Por Miguel FERRER BLANCO,
de la Real Acedemia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga
Si se escribiera un Evangelio
de las Artes Plásticas
necesariamente empezaría así:
“En el principio fue el dibujo”.
El hombre empezó a dibujar
talismanes mágicos en Altamira,
Lascaux y Cogull.
Alberti definió poéticamente el
dibujo como “andamio y sostén
de la pintura”.
¡Dibujos españoles de los Beatos,
de Berruguete, Carducho, Ribalta,
Pacheco, Herrera, Velázquez,
March, Castillo, Cano, Carreño,
Rizi, Coello, Murillo, Goya,
Rosales, Gris, González, Picasso!
Las humildes florecillas silvestres
de las cunetas se magnificarán
por los lápices de Chagall.
¿Cuántos palillos de dientes
utilizaría Picasso para crear en
las Artes de Nimes su monumental ballet de la Tauromaquia
valiéndose de tinta china?
La vida inglesa se alegró con el
erotismo postvictoriano de los
dibujos de Beardsley.
En el circo de los clowns, payasos,
ciclistas, ecuyeres y funámbulos
siguen haciendo piruetas
por los dibujos
de Toulouse-Lautrec.
Vicente Aleixandre definió
como “poesía en línea” los dibujos
grecorromanos de Gregorio Prieto.
Carnaciones divinas y juvenil
exuberancia en las adolescentes
de Renoir.
Fuenterrabía y La Rábida han sido
exaltadas por los hachazos
dibujísticos de Vázquez Díaz.
¡Dibujos de escultores! Con qué
sabiduría logran Núñez Sol
y Cristino Mallo voluminizar sus
dibujos con puntos de luz.
Goya es más espontáneo en las
sanguinas de los toros
de Burdeos que en los grabados
de la “Tauromaquia”.
Las tijeras que mejor han sabido
dibujar son las de Matisse cuando
crean los “gouaches decoupées”.
Economía metafísica en los dibujos
de Giorgio Morandi.
Abismos de negrura judicial
en los dibujos de Juan Barjola.
La perdiz en vuelo y el ciervo en
el monte son más lentos
que un carboncillo en la mano
de Álvaro Delgado.
Víctor Hugo y Baudelaire
descansaban de sus quehaceres
literarios dibujando.
Flazman hizo aún más bellas
y visuales la Ilíada y la Odisea.
Gleizes, Metzinger y Gris dibujaron
hasta el infinito para establecer
las bases del cubismo.
En los Orpheos de Jean Cocteau
hay siempre una línea continua
y melódica como si quisiera
musicalizar el todo uniendo al
hombre con la lira.
Picasso ha distorsionado tanto a
fuerza de desdibujo la figura
humana que casi la ha destruido
para el arte venidero.
Unamuno, hombre de letras y de
palabras, recurrió al dibujo
y derramó toda su ternura
en el retrato del niño Raimundín
que llevaría siempre en la cartera.
¿Sabríamos los límites
de los universos de Holbein,
Durero, Rembrandt, Goya
y Picasso si no hubieran grabado?
Los mamelucos de los grabados
goyescos fueron lidiados
por los españoles en la calles
el dos de mayo.
En “Rosa Vera” se han destilado
los más bellos grabados
de los buenos artistas
españoles actuales.
¡Qué difíciles son de sujetar
los caballos grabados
por Marino Marini!
Las máscaras y destrozonas de
Solana bullen en los aguafuertes
con más fuerza que en la pintura.
En la lito “Barbería de pueblo”
casi se oye el deslizar
de la navaja por la cara aldeana.
Cipión y Berganza ladran
y dialogan con caras filosóficas
en la litografía de Alcorlo
del “Coloquio de los perros”.
Dimitri Papageorguiu ha tendido
un puente de rosas entre Grecia
y España para uso de nuestros
grabadores.
En los aguafuertes de Ricardo
Baroja cabe casi la prosa
de su hermano.
La Soria machadiana, la Mancha
de Azorín y la Cuenca
de Gerardo Diego quedan
completas con las litos
de García Ochoa
y los aguafuerts de Redondela
y Martínez Novillo.
¿Volamos al espacio en uno de
esos artilugios que hay en los
aguafuertes de Antonio Lorenzo?
Los grabados de la “Suite Vollard”
de Picasso exaltan la biología
de la pareja humana. “El artista
y la modelo” nos recuerda
siempre los cromos infantiles
del león y la leona en reposo.
Los negros más silenciosos
de la pintura española
y el albo guante del caballero
están siempre presentes
en los grabados al carborundum
de Antonio Clavé.
Juegos de agua entre arrayanes
y magia nazarí en los grabados
de Eusebio Sempere.
Lionel Fininger grabó sus veleros
para que ganaran
todas las regatas.
Barjola, Caballero y García Ochoa,
tres espléndidas tauromaquias
para seguir la tradición goyesca.
¿Cómo lograría Jacques Billón
esos colores empastelados en la
“Ecuyere de la alta escuela”?
El blanco, el gris y el negro de un
grabado de Henry Moore dan idea
perfecta de las oquedades
de su escultura.
Joaquín Vaquero expone al sol,
en sus serigrafías los costillares
de la meseta.
¿Dónde empieza y dónde acaba
esa serpentina mágica que lucha
por salirse de los aguafuertes
de Fernando Sáez?
Grabar es herir, morder y arañar,
que corra la “sangre”,
que se empape el “vendaje”
y que la espera y el dolor
de la creación
hagan bello el hallazgo
en el momento de descubrir
la “herida”.
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