Por Ramón Martín Rodrigo
Licenciado en Geografía e Historia y en Historia del Arte
y doctor en Geografía e Historia
¿Por qué escribir la biografía de D. Íñigo Maldonado? Por varias razones: primera, porque esta sección se titula ‘Maestros con historia’, y no solamente las eminencias intelectuales tienen en su haber un pasado interesante; segunda, porque se va a cumplir el centenario de su descubrimiento de un bacilo; tercera, porque su perfil biográfico ofrece varias facetas que no son comunes en todos los profesionales de la Medicina: a) la de médico, b) la de docente en la Facultad de Medicina de Salamanca, c) la de investigador en un laboratorio de microbiología y de sueros y vacunas, d) la de acción empresarial, d) la de alguna inclinación a la política en cierto momento. Intentaré comunicar algo de cada una de estas cinco semblanzas, uniendo a las mismas algunas informaciones familiares y, sobre todo, de sus cualidades personales y morales.
Íñigo Maldonado nació en Salamanca, en el domicilio de sus padres, en la calle San Justo, nº 57, el 1 de junio de 1880, cuando su padre, llamado José, aún era estudiante y tenía 25 años. Y otros tantos alcanzaba su madre, Ángela. La rama paterna hundía sus raíces en Salamanca, y la materna, en Aldeatejada y Pelabravo. Y resulta evidente que los padres y abuelos del niño Íñigo eran familias humildes, lo que puede explicar algunas cosas, acaso que parte de la carrera tuviera que realizarla con matrícula libre. Igualmente, es conveniente precisar que su domicilio durante los estudios de Bachiller cambió al menos tres veces, siendo en la calle del Rodillo, en la de Pedro Cojos y en la de Santa Clara, lo que significa que sus padres no disfrutarían de casa en propiedad, sino en arriendo. Sin embargo, por los estudios del padre cabe suponer que la situación socio-económica familiar había ido mejorando. Su madre murió el 24 de mayo de 1931. Su padre, en fecha anterior.
Íñigo Maldonado se casó antes de terminar la carrera con Carmen Charro. Procedía esta mujer de una familia —núcleo de Sabas Charro y sus hijos— que había establecido una fábrica de curtidos en Vistahermosa (Aldeatejada), lo que explica que en este lugar también se dijera una misa funeral al fallecimiento del biografiado.
El matrimonio de Íñigo y Carmen no tuvo hijos (o no sobrevivieron al padre), porque en la esquela mortuoria de éste sólo figura una hija adoptiva, Carmiña.
Cursó Íñigo los estudios de Bachillerato desde el año académico 1891-92 al 1895-96, con 18 notas normales, sin perder ningún año. El siguiente curso, estando ya en la Universidad, estudió y se examinó en el Instituto, como era lo usual, un año de alemán, obteniendo notable, detalle a tener en cuenta; entonces no se exigía inglés, pero, al menos, el alemán le sería muy conveniente para seguir los avances médicos de su época.
Íñigo estudió y aprobó la carrera de Medicina en la Facultad de la Universidad de Salamanca desde octubre de 1896 a junio de 1904. Su notas no fueron brillantes, como hemos visto hasta aquí en la mayoría de los doctores biografiados, grandes lumbreras intelectuales. Sin embargo, las calificaciones de Íñigo pueden tener una lógica explicación, dado que tres cursos de la carrera los aprobó habiendo realizado matricula de alumno libre, y ya se sabe la doble dificultad que esto acarrea, no estando presente ni para los apuntes que se toman al día, ni para las lecciones teóricas y prácticas diarias. A pesar de todo ello, conforme él llegaba a los últimos cursos, sus notas fueron mejorando notablemente.
Por suerte para la investigación de su biografía, el mismo D. Íñigo dejó revelado lo que realizó tras terminar su carrera, aunque no dijo tanto como quisiéramos. Por ejemplo, sí dejó de ir al servicio militar o, si acaso, lo cumplió en Sanidad, o se libró del mismo y aprovechó unos años de juventud para ampliar estudios. Lo cierto es que en una entrevista publicada el 3 de agosto de 1818 en ‘El Adelanto’ dice:
“Decidí especializarme… En Madrid he profundizado y adquirido el tecnicismo del laboratorio. Procuré incorporarme al movimiento científico de esta rama de la Medicina moderna para cimentar sobre mis conocimientos las manipulaciones precisas en el mecanismo de todas estas investigaciones. Primeramente, hice cursos en el Instituto de Higiene Pública de Alfonso XIII a las órdenes del eminente Dr. Mendoza, maestro de la Bacteriología en España. Después ingresé en el laboratorio del Dispensario Antituberculoso de María Cristina con el Dr. Verdes Montenegro. Y después trabajé en el laboratorio municipal con el Dr. Coca. Hacia 1912, viene ya a Salamanca y monté mi laboratorio, trabajando con verdadera fe y, hasta la fecha, con resultados satisfactorios”.
