Por Ramón Martín Rodrigo
Licenciado en Geografía e Historia y en Historia del Arte
y doctor en Geografía e Historia
Llevamos unos meses escuchando a todas horas la palabra “Sanidad” y otras relacionadas con ella, como medidas profilácticas, normas preventivas e higiénicas, vacunas, consejeros, sanitarios, etc. Francamente, estamos saturados de todo esto, que, lógicamente, es debido a la pandemia reinante del coronavirus, la COVID- 19. Como en el pasado nacional también se han padecido graves y prolongadas epidemias, con frecuencia se viene haciendo paragón entre lo concerniente a las anteriores enfermedades infecto-contagiosas–especialmente la atención médica– y la actual, la que, lejos de extinguirse, toma caracteres de expansión en una segunda oleada.
Ciertamente, se encuentran infinidad de semejanzas en muchos aspectos y medidas adoptadas entre las epidemias de cólera de 1885, la de gripe de 1918 y las endémicas palúdicas con la actual, silenciosa e invisible en su llegada, pero de resultados desastrosos. Similitudes que se observan en el sacrificio de la clase médica, aislamiento de enfermos, estudios serios por sabias personalidades para ver las causas y los modos de curación, etc. Puede advertirse que no hay nada nuevo, que entre lo que en nuestros días se ordena, se recomienda y se realiza y lo realizado previamente hace ya bastantes años hay una palpable analogía, y que sólo el avance científico y técnico le da un poco de diferencia.
Precisamente por esta actualidad referida parece adecuado hacer un seguimiento de la trayectoria seguida por la Sanidad estatal en Salamanca y actualizar la memoria de sus principales representantes, que si en su día fueron muy considerados, han ido pasando a un olvido inmerecido. Esta retrospectiva voy a presentarla a través de unas breves semblanzas de los inspectores (y jefes) provinciales de Sanidad de nuestra provincia. El periodo elegido es de 1904 –año de la creación de los inspectores provinciales de Sanidad– hasta 1944, cuando, por la Ley de Bases de la Sanidad Nacional, se puede considerar que empieza otra etapa bien diferenciada.
Desde la Constitución de 1978 hasta fecha más reciente, la Sanidad española ha tomado rumbo diferente al seguido hasta entonces. De este penúltimo periodo ya se ya han realizado algunos estudios específicos. La duración en el cargo de los representantes sanitarios en esta provincia no fue breve en general; no obstante, encontramos la sucesión de ocho de ellos: Pinilla, Argenta, Peláez, Rafael Fernández, Victoriano Roldán, Prada, Fernández Cid y Julio Pérez. Por tanto, en vez ofrecer sus biografías completas, he de limitarme a unas breves semblanzas para poder señalar las principales actividades sanitarias habidas bajo la dirección de cada uno de ellos.
A finales de 1094 se convocaron oposiciones para cubrir 48 plazas de inspectores provinciales de Sanidad. Se presentaron a ellas Hipólito Rodríguez Pinilla y Celestino Martín de Argenta. Ambos las aprobaron. En el concurso de adjudicación de plaza, la de Salamanca fue para Pinilla; la de Burgos, para José García Villalba y la de Murcia, para Argenta, pero éste elevó una protesta, alegando cierta incompatibilidad del señor Pinilla para desempeñar el cargo. Mientras tanto, en Salamanca aparece como inspector de Sanidad interino don Manuel Mondelo.
La petición del señor Argenta no tuvo resolución favorable, y Pinilla actúa ya de inspector provincial de Salamanca en junio de 1905. No obstante, el 27 de septiembre de ese año, en carta dirigida a El Adelanto, Pinilla dice: “Al tomar posesión de mi nuevo cargo de inspector…”, y añade un avance de lo que va a realizar y unas letras en las se pone a disposición de la prensa, pide la colaboración de los médicos y un esfuerzo colectivo de los ciudadanos. Y ya en este escrito deja ver la siguiente idea: [Es preciso] no respetar ni la libertad de los ciudadanos si [el uso de la libertad] ha de venir en perjuicio de la salud de los demás. Idea llevada a la práctica en la actualidad con el confinamiento que pacientemente hemos soportado, en cuya contra andan por ahí unos pocos que se oponen a las normas dadas en diversos países y comienzan a llamar los negacionistas. Pinilla dejó escrito un breve trabajo sobre El tiempo en que fui Inspector de Sanidad, que no he podido ver, y es de suponer que en ese escrito daba cuenta de su actividad en Salamanca. Él prometió y realizó campañas, escritos en prensa y en revistas, en conferencias y congresos, para sensibilizar a la población de la provincia, sacarla de la incultura, acabar con los focos insalubres y hacer lo posible para evitar la propagación de las enfermedades infecto-contagiosas. Por entonces eran consideradas como tales las del sarampión, tosferina, viruela, escarlatina, venéreas y otras. Además, realizó visitas, y desde el Colegió de Médicos, de cuya junta directiva formó parte, atendió a requerimientos de los profesionales. Fue un tema que le preocupó especialmente el del Montepío Médico, y en su defensa envió a la Dirección General de Sanidad una reclamación encabezada del siguiente modo: “De Inspector Provincial de Sanidad al Director General”, en la que le comunicaba el acuerdo tomado en una reunión de setenta médicos con ejercicio en Salamanca.
