Por Ramón Martín Rodrigo
Licenciado en Geografía e Historia y en Historia del Arte
y doctor en Geografía e Historia
¿Quién fue este señor que apenas nos suena y del que no se recuerda casi nada? Pues fue un médico eminentísimo de Salamanca y, a pesar de ello, muy olvidado. No dispongo de noticias suficientes para exponer ahora su biografía completa, pero sí una serie de datos con los que reconstruir una buena parte de su vida.
Nació en Cetina (Zaragoza), pero eso tiene poca importancia, porque pronto dejó aquella población y gran parte de su juventud la pasó en Salamanca, así como también aquí realizó su carrera y desarrolló muchos años de ejercicio médico. Por tanto, se puede considerar como un salmantino más.
Vino al mundo el 10 de marzo de 1907, hijo de Isidoro Rivera Gutiérrez y de Francisca Gracia. Según la fe de nacimiento del Registro Civil, su padre y abuelo paternos eran naturales de León; de la rama materna no se especifica nada. Se presume que el padre habría llegado a Cetina con motivo de su profesión, la de profesor de Dibujo. Pero Cetina (allí se casó Francisco de Quevedo y conserva una buena iglesia y un castillo) no era entonces población importante para tener instituto. De ahí la duda de si don Isidoro aprobó la oposición de profesor antes de ir a Cetina o estando allí (soslayo este interrogante porque no corresponde al personaje que se trata de estudiar). Asimismo, es igualmente dudoso si la venida de don Isidoro a Salamanca pudo obedecer a un traslado de destino o a la obtención de la plaza en el Instituto de Salamanca. La muerte de D. Isidoro tuvo lugar el 14-I-1941. Por la esquela mortuoria se advierte su profesión y que tuvo cuatro hijos: Isidoro (médico), Juan Antonio (médico), Pilar y Agustina. Don Juan estudió bachillerato en Salamanca, y aquí ganó el título, que le fue expedido porla Universidad de esta ciudad el 4-VII-1923, es decir, a los 16 años. Seguidamente, comenzó la carrera de Medicina en esta Universidad por el curso preparatorio, en el año académico de 1922-1923. En él aprobó las cuatro asignaturas de Física, Química, Geología y Zoología y, además, mejoró las calificaciones en la Facultad de Ciencias. Igualmente, superó el curso de Alemán con ‘notable’, que, como era preceptivo, se realizaba en Instituto General y Técnico.
Efectivamente, de 1922 a 1928 estudia los seis cursos de la carrera, obteniendo, a partir de 1923, en las 25 asignaturas, tres aprobados, y en todas las restantes, notas de sobresalientes, añadiendo que en estos últimos ganó “Premio” en 16 asignaturas. Pongo como ejemplo el curso de 1926-1927. Parece entenderse que el premio llevaba consigo la consideración de ‘Matrícula de Honor’, pero si no significaba eso en todos los casos, al menos en siete de ellos se especifica que sí lo era. Y, en efecto, él aplicaba las concesiones honoríficas a la hora de hacer la matrícula de nuevas asignaturas para el siguiente curso, que se le concedían gratuitamente. Por ejemplo, en el de 1925-1926 alegó las matrículas de Terapéutica y Materia Médica. Mientras estudiaba, se presentó a oposiciones de alumno interno, y aunque en su expediente nada consta, se entiende que obtuvo plaza.
En febrero de 1929, hizo el examen de Grado de Licenciado. Formaron el tribunal calificador los doctores Sánchez Cózar, Llorente Sanz y Pablo Beltrán de Heredia. Los temas que le tocaron en el sorteo fueron ‘Venas en la cabeza y senos venosos de la duramadre’ y ‘Estudio del cáncer de útero’. Como era de esperar, obtuvo la calificación de Sobresaliente con Premio, que fue firmada con fecha 6 de referido mes y año. No le era aúnsuficiente, y se presentó a examen de Premio Extraordinario. Le tocó el tema de ‘Inmunidad en las enfermedades infecciosas’, que desarrolló escribiendo sobre el asunto once planas, siendo calificado con Sobresaliente. Por tanto, al final de su carrera alcanzó el distinguido titulo de Licenciado en Medicina con Premio de Honor. Enseguida, noviembre de 1929, recibió el título de Licenciado en Medicina y Cirugía, expedido por el Ministerio de Instrucción Pública. Y poco tiempo después debió comenzar a trabajar.
