Por Ramón Martín Rodrigo
Licenciado en Geografía e Historia y en Historia del Arte
y doctor en Geografía e Historia
* NOTA IMPORTANTE: Ramón Martín Rodrigo escribió este artículo para la edición de marzo de ‘Salamanca médica’, semanas antes de que se decretara el estado de alarma.
El doctor don José López Alonso ya apuntó en su tiempo1 la siguiente idea: “Tan ligeras como el rayo las noticias han venido, quizás andando los tiempos vengan con el rayo mismo”. Y, efectivamente, en la actualidad se cumple exactamente esto, y no sólo se difunden las noticias, sino también la propagación de la enfermedad. El miedo a una enfermedad contagiosa se difunde rápidamente en la sociedad.
Con fecha 26 de febrero de 2020, una gran parte de los medios de información de España anunciaban que iban doce atacados por el “coronavirus” en nuestra nación. Los días siguientes los comunicados van diciendo que los afectados son 29, que llegan a 68, que alcanzan 120, pasan a 151… y el 4 de marzo de 2020 alcanzan los 190. Conforme se van extendiendo las noticias2, la gente comenta los hechos, y empiezan a escucharse comentarios como estos: se han acabado las mascarillas homologadas profilácticas, se va a producir una pandemia por el coronavirus, no se creará la vacuna preventiva de esta enfermedad hasta que pase un año, habrá que guardar cuarentena, subirán los precios de determinados productos farmacéuticos… Igualmente, aunque de forma más lenta y prudente, también se expanden los buenos y verdaderos avances y éxitos de la Medicina, sin alteraciones de los ánimos, antes bien, acogiéndose con una esperanza bien fundada. Para calmar los temores al contagio y lo que traiga consigo, el Ministerio de Sanidad advierte de medidas y precauciones a tener en cuenta: no acudir a los hospitales a los primeros síntomas de esta enfermedad, sino contactar por vía telefónica; no frecuentar aglomeraciones humanas; lavarse las manos y guardar escrupulosamente higiene adecuada. A pesar de todo, el riesgo en gran parte del territorio se consideraba bajo o muy bajo.
Por ejemplo, en la epidemia de gripe de 1918, en la provincia de Salamanca se procuraba no entrar en las casas de los ataca- dos por la enfermedad, buscar médicos valientes y arriesgados que fueran voluntarios3 a un partido que no tenía asistencia, marcharse las personas a zonas que no estuvieran afectadas por la pandemia… Entonces, la Jefatura de Sanidad Provincial, sumamente preocupada, dictó normas de actuación e hizo todo lo posible por atacar la expansión de la epidemia.
Precisamente se cumple en estas fechas el centenario de la muerte4 de don Juan González Peláez, que era inspector general de Sanidad de Salamanca y provincia en aquella ocasión y procuró que se cumplieran en todas las localidades las recomendaciones sanitarias. Algo semejante con relación al temor al contagio ocurrió con la epidemia de la gripe asiática en 1958, la llegada del sida, la legionella, la gripe A, el ébola y otras enfermedades infectocontagiosas causantes de de rápida mortalidad. El pánico cunde entre muchas personas poco dotadas a recibir con serenidad los consejos prácticos para no contraer la enfermedad del momento.
Como contrapunto al miedo, generalmente infundado, también la difusión de avances médicos y de hallazgos medicinales han producido a lo largo de nuestra historia fenómenos sociales de esperanza desmesurada en remedios, fármacos o atenciones. Así, en la segunda década del siglo XX, en Salamanca se anunciaba “El Médico Loco, que todo lo cura5, los desahuciados y hasta los muertos”. Consulta: ¡25 pesetas!
A mediados de la pasada centuria, apareció la noticia de que un “hongo” curaba el cáncer. Corrieron algunos tras el agua milagrosa del aquel hongo especial y curativo.
Un caso excepcional, en 1929, fue la difusión del procedimiento de curación de ciertos males mediante un toque mágico del trigémino utilizado por el doctor don Fernando Asuero.
Su método curativo de difundió en los principales periódicos de la nación. “De San Sebastián pasó a la provincia; de ésta, pasó a la nación, y de la nación al mundo entero”. He ahí el paralelismo, pero su contrapunto es el caso del coronavirus. El método del doctor Asuero pronto tuvo seguidores y también críticos. Se llegó a hacer una película, y se hizo popular la frase “No me toques el trigémino”, para expresar por uno cualquiera que no se le molestase.
