Por M. Puertas
Retomamos la figura del profesor Estella Bermúdez de Castro con su llegada a Madrid. Ser catedrático de la Universidad Central entonces era lo más de lo más y para nuestro protagonista no lo iba a ser menos. Si bien es cierto que en su caso coinciden una serie de hechos que ponen de relieve nuevamente el alcance de su figura. El salmantino había triunfado en Zaragoza como catedrático de Enfermedades de la Infancia, pero su traslado a Madrid se produce a finales de 1932 (con 34 años) tras la obtención, en brillantes y reñidas oposiciones, de la Cátedra de Terapéutica Quirúrgica, una especialidad aparentemente nueva para él, pero que después le acarrearía enorme fama como gran cirujano, “por su enorme capacidad técnica y gran habilidad”, como señala Manuel Díaz-Rubio en “100 médicos españoles del siglo XX”.
Sin duda, el cambio de Cátedra, documentan distintas fuentes, se debió a su amplitud de conocimientos. Ya en 1931la Academia Nacional de Medicina había destacado como “Mérito relevante” sus trabajos sobre malformaciones de la cara y complicaciones broncopulmonares postoperatorios en Cirugía Infantil.
Con una concepción muy científica de la medicina y la cirugía, sostiene Díaz-Rubio, realizó una cirugía no frecuente en su época, ya que entendía y preconizaba que ésta era un todo continuo que comenzaba con el diagnóstico del enfermo, su preparación para el acto quirúrgico, el acto en sí, incluida la anestesia, y los cuidados postquirúrgicos. En este sentido, siempre defendió que “la cirugía no es un arte mágico, atributo privilegiado de malabaristas audaces, sino una ciencia austera que reclama sólida formación doctrinal y exige armónica y escrupulosa colaboración de todo el personal integrante del equipo”.
Aunque cirujano general, continúa el mismo autor, “destacó sobremanera en el campo de la cirugía endocrinológica, donde introdujo no sólo modificaciones técnicas, sino el manejo por el cirujano de estos pacientes con frecuentes disturbios endocrino-metabólicos y donde los conocimientos fisiopatológicos podían garantizar la supervivencia del paciente”. Otra condición en Estella es la de gran divulgador de la anestesia. Al respecto, añade Díaz-Rubio, que como “profundo convencido del conocimiento preciso que el cirujano debe tener de ella, escribió un magnífico libro, Manual de anestesia quirúrgica (Madrid, 1942), destinado también al experto en el área de anestesiología, y que sería revisado y reeditado diez años después por sus discípulos Luis Peña López y Carmelo Gil Turner”.
Otras fuentes recuerdan que como cirujano de vanguardia se vio obligado en ocasiones a diseñar su propio instrumental.
Muy poco después de llegar a Madrid, y antes del terrible lapso que la guerra civil supuso para las actividades docentes y clínicas, José Estella ya comenzó a capitanear distintos movimientos para la actualización de la cirugía española tomando como referencia otros países más avanzados. En 1933 fue designado por la Junta de Relaciones Culturales para pronunciar en Cuba y Estados Unidos conferencias de extensión universitaria. En 1934 fue comisionado por la Facultad de Medicina de Madrid para estudiar la organización de los Servicios de Cirugía en diversos hospitales de Europa y Estados Unidos para su posible aplicación en el nuevo Hospital Clínico de San Carlos, que estaba reconstruyéndose en la Ciudad Universitaria.
Poco después llegaría la guerra, un triste paréntesis docente y asistencial también para nuestro protagonista. Concluida la contienda, los anales de la Asociación Española de Cirugía recuerdan que “entre los cirujanos de la universidad se encontraban hombres de una ideología política afín a los nacionalistas por lo que vieron pronto reconocida su situación con su integración al servicio sin imposición de sanción alguna (Estella Bermúdez de Castro, Martín Lagos, Agredes). En general puede afirmarse que su suerte ante la Guerra Civil fue similar a la que se advierte en otros médicos de orientación fundamentalmente clínica, que bien por encuadrarse en una mentalidad burguesa o bien como consecuencia del prestigio de su actividad sanitaria gozaron de una protección social que no alcanzó a otros colegas sin dedicación inmediata al enfermo”.
Lo cierto, en el caso de Estella Bermúdez de Castro, considerado un intelectual sin connotaciones políticas, es que en el 39 pasa a impartir la asignatura de Terapéutica Quirúrgica y el Ministerio de Educación Nacional le nombra director del Hospital Clínico de la Facultad de Medicina de la Universidad Central.
En esta etapa madrileña compagina su labor clínica en el Hospital Clínico y el Hospital de la Princesa, al que se reincorpora, con la de Cirujano de la Ferroviaria. Destaca su intensa dedicación a la publicación de sus libros más importantes Endocrinología quirúrgica: cirugía del sistema endocrino (1940), Cirugía del tiroides, con prólogo de José Casas (1940) y Manual de Anestesia Quirúrgica, con prólogo de Vital Aza (1942), que se suman a otro libro importante de su anterior etapa Malformaciones congénitas de la cara (1929). Otras de sus publicaciones destacadas son El sondaje del corazón (1930), Problemas médicos y quirúrgicos que plantean las septicemias (1944), Síndrome de compresión total de la médula por tumor intrarraquídeo: extirpación y curación (1944), Todavía sobre la epilepsia traumática: indicaciones legítimas sobre el tratamiento operatorio (1945), Tratamiento quirúrgico de la parálisis facial y resección del ganglio cervical superior del simpático (1945) y La hipoproteinemia postoperatoria: accidentes, complicaciones y tratamiento (1945).
En 1943 es nombrado por el Ministerio de Trabajo miembro de la Comisión de Enlace encargada de elaborar el plan de instalación de los Servicios Médicos y las normas generales de su funcionamiento, tras la aprobación en diciembre de 1942 de la Ley del Seguro Obligatorio de Enfermedad.
En 1944 funda y dirige la Revista Española de Cirugía en la que participa activamente junto a otros grandes especialistas de la época. Esta publicación le permitiría realizar intercambios con las mejores revistas norteamericanas de Cirugía de la época, entonces muy difíciles de conseguir en España.
La solidez de su figura a nivel nacional le vale para que su colaboración sea requerida en numerosos congresos nacionales e internacionales como el celebrado en Londres en 1946, recién terminada la Guerra Mundial, al que asiste como representante del Gobierno. De ese mismo año destaca su viaje a Estados Unidos, en un nuevo encargo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que derivaría además en un importante ciclo de conferencias en Argentina, ampliamente difundido por diarios como Ya.
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