Don Juan A. Rivera estuvo algún tiempo –unos tres años– en la citada Casa de la Salud, que se acababa de inaugurar al poco tiempo de terminar su carrera. Esta institución médica buscaba profesionales capaces de aportar algo interesante a la ciencia y, a ser posible, algo nuevo y descubierto por estudio, práctica e investigación. Por eso, nada es de extrañar que se eligiera para ser médicos de aquel valorado y afamado hospital a doctores valiosos muy preparados. El ingreso en esa Casa de Salud y el trabajo en la misma constituía, por solo este hecho, un mérito, pues dejaba entrever la valía del médico. Se entiende, pues, que durante varios años D. Juan A. pusiera en sus anuncios que había ejercido en Valdecilla como médico interno y como jefe de la Sala de Servicio de Aparato Digestivo.
Invitado por la Academia Médico-Escolar de Salamanca, impartió una conferencia en la Facultad de Medicina de esta ciudad sobre ‘Diagnóstico diferencial de la las afecciones de la fosa ilíaca derecha’. El acto fue presidido por los doctores Darío Carrasco, Peña y Luis Hernández. El resumen de la conferencia se publicó en ‘El Adelanto’ el día 12 de mayo de 1934. En la presentación se dijo que don Juan Rivera era un competente cirujano con gran experiencia en el tema, adquirida habiendo sido interno en la Casa de la Salud de Valdecillla, de Santander.
Él dividió las afecciones en tres clases: las de evolución febril aguda, las crónicas y las de tumores. De las primeras, la más importante es la apendicitis aguda; las segundas se manifiestan con alteración de la sensibilidad, vómitos o estreñimiento y las terceras pueden ser por cáncer de ciego, actinomicosis o tuberculosis cecal. Finalmente, el conferenciante se ocupó del diagnóstico radiológico como medio auxiliar importante para detectar la enfermedad. Los rayos X eran entonces uno de los mejores avances científicos para conocer varias enfermedades. Aún no se había divulgado el conocimiento de la penicilina, ni el de la estreptomicina (para la obtención de esta última en España, se inauguró una fábrica en Aranjuez en 1954). Ambos medicamentos proporcionaron una utilidad grandísima para evitarinfecciones en las operaciones (necesarias en la especialidad del cirujano). Por entonces, años treinta y cuarenta del siglo XX, cualquier apendicitis aguda (cólico miserere), peritonitis o cáncer de intestino era mortal. El comentario es sencillo: si avanza la ciencia médica, el cirujano necesita estar al día.
Los logros en Medicina ciertamente fueron cada vez mayores y eficaces conforme corría la segunda mitad del siglo XX, en la que también ejerció don Juan A. Rivera muchos años.
Al estallar la Guerra Civil, los médicos de Salamanca se encontraban unos en la ciudad y otros fuera de la misma. Pronto fueron todos llamados a presentarse sin excusa alguna a las autoridades militares. Algunos lo hicieron lógicamente por obediencia. Don Juan A., en 1936, tenía cumplidos los 29 años. Con esa edad no se iba a librar de participar en la guerra de ningún modo, pues su quinta fue movilizada. Él cuenta esto que sigue: “Voluntario desde el primer momento, fui encuadrado en la Sanidad Militar hasta la terminación de nuestra guerra de Liberación. Sólo una preocupación mantuvimos: curar heridos. Especial interés hemos dedicado en revisar los casos de absceso subfrénico que hubieran podido darse en los tres años de guerra”.
De sus palabras se deduce poco. Nos falta saber si fue llevado a algún hospital cercano del frente durante algún tiempo. Sin embargo, hay que suponer que estuvo ejerciendo en Salamanca, donde se montaron varios hospitales de heridos de guerra, además de los dos existentes, el Provincial y el de la Santísima Trinidad. La Guía Fag de Medicina, del año 1938, lo incluye como uno de los especialistas en Medicina Interna. Tampoco conocemos con qué equipo estaría trabajando aquí, si unido a don Primo Garrido y a don Miguel Ferrer o a otros doctores. Más evidente es que no fue represaliado por nada ni por tiempo alguno, cosa que no sucedió con otros doctores, incluidos algunos de los que se habían presentado a las autoridades militares cuando fueron requeridos.