Entre otros seguidores, cabe señalar a los doctores siguientes: D. Fernando Echauz, en Guipúzcoa, y Oyorzabal, de Tolosa; don Bienvenido Rodríguez, de Madrid, que se desplazó a Ciudad Rodrigo, en donde realizó medio centenar de curaciones; el Dr. Fernández Riesgo, en Madrid, y don Dacio Crespo Álvarez, de Zamora, que curaba en un sanatorio de su propiedad. Y hubo también numeroso público que creía en el método de reflexoterapia de doctor Asuero con gran admiración6.
Frente a las muchas fogosidades del público, no faltó quien dijo que en las curaciones había algo de sugestión. El mismo don Agustín del Cañizo dijo: “La sugestión y la fe obran verdaderos milagros”, y otro tanto dijo el doctor Bondía en Salamanca. El ensayo de Roberto Novoa Santos Physis y Psyquis (1922) se tuvo por muy oportuno para adquirir conocimientos que dieran luz al asunto. En general, los médicos de Salamanca, según dijo el presidente del Colegio Médico don Nicasio Cimas Leal, demostraron sensatez y cordura. El doctor Cimas Leal, presidente del Colegio Médico, recomendaba huir del vértigo populachero, y el Consejo General de Colegios Médicos7 expuso que ningún médico obraba bien si permitía que sus actuaciones profesionales fueran acompañadas de un estrépito social tal que inhibía la crítica científica.
En Salamanca, se pronunciaron críticos del método de Asuero, además de los dichos, don Francisco Díez, don Casto Prieto Carrasco, don Adolfo Núñez, don Antonio Domínguez, don Filiberto Villalobos y don Juan José Sánchez Cózar.
Poco a poco se fue desvaneciendo aquel método de reflexoterapia. El doctor Asuero, efectivamente, se había especializado en Otorrinolaringología; por eso, y porque los operados del tabique nasal y otras intervenciones de nariz o garganta utilizarían mascarillas profilácticas, por asociación de ideas recordaré seguidamente a algunos especialistas en Otorrinolaringología en Salamanca.
Según don Luis Sánchez Granjel, el primer docente de la Facultad Libre de Medicina de esta especialidad fue don Ceferino Sánchez Domínguez, que comenzaría su labor por los años de 1880 del siglo XIX. Este doctor estuvo al frente de la asignatura como catedrático interino hasta el curso 1915-1916. A partir del curso 1916-1917, le sucedió en docencia de esta asignatura, también con carácter de interino, don Godeardo Peralta.
Don Godeardo Peralta y Miñón8 nació en Burgos el 4 de mayo de 1879. En esa ciudad estudió en el instituto el Bachillerato. Luego se marchó a Madrid, en cuya Facultad de Medicina de la Universidad Central realizó la carrera de Medicina, obteniendo notas excelentes. También realizó el doctorado en la misma Facultad, sacando el título de doctor en 1902 con premio extraordinario. Su tesis doctoral versó sobre Investigaciones sobre el riego arterial del pie, y fue publicada en España Médica (1913).
A partir del curso 1904-1905, fue profesor auxiliar interino de la Cátedra de Anatomía de referida Universidad. Tres años más tarde, y también por oposición, ganó esa plaza en propiedad. Seguidamente, en 1913, e igualmente por oposición, ganó la Cátedra de Anatomía de la Universidad de Salamanca, pues en la Facultad de esta Universidad imparte, ya en el curso 1913- 1914, Técnica Anatómica de primer y segundo curso. Uno de sus primeros anuncios en la prensa parece en 1918 como especialista de garganta, nariz y oído, y pasaba consulta de once a una, en la calle Sánchez Ruano, nº 22.
Como a los profesores coetáneos de la Facultad de Medicina de Salamanca, le tocó experimentar el asunto de necesidad de clínicas para la enseñanza y la práctica, pues se venían utilizando las clínicas del Hospital de la Santísima Trinidad. Era un gran problema, y don Godeardo fue uno de los comisionados para hablar en Madrid con el ministro del ramo10.
Casualmente, don Godeardo se encontró presente en el suceso del Casino de Salamanca, cuando José Núñez disparó un tiro de pistola contra Diego Martín Veloz. Por eso mismo, fue llamado como testigo en el proceso judicial que se entabló por la referida causa.
