Por José Almeida (*)
Doctor en Medicina y Cirugía y licenciado en Bellas Artes
Se halla enclavada, como la Facultad de Biología y de Farmacia, en el Campus Biosanitario Miguel de Unamuno, muy próxima al Hospital Clínico Universitario. El proyecto definitivo es de Antonio Fernández Alba, en colaboración con los arquitectos José Elías Sánchez y Miguel Ángel Villar González. Se trata de una novedosa estructura con sentido compacto y una ordenación axial, que se articula sobre un eje central longitudinal que recibe una luz cenital a través de unas claraboyas en forma de bóvedas de cañón.
Se trata de una construcción de tres plantas y sótano con tres módulos transversales dobles, buscando la máxima funcionalidad, que van enlazados externamente por una galería de pórticos abiertos, tanto en su fachada septentrional, que es la principal, como en la meridional. En el sótano se ubican la cafetería y las salas de disección, así como los depósitos y dependencias auxiliares. La fábrica es toda de ladrillo visto; no sé si por rigor presupuestario o para armonizar con la Facultad de Farmacia, que está a sus espaldas.
Todos los demás edificios del campus son de piedra arenisca local, salvo la Escuela de Odontología, que es de hormigón vertido y hierro.
El edificio está compuesto de bloques transversales con escalonamiento en altura, con un claro sentido especular respecto al bloque longitudinal, donde se ubican las distintas dependencias administrativas y académicas: secretaría, decanato, salón de actos, sala de grados, aulas de distinta capacidad, despachos y laboratorios.
En la actualidad, todas las clases de la licenciatura de Medicina se dan en este edificio, tanto de clínicas como de pre-clínicas. Esto es un hecho nuevo, pues con anterioridad a mi jubilación se destinaban las aulas solamente para las asignaturas de los tres primeros cursos o pre-clínicas. Las clases de las asignaturas clínicas se impartían en el desaparecido Pabellón de Aulas, también de Fernández Alba, que se derribó para construir el actual edificio Dioscórides de la Facultad de Biológicas.
Como experiencia vivencial, quiero decir que no he tenido la ocasión de impartir clases de la licenciatura en este edificio, que se inauguró en 1988; solo algunas clases de los cursos monográficos del doctorado. Cuando era profesor adjunto de Anatomía (1976-1985), las clases se impartían en el edificio de la Hospedería del Fonseca, y cuando fui profesor titular de Cirugía Ortopédica y Traumatología (1985-1999), las lecciones tenían lugar en el desaparecido Pabellón de Aulas.
No obstante, tengo la satisfacción de que mi biblioteca particular de Cirugía Ortopédica, donada en el año 2002, cuando me jubilé como médico en ejercicio libre –se halla en un despacho de la Unidad Docente de Traumatología, que ha sido inaugurada oficialmente este mismo año (2019), como un acto más para conmemorar el VIII Centenario de la Fundación del Estudio Salmantino por Alfonso IX, rey de León–, pueda ser consultada por cuantos especialistas quieran examinar los libros y las revistas nacionales e internacionales más importantes de la especialidad de la segundad mitad del siglo XX, –casi todas ellas encuadernadas–, desde 1963 hasta 1998, así como algunos libros de la raros o difíciles de encontrar ya.
El lugar que se eligió para su construcción se halla situado en una zona de La Vaguada de la Palma, sobre el solar que ocupaba el antiguo Colegio de Oviedo, desaparecido durante “la francesada”, en un barrio hasta hace unos cuantos años marginado por la pobreza y la prostitución. El autor parece que pretendió con esta obra reivindicar el distrito como zona monumental con esas grandes formas geométricas puras, a modo de vestíbulo o de propileo, en palabras del propio autor.
Yo diría que destaca por la pureza geométrica del conjunto y reduce los volúmenes a los mínimos elementos expresivos: dos cubos, el mayor de aspecto macizo, que constituye el recinto de congresos propiamente dicho, y el menor acristalado, más sutil, donde están ubicadas las tres salas de exposiciones, que se complementan con un graderío exento. Son tres espacios con entidad propia, que forman un conjunto monumental único.
Navarro Baldeweg, ganador del concurso convocado en 1985, toma motivos arquitectónicos primarios, como el gran arco escarzano que se exhibe en las fachadas del cubo grande, a la vez que huye de toda ornamentación superflua con un lenguaje expresionista al manifestarse la arquitectura como espectáculo.
“De su interior llama poderosamente la atención la gran cúpula de discos concéntricos”
De su interior llama poderosamente la atención la gran cúpula de discos concéntricos, a modo de plato, de mil doscientos metros cuadrados de superficie, que parece flotar ingrávida en medio de la escasa luz que penetra por el óculo central y, sobre todo, la que resbala por las paredes del auditorio. No sé quién ha dicho, acertadamente, que es “una arquitectura dentro de otra arquitectura”. El procedimiento empleado marcó un hito en la arquitectura española, por lo que no es extraño ver visitas organizadas para alumnos de las Escuelas de Arquitectura del país. Quizás tenga como antecedente, o al menos así a mí me lo parece, a la cúpula prefabricada de grandes dimensiones del Palacio de los Deportes de Roma (1960), de Luigi Nervi.
Yo viví muy interesado el proceso constructivo de este magno edificio, cuya cúpula de hormigón visto se construyó “a pie de obra”, y fue elevada en 1989 por un sistema de dieciséis gatos hidráulicos sincronizados hasta su colocación cenital.
Va suspendida en vigas pareadas que transmiten la carga a los potentes muros del edificio, a modo de un baldaquino, con lo que así se evitan los pilares en el auditorio, escenario y vestí-bulo. Una solución muy audaz.
“En un pequeño parterre se colocó el Monumento a la Constitución, de José Luis Coomonte”
En mi opinión, los paneles acústicos que se colocaron sobre la boca del escenario para mejorar la audición cuando se celebraban allí las sesiones de la desaparecida Sociedad de Conciertos de Salamanca afectan a la estética de la cúpula. Posiblemente, la colocación de estos paneles fijos se hizo imprescindible al tener que agrandar el escenario, dada su escasa profundidad primitiva (se había concebido solo para congresos), lo que conllevó la retirada de las primeras filas de butacas y la consiguiente necesidad de corregir la acústica.
En un pequeño parterre, al occidente del palacio, se colocó en 2010 el Monumento a la Constitución, de José Luis Coomonte que, con anterioridad, y desde 1988, se hallaba situado en la Plaza de la Constitución, frente al Palacio del Aire. Pienso que ha sido un acierto su nueva ubicación, en una zona histórica y en un parterre verde en declive donde juegan formas geométricas puras. Se trata de diez pirámides huecas de base cuadrada, encerradas unas en otras al modo de las matrioskas o caja de muñecas rusas, como en un decálogo de convivencia y democracia.
Como ya he señalado, este palacio se realizó según proyecto del arquitecto Navarro Baldeweg, nacido en Santander en 1939 y graduado en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, en 1965. Ha sido catedrático de la misma escuela madrileña en la que estudió y se doctoró y, recientemente, ha sido galardonado con el Premio Nacional de Arquitectura 2014, por su trayectoria arquitectónica. Navarro puede ser considerado un verdadero “hombre del renacimiento”, pues en él se reúnen las cualidades de arquitecto, pintor y escultor, además de escritor prolífico.
(*) El Prof. José Almeida Corrales nos dejó el 3 de enero de 2019. Tal y como él deseaba, ‘Salamanca Médica’ continuará publicando los artículos y los dibujos que dejó preparados como sentido homenaje a este gran médico y artista que, con sus colaboraciones, enriqueció esta revista desde sus inicios
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