Por Ramón Martín Rodrigo
Licenciado en Geografía e Historia y en Historia del Arte
y doctor en Geografía e Historia
Vista en una primera exposición unas semblanzas biográficas del Dr. Moraza, en esta segunda, para completar su biografía, recojo anécdotas e informaciones que me han comunicado oralmente diversos médicos, y he obtenido de publicaciones y de Internet.
Llegado D. Miguel a Salamanca se hospedó en el Gran Hotel1, entonces de reciente construcción, y el más elegante establecimiento de hostería en la ciudad. Joven, apuesto, soltero y catedrático por oposición, Miguel Moraza despertó la admiración de las jóvenes de la alta sociedad salmantina. A fines de los años cuarenta del siglo XX había surgido la moda de ir al Campo de Tiro y Deportes a jugar al tenis, entre otras cosas. A este espacio de recreo acudían gustosamente las señoritas distinguidas de la ciudad. También Moraza fue allí en cierta ocasión, regresando a la ciudad con una simpática joven, pero en vez de acompañarla hasta su casa, encomendó la tarea a Ramona2. Y es que Moraza, al parecer, no estuvo nunca muy inclinado a noviazgos, ni a casamiento, ni a las abiertas relaciones sociales del tipo que muchos salmantinos deseaban. Por entonces Moraza se aproximaba a las notas definitorias del tímido sexual. Luego fue ganando la aceptación de muchas personas del ámbito científico y de esta ciudad, aunque tardó en desprenderse de un cierto grado de renuencia social.
Algo que se encuentra muy repetido de lo ocurrido en su vida3 es la represión franquista, que consistió, en la suspensión por un año de empleo y sueldo y la puesta en prisión “atenuada”, durante igual periodo de 1937 a 1938. Luego, desde fines de 1938, ejerciendo su labor profesional como cirujano, atendió a los heridos de la guerra civil, que venían a los distintos hospitales instalados en Salamanca. Me ha informado don Luis Sánchez Granjel, que el Dr. Moraza no aceptó el grado de oficial, que como médico militar habilitado le correspondía; que tenía encomendado un servicio quirúrgico en el hospital instalado en la residencia de los Jesuitas del Paseo de San Antonio; y que además Moraza, en 1939, fue adscrito a las tropas italianas con el nombre de Hospital Legionario N.º 9.
El Sanatorio del Dr. Moraza estaba en Pollo Martín, 7 y 9. Esta clínica a decir verdad, respondiendo a los tiempos de penuria por los que había pasado España, no se caracterizaba por su buena dotación. Al frente de la misma, bajo la autoridad de don Miguel, se encontraba Ramona. Era ésta una joven de Calzada de Valdunciel, que cuando Moraza estuvo en la cárcel se ocupó de llevarle comida y de otras atenciones. En mutua correspondencia a este apoyo, Moraza confió a Ramona la gestión de su sanatorio. Y Ramona fue su mano derecha, como suele decirse. Ella, a modo de ‘enfermera mayor’, tomaba nota de las consultas, cobraba los honorarios, entregaba y cobraba a los estudiantes ‘los apuntes’ de las asignaturas que el catedrático tenía elaborados. Si algún doctor tenía que operar en este sanatorio, ya por convenio que hubiera con alguna compañía de seguros, ya por urgencia, Ramona disponía y preparaba el instrumental y todo lo necesario para la intervención y estaba al tanto de horarios y de enfermeras que habían de acudir. Quien solucionó muchos casos y contribuyó como verdadero sustentador del Sanatorio de Moraza ha sido el Dr. D. Atilano López, su profesor adjunto y su mayor amigo.
Los años cuarenta en España fueron de carestía en infinidad de cosas, sin escapar los medios técnicos. Moraza fue cierto día avisado de que en el Hospital había ingresado un enfermo que necesitaba ser operado urgentemente. Sin vehículo propio4, sin taxis a mano, tomó en la puerta de su sanatorio la bicicleta de un lechero (equipada para poner las cántaras de leche), se recogió los pantalones en los calcetines y salió “corriendo” en bici al Hospital. Algunos chiquillos, percibiendo al ocasional ciclista, gritaban: “¡Adelante, Berrendero!, (que era el famoso ciclista del momento). Del resultado de la operación no se tiene noticia, pero la anécdota deja ver la gran profesionalidad de este cirujano. Tanto que no iba a comer hasta que no terminaba su labor y su trabajo en el Hospital.
Moraza tenía franca experiencia en las enfermedades de estómago y del intestino. La operación de estómago la realizaba con verdadera pericia, y por extensión las de apendicitis y otras semejantes. No iba a la zaga en intervenciones en las extremidades, especialmente en las roturas de huesos de brazo y de muñeca, para lo que él llegó a inventar una especie de tablillas que dieron buen resultado5 y también se metió en estudios sobre otros aparatos para la cadera y la columna vertebral.
