Por M. Puertas
Salamanca Médica vuelve a adentrarse este número en las aulas de la Facultad de Medicina para rescatar la vida de uno de esos personajes indispensables en la historia de la Medicina salmantina del pasado siglo. En esta ocasión hablamos de Isidro Segovia Corrales (Salamanca, 1856-1925), nombre conocido para muchos seguramente a través de la calle que recuerda su figura en la ciudad y de la placa que desde 1925 permanece en la Facultad de Medicina como reconocimiento a su labor al frente de este centro universitario. Tanto una como otra son señal de la huella que este catedrático de Anatomía dejó en la ciudad y que conviene recordar cuando están a punto de cumplirse los ochenta años de su muerte.
Se debe a él especialmente, según recogen los periódicos de la época, el reconocimiento oficial de la Facultad por parte del Estado a finales de 1903 y el desarrollo progresivo del centro en los años que ejerció su decanato, entre 1900 y 1925, una larga trayectoria que le convirtió en «el más genuino representante» de la Facultad de Medicina, según le definía El Adelanto el 31 de enero de 1925, un día después su muerte. Don Luis Sánchez Granjel, en su libro La Facultad Libre de Medicina de Salamanca (1868-1903), también dice de él que colaboró «decisivamente en la actuación universitaria y ciudadana que devolvió a la Facultad salmantina a su perdida condición de centro estatal».
Junto a su infatigable labor en la Facultad, se le recuerda como una persona muy vinculada a la ciudad. Escuela y ciudad, centraron sus dos grandes pasiones.
Isidro Segovia y Corrales nació en Salamanca en 1856. Era hijo de otro insigne catedrático de Derecho, D. Ramón de Segovia, que llegó a ser vicerrector de la Universidad. Antes de llegar a la actividad docente, Isidro hizo la carrera militar y se retiró del servicio activo con la graduación de capitán de Infantería, habiendo desempeñado el cargo de comandante militar de Béjar. Llegó a obtener la Cruz de la Orden de San Hermenegildo.
Estudió Medicina en Salamanca licenciándose en 1880. Su incorporación al Claustro de profesores tuvo lugar en 1885.Al año siguiente, y por una decisión ministerial que fue contestada por algunos, según recoge el libro de Sánchez Granjel, accedió a la titularidad de la Cátedra de Anatomía, plaza que ocupó hasta su muerte en 1925. Para desempeñar este cargo renunció al de profesor de la misma asignatura en Cádiz, que había ganado por oposición.
Permaneció en la Cátedra de Anatomía desde 1886 hasta su muerte en 1925
El 14 de noviembre de 1900 fue elegido decano de la Facultad de Medicina, cargo en el que fue confirmado en 1904, año en el que el centro fue reconocido por el Estado. Se mantuvo como decano hasta el día de su muerte, el 30 de enero de 1925. En esa fecha ocupaba la Vicepresidencia de la Junta Provincial de Beneficencia, volcal nato de la de Colegios y por méritos de enseñanza se hallaba en posesión de la Cruz de Alfonso XII.
Tuvo dos hijas (Patrocinio y Dolores) y un hijo (Joaquín).
Su desaparición tuvo lugar pocos días después de que desde la Facultad se solicitara al Ayuntamiento la ampliación del pequeño edificio de Fonseca en el que se encontraba el centro.
La noticia de su muerte queda recogida en los periódicos de la época como el adiós de una persona muy querida en la ciudad. Además de esquelas de gran tamaño, que en el caso de La Gaceta Regional de 31 de enero de 1925 ocupaba media portada del periódico, tanto El Adelanto como La Gaceta publicaron amplías semblanzas sobre el decano fallecido.
Para el redactor de El Adelanto, Isidro Segovia era un “hombre culto, de inteligencia clara, un indiscutible prestigio de la Facultad de Medicina de Salamanca (…), realizando al frente de ella una labor de enseñanza que ha dejado una honda huella en las generaciones estudiosas que por su aula han desfilado”.
De ideas progresistas, continuaba el diario, tenía un gran espíritu liberal “forjado en las turbulencias políticas de la última fase del siglo XIX”.
Era un carácter recio, serio y justo, que inspiraba un profundo respeto y veneración. A la vez, según el mismo periódico, era de una gran afabilidad de trato y conversador ameno e ingenioso. “Todos sus alumnos -recoge la crónica- guardan de él un grato e imborrable recuerdo”.
Prácticamente en los mismos términos, La Gaceta Regional señalaba que con el señor Segovia “desaparece el último de una generación de maestros que supieron, por su sabiduría y por su amor a la enseñanza, dar días de gloria a nuestra vieja Escuela de Medicina”.
Fue la Facultad, según el redactor de este diario, “su mayor cariño y a la que se consagró el doctor Segovia con toda la intensidad de su entusiasmo por todo loque la mejora de la enseñanza significara”. En este sentido, se le distinguió por saber contrarrestar la penuria de medios económicos reinante en la Universidad, sacando el máximo fruto posible de lo disponible, “mejorando constantemente los servicios de la Facultad”.
A pesar de que su gestión le ocasionara disgustos y sinsabores, continuaba La Gaceta, no cejó “el insigne decano en su constante trabajar, y a pesar de que últimamente, por su delicado estado de salud perdiera grandes energías físicas, siguió trabajando en su noble fin”.
