Aunque parezca sorprendente, Salamanca se situó en 1982 en cuarta posición en el mundo editorial español; por delante de ella solamente se publicaba más en Madrid, Barcelona y Vizcaya. Ese liderazgo en el mundo del libro ha ido decreciendo, pero podemos decir con satisfacción que todavía seguimos teniendo presencia importante en las librerías, aunque con cifras más discretas.
Entre los títulos publicados en la ciudad del Tormes destacan los de tipo religioso, los surgidos de las investigaciones en los distintos departamentos de las dos universidades salmantinas, la USAL y la UPSA, servicios y departamentos del Hospital Clínico sin docencia en la Universidad y los de las instituciones locales: Diputación, ayuntamientos y entidades culturales de prestigio, especialmente los procedentes de los Centros de Estudios Bejaranos, Mirobrigenses y Salmantinos; este último aporta cada año media docena de títulos que hacen avanzar el conocimiento histórico, artístico, religioso, educativo, cultural, festivo, deportivo y sanitario, entre otros, de la ciudad.
Los lectores ávidos de temas locales han acogido con sumo interés el discurso de entrada en el CES de la catedrática de Historia del Arte de la Universidad de Salamanca, María Nieves Ruipérez Almajano, que disertó en la Sala de la Palabra sobre el Hospicio-convento de San Antonio El Real, cuyas ruinas han sido rescatadas con acierto para incorporarlas al Teatro Liceo junto con las de su iglesia, integrada con esmero para dar cobijo al centro comercial Zara. Un año antes, también bajo el amparo del CES, el arquitecto Fernando Sánchez Cuadrado aportó el estudio del convento de San Andrés de la orden del Carmen Calzado, reclamando en su portada su lectura con el sugestivo sobretítulo Una influencia de El Escorial en Salamanca. Y en un tercer libro del CES, por citar otra obra de 2023, Juan Pablo Rojas Bustamante nos trasmitió sus investigaciones sobre el convento medieval de San Esteban. Había logrado con su trabajo el accésit del Premio Villar y Macías en 2022, galardón que el Centro de Estudios Salmantinos otorga anualmente y que lleva consigo la publicación del texto que, en este caso, salió a la luz con el título La Orden de predicadores en Salamanca durante la Baja Edad Media, aportando a lo mucho divulgado sobre los dominicos numerosos aspectos desconocidos.
Editado por el Colegio de Médicos de Salamanca, el catedrático de Dermatología de la Facultad de Medicina de la USAL, Pablo de Unamuno Pérez, ha puesto a disposición de los salmantinos el estudio de un periodo desconocido de la historia de la medicina en la ciudad del Tormes, quizás el que más curiosidad suscita entre los interesados en el pasado de nuestra vieja urbe.
Cuando se contempla el dibujo de la ciudad realizado por Van Den Wyngaerde en 1570, elegido por Unamuno para ilustrar la portada de su libro, dos edificaciones llaman la atención en la margen izquierda del Tormes, situadas a ambos lados del puente romano, la leprosería y la mancebía. En la primera se recogían pacientes de una enfermedad que —Pablo de Unamuno deja sentado— no era endémica de nuestra provincia; seguramente llegaron a ella desde otros lugares de la península, situados al sur y norte, en reinos distintos en los que se constataba abundante patología. Así como sabemos lo suficiente de la mancebía, se desconoce casi todo de la leprosería. La riada de San Policarpo en 1626 fue seguramente la causante de la pérdida de la documentación que hubiera sido muy valiosa a la hora de aportar datos sobre este lazareto de acogida de leprosos.
La mala fama de la enfermedad, y la marginación a la que se sometía a los pacientes, no hacía más que sumar puntos al desconocimiento que sobre el asunto tenían los historiadores de la medicina salmantina. El miedo al contagio recorría los pueblos y ciudades de los reinos de Castilla y León, recelo que fue trasmitido hasta bien entrado el siglo XIX. Pablo de Unamuno tuvo la valentía de afrontar los retos de una investigación que ha dado resultados; solamente Salamanca y Ciudad Rodrigo en la provincia tuvieron hospitales para acoger leprosos. Otras poblaciones como Alba de Tormes, Béjar y Aldearrubia hacen suponer al autor del trabajo la posible existencia de algún lugar donde se recogían personas afectas de esta patología, pero sin poderlo asegurar, al no haber encontrado documentación que lo acredite.
