Por Miguel FERRER BLANCO,
de la Real Acedemia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga
Reproducimos en estas páginas el bello artículo con el que nuestro colaborador habitual de arte, D. Miguel Ferrer, homenajea a Martínez Novillo, uno de los mejores paisajistas españoles, con motivo de su última retrospectiva que acaba de celebrarse en Soria
Martínez Novillo, que había vivido intensamente la elementalidad y rudeza de su tierra vallecana, con una retina y sensibilidad exquisitas ha sabido ir limando asperezas para darnos una obra pura, elemental y honda, sufrida, creada para ir siendo luego sublimada y elevada a las más altas cimas de un arte hecho universal, resultado de la conjunción del hombre artista con “su” paisaje. Crear es sufrir y desgarrarse continuamente, con seriedad y ascetismo. Nunca se han visto más claras las auténticas raíces de una obra, cosa que sucede raras veces, autenticidad sin menoscabo del poder creador, esa condición que hace cada vez más puro el esfuerzo titánico del artista y del que surge la obra sentida, magna y potente.
Cualquier pintor dotado e intelectualizado puede adivinar y sentir el paisaje y llevarlo al lienzo, pero el observador sagaz descubrirá siempre en esa “buena” pintura una versión literaria, puramente plástica, no racialmente vivida y sincera. Será siempre un paisaje aprendido, no aprehendido. Novillo, y ese es el maravilloso juego del arte puro, tiene sus raíces muy profundamente clavadas en la tierra y por ellas le asciende en torrentes sabia nutricia y vivificadora que le hace llevar lo local a universalidad. Lo que hizo Cézanne con la Provenza o Béla Bartóken sus danzas rumanas.
Martínez Novillo ya nos había dado espléndidos ejemplos de sus dotes para sublimar el paisaje. Recordemos sus versiones de Cuenca, “casi en volandas” que diría Federico Muelas, la machadiana versión de las tierras de Soria de la mano de Gerardo Diego, la soledad reverberante de las playas de Cullera que le sirvió para definir la luz levantina de forma real y antinómica frente al falso luminismo levantino que sólo era “instantismo” sorolliano. Y hasta cuando su concentración creadora traduce y potencia psicológicamente el modelo de un retrato, como ocurre con el del pintor Juan Barjola, surge inconscientemente un paisaje germinal del más puro y sincero ocre vallecano en la frente del retratado. Siempre han estado presentes en su obra su españolísimo, pobre y submesetario paisaje natal y esas constantes imperecederas del buen arte español: el expresionismo constructivo y el tratamiento velazqueño de la luz.
La realidad para Martínez Novillo es eros terrenal sin aristas morbosas, retorno al seno original, redescubrimiento de sus raíces y de una versión solar incontaminada, facilidad de identificación con todo aquello que surge del seno de la tierra. Su duro realismo inicial pasó por una etapa de esqueletización abstracta del paisaje que ha desembocado luego en un expresionismo definidor y colorista, luminoso, suculento de materia y riquísimo de matices. Ahora todo se ha hecho más fino, sensible, puro y todavía más luminoso en la gloriosa madurez de su quehacer, la limpidez absoluta de una obra perfecta, clara, sin la menor asperezade un toque de espátula, sin un grumo de materia, generada a golpe cariñoso de un pincel “acariciador” que multitonaliza el color hasta el punto en que grandes zonas del lienzo son solamente eso, tonos infinitos de grandes masas de color, los suyos cálidos de siempre o esas gamas ciánicas tan difíciles que creo no tienen comparación en la pintura española. Sinfonías perfectas de color cuyos infinitos matices poetizan y musicalizan el conjunto. Recuerdo a este respecto una cena inolvidable con el maestro Markevitch en la que, al elogiarle la impresión que me habían causado los silencios profundos que imprimió a su versión de la Séptima Sinfonía de Beethoven, me explicó lleno de entusiasmo que uno de los más difíciles logros en la dirección orquestal es que, entre los acordes rotundos, el silencio paradójicamente fuese sonoro. Es exactamente lo que Martínez Novillo logra en su pintura actual, que sus modelos envueltos en luz específica, con su atmósfera propia y vivificados con su expresividad temperamental hacen que suenen también esas “voces del silencio”, que decía Malraux, con sus infinitos acordes.
