Aunque la preparación teórica y práctica es una constante en la vida de un médico, la residencia es un momento crucial, pues es el puente entre años de formación teórica y la vida plena como especialista.
La medicina actual parece consistir en ofrecer una asistencia sanitaria precisa, rápida y, en ocasiones, concisa. Comete el error con frecuencia de no abordar al paciente con la integridad y la complejidad que en sí mismo conforma. Diagnosticamos y tratamos la enfermedad, pero olvidamos el trasfondo: “la persona” que la padece. Esto, que parece poco pragmático, supone un verdadero reto en la práctica clínica de cualquier profesional y lo que nunca debería limitar el sistema.
Por Armando Oterino Facultativo especialista en Cardiología con beca deformación en el hospital de Salamanca Tres letras definen buena parte de la vida de un médico en España: MIR. Tres letras que llevan aparejadas la persistencia de un esfuerzo que comienza 72 meses atrás en forma de carrera de Medicina y que se prolongarán, en
Aquellos meses coincidieron con la primera ola de la pandemia y fueron muy intensos, de mucho trabajo, con la crudeza de la enfermedad en su máxima expresión a todos los niveles, en los que la única familia a la que podíamos ver era a nuestros compañeros de trabajo, con los que mantuvimos una relación excelente.
Como toda buena aventura, esta larga carrera de fondo comienza con una celebración cargada de ilusión: el día que nos convertimos en médicos. A partir de ahí, una larga maratón de fondo es la que tenemos que pasar los jóvenes que aspiramos a una plaza de formación médica especializada, una plaza MIR.
Como es tradición en el Servicio de Cirugía Ortopédica y Traumatología del Hospital de Salamanca, en el último año de formación MIR se nos da la oportunidad de viajar al extranjero y realizar una rotación internacional en un centro puntero en relación con nuestra especialidad.