De manera que, como Íñigo acabó la carrera en 1904, hasta 1912 que regresó a Salamanca cabe suponer que estaría en Madrid al menos unos seis años, si es que no fueron los ocho que median entre ambas fechas. Como trabajó con tres doctores muy preparados, su especialización pudo ser óptima y, como él dijo, su aprendizaje quedó bien cimentado. Con este bagaje se vino a su ciudad y reputó imprescindible montar un laboratorio clínico en Salamanca, tan útil como necesario para el conocimiento de la etiología de multitud de enfermedades.
El título de la entrevista (‘Elogio de un trabajador silencioso’) y el desarrollo de la misma dejan entrever que de por entonces tiene el laboratorio bacteriológico en su propia casa. Se trataba de una modesta empresa en la que desempeña el trabajo él solo, sin equipo, como un hombre entregado a la tarea de laboratorio, a la que se dedicó por vocación. Y al año, ya realizaba más de 400 análisis.
La epidemia gripal de aquel año, llamada irónicamente “la del soldado de Nápoles”, hacía más necesaria y urgente la investigación microbiana. Y como D. Íñigo hacía análisis del microbio productor de la fiebre de Malta, del de la fiebre tifoideas, de las paratíficas y de los colibacilos (véase uno de sus repetidos anuncios de cuanto realizaba), llegó un día en que descubrió un microbio nocivo (29 de octubre de 1918, El Adelanto), que él mismo llevó a Madrid para que fuera comprobado, como así se demostró.
Según su expediente de profesional de docencia universitaria, en marzo de 1923 fue propuesto como ayudante de clases prácticas en la Cátedra de Higiene y Bacteriología.
En esta categoría siguió durante cinco cursos consecutivos, durante los cuales, posiblemente y de forma temporal e interina, también desempeñó una auxiliaría. Así las cosas, en marzo de 1930 pasó a ser auxiliar temporal “a propuesta del Tribunal”, una vez obtenido el título facultativo mediante “reválida”. Este procedimiento, que no es llamado ni concurso ni oposición, resulta algo novedoso, y me lleva a pensar que el aludido tribunal sería el formado por profesores de la misma Facultad, actuando bajo la supervisión del decano. En esta categoría de profesor auxiliar estuvo durante ocho años, pues el contrato se renovaba cada cuatro (es decir, renovó en 1934 hasta 1938).
Parece ser que a partir de ahí no siguió como docente. Es preciso comentar que ejerciendo en la Facultad fueron sus coetáneos, como ayudantes, D. José Gómez y D. Antonio Pérez Sánchez, y como auxiliares, D. Casto Prieto, D. Juan Vicente Tapia, D. Andrés García Tejado, D. Emilio Salcedo y D. Arturo Santos, algunos de los cuales obtuvieron la cátedra correspondiente a su asignatura.
Y, sobre todo, no se puede olvidar que el auxiliar temporal de Higiene y Bacteriología, D. Serafín Pierna, ganó la cátedra de esta asignatura. Precisamente cuando los alumnos de sexto curso le dedicaron una comida homenaje por el triunfo en las referidas oposiciones, D. Serafín entró al comedor acompañado de D. Íñigo, hecho que deja ver la buena correspondencia entre los dos profesores del mismo departamento.
Otra faceta de la actividad de D. Íñigo fue la correspondiente a su pertenencia a la junta directiva del Colegio Médico de esta ciudad, siendo presidente D. José Bustos. En la junta estaba D. Íñigo en 1918 cuando, por ejemplo, fue el encargado de solventar el caso de justicia que reclamaba D. Pedro Sánchez, médico de Santibáñez de la Sierra.
La junta directiva se renovó en septiembre del referido año, y entonces D. Íñigo ocupó el cargo de secretario general (había otro secretario llamado de actas). Naturalmente, por su ocupación en este cargo se deja ver la amistad con otros miembros, como D. José Bustos, D. Antonio Calama, D. Alfredo Medina Corbalán y D. Julio Sánchez Salcedo (a cuyo homenaje, en 1919, asistió), además de su conocimiento a nivel de la capital y de la provincia.
Por otra parte, como el Colegio Médico organizó unos “cursillos de divulgación médica” para que los conocimientos más actuales de la Medicina pudieran ser conocidos por los médicos y la población en general, uno de los doctores encargados de impartirlos fue D. Íñigo, que naturalmente desarrollaría el tema bacteriológico. Los cursillos de 1918 no fueron los únicos. En 1927, la Academia Médico-Escolar realiza unos Cursillos de Prácticas. Son profesores los doctores Joaquín Prada, Tomás Martín, Íñigo Maldonado y Félix Arcocha.