Pinilla fue un médico de valía, con gran dinamismo y valiente. Por eso mismo se escribió de él que “se preocupaba grandemente de su cargo y por la perfección con que lo ejercía”. Él, que había sido el alma de La Gota de Leche y catedrático de la Universidad, realizó y ganó la oposición a catedrático de Médicos de Baños. Todo eso puedo influir en que optara por dejar el cargo de inspector en el verano de 1909. En junio de 1911, salió de Salamanca para ir al Balneario de Molinar de Carranza.
Terminada su carrera, en 1885 ya era médico de San Bartolomé de Corneja (Ávila). Tres años después pasó a ser médico de Béjar, y dos años más tarde aparece con título de doctor. En 1892, se anuncia en Salamanca como profesor de Ginecología. Por entonces publicó en la prensa unas cartas abiertas, dando sabios consejos de profilaxis para impedir la propagación de enfermedades infecciosas o disminuirlas, si ya habían llegado. Y alzando la voz en favor de la clase médica, señala que, con frecuencia, se culpa injustamente al médico que, por una opinión equivocada, “viene a ser el mártir de las calamidades epidémicas”.
Don Celestino era entonces una de las grandes figuras médicas de Salamanca. Él formaba grupo o comisión de trabajo con los más señeros médicos y profesores de entonces, como Segovia, López Alonso, Arturo Núñez e Hipólito Pinilla. Argenta formó parte de la junta directiva del Colegio de Médicos de Salamanca, de cuya la revista La Regeneración Médica fue director en su primera fase. Argenta, siempre con ganas de trabajo y de promoción, asistía a congresos (Internacional de Higiene y Demografía, Hispano-Portugués de Cirugía), escribía artículos, se prestaba a colaborar con las eminencias del momento y actuaba como gran organizador de asociaciones médicas y farmacéuticas, con iniciativas como la de constituir una Unión Católica, el Seguro de vida, jubilación y pensión de enfermedad y la Asociación Médico-Quirúrgica de Socorros Mutuos. El Claustro de la Universidad lo propuso como profesor auxiliar, puesto que pasó a desempeñar en 1904.
Ganadas las oposiciones a inspector de Sanidad, en 1905 le fue adjudicada la plaza de la provincia de Murcia. El 5 de marzo de 1909, La Gaceta publica la permuta de plazas entre don José García Villalba, que ejercía en Burgos, y la de Argenta, que seguía en la de Murcia. Tomó posesión en Burgos, e inmediatamente comienza redactar el Reglamento de Higiene Provincial y Municipal, que dejó sin terminar por el nuevo traslado a Salamanca, en agosto. Tomada posesión en Salamanca, el 3 de septiembre de 1909 publica una circular señalando las prevenciones sanitarias más convenientes, recordando que en Rotterdam había cólera y el año anterior una epidemia había asolado Rusia.
En Salamanca desarrolló una actividad enorme: visitas a pueblos, escritos como la Cartilla Sanitaria (1911), opúsculo que abarca el estudio de la principales enfermedades infecciosas –cólera, viruela, sarampión, escarlatina–, y da instrucciones preservativas de las mismas. Escribe varios artículos en la prensa local y realiza trabajos como el comenzado a elaborar para el Saneamiento de Béjar y el Discurso en el que propugna medios de abasto de agua de Salamanca capital en el caso de que llegue una sequía, etc. En mayo de 1915, habiendo ascendido a inspector provincial de primera clase, se trasladó a Granada a petición propia. Y en 1924, también por traslado, se posesionó como inspector de la provincia de Cádiz, en donde le dejamos para seguir con los inspectores de Sanidad de Salamanca.
Vino a Salamanca por la resolución del concurso convocado para proveer plaza vacante de 27 de mayo de 1915. Tomó posesión el 17 de junio de 1915. Desde entonces a marzo de 1916, en menos de nueve meses, se sucedieron tres inspectores, aunque uno de ellos lo fue de forma interina, por sustitución del titular. Como fue tan corto tiempo de permanencia en el cargo de estos señores, las noticias sobre ellos, e incluso de Sanidad de la provincia, son poquísimas. Y como tampoco hubo problemas destacados, me limito a poco más que su mención. En 1903 se menciona un médico en La Coruña con este nombre. No puedo afirmar que sea el mismo inspector que el de Salamanca, pero por ahí deben ir las cosas. Lo cierto es que el día 19 de junio se fue a Madrid y dejó como inspector interino a don Juan Manuel Martín Sánchez.