A partir de 1923, se produjo la dictadura del general Primo de Rivera, que, en general, acabó con el desorden público de algunas regiones y fomentó la economía nacional. En cuestiones médicas, en Salamanca todo fue mejorando. Este doctor pudo ver la construcción del Hospital Provincial, promovido por don Andrés García Tejado, realizado por la Diputación Provincial a partir de 1926, terminado en 1929 e inaugurado en octubre de 1930. Y puesto en funcionamiento, lógicamente se trasladaron al mismo las clínicas.
En esa época de la terminación del hospital es cuando surge el llamativo caso del Dr. Asuero, que arriba va expuesto. Siendo don Godeardo decano de la Facultad de Medicina desde 1930 a 1936, lógicamente está presente en todos aquellos actos de importancia, ya culturales, ya homenajes, ya conferencias o visitas de personajes11. En consecuencia, don Godeardo era muy conocido en Salamanca. Nada extraña, por tanto, que un dibujante de entonces, Torres Martín, hiciera un dibujo de su rostro, caricatura que publicó El Adelanto unida a una estrofa, en plan humorístico, que no está lejos de recordar tanto su profesión de otorrino como del método de reflexoterapia.
Desde 1930 a 1936, don Godeardo fue decano de la Facultad de Medicina de Salamanca, pero durante la guerra civil fue nombrado decano don Fermín Querol. Acabada la contienda, en el curso 1939-1940, don Godeardo sigue de catedrático de Anatomía y Técnica Anatómica, y en 1942, por concurso de traslados, se incorporó a la Facultad de Medicina de Zaragoza.
Don Godeardo realizó publicaciones importantes, entre las que cabe citar Tratamiento de los aneurismas arteriales y Textos explicativos de fotografías anatómicas en color de la cara y de la mano, de una hernia diafragmática espontánea, de la anomalía arterial de la radial, de un pie, etc., que se publicaron en la revista Progresos de la Clínica desde 1913 a 1918, que entonces servían perfectamente para conseguir el conocimiento de cada una de esas zonas.
Después de don Godeardo, en el curso 1943, es auxiliar de Otorrinolaringología en la Facultad de Medicina de Salamanca don Tomás de Juan. Nació en León en 1907. Y en 1949 figura ya como profesor adjunto en el mismo departamento12. Uno de sus trabajos publicado fue el Cáncer de laringe. Otros médicos de esta especialidad, según sus propios anuncios, en la prensa local fueron los siguientes:
Don Antonio Domínguez y don Luis Infante; ambos se anuncian por separado ya en 1919, estaban domiciliados en la calle del Dr. Riesco. Les quedaban por delante muchos años de profesión. Igualmente, don Vicente Santos Mirat; se anuncia en aquellos años veinte y treinta del siglo XX, estaba domiciliado en la calle Espoz y Mina. Coetáneos de estos mencionados son don Florindo Conde, don J. Mezquita y don F. Peñaranda.
El Dr. Adrados, don Domingo Miguel Hernández, don Juan Pedro Rubio Gómez y don Jerónimo Sánchez García son especialistas de los años sesenta y setenta en la centuria pasada. Puede apreciarse que Salamanca estaba muy bien servida de oto-rino-laringólogos.
Voluntariamente corto aquí la relación de especialistas, pues para hacer historia de maestros distinguidos que a los mencionados les siguieron o siguen hasta la actualidad hay que dejar pasar un tiempo. Como decían los romanos, “vina liques” (deja aclarar los vinos, para que con el tiempo se hagan buenos). Cuando pasen los años, los médicos que se recuerden en general…, esos habrán tenido importancia.
Y termino con una nota de humor que entenderá cualquier médico, aunque no todo el mundo, pues no toda la gente sabe qué es el trigémino, el lupus, la nariz de Cleopatra, etc.
Se encuentra una persona a un amigo por la calle. Se saludan y pronto comienzan un diálogo. Por su lado pasan y pasan jóvenes con mascarilla. El mayor pregunta al más joven:
–¿A que no sabes por qué esa chica lleva mascarilla?
–Porque tiene la nariz de Cleopatra.
–Ni hablar del caso.
–Pues entonces, porque tiene la punta de la nariz roja por el lupus.
–Estás muy equivocado.–Quizás le hayan operado del tabique nasal.
–Sigues confundido.–Quizás porque le han aplicado la reflexoterapia.
–Ni hablar, esa aplicación ya hace 90 años que dejó de usarse.
–¡Ah, ya caigo! Porque ha llegado el coronavirus a nuestra sociedad.
–Cierto. Por tanto, anda con cuidado y guarda escrupulosamente la mejor profilaxis que puedas. Adiós, amigo.
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