Este paisaje se define siempre por un deseo de comunicación terrenal. El paisajista del impresionismo, cuando se comunica con la tierra es un espectador de ella; el paisajista del expresionismo, y este es el caso de Martínez Novillo, se enfrenta con la tierra integrándose con ella. El impresionista mira el paisaje; el expresionista es paisaje. El expresionismo es circunstancia determinante de nuestros días. No importa ya que no se haga paisaje con él, basta con que se haga elementalidad. El expresionismo paisajístico es la delación del tiempo gloriosamente elemental o dolientemente elemental que nos ha tocado vivir.
Martínez Novillo es un pintor expresionista y a la vez es un pintor español, contra lo que sostiene la más conspicua de la estimativa crítica de nuestros días, el hecho diferencial determinado por la circunstanciade la tierra en que se vive, existe. Existe frente a todas las afirmaciones de un internacionalismo de la cultura un arte que es genuinamente español. No niego la universalidad del arte, lo que niego es su internacionalismo. Ser un pintor español significa entrar a formar parte de la unidad esencial del espíritu de Europa bajo condiciones españolas. La unidad esencial del espíritu de Europa impone un mínimo de convivencia de todo que hacer estético europeo cuyo logro último presupone el clasicismo y, en último extremo, presupone una capacidad para la abstracción: abstracción no significa no-representación, sino capacidad de extraer leyes abstractas de circunstancias concretas.
Lo español ha impuesto siempre como condición indeclinable para entrar a formar parte de la unidad esencial del espíritu de Europa, el que le sea reconocida una carga de realidad que no puede ser sometida a la dictadura de la abstracción. Realidad no significa representación. Realidad es condición existencial, carga vital exudativa, temperatura anímica puesta de manifiesto en la obra de arte. Es verdad que el arte español se caracteriza siempre por su realismo, pero cuidado con identificar realismo con representativismo. Realismo significa expresividad, expresionismo, vida que se niega a reducirse a concepto. Acontece que la expresividad, el expresionismo, es un elemento del orden del mundo en nuestros días y, no es que se haya puesto de moda, es que el mundo de hoy se siente bien con el arte de la temperatura elemental.
Si el mundo, por el momento, no ha descubierto más que a nuestros jóvenes expresionistas no figurativos, deberá ello a un papanatismo muy generalizado que hace que hoy se considere como lo más nuevo a lo no-figurativo. El problema del arte de nuestros días no lo determina en modo alguno la frontera entre la figuración y la no-figuración. La figuración y la no-figuración son un simple problema de metodología que en nada atañe a la realidad del arte.
Si me viene tentando esta obra de Martínez Novillo por lo que dice su temática, hablaría de esa facultad de nuestro maestro de identificarse con todo aquello que surge del seno de la tierra como su proyección lógica, sin forzar una estructuración con sello ilustre, las casas campesinas que se unen al paisaje con la lógica del árbol y la roca, lo que aún siendo construcción continúa siendo paisaje en el sentido ancestral de la palabra. No la construcción que modifica la creación, sino la que atempera su elocuencia al ritmo de los días y las estaciones.
Es difícil juzgar una temática, sí es posible hacerlo con su estructura. Una estructura de protagonismo diluido –hablo ahora de un protagonismo sólo en sentido estructural-, por más que centralice cierto tema, construye con masas de color que desdeñan toda posibilidad de definición espacial que no venga de la mano de la misma yuxtaposición o asociación de cromatismo. Quiero decir que su diagramación, si es que aparece, es una consecuencia ocasional de ciertas cristalizaciones fronterizas de sus masas pictóricas y que tampoco transige con el recurso de veladura. Ello es porque en el cuadro de Martínez Novillo la problemática de un espacialismo aéreo, o de un espacialismo grávido no existe. No quiero decir que sus cuadros no tengan aire ni gravidez. Tales elementos existen en su obra, pero no como problema. Porque su obra no es conceptual, sino expresiva, existencial, cálida, cual corresponde a un expresionista determinado a tal por su ser español y por su servidumbre incuestionable al tiempo que vive.
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