Por Jesús Málaga
Fotografías: Andrés Santiago Mariño
Solamente una treintena de médicos han dado nombre a otras tantas calles de la capital charra y muy pocos galenos han recibido el honor de quedar inmortalizados en las calles y plazas de Salamanca en esculturas de piedra o bronce. De esos pocos afortunados algunos han pasado a nuestra historia a pesar de ellos mismos, por casualidad. En otros casos, el homenajeado lo ha sido por otras causas, ajenas alas del ejercicio de la Medicina y, en contadas ocasiones, el personaje ha sido elegido por su actividad médica.
La escultura más curiosa y antigua de las que Salamanca ha dedicado a un clínico es la de un desconocido médico cordobés. En la Plaza de los Bandos se erigió, el23 de octubre de 1921, un busto representando a un señor barbudo, serio, de una edad indefinida, que los munícipes de la época anunciaron a los salmantinos que se trataba del comunero Maldonado. Ninguno de los concejales informó si se trataba de Pedro Maldonado y Pimentel, a la sazón capitán de las tropas salmantinas en la Guerra de las Comunidades, o el de uno de sus fieles que tuvo la desgracia de llevar el mismo apellido que don Pedro, Francisco, por cuyo motivo fue ejecutado por el emperador después de la batalla de Villalar, aquella que perdieron los Comuneros el 24 de abril de 1521.
Pedro Maldonado y Pimentel no escapó, pese a los grandes esfuerzos de su familia, una de las más influyentes de los reinos de Castilla y León, a la ira del emperador. Sería ejecutado con posterioridad una vez informado Carlos I de que el Maldonado apresado en Villalar, y posteriormente ejecutado, no era el jefe comunero de los salmantinos.
Las prisas para nada son buenas, y loque aconteció con la escultura del comunero salmantino podemos considerarlo de esperpéntico. El promotor de la misma fue el brioso concejal Blas Santos Franco, que movido de patriotismo, cuando se cumplía el cuarto centenario de la batalla perdida por los castellanos en el pueblo vallisoletano, quiso inmortalizar en piedra al líder de la revuelta. Don Blas comenzó las gestiones tarde, mal y nunca, cuando ya habían pasado diez días de la efeméride, motivo por lo que otro concejal, Cristóbal Riesco Lorenzo, impugnó la propuesta. La moción para construir el citado monumento fuere rechazada a pesar de contar con el voto afirmativo del alcalde, José María Viñuela. El resultado negativo de la votación no influyó para nada en el ánimo del grupo de gobierno del Consistorio. Afanosos, se trasladaron en comitiva a Granada, donde vivía el famoso escultor almeriense Cristóbal González de Quesada, conocido artísticamente como Juan Cristóbal, y le instaron a realizar el monumento a Maldonado.
Cristóbal recibió a los salmantinos en su taller y pudo comprobar de inmediato las intenciones del Consistorio ya que le instaron a la ejecución de la escultura en poco tiempo, con escaso presupuesto y en un momento en el que el escultor estaba saturado de trabajo. Ni corto ni perezoso, para salir del apuro, el artista les enseña una escultura arrinconada en su taller que correspondía a un encargo acabado, pero no recogido. Era el busto de un médico frenológico cordobés. Los ediles debieron preguntarse quién de los salmantinos iba a saber si era o no Maldonado aquel personaje taciturno esculpido en piedra. Sin darse cuenta que los secretos guardados por más de tres son secretos a voces, volvieron a Salamanca con la escultura del médico cordobés debajo del brazo y la colocaron en el centro, en los jardines de la Plaza de los Bandos. Pensaron inaugurarla con todo boato el 15 de septiembre, en plenas Ferias y Fiestas, pero tuvieron que postergar el acto hasta el 23 de octubre. El Consistorio estaba sin cabeza, a la espera de la elección de un nuevo alcalde, ya que Viñuela había dimitido.