Ya el día después de su muerte, los periódicos hablaban de que la desaparición de Isidro Segovia dejaba un “vacío muy difícil de llenar, pues pocos catedráticos habrá como él, que a tan gran competencia para la enseñanza, unan un entusiasmo y un interés tan decidido por todo lo que progreso de la Facultad de Medicina signifique”.
No se sabe si el redactor estaba anunciando lo que ocurriría sólo ocho días después, pero lo cierto es que el Claustro de la Facultad de Medicina se reunió y al menos dos de los posibles candidatos al Decanato renunciaron. Por un lado, Arturo Núñez declinó tal posibilidad al entender que las funciones de decano debía desempeñarlas uno de los catedráticos de enseñanzas clínicas. Por ello se propuso a Casimiro Población, que también declinó la designación, aunque al final sus compañeros decidieron proponerle, formando terna de candidatos junto a Godeardo Peralta y Antonio Trias.
En la semblanza que de él se hace en El Adelanto el 1 de febrero de 1925, además de distinguirle como “el más genuino representante de la Facultad de Medicina”, se señala que sus dos amores de toda la vida, “de aquella su austera, activa y honrada vida”, fueron la ciudad y la Escuela, “dos nobles pasiones”, que según el diario destacaban siempre en todos sus discursos y escritos.
Isidro Segovia era considerado un hombre de temperamento liberal, demócrata, amigo del pueblo y amante de las libertades públicas. Atesoraba una ejemplar conciencia civil de ciudadano digno, recoge El Adelanto. Sabía hacer españolismo con la diaria norma de su conducta, con su labor infatigable en la enseñanza, con su constante trabajar en pro del progreso y del bienestar salmantinos, con sus actividades y entusiasmos políticos cuando llegaba el caso. “Pues este hombre que para todos tenía la cordialidad de sus sentimientos sanos, había hecho un culto de su vida, para llevarla con el decoro, la honradez, el talento y el cumplimiento del deber que requiere la misión del hombre justo y bueno”, señala el redactor del diario.
Aquella cruzada famosa e inolvidable, continúa el mismo periódico, en pro de la declaración oficial de las enseñanzas de Ciencias y Medicina, templo su carácter y su espíritu, convirtiéndolo “en apóstol y en adalid, en caudillo y en soldado de aquellas filas que formaba toda la ciudad, más abigarradas y más entusiasta, cuando la ciudad oía la voz de su paladín, fuerte y contundente, elocuente y emocional, porque el doctor Segovia era un orador que nadie igualaba en aquella forma original y expresiva en que decía los primeros, fervorosos y avasalladores, párrafos de sus oraciones públicas”.
En cuanto a su labor de profesor, recogían los diarios de la época que “era en su cátedra el padre y el consejero de sus alumnos y el faro luminoso que alumbraba las jóvenes inteligencias escolares, explicando con claridad meridiana, con elocuencia envidiable, con un sentido de humanidad y de civilidad que se traducían, a la par que en enseñanza científica, en práctica ciudadana también.
A donde quiera que fuese, relata El Adelanto, allí llevaba el doctor Segovia su espíritu progresivo y democrático y su encendido amor a la Escuela y a Salamanca.
También se le recuerda como conversador sagaz, ocurrente, ameno e interesante. En este sentido, se dice que sus tertulias del Casino eran plato exquisito para espíritus cultivados. Sabía él, de sobra, recoge El Adelanto, su enfermedad y presentía su fin. Pero ello, en nada le mermaba el humor para la charla despreocupada y el comentario del día, ya local o nacional, para la clase diaria y para conservar siempre ponderado el amor y el celo y el interés por la Facultad y por Salamanca.
Su entierro, según los diarios, fue una de las mayores manifestaciones de duelo registradas en Salamanca, fruto de las simpatías que había conseguido en vida por sus bondades y por la intervención directa en todos los asuntos relacionados con la prosperidad de Salamanca.
Pocos días después, su compañero de Claustro Hipólito Rodríguez Pinilla recordaba, ya desde Madrid, en un artículo In Memoriam que “los universitarios no queríamos prescindir del gesto o de la aptitud de Segovia cuando había que tomar una resolución importante”. También señalaba que “Isidro Segovia pudo salir en posición ventajosa de su nidal, en esa Facultad de Medicina, y jamás quiso ni hizo por ello. La Facultad y él fueron como la llave y la cerradura específicas, la una para la otra”. Y se pregunta Rodríguez Pinilla si “ahora, sin Isidro Segovia, sin los dos o tres veteranos que, como guardia real, le escoltaban siempre, Guillermo, Antonio, el Terapio, ¿seguirán fluyendo las fuentes del amor a la Escuela?”. En el primer Claustro de la Facultad, a los pocos días de su muerte, y bajo la presidencia de Arturo Núñez se acordó colocar, en homenaje a su memoria, el retrato del señor Segovia en el salón de profesores y una lápida en la Facultad (que aún permanece), conmemorativa de su actuación. También acordaron sus compañeros solicitar al Ayuntamiento que le diera el nombre del doctor Segovia a una de las calles de Salamanca, algo que así sería y que aún se mantiene.
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