Durante su docencia, impartió la materia de su Cátedra Terapéutica Quirúrgica (llamada por los alumnos “Operaciones”), hasta que excluida como asignatura6 del Plan de Estudios de 1947, pasó el 28 de febrero de 1947 a la Cátedra de Patología Quirúrgica. Pero además impartió otras materias, así en octubre de 1933 fue nombrado Profesor Interino de Otorrinolaringología, la que dejó de impartir en 1936, porque en 1935 había comenzado a dar clases, “por acumulación” de la Cátedra de Patología Quirúrgica. Resultando que luego, invirtiéndose la situación, se hizo cargo “por acumulación” de “Terapéutica Quirúrgica” dado que aún quedaban alumnos del plan antiguo. De este modo a su sueldo de catedrático unía otro segundo (aproximadamente una tercera parte del primero) por la enseñanza que él desempañaba por el referido concepto, como también lo hacían otros profesores de la Facultad de Medicina de Salamanca. En cualquier caso, Moraza poco a poco iba ascendiendo en el escalafón y con ello también iba mejorando la nómina mensual.
“Era sobre todo un gran maestro”. Manuel Crego
Como dije en la primera parte de esta biografía, en el ánimo de Moraza estuvieron siempre presente Alemania y Madrid. En el verano de 1939 nuestro doctor volvió a Alemania, llegó el momento de regresar en septiembre, pero con el inicio de la Segunda Guerra no pudo regresar a España en la fecha prevista7. En tanto que él solucionaba su vuelta, vía Italia, aquí en Salamanca, se había denunciado su incomparecencia para realizar los exámenes de septiembre. Aunque el problema parece que no tuvo trascendencia, quizás fuera uno de los motivos del distanciamiento temporal con algún profesor.
En 1941 solicitó en concurso de traslados la Cátedra de Terapéutica Quirúrgica de la Facultad de Medicina de Valencia, no obteniendo la plaza. En 1948 presentó instancia en el concurso de traslados para la segunda Cátedra de Patología y Clínica Quirúrgica de la Facultad de Medicina de Madrid, con resultado también negativo. Finalmente en 1952 volvió a presentarse al concurso de traslados para la tercera cátedra de la Facultad de Medicina de la Universidad de Madrid, la que tampoco alcanzó siendo adjudicada la plaza al Dr. D. Rafael Vara López. Moraza recurrió mediante un recurso de reposición exponiendo sus méritos, “acompañando certificación de que había consagrado toda su vida a la Cátedra con ejemplar asiduidad” y de que había hecho de ello “la finalidad de su vida”. Como tampoco con sus alegaciones consiguiera rectificación alguna de la asignación de la plaza, siguió adelante con un recurso de agravios: “Resultando que el Sr. Moraza solicitó y obtuvo audiencia del Consejo de Estado, en la que elevó su escrito”, recurso de agravios que fue resuelto negativamente8 por el Consejo de Ministros el 10 de mayo de 1955. Por tanto, vemos que a Moraza se le frustró por tres veces su deseo de promoción a una Universidad de mayor prestigio, una a Valencia y dos a Madrid, costándole con toda seguridad la última de ellas un buen disgusto, dada su insistencia.
Moraza leía y estudiaba mucho. Esta faceta la recoge perfectamente bien el antiguo rector de la Universidad de Salamanca, D. Julio Rodríguez Villanueva, que le hizo el prólogo del libro Momentos estelares de la Biología, y que además le prestó su Departamento en la Facultad de Ciencias para que Moraza, cuando ya estaba jubilado,( desde septiembre de1969) fuera allí a trabajar y a investigaren el laboratorio, pues incluso cuando don Miguel vivía en Madrid se acercaba con frecuencia a Salamanca para seguir en su afán de profundizar en conocimientos y divulgarlos. Y así se le ve, por ejemplo, el 2 de octubre de 1974, cuando escribe un artículo sobre el microscopio electrónico, (ante el Congreso de Microscopía Electrónica, que entonces se iba a celebrar en Salamanca)9.
Es evidente que otro rasgo importante a destacar de Moraza fue el afán puesto en la investigación, dedicándose especialmente a resolver problemas de biología, de genética, o de química y especialmente el tema de los oncogenes. En su sanatorio tenía unos conejillos y en ellos probaba resultados tras exponerlos a heridas, alquitranes y otras sustancias químicas.
A lo largo de su vida logró numerosos reconocimientos. Fue miembro de la Real Academia de Medicina de Galicia. En 1953 formó parte del Consejo de Redacción de la revista de la Asociación de Cirujanos Cirugía, Ginecología y Urología10. D. Miguel también se granjeó la amistad y la consideración de muchas personas. Entre sus amigos cabe destacar al ingeniero Ángel Coca y a los eminentes doctores Juan y Joaquín Montero Gómez, Atilano López, Luis Sánchez Granjel, Ángel García Rojo, Fernando Cuadrado, Jerónimo Sánchez García, Manuel Crego, Ángel Zamanillo y J. Rodríguez Villanueva. Fue éste último quien escribió su necrológica11. Finalmente hay que decir con sentido laudatorio que Moraza dejó muchos y buenos discípulos. Baste citar, como ejemplo, que actualmente se anuncia el Servicio Quirúrgico del Dr. Federico Sánchez en el USP Hospital de Santa Teresa de la Coruña12, como “alumno que fue de Moraza”.