Pablo de Unamuno dedica un apartado de su libro al Hospital de San Lázaro de Salamanca, el que hemos situado en el actual Arrabal del Puente, en la margen izquierda del Tormes, siguiendo los trazos de Van Den Wyngaerde. Sin poderse guiar por la documentación de su funcionamiento, pero siguiendo las pistas dadas por algunos historiadores, fija la fundación en 1130, apuntando como promotores a los mozárabes de la margen derecha del río. Solo el Tormes separaba la población del lugar de retiro y aislamiento de los leprosos. Otros autores recogidos por el profesor de Dermatología datan la fundación años después, en 1267, basándose en el primer documento escrito conocido sobre el hospital, correspondiente al obispo de Salamanca, Domingo Martín. En él aparece por primera vez el nombre de San Lázaro. Tienen que pasar varias centurias para que vuelva a hablarse del Hospital de San Lázaro. En 1584, Diego de Vargas Carvajal donó la casa, la iglesia de San Lázaro y unas pequeñas huertas anejas al complejo a los Carmelitas Descalzos, que establecieron en este lugar su primera morada en Salamanca. En 1604, los frailes, cansados de sufrir tantas inundaciones, devolvieron la propiedad a Don Diego. Al año siguiente, en 1605, Vargas Carvajal hizo donación de la iglesia y casa de San Lázaro a los frailes Recoletos Descalzos de la Orden de San Agustín. Pocos años duró la permanencia de los frailes agustinos reformados; el 26 de enero de 1626, la conocida como riada de San Policarpo dejó en ruinas el convento y su iglesia. Sugiere Unamuno que debido a la baja incidencia de la lepra en los años en los que ocuparon las edificaciones de San Lázaro los carmelitas calzados y los agustinos recoletos la vida como hospital de leprosos debió ser nula o casi nula.
“Pablo de Unamuno dedica un apartado de su libro al Hospital de San Lázaro de Salamanca”
El final del denominado Hospital de San Lázaro del Arrabal del Puente habla por sí solo de su actividad. Iniciada la reunificación de los hospitales salmantinos en el reinado de los Reyes Católicos, y concluida al final del de Felipe II, en 1581, este largo periodo fue eliminando pequeños y destartalados hospitales, muchas veces inhabitables, y concentrando sus escasas rentas en otros centros con mayor capacidad, mejor dotados de profesionales y patrimonio. El Hospital General de la Santísima Trinidad fue acogiendo a los pacientes con enfermedades no contagiosas, los infecciosos recalaron en el Hospital de Santa María la Blanca, quedando como casos únicos fuera de la obligatoria unificación el Hospital de San Antonio Abad y el Hospital del Estudio, dependiente este último de la Universidad de Salamanca. Pues bien, la Casa de San Lázaro no fue ni incluida ni excluida, lo que nos indica que o no tenía pacientes leprosos en aquellos años o quizás nunca los tuvo.
Otro de los centros que posiblemente acogieron leprosos en Salamanca fue el denominado Hospital de San Lázaro Caballero, fundado en 1320 y que estaba ubicado en otro pequeño arrabal, en el norte de la ciudad, extramuros de la puerta Zamora. En 1581, la capilla del citado asilo fue convertida en ermita y otorgada para vivienda a la orden de los Agustinos Descalzos unos días después de la riada de San Policarpo. A pesar de llevar en su advocación a San Lázaro y su relación estrecha con el tratamiento y asistencia de leprosos, a la hora de la reunificación de hospitales lo hizo con el Hospital General de la Santísima Trinidad, donde, como hemos indicado, se concentraron los hospitales que no cogían enfermos contagiosos.
Pablo de Unamuno hace un apartado para hablar de los hospitales para leprosos en la provincia de Salamanca. En Ciudad Rodrigo reseña un lazareto extramuros; se desconoce el lugar que ocupaba, quizás cerca de la parroquia de San Lázaro. En Béjar se encontraba la ermita y casa de San Lázaro. Fueron descubiertos restos arqueológicos del pequeño complejo al ponerse en marcha el Plan General de Ordenación Urbana extramuros, y la autora de la información, María del Carmen Cascón Matas, supone que junto a la ermita se encontraba un pequeño alojamiento para enfermos. Anejo al reducido templo se encuentra el denominado prado de las ánimas, donde según Cascón podrían haber recibido sepultura los pacientes atendidos en aquel pequeño hospital. Cita Unamuno el cuadro Vista de Béjar del veronés Ventura Lirios, pintado en 1726 por encargo de los duques de Béjar, en el que se localizan las ermitas de Santa María de las Huertas y la de San Lázaro, junto a la puerta del Pico de la muralla, antes llamada de San Lázaro, junto al camino conocido como Cuesta de San Lázaro.
En Alba de Tormes, Pablo de Unamuno hace mención de los dos hospitales que funcionaban a principios del siglo XVII, el de Santiago y el de San Bartolomé, que en cierto momento pasó a llamarse Hospital de San Marcos, destinado al tratamiento de bubas. En Aldearrubia, a finales del siglo XX, y con motivo de unas obras realizadas en la plaza del pueblo, aparecieron unos túneles que, según la tradición oral trasmitida por sus habitantes y algún que otro periódico digital, se trataba de un santuario subterráneo prerrománico donde iban a misa los leprosos de la localidad sin compartir espacio con el resto de los habitantes de Aldearrubia. Aunque queda por confirmar el dato, no dejan de ser interesantes el hallazgo y las suposiciones populares. Por último, Pablo de Unamuno cita el caso Peralejos de Arriba que fue trasladado de sitio y cambió de nombre por declarase, según parece, algún caso de lepra.
Estamos asistiendo a la cada vez mayor información de la historia de la medicina salmantina; con este libro sobre la lepra, se logra aunar los datos ya conocidos con otros nuevos que dan información a los interesados en conocer la evolución de esta enfermedad bíblica en Salamanca.
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