Texto: Jesús Málaga
Fotografías: Andrés Santiago Mariño
Todo empezó una tarde de invierno en la solana del Convento del Jesús, de monjas Bernardas. En la tapia desaparecida, donde se erguía la magnífica puerta de Gil de Hontañón, que hoy luce en la entrada del parque de los Jesuitas, un viejo relataba al corrillo de vecinos una historia curiosa sobre la vida de uno de los médicos más afamados de Salamanca, don Francisco de Solís1. Esta narración ha llegado hasta nuestros días y se repite con algunas variaciones por los eruditos salamantinos.
La madre del comunero Pedro Maldonado era una virtuosa mujer, dedicada a la atención de pobres y desvalidos. La muerte de su hijo en el patíbulo, por defender la causa de los salmantinos, no hizo decaer sus nobles sentimientos, más bien los acrecentó. Una mañana, cuando se encaminaba a su palacio, en las inmediaciones de la iglesia de San Benito, se encontró con un tumulto que protagonizaban uno de sus criados y un mozuelo.
El chaval, de unos doce años, descalzo y desgarrado, era golpeado sin piedad. La señora Maldonado se interpuso ante tal atropello e interpeló al agresor, que explicó a su ama con claridad el origen de la contienda. El joven Francisco no se había quitado la gorra cuando el Santísimo había entrado en palacio para asistir en los últimos momentos a un anciano llamado Pedro. La costumbre de la época, que llega hasta mediados del siglo XX, era descubrirse e incluso arrodillarse ante el Viático cuando éste pasaba por las calles. El sacerdote, revestido, llevaba el copón con las formas consagradas y los santos óleos para dar la extremaunción. Junto a él, un monaguillo tocando la esquila, avisaba a los viandantes del paso de Jesús Sacramentado y del respeto que se le debía.
La recriminación a Francisco tuvo respuesta contundente por parte del chico. Comenzó a proferir injurias contra el recriminador que reaccionó agrediendo al muchacho, momento en el que llegó la señora Maldonado.
El incidente termina con una invitación de la dama al joven Francisco, huérfano de padre y madre, a entrar en palacio. La buena mujer le viste, calza, le exhorta a la piedad y al respeto y le acoge a su servicio.
Abandona Salamanca y se va a Roma, reclamado por Andrés Laguna
Pronto, el mendigo protegido de la señora Maldonado comienza a dar muestras de sabiduría y bien hacer. Escolarizado, enseguida aventajó a sus compañeros, destacando en memoria y elocuencia. A los dieciséis años era ya un personaje respetado en la ciudad. Su protectora le sufraga los gastos de la carrera de Medicina que realizará en la Universidad de Salamanca. Los éxitos de Francisco son tales que en tan sólo siete años se promueve como sucesor del gran maestro Laguna, uno de los más brillantes galenos del siglo XV. Llega a ser catedrático de medicina de la ciudad que le vio nacer, siendo solicitado por las casas más nobles de Salamanca y Castilla.
La madre del comunero Maldonado, después de la muerte violenta de su hijo en Tordesillas, cae en una postración que llena de preocupación al doctor Solís. No se aparta ni un solo momento de su lecho. Dedica día y noche a estudiar el caso, pero nada puede hacer por salvarla, mientras comprueba con desesperación los pobres recursos de la Medicina de aquellos tiempos. Ante el fracaso y el dolor por la pérdida de la persona que más quería, arroja con furia al suelo lo slibros de su biblioteca, abandona la cátedra y Salamanca y emprende el camino de Roma, reclamado por Andrés Laguna, antecesor suyo, como médico de cabecera del Sumo Pontífice.
Afectado de una terrible melancolía, llega a Trento para estudiar y combatir una terrible epidemia que diezmaba Italia. Su depresión le inclina a aceptar los cometidos sanitarios más audaces, como si quisiera con la muerte acabar con el gran sufrimiento producido por la muerte de la viuda de Maldonado. La suerte acompañó al galeno salmantino en tan difícil cometido y su fama se extendió por toda la cristiandad. El Papa Paulo III le llama al Vaticano para que ejerza como médico de cabecera de Su Santidad. Asistirá también al Papa Julio III y recibirá, ya viejo, el sacramento del orden y la dignidad episcopal de manos de Pío IV.
