El arte
que no emociona
ni evoca
no es arte,
es sólo oficio.
BAUDELAIRE
En su aspecto más simplista, el poder se identifica con el efecto (cuantificable) de las fuerzas físicas de la naturaleza; o, lo que es lo mismo, se mide por el resultado de las interacciones entre los elementos materiales del universo. Las responsables del orden sideral que conlleva la gravitación, el fuego, la luz, las distintas otras formas de energía…
La repercusión que han alcanzado recientemente entre nosotros varias series de televisión estadounidenses, el apreciable nivel de calidad de algunas de ellas y la creciente influencia de este medio sobre el cine nos animan a incluir en esta sección–dedicada a comentar películas destinadas a las salas de exhibición– un comentario sobre la que ha sido la auténtica revelación de la temporada. El hecho de que la acción de House, emitida por Cuatro, se centre en un hospital y su protagonista sea el polémico doctor cuyo apellido le da título, justifica, a nuestro juicio, esta excepción.
Biblia, poesía y retórica, se valen de diferentes géneros o modos de lenguaje de acuerdo con los contenidos de su materia, sus fines y, en definitiva, con el tipo de mensaje que, al expresarse, emiten. Son modalidades de lenguaje parejas a las que, en su ámbito, utiliza el arte.
Se cumplen ahora cuarenta años desde que el maestro John Ford clausurara su dilatada trayectoria cinematográfica de una forma tan espectacular como sorprendente. Espectacular, porque Siete mujeres (1966) tiene la solvencia visual y la brillantez narrativa características de las mejores obras de su autor; sorprendente, porque, revisando muchas de las concepciones que había sostenido a lo largo de buena parte de su carrera –como había hecho ya poco antes respecto del género del Oeste en la formidable El hombre que mató a Liberty Valance–, Ford plantea de frente en este filme unos temas que espantarían a muchos de sus incondicionales. En el centro de la acción, una mujer: la doctora Cartwright. Y en el núcleo mismo del argumento, su condición de médico y su manera de entender la profesión
No todo es malo en la senectud, cuando de nuevo brotan en nuestro cerebro grandes momentos de admiración por la belleza, ahora quizás con más afilada sensibilidad y poder de aprehensión de la misma. Se magnifican de nuevo esos momentos de admiración. Cuando me enfrento ahora con los cuadros del que siempre admiré, de Gregorio del Olmo, el malogrado gran pintor de la Escuela de Vallecas, se me agiganta su figura artística. Don Daniel Vázquez Díaz del que fui gran amigo y con quien pasé muchas horas en su estudio de María de Molina 56, sentía una absoluta predilección por Gregorio del Olmo. El cuadro Niña con palillero rojo es sencillamente una maravilla: siempre que lo veo me emociono al contemplar cómo entra la luz por una ventana para iluminar e idealizar esa niña, colocada en ideal posición y la expresión de su rostro. Carmen al piano e Indiferencia son otras muestras magníficas de este gran pintor.
Pertenezco a un grupo, a una tribu, que se atrevió hace años a salir de su cápsula-consulta y comprobó que el aire científico era respirable, que también podía desarrollar su profesión de una manera cercana a la comunidad donde trabaja, conociendo así de primera mano su vida cotidiana, lo que le permite descubrir el pensamiento, las contradicciones, los recuerdos, las miserias humanas, los tabúes, anhelos, necesidades, los hábitos y estilos de vida de sus cupos de tarjeta sanitaria.
El centenario de la concesión del Premio Nobel al español Santiago Ramón y Cajal nos lleva a recordar una película no demasiado brillante pero que figura entre lo poco que el audiovisual de nuestro país –famosas series de televisión al margen– ha dedicado a figuras de investigadores, científicos y médicos en particular. Adolfo Marsillach puso rostro al protagonista y un cineasta argentino tan prolífico y comercial como poco afortunado –León Klimovsky– se encargó de la dirección de Salto a la gloria.
Habituado a desempolvar viejos catálogos de mi biblioteca, recientemente me he topado con uno especial. Se trata de un homenaje, impulsado por Manuel Santonja, que se le hizo en el Museo de Salamanca al desaparecido pintor salmantino Ricardo Montero en 1988. En él colaboramos varios amigos suyos. Mi intervención en concreto se materializó en un apasionado elogio al pintor, que traigo a estas páginas porque creo que se trata de un artista que Salamanca no debe olvidar. Ricardo Montero fue una figura capital en la evolución y el desarrollo del arte abstracto y así lo reconocieron y elogiaron los críticos del momento, entre ellos nombres de la talla de Calvo Serraller, Carlos Areán o Enrique R. Panyagua.
El Gobierno ha vuelto a introducir en la Ley de Presupuestos medidas que regulan algunos aspectos de las bajas laborales, que no deberían ser regulados en esa Ley.
Se han dictado medidas aún más limitativas de la gestión de las bajas laborales (I.T. / Incapacidad Temporal) dando más atribuciones a la entidad gestora de la Seguridad Social (INSS) en detrimento de las competencias de los médicos de los Servicios Regionales de Salud.
Estas medidas no importan tanto en sí mismas, como por la tendencia normativa que suponen y la limitativa concepción de protección social que dejan traslucir.