Antonio Calama, alcalde accidental, fue el encargado de destapar la escultura. La talla se realizó en mármol italiano de300 kilos de peso y un metro de altura. El día de la inauguración fue domingo y la escultura estaba cubierta por un pendón morado de Castilla, rodeada de una banda con los colores nacionales. La inscripción elegida fue sencilla: Salamanca al Comunero Maldonado/1921. En la plaza se había instalado un arco triunfal con gallardetes, banderolas y el escudo de Castilla. La escultura está instalada sobre un pedestal, obra del prestigioso Joaquín Secall, arquitecto municipal en aquellos momentos. El escultor estuvo presente en el acto y tuvo que escuchar como Calama alababa sus virtudes para esculpir las características psicológicas del guerrero español. Todos contentos escucharon la interpretación de varias obras de música española, sobre todo pasodobles y marchas militares, ejecutadas con maestría por la Banda del Regimiento de “La Victoria.” Con el tiempo la escultura se trasladó del centro aun lateral de la plaza, en una discreta esquina, enfrente de la casa de Doña María la Brava. Después de más de ochenta años en la Plaza de los Bandos el Ayuntamiento ha trasladado la escultura a la Plaza del Alto del Rollo, arranque de la avenida de Comuneros. Según Santiago Juanes y Valeriano Hernández, parece que fue don Miguel de Unamuno quien en1920 auspició un monumento para el comunero charro que no llegó a realizarse por la precaria situación económica del Ayuntamiento y, en mayor medida, de la población salmantina en general que no estaba para gastos de ornato.
La realidad fue que por casualidad Salamanca tiene un monumento a un frenólogo o frenópata cordobés, desconocido para todos los salmantinos. La Frenología fue una teoría psicológica muy seguida a principios del siglo XX. El término fue acuñado por Gall y Spurzheim, autores que consideraron que las aptitudes y las funciones mentales del hombre se encontraban localizadas en zonas específicas del cerebro. Según estos estudiosos, el tamaño de un órgano no da la medida de su capacidad y, así mismo, se pueden determinar las facultades y las características mentales de una persona observando las protuberancias de las superficies externas del cráneo. A esta observación clínica se la llamó Craneología y a su práctica Craneoscopia. Los frenólogos eran los que practicaban la Frenología; el médico especialista en enfermedades mentales se denominaba frenópata, y frenopatía la enfermedad mental.
El personaje más singular, atrevido y curioso de la Salamanca del siglo XVIII fue, sin ninguna duda, Diego Torres Villarroel. Se le conoce un gran número de actividades que le hacen único. Nada le fue ajeno, todo tenía interés para él. Fue escritor, astrólogo, matemático, sacerdote, soldado, exorcista, bailarín, viajero, adivino, torero, guitarrista y también, por eso lo tratamos aquí, médico. Nació en Salamanca en 1694 y murió en la misma ciudad, en un lugar de lujo, en el Palacio de Monterrey, a los 76 años. En la entrada de este maravilloso palacio se encuentra, para dar testimonio del ilustre inquilino, una inscripción dedicada al Gran Piscator de Salamanca Torres Villarroel. Aventurero y pícaro en su juventud, se hizo ermitaño en su madurez, cultivando la filosofía y las ciencias ocultas, por este motivo se colocó en un lugar exotérico por excelencia, junto a la Cueva de Salamanca, su escultura. Escribió almanaques y pronosticó acontecimientos y catástrofes que con el tiempo se producían, acumulando un gran prestigio como adivino del futuro. Fue profesor de Matemáticas y de Astrología de la Universidad de Salamanca. Se vio envuelto en procesos judiciales que le llevaron huido a Portugal primero, al destierro después y, por último, desengañado de la vida, recibió las órdenes sacerdotales. Fue autor de muchas obras, destacando “Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras del doctor Diego de Torres Villarroel” en las que explica sus múltiples andanzas vividas. “Sueños y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por la corte”, “El ermitaño y Torres”, “La taberna de la Puerta de Villamayor”, “La barca de Aqueronte”, “Vida de la venerable madre Gregoria Francisca de Santa Teresa”, “Los desahuciados del mundo y la gloria” y “Cátedra de Morir”, entre otras muchas otras.
Se le buscó para su escultura un lugar idóneo, en la cueva de Salamanca, junto a la Torre del Marqués de Villena. El busto, con la cabeza del astrólogo, se asienta en una base de granito, con una inscripción sencilla: Salamanca, a Diego Torres de Villarroel. Diciembre de 1993. Es una obrade Agustín Casillas, el escultor más prolijo de la ciudad. Jardines, plazas, rincones y calles se reparten una decena de esculturas de este magnífico artista salmantino. En la escultura de Diego Torres Villarroel, Casillas plasma a la perfección la simbología que subyace en el personaje, dando a su cara un aspecto demoníaco.
