Por Ramón Martín Rodrigo
Licenciado en Geografía e Historia y en Historia del Arte
y doctor en Geografía e Historia
Médicos ilustres en Salamanca ha habido muchos, por suerte para la sociedad y para la propia profesión. Voy escribiendo ya las biografías de doctores más cercanos a nosotros, de los cuales aún queda un nutrido filón, pero a la vez he ido olvidando algunos médicos de época anterior. Por eso vuelvo atrás, para presentar ahora la biografía de D. Antonio Díez González. Más adelante haré la de alguna otra eminencia en Medicina. No sé si medio en serio o medio en broma, que esto último es lo más probable, a fines de 1911, según La Ciudad, trataban de erigir una estatua a D. Antonio, que entonces era alcalde de Salamanca. D. Miguel de Unamuno, aprovechó la ocasión para endilgar unas líneas: “Las mejores estatuas son aquellas que no se logran. Más vale vivir una vida duradera en las conciencias de los hombres venideros que vivir una vida perecedera, si la estatua no está tocada de eternidad”. D. Antonio Díez se quedó sin escultura. También se borró su recuerdo al paso de nuevas generaciones. Por tanto, estas líneas debieran tomarse a modo de la placa recordatoria que se suele poner en la casa de algún personaje cuando no hay economía para monumento más digno.
Actualmente puede parecer que D. Antonio Díez como médico no llegó a ser una figura excepcional, pero como quiera que fue compañero de grandes personalidades en la Medicina tales como Isidro Segovia, Arturo Núñez, Indalecio Cuesta, Inicial Barahona, Casimiro Población, etc., de los cuales ya se ha escrito la biografía, me ha parecido conveniente su evocación, aunque sólo sea porque fue profesor durante unos treinta años, y porque, según escribieron en su necrológica: “D. Antonio Díez González fue en Salamanca toda una institución”.
El doctor aquí biografiado francamente fue muy conocido, muy popular en Salamanca en las dos primeras décadas del siglo XX, tanto que su foto se repite con cierta frecuencia, y hasta ciertos periodistas hallaron temas de crítica, especialmente los de El Microbio y los de La Ciudad. Sin embargo toda esa popularidad era debida a su actividad como alcalde de Salamanca y como diputado provincial, uniéndose al caso que era médico y catedrático. Pero en cuanto su profesión, la enseñanza y la práctica de la Medicina, según parece las cosas fueron consideradas más seriamente por los propios informadores y produjeron menor información escrita, de suerte que de esto, que es de lo que más nos interesa, conocemos menos de lo que quisiéramos.
Antonio Díez González, en cuya partida de nacimiento también se añade “Cipriano” detrás de Antonio, nació en Salamanca el 27 de octubre de 1847. Su padre, José, era “maestro de obra prima”, es decir, zapatero, pero no remendón; y de sus abuelos no se conoce profesión significativa. Por tanto, ya tenemos en estos datos una primera circunstancia. Si este niño estudió Medicina, pudo deberse a sus cualidades intelectuales más que las económicas.
A los doce años comenzó a estudiar en el Seminario Conciliar, en el que siguió hasta 1866. Aprobó, pues, en este centro cuatro años de Latinidad y Humanidades, y tres de Filosofía, y mientras tanto también se había matriculado y aprobado alguna asignatura en el Instituto de Segunda Enseñanza. Cuando le correspondía realizar el Preparatorio para Medicina, cayó enfermo, con lo cual se pasaron nada menos que tres años. No estaba todo perdido, puesto que conseguida la convalidación de estudios, tras el correspondiente examen, en septiembre de 1869 recibió el título de Bachiller en Artes. Seguidamente realizó los estudios de Medicina, en solamente tres cursos (1869-1872) aprobando 19 asignaturas, de las que 7 fueron por enseñanza libre en 1872, todo en la recién creada Escuela de Medicina. Sus notas no fueron muy brillantes, pero sí buenas con un accésit a premio, un sobresaliente y varios notables. Hay por tanto que destacar su sólida base en Letras y Humanidades, así como el esfuerzo hecho para terminar tan pronto la carrera de Medicina. Obtuvo el Doctorado en la Universidad Central de Madrid (examen realizado en diciembre de 1880, fecha del título en enero de 1881), con lo que, tras su solicitud, se incorporó al Claustro de Profesores de la Universidad de Salamanca en 1882.
El 23 de junio de 1873, a sus 25 años, D. Antonio Díez se casó en la iglesia de San Julián de Salamanca, con Dª María Rosario Solano, soltera, de 22 años y natural de esta ciudad. De su matrimonio tuvo tres hijos: Arturo Díez, Eduardo Díez y un tercero que murió ya de casado, antes que su padre. Es lógico suponer que D. Antonio seguidamente tras casarse se pondría a ejercer su profesión, por cuanto ya había una familia a la que mantener.