“Persona buena y afable, de una humildad y sencillez poco frecuentes”. Julio Rodríguez Villanueva
Como Moraza era muy trabajador y constante, tenía fama, pasaba consulta y operaba en su clínica, y no extendía facturas elevadas por sus honorarios, su clientela fue numerosa. Fue, pues, un hecho normal que ahorrara dinero, mucho dinero (que alguno de sus amigos vieron que frecuentemente llevaba al banco en una cartera de trabajo). Por otra parte Moraza era austero, se contentaba con vivir en una de las habitaciones de su sanatorio, y dormir en una cama de hierro, de color azul, con cuatro cosas en su cuarto, “en modesta habitación, pero rodeado de libros en alemán, francés o inglés”. “Hombre carente de vicios, parco en sus comidas, modestísimo en su forma de vestir casi monacal”, según dijo el Dr. Crego. Por tanto, el gasto ordinario tampoco era gran cosa. Pero además tuvo la visión de invertir capital en la compra de inmuebles, algunos dicen que fueron varias docenas. Ciertamente llegó a tener varios pisos en Salamanca y otros en Madrid. La subida general de la vida vino a multiplicar el valor de los mismos.
Ya antes de marchar de Salamanca algunos habían escuchado a D. Miguel la idea de establecer algunas becas para estudiantes de Medicina. Por las razones que fueran él no llegó a hacerlo, pero dejó encargado a su hermana Eugenia formalizar alguna dotación para la Universidad de Salamanca. El BOE de10 de febrero de 1998, (Resolución de 27 de enero de 1998), hace oficial la “Fundación Doctor Moraza”, constituida por doña Eugenia Moraza Ortega en su testamento de 22 de diciembre de de1993. La dotación inicial de la fundación asciende a 741.865.669 pts. integrada por bienes inmuebles, saldos bancarios y cantidades de las que es deudora la herencia. Parece ser que aún están por resolver algunos recursos judiciales relacionados con la citada herencia. Pero anualmente se conceden dos becas con el nombre del Dr. Moraza, una por la Universidad de Salamanca13 y otra por el Municipio de Fuentenebro (Burgos). De esta suerte se cumplen los fines de Fundación que quedan determinados en el artículo 6de sus Estatutos. Y por ese medio el nombre de tan insigne cirujano no quedará olvidado. Se resuelve así lo que decía D. Julio Rodríguez Villanueva, que “por su humildad y sencillez a pesar de su valía como catedrático de Patología Quirúrgica y como investigador ha pasado por el mundo excesivamente ignorado”. Pero como mecenas generoso, aunque póstumo, ha dejado un buen ejemplo que actualiza su memoria, digno de ser imitado por otras personas e instituciones.
Se rumoreó que quizás Moraza fuera ateo, pero yo de esto no tengo mayor información. “Siempre respetuoso con ideas y creencias de los demás”, era “hombre bueno que hacía suyas las penas de los enfermos y sus familias”. El periódico Ya, de orientación católica, publicó varios de sus artículos, de lo que se infiere que la relación con este medio de comunicación fue buena. Y por otra parte, su esquela mortuoria señala que murió tras recibir los auxilios espirituales.
Como se habrá visto, aquí he escrito un poco sobre cinco facetas de este personaje: la de profesor, “pues era sobre todo un gran maestro”; la de médico cirujano en el Hospital Provincial y en su clínica; la voluntad de trasladarse a Madrid; su economía; y sus cualidades humanas. Falta sólo resaltar algo sobre lo último. Para lo cual en vez de mis palabras tomaré las de los autorizados doctores, Crego y Rodríguez Villanueva, que ya vengo entrecomillando y que vienen a ser coincidentes. Ambos expusieron que Moraza fue “caballero de modales exquisitos, exigente para sí mismo, humilde ante sus éxitos y sincero en sus errores de diagnóstico”; y también que fue “persona buena y afable, de una humildad y sencillez poco frecuentes”. Como tantos hombres ancianos también Moraza padeció de próstata, y con ello durante años llevó resignadamente sonda y bolsa debajo de su pantalón. Su vida física acabó en 1985, sus enseñanzas y su nombre perdurarán mucho tiempo.
* La información de esta segunda redacción tiene como fuente documental el expediente de Moraza y como fuentes orales las mismas que ya cité en nota final en la primera parte, además de la ampliación facilitada por D. Ángel Zamanillo Encinas, D. Luis Sánchez Granjel y D. Jerónimo Sánchez García
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