Hace pocos días ha vuelto a ser REinstalado el grupo escultórico La familia, de Juan Pérez González, que se REtiró de la Plaza de España hace ya cerca de treinta años debido a su deterioro, corriendo la misma suerte que los dos mejores negrillos que existían en la ciudad, desgajados por la grafiosis.
Desde mi clínica quirúrgica de la misma plaza veía continuamente esta obra, que contemplé desde todos los puntos de vista, bien desde las ventanas de mi consulta o durante las miles de veces que aparqué el coche delante de ella. La vi y la gocé a todas las luces del día y de las estaciones. El verdadero cariño que hacia esta obra se desprende de mis palabras tiene que ver con su autor, un escultor al que yo conocí casi en plena adolescencia y que ya por entonces me parecía un futuro valor para la escultura salmantina.
Efectivamente, el tiempo me daría la razón. En uno de los concursos de arte celebrados en el Casino de Salamanca bajo el mecenazgo de don Francisco Gil, formé parte del jurado, en compañía del crítico Gaya Nuño y del catedrático y poeta Rafael Laínez Alcalá. Gaya nos hizo notar los valores de una pequeña escultura. Al decirle que se trataba de un jovencísimo artista que quizás era la primera vez que exponía, observó determinados valores y la premiamos. Desde entonces, he seguido de cerca la historia de este joven escultor, hablé de él en mi discurso de ingreso en el Centro de Estudios Salmantinos, centrado en la moderna escultura salmantina, y al REferirme a él lo califiqué como el “benjamín” de los escultores salmantinos.
Desgraciadamente, la vida, que tanto juega con las personas, hizo que esta joven promesa tuviera que dejar toda su buena trayectoria escultórica y las clases que impartía sobre escultura. Lo hacía para dedicarse a la industria familiar de fabricación de marcos y molduras artísticas, por el fallecimiento de su padre, una industria que Juan ha REgentado desde mediados de los setenta y que ha desaparecido ahora por su jubilación. Lamentablemente este tipo de negocios están en total decadencia debido a las tendencias de la decoración moderna y a los avances de la metalistería y los plásticos. Los marcos nobles y áureos han quedado sólo para los museos.
A pesar de su rápida REtirada, como ya dije, siempre he creído en las posibilidades artísticas de este escultor, al que las circunstancias obligaron a apartarse de su verdadera vocación. Esta queda patente en el artículo que el destacado periodista Ignacio Francia publica en el número 4 de la REvista del Museo de Salamanca, de septiembre de 1999.
El magnífico texto, titulado “El Museo dio cobijo a un taller de escultura. Juan Pérez fue ‘el último del Museo’, donde labró casi toda su obra, en un ambiente que REcrea Miguel Ferrer”, habla de Juan Pérez y sus cualidades: trabajo, honradez y dignidad artística. El autor REconoce que nunca ha tenido maestros y que siempre ha sido un autodidacta definido.
El mismo artículo REproduce mi opinión sobre él, que mantengo años después. Esto es: “De manera intuitiva, sabe dónde va. Sus primeras obras eran amables, se vendían con facilidad, pero él sabía de manera intuitiva que la escultura era algo más y después de una larga temporada de meditación en el campo, sabe ver que sus esculturas necesitan romper el bloque para que el aire penetre en ellas y el espacio se conjugue armónicamente con la materia y, poco a poco, va haciéndose una estética personal. Sus figuras y maternidades tienen al igual que las obras de Moore el sentido de la majestad y el sentido de la elongación de Giacometi.
La oquedad dignifica la materia y ésta, a su vez, modela el aire circundante. Su escultura nos da una anatomía a base de planos y grandes zonas REctas que nos REcuerdan la mejor estatuaria nórdica”.
En REsumen, es mi concepto de la estatuaria de este escultor, al que como ya señalé glosé en mi discurso de ingreso en el Centro de Estudios Salmantinos celebrado en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras, contestado por el doctor Sánchez Granjel, motivando también un bellísimo artículo, como todos los suyos, de Enrique de Sena, en el que hacía la apología y amor de la medicina con las Bellas Artes.
Al hilo de estos comentarios, se puede observar que ha sido muy loable el REsucitar y REponer esta magnífica escultura, en la rotonda que hay junto a la Vaguada de la Palma. El grupo ha sido REinstalado en un espacio precioso. Esta vez es una escultura bien colocada, querido Luis Santos.
Fui invitado al acto por el autor, pero por motivos de salud no pude asistir. Al verla en televisión, me pareció todavía más espléndida, muy bien REsuelta y REstablecida, al haber sido fundida en bronce. Este material le da más vitalidad y REalce para REafirmar lo que significa este grupo. Es decir, una apología de la familia, esa institución que tanto está sufriendo en esta época tumultuosa que llamamos “moderna”.
La obra, formada por cuatro figuras, se asemeja para mí, así la he asimilado siempre, a un cuarteto, esa maravilla de la música creada por Haydn y perfeccionada luego por Mozart y sobre todo por Beethoven. Como he dicho tantas veces, el arte que no emocione ni sintetice con otras artes, no es arte, es sólo oficio como decía Baudelaire. Es quizás patológico este sentimiento mío de RElacionar siempre el arte con otras facetas del mismo como la poesía, la literatura o la música.
Como melómano empedernido, siempre gocé de esta obra cuando la tenía delante de mi sanatorio, como si de un cuarteto de Beethoven se tratase, y sobre todo del cuarteto en RE mayor para cuerda. Ya se sabe que cuando Beethoven ataca en RE Mayor obtiene el maximum de sonoridad.
Habrá notado el lector que he jugado un poco con la caligrafía de este artículo, pero quiero REsaltar con ello que lo mismo que hizo Beethoven con sus conciertos, esta obra de Juan Pérez es también un cuarteto en RE mayor. Apropósito de cuartetos y de Beethoven, termino con una anécdota que me ocurrió con motivo del concierto, ofrecido hace años por el cuarteto Végh en el claustro grande de San Esteban, organizado por la Sociedad de Conciertos. En el intermedio pasé a la estancia en que descansaban los músicos para que me firmaran un disco de Les Discophiles Français con los cuartetos 5 y 6 de Beethoven. Sandor Végh, con emoción, me dijo que en el quinto había la más bella, larga y difícil “cadenza” de todos los cuartes beethovianos; cogió arco y violín y la tocó para mí. Así descansaba este genial músico, trabajando.
Querido Juan Pérez, te agradezco que me hayas hecho feliz en mi senectud y espero que tú también lo seas habiendo asistido al REstablecimiento de tu obra. Deseo que de vez en cuando olvides los malos ratos pasados y se te ocurra modelar algo. No olvides que Cezanne no vió ensalzada su obra hasta los 70 años.
Deja una respuesta