6. Un manual de Medicina: ‘El absceso subfrénico’
Esta obra fue publicada por la editorial Salvat en 1941, como uno más de los ‘Manuales de Medicina práctica’. Don Juan dice en el preámbulo que tenía el trabajo para terminarse en el verano de 1936 y ser leído en octubre del mismo año, pero que las circunstancias bélicas lo impidieron. Acabada la guerra, retomó el tema y lo presentó en octubre de 1939. El libro consta de diez capítulos, en los que va exponiendo la anatomía, la etiología, el tratamiento, las vías de difusión, etc. Él deja claro que su maestro en Valdecilla fue su jefe, el Dr. Don Abilio García Barón. También expone que ha seguido especialmente a Martinet. Señala además los trabajos de varios compañeros y que le han dejado utilizar los servicios de Aparato Respiratorio y de Urología en Vadecilla. Finalmente, presenta una serie de casos analizados y su ficha con todos los datos del paciente y su tratamiento, y acaba el análisis de cada enfermo dando el resultado final de mejoría, sanación o muerte. Y como en estos casos la ficha del análisis de algún sujeto tiene fecha de 1935, se deja ver que, sin estar ya el Dr. Rivera en Valdecilla, aún seguía muy vinculado con el referidohospital. Dedica su obra a la Excma. Sra. Marquesa de Pelayo, fiel continuadora del que fue en vida el ilustre marqués de Valdecilla, el creador de la Casa de la Salud. El libro presenta radiografías y dibujos aclaratorios que hacen muy comprensible el asunto tratado. Y, por supuesto, es uno más de los que fueron integrando la colección ‘Manuales de Medicina’, en la que se publicaron serios e interesantes estudios de los más destacados especialistas de España, entre otros, los doctores que ejercieron en Salamanca don Manuel Usandizaga y don Gonzalo García Rodríguez.
Desde que don Juan se estableció en Salamanca, siguió en esta ciudad como médico especialista durante muchos años. Así, en 1943 aún se sigue anunciando que pasa su consulta en el mismo lugar que diez años antes, en la calle Corrales de Monroy, nº 3, y hasta su número de teléfono es el mismo, 2086. En 1941, ya no se anuncia como ex interno de la Casa de la Salud de Valdecilla, sino como especialista en Aparato Digestivo, sin dejar de exponer que posee Rayos X. Una cosa es llamativa: así como la mayoría de los médicos de Salamanca salen en la prensa relacionados en un anuncio grande bajo las palabras ‘Guía Médica’, él, en 1954 y otros años, lo hace en un recuadrito independiente, quizás buscando mayor visibilidad. Y aquí dejo mi exposición sobre la vida y obra de D. Juan, pues, al parecer, en la segunda mitad del siglo XX ya no se dio ningún un hecho transcendente en que participase él mismo y lo recogiera la prensa local.
Por último, convendrá señalar algunos doctores que fueron sus coetáneos. Unos que pasaban consulta en clínicas o en su domicilio particular, poniendo de relieve de la mejor y más breve manera sus méritos; otros, que fueron profesores en la Facultad de Medicina y, por eso, más conocidos y recordados por los que fueron sus estudiantes. Pongo, como ejemplos ilustrativos de los primeros, tres anuncios; y de los segundos, la orla de Medicina, de 1935.
A veces conviene volver a andar el camino ya recorrido o ver por segunda vez una película, porque se cae en la cuenta de cosas no percibidas en una primera ocasión. Del mismo modo, incidir en temas que se presume que ya se conocen y que están publicados puede servir de rotura de la monotonía tradicional y, a la vez, aportar algo que proporcione amenidad, curiosidad o acaso alguna reflexión. Si brota un pensamiento, siquiera por un momento, y eso ayuda un poquito a mantener nuestro saber, tanto mejor. Con esas intenciones escribo en este número de ‘Salamanca Médica’ otros temas, poco unidos entre sí, pero suficientes en esta miscelánea.
La constitución del Colegio Médico “libre” de Salamanca fue reseñada en ‘Salamanca Médica’, número 2 (diciembre de 2003- junio de 2004), por D. Luis Sánchez Granjel, que, además, sigue en otros números de la revista ‘Salamanca Médica’ exponiendo breve, pero magistralmente, la historia del Colegio Médico de Salamanca. Suyo es el mérito, y hay que reconocerlo así. Aquí va solamente un recordatorio.