Custodia la Universidad de Salamanca el expediente de estudiante y también parte del expediente profesional de D. Antonio, aunque no contiene su hoja de servicios completa, por lo que nos quedan veladas ciertas informaciones puntuales, como sus primeros años de ejercicio médico, si bien él mismo especifica que en 1882 ejercía como tal en Santiago de la Puebla. En consonancia con ello están las palabras de D. Luis Maldonado en el Discurso de Apertura del Curso de 1919-20. Precisamente esta oración inaugural fue un elogio a cinco catedráticos de la Universidad de Salamanca, uno de ellos el que estudiamos, que se acababa de jubilar el 20- IX- 1918. D. Luis precisó que en Salamanca se procedió con escrúpulo a la designación de los profesores de la Escuela de Medicina: “Aquel Director de Instrucción Pública, aquel Rector y aquel Alcalde que la organizaron, obligaron a reunir en la capital, a ganar un sueldo indecoroso a los que como D. Antonio Díez, acreditados en las más ricas comarcas de la provincia, vivían espléndidamente de sus titulares.
Sin embargo aquí hay algo que no concuerda, al menos con los datos aflorados. Ciertamente D. Antonio se hallaba ejerciendo en Salamanca en 1884, en tanto que como profesor no comenzó hasta octubre de 1890. Por tanto, o ejerció como profesor sin figurar en la lista de los mismos (entendamos que como suplente de alguien), o lo llamaron a Salamanca para otros cometidos, pues en efecto uno de los títulos de D. Antonio fue el de haber sido Director del Hospital de Coléricos, lazareto que cuando la epidemia de esta enfermedad, 1885- 1886, se estableció en el edificio que había sido convento de los Mostenses.
Otra página honrosa de Don Antonio Díez la constituye el haber sido uno de los doctores fundadores de la Academia de Medicina y Cirugía de Salamanca, creada entonces, 1884. Precisamente, al comienzo del siguiente año, él pronunció el Discurso de Apertura de la Academia del curso 1885-86. Figura entonces como secretario-tesorero de la mencionada Academia, de la que era secretario general el Dr. D. José López Alonso, que hizo la Memoria de la actividad del primer año de la Academia, trabajo publicado conjuntamente con el aludido Discurso.
El tema fundamental de esa oración inaugural de 1885-1886 fue ¿Qué es el hombre en el estado actual de las ciencias? Para dar respuesta a tan interesante pregunta, D. Antonio Díez hizo un recorrido por la Historia de las Ciencias, analizando las ideas de los investigadores, los filósofos y los sabios desde la antigüedad hasta su época, en la que imperaba el positivismo y el darwinismo y estaban de moda los llamados sabios materialistas. Él precisa:
“Los materialistas no conceden al organismo humano otra cosa que la materia y la fuerza inmanente y esencial a ella misma, cuya fuerza o principio activo, elaborándola y transformándola es capaz de engendrar seres vivos y en particular al hombre, explicando todos sus fenómenos por leyes físico-químicas y considerando el pensamiento como una secreción del cerebro” Y añade “No podemos de ningún modo admitir dichas conclusiones. En el hombre se producen actos espirituales ¿qué semejanza y afinidad tiene la materia con tales actos? ¿Cómo es que estos actos sobrepujan en virtud y en excelencia a la materia ¿Dónde está, pues, la relación entre causa efecto? Mucho más cuando el mayor triunfo del pensamiento está en vencer y en subyugar a la materia… Tenemos que confesar que el ser humano es una dualidad compuesta de espíritu inteligente y libre y una organización dotada de vida, que es lo que enseñan de consuno la razón y la experiencia”.
Argumenta seguidamente que el médico, que ha de atender al hombre y curarlo de sus dolencias sus múltiples afecciones, ha de dominar los estudios de Metafísica, que por ejemplo les serán muy útiles en casos como el delirio, y debe conocer la Física y las Ciencias. Y finalmente recomienda a todos estudiar mucho y estar al día para que se hagan dignos por su probidad de llevar el honroso título de médico, tal como lo definió Hipócrates: Vir probus medendi peritus.
D. Antonio Díez, según dije arriba, comenzó su actividad docente como Auxiliar Interino de la Escuela de Medicina, atendiendo a los méritos y circunstancias, el 1 de octubre de 1890. Los méritos no podían deberse sino a dos factores: uno, la dedicación y entrega, otro, sus conocimientos. Y probablemente esta doble valía se habría ido descubriendo mucho más por su actividad en Salamanca que en el pueblo.
