Reflexión sobre el dibujo

Por José Almeida Corrales

De la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas

Mi buen amigo Maxi Puertas, coordinador y redactor de la revista Salamanca Médica, hace ya tiempo que viene invitándome a colaborar en esta magnífica publicación del Colegio de Médicos, bien con dibujos, o bien sobre temas de crítica o historia de arte y, últimamente es tal su insistencia, que a mí más bien me parece una coacción de amistad a la que no puedo negarme.

Mi postura de resistencia obedece acierta sensación de inercia sobre mi capacidad para interesar a los lectores, tanto por lo que se refiere a un supuesto talento artístico como a mis dotes literarias.

 Y este sentido de la responsabilidad me apremia más si se tiene en cuenta que, en cierto modo, vengo a competir con el Dr. Ferrer, al que tanto debo, no sólo en los inicios de mi formación como traumatólogo, siendo aún estudiante de Medicina, sino sobre todo y ante todo, porque de su mano me adentré en el conocimiento y el deleite del vasto mundo del arte.

Aunque reconozco que ya llevaba dentro el “gusanillo” artístico desde niño, fue D. Miguel Ferrer quien me abrió los ojos a las primeras experiencias estéticas y, como a él le gusta decir, “me envenenó de arte”. Esto es cierto y de bien nacidos, reconocerlo y es por todo ello por lo que temo defraudar, no sólo a él, que ha demostrado su autoridad en temas culturales y de arte, sino también a todos aquellos tan acostumbrados a gozar con la lectura de su espacio “arte siempre arte”.

A lo largo de mi trayectoria como estudiante desde 1942, primero en el I.E.S. Fray Luis de León y más tarde en la Universidad, el dibujo para mí ha constituido una forma natural de comunicación; algo así como un lenguaje gráfico, a la vez que un motivo de satisfacción personal. Una vez que mi vida profesional, o más concretamente la académica, se encaminó a la enseñanza, primero de la Anatomía y más tarde de la Cirugía Ortopédica y Traumatología, esta forma de comunicación la trasladé a la pizarra, siguiendo la senda de otro gran amigo y maestro, el Dr. Luis Santos, desaparecido no hace mucho en un trágico accidente con su esposa Carmina. De este modo pude hacer más asequibles las estructuras del cuerpo humano en un proceso reconstructivo inverso al que se practica en la sala de disección, en el primer caso, y para hacer más comprensible la fisiopatología del aparato locomotor en el segundo.

Por fin ya jubilado, pude satisfacer esa frustración artística, largamente mantenida, y en el curso académico 2002-03 ingreso en la Facultad de Bellas Artes donde continúo en la actualidad cursando las asignaturas de Grabado, ya con todos los créditos superados para la obtención del título del licenciado.

En esta nueva sección pretendo reflexionar sobre el dibujo y la pintura, a la vez que expresar vivencias gráfico-literarias de mi ciudad, Salamanca, bien a través de sus monumentos o de sus gentes y, como no podía ser de otra forma, lo hago con pasión.

Este proyecto, que espero llegue a buen puerto, responde a una interiorización de algo no conceptual, como es el dibujo, sino sentimental o meramente afectivo. Como dice nuestro insigne paisano el escritor Luciano G. Egido: “Yo nací en Salamanca y todavía no me he repuesto del trauma”.

Para mí el dibujo es sobre todo observación, o mejor, capacidad de observación, esto es: percepción inteligente, partiendo de la base de que esta actividad sensorial está condicionada por el conocimiento, la experiencia y, en definitiva, por toda la cultura aprendida.

Se puede decir que el dibujo y por extensión toda la obra gráfica como medio de expresión, no es más que un diálogo entre lo que se ve y lo que se sabe o, más concretamente, en “saber mirar”. De ahí que sea verdad aquello de que “sólo se dibuja lo que se comprende”.

Dibujar entraña un doble proceso, primero de conceptualización y después de materialización. Lo primero es la idea, la interiorización de lo que se pretende expresar y después el proceso de realización.

Definir el dibujo es determinar la estructura íntima de lo que se quiere representar. Como afirma Gombrich, se trata de comprender “que el dibujo se parece a la realidad; la realidad no se parece a los dibujos”.

Un dibujo debe ser como una buena explicación: pocas palabras pero justas. Dibujar es captar la verdadera estructura de la naturaleza de las cosas. Así es como lo entiendo yo, con autonomía propia, independiente de la pintura; constituido en principio y fin de sí mismo, aunque por supuesto, esta opinión sea discutible. Para Rafael Alberti el dibujo es “andamio y sostén de la pintura”.

Es evidente que el dibujo subyace en todo cuadro bien construido, pero para mí es más admirable cuando la línea juega sola en el papel con la única ayuda de la sombra, sin que nos distraiga el color de la composición lineal.

Otra cuestión sería tratar de delimitar las fronteras del dibujo; tarea nada fácil porque, en mayor o menor medida, forma parte sustancial de todo procedimiento artístico. La escultura, en esencia, no es más que “dibujo en el espacio”. Pero este tema será objeto de discusión en otra ocasión, más adelante; no en este momento.

En esta mi primera colaboración quiero presentar algunos ejemplos de dibujos rápidos, más bien apuntes tomados del natural, en un tiempo máximo de seis minutos, realizados con modelo en la Facultad de Bellas Artes. En ellos se puede apreciar la gestualidad del trazo y la tenue aguada de tinta que le confieren esa jugosa espontaneidad que tienen los apuntes del desnudo.

Me interesa no sólo plasmar, sino glosar mi lenguaje personal e impresiones sobre los monumentos de Salamanca, a través de su topografía y de su historia y, en esta oportunidad, quiero mostrar un dibujo a color de la ciudad del Tormes: de la primera imagen realmente impactante, que se percibe cuando por primera vez llega el visitante por la carretera de Madrid. Resulta impresionante la figura conformada por la fábrica prodigiosa de las dos catedrales.

Por cierto, que Salamanca junto con Lérida y Plasencia son las únicas tres ciudades españolas que cuentan con dos catedrales, gracias a que no se destruyera la vieja para edificar la nueva, sino que tuvieron la fortuna de compartir espacio ambas, aunque en nuestra ciudad la románica fuera parcialmente fagocitada por la gótica. También sobre esto reflexionaremos en otro momento.

Espero, en fin, que este primer artículo sea el preludio de una feliz sintonía entre el lector ávido de todo lo que ha significado Salamanca en la intrahistoria de la segunda mitad del siglo pasado, de una ciudad cargada de arte y costumbres, de un ir y venir de gentes llenas de vivencias y este modesto intruso comprometido con su papel de escritor y artista.

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