El 8 de mayo de 1980, la 33 Asamblea Mundial de la OMS declaró la erradicación de la viruela, enfermedad que se había extendido por todos los países del mundo produciendo muerte y, en los que lograban salvarse, secuelas graves de por vida. Fueron muchos siglos de lucha contra esta terrible patología que comenzó a ser vencida con la vacunación, debida a Edward Jenner, investigador que dio a conocer sus trabajos en 1801.
En el siglo XVIII, lady Montagú, escritora británica, observó que las mujeres turcas que ordeñaban vacas infectadas de viruela con una cepa más benigna no contraían la enfermedad. Este descubrimiento llegó a oídos del médico cirujano español Javier Bermis, que compartió con el monarca Carlos IV el hallazgo. Ambos organizaron lo que se denominó Expedición filantrópica de la vacuna en Centroamérica, campaña que logró proteger contra la terrible enfermedad a millones de personas.
Los últimos casos de la infección en Salamanca convivieron con campañas de vacunación, pero, al igual que hoy ocurre con la COVID, muchas personas se negaban a inmunizarse, unas veces por ignorancia o falta de información, otras por ser conscientemente de los colectivos que hoy denominaríamos antivacunas. A finales del siglo XIX, España estaba en ruinas, había perdido su imperio, sus últimas colonias, Cuba, Puerto Rico y Filipinas. El hambre, el frío, el analfabetismo y las enfermedades, muchas de ellas mortales, se adueñaban del panorama dantesco en el que vivía la sociedad española en aquellos años. Entre todas las enfermedades mortales destacaba la viruela, que hacía estragos entre la población infantil.
Salamanca todavía no se había recuperado de la devastación producida por la guerra de la Independencia y de la ruina causada por la explosión del polvorín de la calle de la Esgrima. Era una ciudad pequeña, con poco más de veinte mil habitantes, donde la mayoría de ellos no tenían donde caerse muertos, con barrios enteros formados por un caserío de chabolas e infraviviendas, con centenares de pobres de pedir que se agolpaban en las puertas de las iglesias a la salida y entrada a la misa mayor para recibir una limosna que pudiera socorrerlos al menos por un día o unas horas. A este sombrío panorama se unía la que hoy denominamos pobreza energética, el frío insoportable en un invierno que parece no tener fin y que se combatía con una mísera manta.
Con este desolador panorama, en julio de 1898 se procedió a la vacunación masiva de la población salmantina contra la viruela siguiendo las recomendaciones y protoolos de las autoridades sanitarias y del Ayuntamiento. Pero esta medida preventiva no fue suficiente; al no alcanzar a la totalidad de la población, se producían de vez en cuando nuevos casos de esta terrible enfermedad, brotes que se contabilizaban un día sí y otro también. Además de la vacunación, las autoridades sanitarias prohibieron las visitas masivas al camposanto para evitar los contagios. El obispo, máximo responsable del cementerio propiedad del Seminario Mayor, acató la recomendación dada por los sanitarios y prohibió la tradicional visita a las tumbas de los deudos los días de Todos los Santos y Difuntos. Se daba la circunstancia de que el camposanto estaba mal cuidado, sucio y peor gestionado, lo que favorecía la trasmisión de enfermedades.
Asimismo, el Ayuntamiento ordenó que la ropa procedente de los enfermos de viruela fuera lavada en lugares apartados, alejados de la población, aunque se autorizaba que se hiciera en el cauce del Tormes, evitando pozas y aguas estancadas. Los periódicos de la ciudad indicaban las calles donde se habían producido los brotes.
A veces caían enfermos todos los miembros de una familia sin posibilidad de ser cuidados, y el Consistorio tenía que abonar, cargando los gastos a su cuenta, a alguna persona necesitada para que, arriesgando su vida, atendiera la casa, les proporcionara comida, lavara la ropa y cuanto fuera menester para la subsistencia.
