Por Máximo PUERTAS MARTÍN
Continuamos la nota biográfica de este destacado cirujano salmantino publicada hace dos números con un breve recordatorio a su importante papel en la cirugía salmantina de la primera mitad del pasado siglo. Sin duda fue la referencia de esta especialidad en la ciudad y como tal merece un recuerdo. Varias son las razones, primero, fue el cirujano por antonomasia de Salamanca, segundo, contribuyó a la formación de una importante saga quirúrgica en la ciudad y, tercero, tuvo un papel muy relevante en la cirugía de guerra de nuestro país. La posible parcialidad de estas líneas, imputable a la juventud del que suscribe, no serán obstáculo para acercarse a uno de los médicos salmantinos más interesantes de los últimos tiempos. Agradecemos la ayuda prestada por algunos de sus colaboradores como el Dr. Ferrer, que aporta las curiosas imágenes.
Con un ojo puesto en las novedades y enseñanzas que llegaban de Francia y Alemania y otro en sus quirófanos de Salamanca, así comenzó a fraguarse la carrera este conocido y destacado cirujano salmatino que acabaría siendo el cirujano de la ciudad.
Cuentan que Francisco Díez Rodríguez (1883-1948) tuvo como maestro a un quirúrgico conocido como don José el de La Armada, que había ejercido como médico en la Marina Mercante. Su impronta le llevaría a apasionarse rápido por la cirugía, una especialidad que experimenta importantes cambios en las primeras décadas del siglo XX, cuando comienza a ser cavitaria (vientre, tórax, cerebro, etc.).
Este cambio coincide con un don Paco joven y atrevido que había opositado a las auxiliarías de la Facultad de Medicina, puesto que le iba a conceder una posición privilegiada dentro de las enseñanzas quirúrgicas. Por entonces, era frecuente que los catedráticos de cirugía pasaran de largo por Salamanca. Ésta era sólo una estación de paso, por lo que don Paco se veía obligado frecuentemente a asumir estas enseñanzas con ayuda de cirujanos de su escuela como Arturo Santos, Adolfo Núñez padre o Luis Estella.
Como cirujano de la ciudad, al que siempre se recurría (también se ocupó siempre del servicio médico de la Plaza de Toros), tuvo un papel fundamental en la formación de otros destacados cirujanos salmantinos. El listado es muy amplio, y puede que obviemos alguno, pero sí podemos mencionar a Beltrán de Heredia, Arturo Santos, Adolfo Núñez, Luis Estella, Lucilo Escudero, Miguel Ferrer, Díez Gascón, Mateos Sasieta, Guzmán Busaderas, Nicolás Vicente o Julio Santiago Mirat.
Un hombre con verdadero temple de corazón, muy meticuloso, pero valiente para aquella cirugía heróica
De su carácter profundamente estudioso nos da buena cuenta una de los recuerdos que nos refiere el doctor Ferrer. Su influencia francesa estuvo muy presente, dominaba bien el francés y un poco de alemán. Era suscriptor de La Presse Medicale, revista que le acompañaba todos los días al quirófano. Aprovechaba los intermedios de las operaciones para leer el último ejemplar y subrayar, siempre en tinta verde, todo lo que creía importante. Ya leída, se la prestaba una semana a alguno de sus colaboradores, asegura Miguel Ferrer.
Gran conocedor de la farmacopea francesa, acostumbraba a aplicar sus ventajas en plena era preantibiótica, en la que eran protagonistas el licor de Dakin, el líquido de Mansier con sus componentes de yodo o las gasas yodofórmicas. También las primeras sulfamidas desarrolladas por Dogman.
En la práctica quirúrgica, según Ferrer, era “un hombre con verdadero temple de corazón, muy meticuloso pero valiente para aquella cirugía heróica de principios de siglo”. “Sólo hacía -relata Ferrer- lo justo y necesario para el enfermo, con mucho celo. Sabía adaptarse perfectamente al caso. No le tenía miedo a nada”.
“Parco de palabras, no muy brillante de verbo, pero un realizador magnífico”, asegura Miguel Ferrer.
Por ello también pasaría a la historia como cirujano hábil. Encarnó como pocos, añade Ferrer, la figura del cirujano general auténtico. En una época en la que las armas quirúrgicas no eran muchas, don Paco se enfrentó a graves casos de anginas del suelo de la boca producidos por anaerobios, osteomelitis, pleuresías metaneumónicas, metrallazos o heridas de cráneo que obligaban a realizar trepanaciones descomprensivas.
Cirujano muy completo, llegó incluso a pisar terrenos de otras especialidades, con la intervención de hipospadias, secuelas de poliomelitis o pies equinos.
Su contacto con cirujanos importantes de Madrid como Cardenal u Olivares fue continuo. También fue uno de los protagonistas del nacimiento de la Asociación Española de Cirujanos, en cuya reunión constitutiva, marzo de 1936, representó a Salamanca, junto a otro ilustre grupo de cirujanos españoles, encabezados por Goyanes.