La inauguración de la escultura tuvo lugar el tres de diciembre de 1993, un día para recordar en la historia de la ciudad de Salamanca. Asistieron el entonces presidente de la Junta de Castilla y León, Juan José Lucas, y el alcalde de Salamanca, Jesús Málaga. Ese mismo día se descubrió en la Plaza Mayor un medallón con la efigie del arquitecto del ágora Alberto Churriguera, obra de Fernando Mayoral Dorado, se inauguró el Polígono Industrial El Montalvo II y dio comienzo la cuarta fase de las Edades del Hombre, exposición instalada en las catedrales de Salamanca. Un día antes se abrió al público el Rondín de las Edades del Hombre, calle que dejaba exenta, para poderlas circunvalar sin obstáculos, las dos Catedrales de Salamanca.
En los jardines del hospital clínico, en una esquina de la entrada principal, se encuentra una escultura dedicada al que fuera premio Nóbel de Medicina y Fisiología y Doctor Honoris Causa, en 1961, por la Universidad de Salamanca, Severo Ochoa. La obra la realizó la escultora Carmen Carreño Méndez en 1975, el mismo año en que se abre el hospital. La escultura fue un regalo de la Diputación Provincial de Salamanca, a instancias del Gobernador Civil, al Hospital Universitario.
La escultura figurativa mantiene un gran parecido con Ochoa. Se trata de una cabeza, algo mayor del natural, que se asienta sobre un pedestal de mármol sin brillo. Fue inaugurada, junto con el Hospital Clínico Universitario, por los Reyes de España, don Juan Carlos y Doña Sofía, el seis de octubre de 1976.
Este médico y fisiólogo español nació a principios del siglo XX, en 1905, y muere cuando finaliza la centuria, en 1993. Obtuvo la nacionalidad americana y llegó a ser profesor de Farmacología Bioquímica en la Universidad de Nueva York. Sus trabajos versaron sobre la carboxidación y la descarboxidación, a los que se debe la utilización de la energía contenida en los alimentos y de la coenzima A y la síntesis de polinucleótidos, base de los mecanismos de reproducción y síntesis de las proteínas. Profundizó en los mecanismos que rigen en la síntesis de los ácidos nucleicos y desoxirribonucleicos. Es uno de los científicos que iniciaron los estudios de las substancias ligadas a la vida.
Don Filiberto Villalobos ha sido el político salmantino más querido. Murió el 13 de febrero de 1955 en Salamanca. Los alumnos del Colegio Ateneo Salmantino, entre los que me encontraba, pudimos asistir al impresionante duelo, nunca conocido en las calles de la ciudad. Salmantinos de toda clase y condición quisieron estar presentes para mostrar el gran agradecimiento a este médico y ministro de la República que no dejó a nadie indiferente.
Había nacido en el lecho de una familia humilde, en el histórico pueblo de Salvatierra de Tormes, el 7 de octubre de1879, lugar donde todavía está en pie la que fuera casa de sus padres. Estudió Medicina en la Facultad de Salamanca y, una vez licenciado, ejerció la profesión en el mundo rural, más concretamente en Guijo de Ávila y en la villa chacinera de Guijuelo. Fue pionero en la práctica de la Radiología en Salamanca y profesor ayudante de la Facultad de Medicina. Además de ejercer con gran prestigio su profesión, destacó sobre todo en política, desempeñando los cargos de concejal en la capital charra, diputado en la Diputación Provincial y diputado en las Cortes Generales. Su militancia republicana le llevó a combatir con fuerza los privilegios de los señores en los pueblos que todavía estaban subyugados. Así consta que con su concienzudo trabajo parlamentario logró que Robliza de Cojos, Bercimuelle, Cespedosa de Tormes y Alaraz fueran redimidos de las cargas de señorío.
Vivió en su niñez una España pobre, sin recursos para la educación y la sanidad, y se entregó de lleno a solucionar ambos problemas. Muchos de los pueblos de nuestra provincia mantienen todavía en pie las escuelas que mandó construir, edificaciones que resisten el paso del tiempo por su solidez y buena orientación. En el mundo de la sanidad Salamanca tiene una deuda con don Filiberto: fue el artífice de la construcción en Carrascal de Barregas, a las afueras de la ciudad, del Hospital de los Montalvos para enfermos tuberculosos, y llenó de dispensarios sanitarios para el tratamiento de las enfermedades infecciosas el mundo rural salmantino.