La vacuna de la viruela era administrada gratuitamente a cuantos la solicitaban
Eran tiempos en los que se daba a conocer al público, a través de los periódicos de la ciudad, la calle donde residían los enfermos de viruela como aviso del peligro que corrían quienes se acercaran a sus inmediaciones. Eran entonces los más leídos El Adelanto, de ideología liberal, y el católico del obispo Cámara, El Lábaro, que cumplían así con su misión informativa y de servicio. En 1898 se desencadenó una epidemia de viruela en la calle Serranos. Un año después, en 1899, se produjo un caso más en la ciudad de Salamanca, sin que se especificara la ubicación de la vivienda del paciente. El Ayuntamiento era consciente de la gravedad del problema. Para favorecer la vacunación, acordó sufragar los gastos de la misma, que era administrada gratuitamente a cuantos la solicitaban.
El Consistorio aprobó en 1899 la construcción de un lazareto permanente para albergar enfermos infecciosos, entre ellos, los infectados de viruela. Esta medida se adoptó tras conocerse la aparición de peste bubónica en Oporto, segunda ciudad por habitantes de la vecina Portugal, comunicada con Europa a través de Fuentes de Oñoro y Salamanca, y al saberse que el Hospital General de la Santísima Trinidad tenía llenas las camas destinadas a infecciosos.
Preocupaba a los munícipes que se produjera una epidemia de grandes dimensiones sin que la ciudad estuviera preparada para acoger a un número elevado de enfermos. Incomprensiblemente, no todos los concejales estuvieron de acuerdo con la apertura del lazareto. La moción salió adelante con 12 votos, dos ediles votaron en contra, Torres y Brozas. Algunos casos de viruela detectados a finales del XIX y principios del XX fueron diagnosticados en la provincia, donde las medidas higiénicas, al igual que en la ciudad, dejaban mucho que desear.
En las informaciones aportadas por los periódicos se daban a conocer casos curiosos. En 1903, un afectado de viruela se escapó del Hospital General de la Santísima Trinidad y se trasladó por su cuenta a Lumbrales. Según El Lábaro, realizó el recorrido en una noche, hazaña que era del todo imposible, ya que la citada localidad está distante de Salamanca capital 17 lenguas, y en esos años no había medios de locomoción que salvaran tantos kilómetros en tan poco tiempo. Dejando al margen el asunto de su llegada a Lumbrales, fue descubierto por las autoridades locales de aquella villa, que ordenaron su reclusión a las afueras de la población para evitar contagios. Los periódicos no indicaban cuál fue la evolución de la enfermedad del fugitivo.
La epidemia de viruela en 1903 no cesó y se extendió por toda la provincia. Solo en la capital, el 21 de noviembre de 1903 se contabilizaron 28 enfermos declarados. Según El Adelanto, en diciembre los muertos por esta enfermedad ascendieron a trece. Un año después, en 1904, el gobernador civil ordenó el cierre de la escuela del Hospicio al haberse detectado algunos casos de viruela en la misma.
En julio de ese año se diagnosticaron varios casos de viruela en la provincia. Uno de ellos, en San Pedro de Rozados. Por su parte, el alcalde de Salamanca visitó una casa de la calle de Abajo, junto al Campo de San Francisco, donde se habían diagnosticado dos casos graves de una enfermedad no tipificada, que pudiera evolucionar a viruela. En 1904 siguieron produciéndose muertes por viruela en Salamanca ciudad.
Los periódicos indicaban las calles donde se habían producido los brotes
El respeto por las medidas higiénicas en Salamanca era inexistente; en 1905 fue trasladado en pleno día en camilla por las calles de la ciudad, atravesando el mercado, que se encontraba lleno de gente, un enfermo de viruela. En 1906 se detectaron dos casos de viruela en la calle de las Eras.
El último brote de viruela en el mundo se produjo en Somalia, en 1977. Europa estuvo exenta de la enfermedad años antes. El éxito de la vacunación masiva de la población y la denominada “vacunación en anillo”, inmunizando a las personas que habían estado cerca o en contacto con el paciente, dieron su resultado. A pesar de todo, el siglo XX se saldó con trescientos millones de muertos por viruela en todo el mundo.
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