Por José Almeida (*)
Doctor en Medicina y Cirugía y licenciado en Bellas Artes
El plateresco del siglo XVI representó como ningún otro el tema recurrente de inspiración en la arquitectura autóctona salmantina y, de este modo, el neo-plateresco es considerado como el estilo genuinamente local. Fue tan fuerte su influjo que se extendió a otras ciudades, como Valladolid, con la Academia de Caballería; incluso trascendió con carácter nacional, como una reacción nacionalista vinculada al ‘Desastre del 98’, en la Exposición Universal de París de 1900, con el pabellón español de José Urioste, inspirado en el Palacio de Monterrey. con la Academia de Caballería; incluso trascendió con carácter nacional, como una reacción nacionalista vinculada al ‘Desastre del 98’, en la Exposición Universal de París de 1900, con el pabellón español de José Urioste, inspirado en el Palacio de Monterrey.
Las obras se iniciaron en 1936 en un solar que con anterioridad ocupaba el Hotel Comercio, en la Plaza de los Bandos, donde, por cierto, se alojó Pedro Antonio de Alarcón cuando estuvo en Salamanca, y recogió sus impresiones en un libro titulado ‘Dos días en Salamanca’. Tras la interrupción forzada por la guerra civil, fue concluido en 1940.
Romualdo de Madariaga, titulado en 1918, fue el arquitecto del Banco de España y autor del proyecto de 1935, que fue muy modificado en los aspectos decorativos por el arquitecto alemán Lindemann, quien ejecutó la obra más acorde con la disciplina propia de la ideología fascista.
El edifico es de tres plantas, y tiene una más en cada torreón que flanquean la fachada. La planta se estructura alrededor de un patio central de operaciones, con columnas arquitrabadas que soportan una vidriera para iluminar la estancia, y en su entorno se distribuían los distintos negociados administrativos. En las demás plantas se ubican las viviendas para el director y varios funcionarios, así como diversas dependencias generales.
La fachada destaca por su simetría, con el cuerpo central ligeramente adelantado. Los torreones y la parte alta están inspirados en el palacio de Monterrey. El balcón central, corrido de tres huecos, es de características diferentes y se inspiró en modelos toledanos. Los detalles más platerescos están en las torres, con balcones y barandilla de sillería, y en las dos va esculpido en relieve un gran escudo de España de la época franquista. En la actualidad, este edifico está vacío, y ha sido donado a la Universidad de Salamanca, con motivo del VIII Centenario de su fundación, como Centro de Estudios del Español.
Aprincipios de los años sesenta es cuando aparece un organicismo pleno en la arquitectura de la mano de Frank Lloyd Wright, pero en nuestro país esta corriente procede, sobre todo, del arquitecto finlandés Alvar Aalto. Se caracteriza fundamentalmente por la simplificación de las formas y renuncia de los principios académicos clásicos, que son sustituidos por una estética que toma como referente a la Modernidad. Su característica más acusada son los juegos de volúmenes, resultado de una fascinación por la geometría.
La figura más cualificada de la definitiva revisión orgánica de la arquitectura española es Antonio Fernández Alba, nacido en Salamanca en 1927 y titulado por la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid en 1957. Su primer proyecto, el convento de franciscanas de El Rollo, está firmado en 1958, y con él consiguió el Premio Nacional de Arquitectura en 1963. Ha sido catedrático de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid y, entre otros honores, recibió el Premio Nacional de Arquitectura en 2003 por toda su obra. Es miembro, no solo de la Real Academia de San Fernando, sino también de la Real Academia de la Lengua Española, y en 2003 se le concedió la Medalla de Oro de la ciudad de Salamanca.
Es un arquitecto muy admirado; desde luego, por mí parte lo es desde la década de los setenta, y aunque cuatro años mayor que yo, como salmantino que se siente partícipe de los reconocimientos y honores a su ciudad natal, he visto recompensado con satisfacción, en su figura, el desengaño que yo sufrí al no poder estudiar Arquitectura en los años cincuenta. Fue una vivencia frustrante que no me resisto a referirla, por lo estrambótico del tema. Una vez que finalicé el bachillerato en el Instituto Fray Luis de León y superado el Examen de Estado en junio de 1949, mi deseo, a toda costa, era estudiar Arquitectura. En aquella época, en España solo existían dos Escuelas Superiores de Arquitectura: en Madrid y Barcelona. Mis padres vivían en Gomecello, un pequeño pueblo de La Armuña, y no podían costearme los estudios fuera de Salamanca y, por otra parte, la política de becas era muy restrictiva. Por consejo de un tío mío, que a la sazón era jefe de contabilidad de Hacienda, me matriculé en primero de Derecho en el curso académico 1949-50 para hacer el servicio militar obligatorio en las Milicias Universitarias (no quiero contar las suspicacias o reticencias que provocaba el cordón rojo de Derecho que yo llevaba, siendo estudiante de Medicina), a la vez que preparaba unas oposiciones para ingresar en el Cuerpo de Contadores del Estado y, así, dando por supuesto que conseguiría plaza en Madrid, poder seguir los estudios de Arquitectura. Afortunadamente, me suspendieron en el segundo ejercicio de los tres que constaba la oposición, porque, de haber aprobado, no hubiese sido médico ni, por supuesto, arquitecto.