La contienda civil española pilló a don Paco en pleno apogeo quirúrgico. El prestigio del que gozaba en la ciudad, también su afinidad al bando nacional, le iban a colocar a la cabeza de los servicios quirúrgicos de Salamanca para hacer frente a la enorme demanda que requería una guerra con miles de heridos.
En este sentido, Salamanca Médica ha tenido acceso a un documento inédito en el que de puño y letra del propio don Paco se narra cómo fue la organización quirúrgica en Salamanca durante esos tres años de contienda.
En él recayó la responsabilidad de formar los equipos quirúrgicos, que distribuyó por todos los hospitales de la provincia, así como el suministro de personal a provincias limítrofes, como por ejemplo el equipo de Marín en Ávila o el de Urbina en Valmojado (Toledo).
La cabeza de toda la organización hospitalaria, bajo su dirección, se situóen el Hospital Provincial y Clínico, desde donde se intentaba dar respuesta a las peticiones apremiantes que llegaban incluso desde Valladolid, Cáceres, Ávila o Vitoria.
El Provincial y Clínico quedó reducido a hospital de guerra. Para la población civil, sólo se destinaron una pequeña sala para niños, partos y cirugía de mujeres, y otra para cirugía masculina y especialidades, además de la sala de infecciosos en un pabellón aparte.
Don Paco hace referencia en este documento a los numerosísimos gastos quirúrgicos que provocó la guerra. Fue necesaria una suscripción del Ayuntamiento y también se recurrió a Portugal, desde donde se le suministraba material, gracias a importantes enlaces.
Una vez en marcha toda la organización quirúrgica, se procedió a la creación de los hospitales del Preventorio Escuela, del Sifilicomio, la Cruz Roja, el Noviciado de los Jesuitas y el asilo de La Vega.
En la provincia, la asistencia corrió a cargo de centros en Peñaranda de Bracamonte, Retortillo, Ledesma (ciudad y balneario), Ciudad Rodrigo, Fuentes de Oñoro, Santiago de la Puebla, Paradinas de San Juan, Vitigudino y Lumbrales, además del de la Santísima Trinidad.
También se utilizaron el Sanatorio María Isabel, el de Beltrán Heredia y la Clínica de Arturo Santos.
La Facultad de Medicina, continúa don Paco, también se militarizó. Desde ella desempeñaron un importante papel en la atención los doctores Pierna y Querol.
La fuga de patólogos salmantinos se sustituyó con personal docente de otros centros que buscaron refugio en Salamanca. Entre estos, destaca Puig Sureda, que vino a Salamanca con personal de la Clínica Platón de Barcelona como el radiólogo Sanchiz o el tisiólogo Jacinto Raventós.
También llegó a Salamanca el urólogo Leonardo de la Peña y el presidente de la Sociedad Española de Cirugía José Goyanes, el traumatólogo de La Princesa Hernández Ros, el internista Fernando Rodríguez Fornos, que hasta el alzamiento había sido rector de la Universidad de Valencia.
Otros médicos importantes que prestaron servicio en Salamanca fueron el internista doctor Rocha, también procedente de la Clínica Platón o el doctor Pacual de Las Marías, cirujano pionero en los albores de la cirugía cardiaca en el Hospital de la Cruz Roja de Madrid. También estuvo el cirujano torácico Lucilo Escudero.
La mayoría de ellos ocuparon cargos y ejercieron en clínicas y sanatorios de la ciudad. Esto contribuyó a que los internos del Hospital Clínico se aprovecharan de las enseñanzas de figuras de primera línea nacional, como recuerda con gran satisfacción el doctor Ferrer, ayudante de muchos de ellos durante el parón que la guerra provocó en sus estudios de Medicina.
Coincidiendo con la contienda, según los escritos de don Paco, junto con el Conde de la Florida se ideó un instituto de reparación y ortopedia, dirigido por los doctores Pierna, Goyanes, Hernández Rosy Juan Mirat, que desarrollaron sus operaciones en el Hospital Provincial.
Salamanca fue cobijo durante la guerra de célebres especialistas que ejercieron en el Hospital Provincial
El equipo C-20, dirigido por Francisco Díez e integrado entre otros por Julio Santiago Mirat, Guzmán Busaderas o Miguel Ferrer, fue uno de los que más actividad desplegó, realizando según el propio don Paco una media diaria de catorce intervenciones de alta cirugía. Esto le acarrearía los honores del propio Cuartel General del Generalísimo.
En esta etapa también tuvo gran protagonismo el sanatorio María Teresa del doctor Díez Rodríguez. Puesto a disposición del movimiento, este centro fue cobijo de célebres cirujanos, procedentes de la otra zona, que encontraron en Salamanca hogar y manutención.
Hasta aquí, querido lector, la segunda y última de las entregas en torno a Francisco Díez Rodríguez. Salamanca Médica pide disculpas por las lagunas que se puedan encontrar en el texto, aclarando que al igual que toda la serie anterior de Maestros con Historia, sólo pretende acercar y recuperar la figura de destacados médicos, que en muchos casos, han caído en el olvido con el paso del tiempo. El homenaje, sin embargo, en todos los casos es más que merecido.
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