La Plaza Mayor (otoño 1981)

Por Miguel FERRER BLANCO,
de la Real Acedemia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga

 La gran plaza zumba, gira, canta 
Ilia Ehrenburg

Sí. No cabe la menor duda, a Salamanca le van muy bien los aires de libertad. En los primeros años de la última república ya lo hizo notar el escritor soviético al hablar de ella como una ciudad alegre, señorial y bulliciosa. Luego Carmen Laforet diría: “La alegría de Salamanca es algo más profundo, es una alegría parecida a la que a algunas personas les labra una sonrisa en las comisuras de la boca y les vuelve los ojos resplandecientes, como si ardiera en ellos, siempre, una oculta lámpara”.

Alboreando los ochenta la ciudad ha vuelto a desperezarse y sacudir su modorra ancestral y esa seriedad casi asnal que las circunstancias le imponían. Han vuelto a renacer –“renaciente maravilla”- la sencillez, la sinceridad y sobre todo la alegría. Sí, Salamanca es ahora una de las ciudades más alegres de España, una ciudad en que las “bien pensadas piedras” de sus monumentos han dejado de estar quietas y mayestáticas para vibrar contagiadas de las risas juveniles y espontáneas de la muchachada que constantemente discurre por sus calles y plazas si el tiempo lo permite, se refugia si no en la discoteca de moda a mover el esqueleto o se mete en el pub de resonancia sthendaliana donde puede tomar un vino, teclear un blue o recitar a Rimbaud. Quizás Salamanca ha dejado de ser la ciudad tranquila que Eugenio de Castro envidiaba a don Miguel, pero en cambio ahora sus calles y sobre todo esa joya que es la Plaza Mayor están a todas horas rebosantes de una juventud alegre, buena y estudiosa que tras un principio algo tumultuoso del goce de la libertad –cuatro garbanzos negros no lograron nunca estropear un buen cocido- va poco a poco volviendo a un nuevo romanticismo ahora no enfermizo y sí lleno de sinceridad. En el fondo son siempre buenos, nunca revolucionarios aunque a veces sean revoltosos. No hay duda, Salamanca está viviendo un gran momento de euforia. Se ríe de su sombra, de su imagen vetusta reflejada en el Tormes, y de las crisis. Por todos los lados le van surgiendo barrios nuevos, también alegres, algunos bien trazados –orilla izquierda- aunque a veces se afeen con impermeabilizantes y algún edificio le dé un mordisco al mirador de la ciudad. Se urbaniza y pavimenta a todo ritmo y se crean plazas nuevas aunque alguna vez con la prisa resbale el pie del acelerador y salga un engendro, como la de Santa Teresa. Se salvan monumentos, se compran parques y bibliotecas, se va eliminando lo feo y se suprimen fuentes que evocan frutero para gigantes, se crean industrias gordas, los japoneses fabrican bolas de acero, los americanos papel para el W.C. y también aquí para más alegría se hacen guitarras.

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