“En cierto modo, con la práctica de la Medicina me realicé como ‘arquitecto’ del cuerpo humano”
Perdí un año, y aquel proyecto esperpéntico, propio de una novela de Valle Inclán, me marcó y, lo que es peor aún, me frustró; hasta que más tarde pude recuperar la ilusión con la práctica de la Medicina. Concretamente, en la especialidad de Cirugía del Aparato Locomotor, donde mejor se aprecia la correlación morfo-funcional con su patología y donde la biomecánica juega un papel esencial. En cierto modo, me realicé como “arquitecto del cuerpo humano” pero, sobre todo, pude experimentar el contacto continuo e íntimo con el ser humano y así comprender y participar de sus grandezas y debilidades; lo que me cautivó. Hasta el punto de que, si fuese posible rebobinar la película de mi vida y retrotraerme a la edad de 18 años, volvería a elegir la profesión de médico, y esta vez, en primera opción. El que ha sido médico en vida queda marcado para siempre. Mi caso es un claro ejemplo de rescate para la Medicina. Parafraseando a David Hilfiker, médico y escritor prolífico, puedo decir como él: “La Medicina es mis raíces y la literatura (en mi caso, el dibujo) mis alas”.
En fin… Quizás debiera pedir disculpas por este explaye emotivo, que alguno pudiera interpretar como fuera de contexto. Yo no lo considero así y, por ello, no puedo dejar de reflejarlo, ya que, como fácilmente se puede comprender, este hecho cambió radicalmente el sentido de mi vida.
En Salamanca, además del convento de El Rollo, Fernández Alba tiene otros edificios con su sello, como el moderno pabellón de la Facultad de Educación, junto al Colegio de la Concepción o de Huérfanos; el Colegio Mayor Hernán Cortés; el nuevo Colegio Mayor de Oviedo; el convento del Carmelo de San José del Arenal del Angel y la nueva Facultad de Medicina del Campus Miguel de Unamuno, entre otros.
Fernández Alba se consagró en plena juventud como firme promesa con este proyecto, que se inserta en la arquitectura internacional a través de la influencia de Alvar Aalto y de una interpretación propia de la tradición cultural española.
En este conjunto edilicio se conjugan ideas clásicas, como el concepto de centralidad en torno al claustro, pero con un lenguaje arquitectónico moderno. Así, las celdas no se abren a todas las crujías, solamente se orientan a dos lados: al naciente y al poniente y, además, las celdas están retranqueadas con el fin de poder disfrutar de más luz. Con la distribución de las novicias a un lado y las madres al otro, teniendo en cuenta también la edad: las jóvenes en los pisos altos y las mayores en los bajos.
La capilla se abre al norte del claustro y tiene forma de sector circular a modo de amplio escenario, que es donde más se aprecia la influencia de Alvar Alto. Todo ello, en un juego de volúmenes, o escalonamientos, que se reflejan también en el patio, con distintas gradas. Con estos conceptos se rompe el retorno al pasado historicista y se pasa a un contrate de volú-menes geométricos, claramente aaltiano. El patio no tiene un valor inerme o estático, sino que adquiere dinamismo al estar escalonado, aprovechando las particularidades del terreno.
El edifico es de piedra de Villamayor de sillares sólidamente enlazados con huecos de luz pequeños que le dan severidad a los paños exteriores, casi ciegos. Se aprecia un claro contraste cromático entre estas dependencias de la capilla, la sacristía y una pequeña hospedería de piedra franca de Villamayor, y las de las celdas conventuales del interior, de ladrillo, que apuntan a la austeridad de la vida conventual. En resumen: existe un contraste formal entre los volúmenes lineales y la compleja geometría de la capilla, en un sincretismo muy sugestivo.
En una línea arquitectónica similar, aunque con más acento en el escalonamiento vertical, en la misma línea aaltiana, vamos a ver a Fernández Alba en el Colegio Mayor de San Bartolomé, alineado con la muralla medieval en el Cerro de San Vicente, justo enfrente de donde vivían mis abuelos paternos; donde yo jugaba de niño.
(*) El Prof. José Almeida Corrales nos dejó el 3 de enero de 2019. Tal y como él deseaba, ‘Salamanca Médica’ continuará publicando los artículos y los dibujos que dejó preparados como sentido homenaje a este gran médico y artista que, con sus colaboraciones, enriqueció esta revista desde sus inicios
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