Desde hace largo tiempo lleva rondándome por la cabeza el escribir este artículo para publicarlo en la página de arte que creé en nuestra revista médica. Por fin he podido hacerlo después de vencer tres obstáculos que me parecían infranqueables: vencer la timidez para describir una anécdota en la que yo soy coprotagonista, el temor de que mi genético barroquismo andaluz pudiese oscurecer y estropear el bellísimo momento que deseo relatar, y tener la osadía de malparodiar y reproducir la corta y bellísima creación literaria del gran escritor que es Luciano González Egido al redactar su anécdota. No sé por qué razón psicológica he logrado hacerlo. Quizá haya contribuido a ello un cierto envalentonamiento al leer el texto que valora la descripción anecdótica en el magnífico artículo publicado recientemente con motivo del año cervantino y con cuyos primeros párrafos hago presidir y adornar este trabajo.
Ronda estaba enriscada en la sierra, como una prolongación
natural del paisaje, y, a la luz del sol, me pareció
la ciudad más hermosa del mundo.
Juan Goytisolo
Ante el reciente fallecimiento de Juan Barjola, uno de los más reconocidos y singulares pintores españoles de la segunda mitad del siglo XX, nuestro colaborador habitual de arte, Miguel Ferrer, amigo íntimo del artista, homenajea en estas páginas una de sus facetas más brillantes, la tauromaquia.
Estimo oportuna la difusión de este artículo, que figura en dos publicaciones de nuestra Sociedad de Conciertos, a raíz de lo escrito por el crítico musical de un importante diario madrileño afirmando que por primera vez ha sido posible oír en Madrid esta Sinfonía de Mahler en 2004. Lo cierto es que en Salamanca esto ocurrió el 29 de octubre de 1976 en el gran concierto con el que nuestra Sociedad inauguró la temporada 1976-1977.
Reproducimos en estas páginas el bello artículo con el que nuestro colaborador habitual de arte, D. Miguel Ferrer, homenajea a Martínez Novillo, uno de los mejores paisajistas españoles, con motivo de su última retrospectiva que acaba de celebrarse en Soria
San Eloy acoge parte de la magnífica colección reunida por Miguel Ferrer durante una vida de pasión por el arte
Sí. No cabe la menor duda, a Salamanca le van muy bien los aires de libertad. En los primeros años de la última república ya lo hizo notar el escritor soviético al hablar de ella como una ciudad alegre, señorial y bulliciosa. Luego Carmen Laforet diría: “La alegría de Salamanca es algo más profundo, es una alegría parecida a la que a algunas personas les labra una sonrisa en las comisuras de la boca y les vuelve los ojos resplandecientes, como si ardiera en ellos, siempre, una oculta lámpara”.
Sólo una artista como ella, pintura por los cuatro costados, con raíces genealógicas bien hundidas en el corazón de la charrería, podría ofrecernos esta espléndida antología de los trajes y las galas de los hombres y mujeres de los campos salamanquinos.
¿Sabríamos los límites
de los universos de Holbein,
Durero, Rembrandt, Goya
y Picasso si no hubieran grabado?