La escultura de Filiberto Villalobos fue realizada por Fernando Mayoral y colocada al final de la avenida dedicada por las primeras corporaciones democráticas al ministro republicano, ya que las corporaciones franquistas habían dedicado la calle a los Héroes de Brunete de la Guerra Civil Española. Se inauguró el 13 de febrero de 2005, el día que se conmemoraba los cincuenta años de su muerte. Asistimos al acto un gran número de familiares y admiradores. Su hijo Enrique y el catedrático de Historia de la Medicina de la Facultad de Medicina de Salamanca, Luis Sánchez Granjel, intervinieron glosando la viday obra de don Filiberto. La escultura en bronce tiene 2,60 metros de altura y la actitud de Villalobos es la de paseo, con la gabardina debajo de su brazo izquierdo.
Andrés García Tejado tiene dedicada, con todo merecimiento, una escultura de busto en el portal de entrada del que fuera Hospital Provincial y Universitario de Salamanca y ahora Residencia de Ancianos Asistidos de la Diputación Provincial. La obra es del escultor Francisco González Macías y fue inaugurada, en plena posguerra, el 30 de noviembre de 1944. El que fuera médico de Parada de Rubiales y de Rágama pasó, con posterioridad, a ejercer, en la capital salmantina, en la beneficencia. Se doctoró en Madrid, manteniendo su vocación docente en la Universidad de Salamanca. La vocación política le llevó al Consistorio de la ciudad, donde ejerció de concejal en 1908, a la Diputación en 1924, corporación de la llegó a ser presidente desde 1924 hasta 1929. Su nombramiento fue una decisión directa del dictador Primo de Rivera.
García Tejado modernizó la asistencia sanitaria de la ciudad y provincia abriendo el Hospital Provincial que hizo las veces de Hospital Universitario hasta la apertura del nuevo centro sanitario de la Universidad en 1975, actualmente en servicio. El moderno centro sanitario de la Diputación, cuando comenzó su andadura, estaba dotado de trescientas camas distribuidas por salas corridas, separadas por sexo y patologías. Los pabellones daban a jardines interiores, la mayoría de ellos se conservan todavía, que aportaban al centro un aspecto de cercanía a la naturaleza. Con la apertura del Hospital Provincial desapareció la tensión que se producía cada curso entre los estudiantes de Medicina y su profesorado al tener que realizar las prácticas en el Hospital de la Santísima Trinidad que, a juicio de los estudiantes, no reunía las condiciones deseadas para la docencia.
El escultor Francisco González Macías, autor del busto de García Tejado, era también salmantino, nacido en Béjar en 1901. Su padre fue un reconocido artista tejedor que llegó a disfrutar una beca en París. Francisco estudió en la Escuela de Artes y Oficios y en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid y fue alumno de Victorio Macho y José Capuz. Conoció a Mateo Hernández, el más internacional de los escultores bejaranos, en París. En 1936 se instaló en Madrid. Tiene esculturas en Gijón, Zamora, Villaviciosa, Madrid y, por supuesto, en su tierra natal, Béjar. También destacó como imaginero, realizó por encargo varios pasos de Semana Santa para diversas cofradías penitenciarias, entre las que destaca el Santo Entierro de Salamanca.
Terminamos nuestro recorrido con un recuerdo en piedra. Enfrente del ábside de la iglesia de San Boal, en la plaza del mismo nombre, en la que fuera su casa, se encuentra una pequeña y artística lápida con una inscripción dedicada al médico de Galisteo, periodista y poeta Ventura Ruiz Aguilera. Se destacó por sus ataques a la monarquía y a los gobiernos conservadores, asuntos que le llevaron al destierro, decretado por Narváez en 1848. Padeció el exilio en Castellón y en Alicante, y de regreso a Madrid tuvo una intervención activa en la revolución de1868, aunque no quiso aceptar ningún cargo político. Su obra periodística y literaria fue muy prolífica y de gran calidad, aunque desconocida en la actualidad incluso para los salmantinos.
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