Esta retrospectiva la hago por si alguien no quiere molestarse en andar consultando la mencionada revista en los números 2, 4 y 5. El Dr. Granjel cita que recuerda la aludida fundación Enrique de Sena en un artículo publicado en ‘El Adelanto’ el 11 de febrero de 1894. Igualmente se debe al Dr. Granjel la noticia de que el Colegio Médico “libre” pasó a ser Colegio “Oficial” de Médicos por Real Decreto de 12 de abril de 1898. Esto nos hace caer en la cuenta del motivo de incluir la palabra “oficial”, que de los segundos, la orla de Medicina, de 1935. tantas veces hemos leído en sellos y documentos con referencia a colegios profesionales de notarios, farmacéuticos, etc.
El periódico titulado ‘El Tormes’ informa el día 9 de octubre de 1894 de la constitución inicial del Colegio Médico de Salamanca. También se deja ver que empezaba su andadura a modo de otros colegios de médicos ya establecidos. La noticia dijo así:
“Quedó constituido el Colegio de Médicos, establecido en esta ciudad a semejanza de los que funcionan en Madrid, compuesto de 29 miembros, constituyendo la Junta de Gobierno los señores siguientes:
• D. José Luis Muñoz, presidente
• D. Celestino M. Argenta, vicepresidente
• D. José López Alonso, secretario general*
• D. Francisco Acedo, secretario de actas
• D. Isidro Segovia, tesorero*
• D. José de Bustos, vicetesorero*
• D. Manuel Mondelo, contador*
• D. Cristino Cebrián, bibliotecario
• D. Indalecio Cuesta, vocal*
• D. Dionisio Sánchez, vocal….
Los cuales están encargados de formar el Reglamento y Estatuto por que han de regirse”.
No he podido lograr una foto de cada uno de ellos. Son diez, y pongo foto de cinco (*):
Don Mariano Santiago de Cividanes fue, en la primera mitad del siglo XX, un investigador infatigable en bibliotecas y archivos de esta ciudad y, además, buen escritor y publicista. Sus artículos en la prensa local constituyen un conjunto de temas muy variados. En mayo de 1935, él comenta en ‘El Adelanto’ unos fragmentos de la obra del P. Feijoo, el autor de la obra ‘Teatro Crítico Universal’, en la que expone cuestiones tanto para rechazar razonablemente supersticiones, leyendas, curanderos y falsos remedios populares, como para ayudar en las más diversas preocupaciones humanas.
Explica Cividanes que, con relación a la Medicina, el P. Feijoo decía: “Entre las muchas cosas que recetan los médicos apenas pasan de tres las que pueden llamar ciertas, quedando las demás en la línea de probables o dudosas, que son: la quina en la fiebre terciana, el opio en el dolor, el mercurio en los males secretos, la ipecuana en la disentería y la valeriana en el histerismo”.
Más adelante, el citado escritor Cividanes vuelve a decir que Feijoó era enemigo de las drogas y que había remedios utilizados por la gente por seguir la moda, pero que, según Plinio, eran mucho más útiles y seguros los remedios baratos y caseros que los restantes. Y que también era enemigo de los secretistas, y que decía: “No tomaré jamás remedio que no esté expresado en nombre propio en la receta. Hay males imaginarios y curaciones imaginarias”. Finalmente, otra de sus ideas era la de ser partidario de la psicoterapia, siguiendo a Hipócrates: “Yo creo que la eficacia de una vehementísima pasión amorosa para conmover el cuerpo por medio del ánimo es superior a las más activas drogas”.
El P. Feijoo combatió los perjuicios terapéuticos, como la eficacia de las piedras bezoar, los medicamentos para alargar la vida, para conservar la memoria y, opinión muy extendida, de los empleos de las piedras preciosas, como el jaspe, el zafiro y la esmeralda, como medicinales.
El 18 de octubre de 1967 ‘El Adelanto’ ofrece la noticia de la lectura que va a tener lugar en la Universidad de Salamanca de tres tesis doctorales dirigidas por D. Luis Sánchez Granjel. Una de ellas, la de Don Amalio Telenti Rodríguez, versaba sobre ‘La obra médica del Padre Feijoo’. Por consiguiente, el eminente jesuita P. Feijoo fue entonces estudiado con respecto a lo que la gente creía de la cura de sus enfermedades y demás cuestiones beneficiosas para la salud. No sé cuantos estudiantes leerán esa tesis de hace años. Es de suponer que lo harán aquellos estudiantes comprometidos en estudio de investigación, pero no lo harán los estrictamente estudiosos de las respectivas asignaturas de cada profesor. Y es bueno que todo el que pueda lo haga, pues ganará muchísimo saber.
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