Las riquezas acumuladas con el ejercicio de su profesión en Roma las emplea en la construcción de un colegio menor en su ciudad natal, Salamanca, para hijos huérfanos de padres pobres. El colegio que hoy alberga el Instituto de Ciencias de la Educación y que, en su día, a partir de 1851 y a lo largo de cien años, fue la casa de los locos de Salamanca.
El doctor Solís realiza la fundación el año 1545 y en sus estatutos aparecen dos cláusulas sorprendentes que se explican conociendo su biografía. Los escolares asilados en este colegio de niños huérfanos no debían portar gorras o sombreros. El ejercicio frustrante de la Medicina por este prestigioso médico salmantino le hace incluir en los estatutos una original condición: los chicos acogidos debían renunciar a estudiar Medicina.
El médico del Papa manda venir desde Roma al maestro Estéfano Arenzano para que realice el proyecto y dirija las obras. La portada sur se atribuye a Rodrigo Gil de Hontañón; la entrada se compone con arco de medio punto, con la Inmaculada presidiendo y medallones con las cabezas de San Pedro y San Pablo en las enjutas, los salmeres presentan hojas de acanto.
La portada que recae a poniente tiene menor valor artístico que la sur. Ha sido dos veces reubicada, ahora exenta del edificio y oscurecida por una intervención urbana hace pocos años. Esta puerta es barroca y corresponde a Alberto Mora, discípulo de Berruguete, que la realizó años después de finalizarse el edificio, en 1606.
El patio, de dos plantas, es de inspiración renacentista, sencillo y con calidad inferior a la de otros patios de la misma época.
Actualmente, debido a las obras realizadas en sus proximidades, la edificación presenta un descuelgue respecto a la rasante de la calle, que le resta la presencia y solidez con la que se presentaba en épocas pasadas2.
“Nunca llegó tan algo un médico salmantino, que consiguió ser obispo, médico del Papa y catedrático de la más antigua Universidad de la Península”
Durante muchos años, en el siglo XX, fue manicomio. En Salamanca cuando se quería llamar a uno loco o levantado de cascos se le decía que debía ser acogido en Canalejas 113, lugar donde estaba situado el colegio de la Concepción y el manicomio de Salamanca.
No disponiendo de lugares de esparcimiento para los pacientes, la vida de los hospitalizados se hacía en lugares cerrados, aumentando la situación penosa de los enfermos mentales. En 1932, al año de proclamarse la República, la Diputación Provincial aprueba, haciéndose eco de las corrientes de la moderna psiquiatría, procurar proporcionar la mayor sensación de libertad a los en el Establecimiento recluidos. Construyen una cerca que incorporaba una gran extensión de terrenos inmediatos al edificio que servían para el paseo de los enfermos. Amplían los dormitorios y otras dependencias, amplían y aumentan las instalaciones sanitarias como los retretes, baños para el tratamiento hidroterápico. El total gastado por la Diputación republicana en el edificio fue de 85.601,21 pesetas, de las cuales se ha pagado la cantidad de 29.220 pesetas3.
Cuando el edificio es abandonado por los enfermos mentales, al ser inaugurado el nuevo psiquiátrico junto al barrio de la Vega, la Universidad restaura el inmueble para ubicar el Instituto de Educación que junto a la construcción, en su cercanía, de la Facultad de Pedagogía y el traslado de los estudios de Magisterio desde Filiberto Villalobos hasta Canalejas recomponen el Campus de Educación de la Universidad de Salamanca.
Nunca llegó tan alto un médico salmantino que consiguió ser obispo, médico del Papa y catedrático de la más antigua universidad de la Península Ibérica.
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