Tras toda esta actividad vista que ha desarrollado D. Íñigo, en la que podía haber continuado sin otras preocupaciones, tomando prestigio como excelente analista, resultó que del laboratorio de su casa ha pasado a estar al frente y dirigir el llamado Instituto de Higiene Victoria (que se anuncia ya en 1920), cuya marca registrada IMA decía: “Grande en lo grande, Máximo en lo mínimo”. En este instituto ya se ve cumplida una aspiración que tenía D. Íñigo, que era la de fabricar de vacunas para uso ganadero. Así continuó durante varios años, como se ve por los anuncios incluidos en ‘El Practicante’ (publicación mensual) a fines de 1928. La revista ‘Luz’ de Madrid del 14 de septiembre 1933 ofrece un reportaje en el que da a conocer que en Salamanca se está construyendo el nuevo Instituto de Higiene Victoria S. A. El doctor Maldonado, hombre de sólido prestigio científico y carácter emprendedor y decidido, va a ser el director-gerente de la empresa y el principal factor en la reorganización del referido Instituto, nombre que ampara la entidad. El aludido doctor informó y habló de sus grandes proyectos y, concretamente, precisó:
“En Salamanca se ha constituido una Sociedad Anónima para la construcción y montaje de unos grandes laboratorios, tipo americano, para elaborar el suero y virus contra la peste del cerdo”. Ya nosotros mismos éramos distribuidores del suero de la Fort-Dodge Serum Company, cuyo nombre logramos prestigiar enormemente en el país por sus magníficos resultados; hoy no hay ganadero que no conozca y exija a su veterinario suero Fort-Dodge. Como motivo fundamental se reorganiza el Instituto de Higiene Victoria para nacionalizar la producción de suero-virus contra la peste porcina y retener lo que se pueda de los 20 millones de pesetas que anualmente salen de nuestras fronteras”.
De la suma, pues, de las tres aportaciones (Instituto Victoria + compañía Fort Dodge + el capital de D. Matías y otros socios) salió una gran empresa que construyó unos laboratorios en Salamanca, junto a la carretera de Valladolid, frente de la plaza de toros. De este edificio diversos medios mostraron cómo se iba construyendo y es muy probable que queden varias fotografías del mismo. Aquí nos basta con exponerlo.
En los años de la II República española, los ánimos de muchas personas adquirieron un dinamismo inusual. La sociedad, dividida en pareceres y sentimientos, se inclinaba pasionalmente a favor de determinadas posiciones políticas. No encuentro otras razones más justificativas (aunque él las tendría) de por qué D. Íñigo Maldonado se presentó a la elección de compromisarios para elegir presidente de la República. Quizás también influiríaen su decisión ver en la candidatura a sus compañeros D. Serafín Pierna y D. Pablo Beltrán de Heredia. El 1 de mayo de 1936, en la Junta Electoral del Censo, se realizó la proclamación de los compromisarios. Encabezaron los resultados los candidatos de Frente Popular, superando los 56.000 votos cinco señores, mientras quedaban con tres veces menos en votos los candidatos conservadores (D. Fernando Íscar, 18.475 votos, y D. Íñigo, con 17.335, ambos por delante de D. Serafín Pierna y D. Pablo Beltrán).
Aquello debió de ser algo pasajero. Luego vino la Guerra Civil. D. Íñigo la pasó en Salamanca, y fue uno de los profesores firmantes de la aceptación de D. Esteban Madruga para el cargo de rector de la Universidad de Salamanca. En 1938 figura en la Guía Fag al frente de su laboratorio. Pasada la guerra, D. Íñigo siguió en la labor de análisis microbiológico, de sueros y de vacunas. Sin embargo, llama la atención que el laboratorio se denomine Fénix. Tal cambio de denominación no ha quedado muy aclarado en la prensa, y se intuye que averiguar los motivos alargaría este trabajo mucho y nos llevaría fuera del tema, pues lo importante es ver a este médico en su tarea fundamental.
Las cualidades de esta persona podemos considerarlas laborales y personales. Tales características, por lo general, suelen exponerse tras la muerte de alguien importante. Pero en este caso, los atributos dados a D. Íñigo se prodigaron en su vida. Es claro que en Salamanca fue considerado un hombre muy trabajador, bien formado en su profesión, cultísimo, según dicen en uno de los reportajes que le hicieron, y además, emprendedor empresarial. Investigador competente y el primero en la ciudad y en su clase durante bastantes años y que, además, alcanzó gran prestigio.
De sus cualidades morales destacaron su caballerosidad, su amistad, su bondad… por lo que fue muy querido sinceramente por cuantos le trataron, sobresaliendo sus cristianos sentimientos. Estas son las semblanzas que destacaron en la prensa en el día de su muerte, el 21 de septiembre de 1949. Queda dicho todo lo mejor del mismo.
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