay. Pero que, atosigada de continuo por la prepotencia de su compañero, a veces, poquísimas, se rebrinca. Y él, apuntando tintes de oligofrénico, llega a pensar que es ella quien refleja (nunca mejor dicho) cierto espíritu de contradicción cuando le rebate. Ocurre que, de puro listo, el hiperfrénico acelerado incide él mismo en delirio de persecución dando la mano, al otro lado del infinito, a lo que es el colmo de la memez… Yo a veces le digo que tiene que hacerse ver…
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