Siguiendo los cursos, pasó a ser Catedrático interino de Higiene Pública de la Escuela Provincial y Municipal de Medicina de Salamanca, propuesto en primer lugar por el Claustro y Rectorado desde el 27 de enero de 1899. Luego, como otros catedráticos de la referida Escuela fue nombrado Catedrático en propiedad en 1902. Después, establecidas ya en Salamanca por el Estado las Facultades Libres de Medicina y de Ciencias, (1903) se reconocen sus servicios y categoría como la de los restantes profesores estatales (en 1911, Catedrático Numerario). En los siguientes años D. Antonio fue ascendiendo puestos en el escalafón e incrementándose lógicamente con ello su sueldo anual.
En 1917 solicitó continuar ejerciendo la docencia, lo que le fue concedido por un curso más, pues aunque también volvió a solicitarlo al comienzo del curso siguiente ya no se le prorrogó. No obstante hay que especificar que ya había cumplido los 70 años de edad. La Memoria de la Universidad de 1920- 21 lo cita como catedrático Honorario, cuando aún fue autorizado para impartir un curso de 20 lecciones sobre Higiene Industrial.
Con relación a su docencia tenemos un par de notas significativas: La primera, que fue para con sus alumnos más que un profesor, como un padre displicente. Por eso no extraña que los de 5º y 6º grupo pidieran que, aunque jubilado les siguiera impartiendo clase. La segunda, es relativa a su metodología, cercana a la de la Institución Libre de Enseñanza, pues sacó a los alumnos del aula para ver los problemas en su sitio. Así en abril de 1915 los alumnos de 6º grupo de la Facultad de Medicina, haciendo estudios prácticos de higiene, acompañados por su ilustre profesor el Dr. D. Antonio Díez, visitaron las grandes fábricas y establecimientos de lechería de los señores hijos de Mirat, reflexionando los médicos higienistas sobre los múltiples accidentes que pueden padecer los obreros. Salida que se repitió en mayo del mismo año, pero en esta ocasión visitaron la hacienda de Zorita.
De sus hechos como político hablaré menos. Recordemos que era liberal, y que en el primer cuarto del siglo XX, turnaron varias veces los liberales con los conservadores en el Ayuntamiento. Él ejerció lavara partir en 1904 -1906 y en 1911-1913. Siempre se cita que siendo alcalde recibió al rey Alfonso XIII, y que atendía como sumo cuidado todas las cuestiones del Municipio salmantino, especialmente los asuntos económicos. Y en cuanto diputado provincial, elegido por la capital en 1913 y en 1917, encuentro como algo que se ha de resaltar que, en marzo de 1917, él juntamente con D. Filiberto Villalobos, interpusieron su valimiento a favor del Hospital de la Santísima Trinidad. Como personaje importante fue nombrado vicepresidente del Casino de Salamanca en dos ocasiones, además de desempeñar distinto cargo en otras.
Y llega la hora de escribir su final y sus cualidades. Ya en vida, que es cuando tiene más mérito, Gente Joven (abril de 1905: N.º 19) da de él esta semblanza “El Sr. Alcalde, D. Antonio Díez es un hombre interesante, bondadoso hasta más no poder, a quien enfurece cualquier contradicción, y que sale de todas ellas feliz y orondo como nadie. Este buen hombre de aspecto bonachón, de cara risueña, de patriarcales costumbres, que sonríe a todo el mundo y que tiene una actividad que no se merece el pueblo de Salamanca”. Igualmente diversos periódicos de la época precisan siempre su bondad y su cortesía.
Por su parte, D. Luis Maldonado también señaló de este médico: “Nuestro entrañable amigo, el ilustre salmantino, cualquiera que sea su estado de ánimo, él nos recibe con amabilidad, trato afable, con las buenas formas, la hidalguía, la generosidad extremada y lo que antes se llamaba cultura urbana y abarcaba desde la manera de explicar en la cátedra hasta la forma de calzarse los guantes. Refinamientos que eran una necesidad para el espíritu”. “D. Antonio Díez sentía igual cariño por la ciudad que por la Escuela de Medicina. No ha sido nada espléndida la suerte para nuestro ilustre amigo. Le llegó la jubilación inoportunamente en todos sus aspectos, pero de esas crueldades del aciago destino le compensará la gratitud de Salamanca y el buen afecto de sus compañeros de Claustro”.
Murió el 7 de agosto de 1923. Las necrológicas repiten incansablemente su buen carácter, su bondad y su entrega a toda obligación. Y Esperabé precisa: “El Sr. Díez sacrificó en todo momento su holgada posición social al bien público. Tuvo a gala servir los cargos tributando a su servicio y al desempeño de su patrimonio familiar y a su delicada conducta, es prototipo de caballerosidad y de nobleza, cada día más insólito en nuestra patria.” “Sufrió con paciencia y resignación las tristezas y penurias de sus últimos años”. Hoy no hubiera sido así, desde luego. Pero ahora sólo nos queda lo que hemos hecho, recordarlo.
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