Este señor fue uno de los médicos oculistas de Salamanca, y siguió siéndolo después de los cargos que desempeñó en Sanidad. En 1905, es subdelegado de Sanidad de esta capital, y en enero de 1907 fue nombrado inspector “municipal” de Medina del Campo, población menor de 40.000 habitantes, según lo permitía la legislación entonces vigente. No me consta cuánto tiempo estuvo en la interinidad de Salamanca ni si volvió pronto el titular, don Rafael; en todo caso, fue una corta etapa.
A juzgar por una noticia que se publicó en 1911 en el periódico El Popular, parece ser que en julio de 1911 era exdirector facultativo de la estación sanitaria fronteriza de la Línea de la Concepción. En febrero de 1916, se encuentra como inspector provincial de Salamanca. Entonces, esta capital iba a comenzar a realizar el alcantarillado para las aguas residuales, y el señor Roldán presentó al Ayuntamiento “un luminoso y brillante informe sobre las medidas profilácticas con motivo del alcantarillado”. Argumentó que en el suelo de las calles de Salamanca podía haber gérmenes patógenos de tuberculosis, difteria y tifus, por lo cual había que tratar las tierras que se removieran. Las medidas parecieron bien, y la Corporación las aprobó. Y ya no hay más datos.
El 8 de marzo de 1916 El Adelanto anunciaba un nuevo inspector provincial de Salamanca, que ha sido nombrado en virtud de concurso de traslados. Y añadía: “Nos felicitamos por la ilustración y laboriosidad del señor Peláez, uno de los más acrisolados prestigios de la Escuela Médica Salmantina”.
Tenía aprobadas las oposiciones a inspector de Sanidad en 1909. Recordaré que su biografía fue publicada en la revista Salamanca Médica Nº 40, año 2010, por lo que, para ser más breve, remito a ella. Su cargo de inspector, como se ve, duró poco tiempo, pero en su mandato ocurrió el problema mayor y más significativo con relación a las enfermedades infecto-contagiosas: la gripe de 1918, en sus dos oleadas. Por consiguiente, la actuación de Peláez en la Junta de Sanidad Provincial fue excepcional, importante y óptima. Desde la Junta de Sanidad de la capital, y en unión con el Colegio Médico, se atendió a dar normas, a tranquilizar a las poblaciones y dar apoyo a algunos médicos.
La primera oleada de la gripe de 1918 llegó a mediados de mayo a Madrid, y casi al mismo tiempo también había entrado en Salamanca, según declaraciones que hizo por entonces el médico don Enrique Nogueras. Pero por entonces don Juan G. Peláez se encontraba convaleciente de una operación quirúrgica. Quizás es por eso por lo que, en la primera oleada, no aparece con tanta actividad como en la segunda. Se nota especialmente su trabajo en octubre de 1918 y siguientes meses, hasta la primavera de 1919, en que la epidemia gripal se dio por erradicada. Desgraciadamente, Peláez, que todavía era relativamente joven, murió el 6 de febrero 1920, cuando aún le quedaba mucho por hacer en Sanidad. De nuevo pasan unos meses en los que la Inspección de Sanidad ha de ocuparse de modo provisional.
El 16 de septiembre de 1920 don Joaquín de Prada era destinado a Salamanca. Para exponer unas semblanzas sobre este inspector, sigo lo referido en El Adelanto a la llegada del señor Prada a Salamanca: “Muy joven aún, llega a ocupar la jefatura de Sanidad de la provincia, a la que le ha conducido una labor constante de estudio y de trabajo en las investigaciones y disquisiciones médicas. Después de una carrera hecha con una brillantez poco común, obtenía en reñidas oposiciones una plaza de médico en la Marina Civil, carrera que abandonó por los sobresaltos que la misma entraña. El Dr. Prada ha sido médico en las Hulleras de El Cea (León); ayudante del Laboratorio municipal de Valladolid; auxiliar de la Cátedra de Higiene de aquella Facultad de Medicina; posee los títulos de miembro de la Sociedad Entomológica Española y del Instituto de Alfonso XIII, donde ha seguido dos cursos con una brillantez extraordinaria. Es, pues, un bacteriólogo de fama y un excelente higienista”.
D. Joaquín de Prada era una persona abierta que hacía declaraciones y no le importaba que le entrevistaran para hablar de problemas y proyectos. Periódicamente, presentaba lo realizado por Sanidad, dando cuenta en la Memoria Anual de actividades. La campaña antipalúdica “comenzó a raíz de haberse posesionado de la Inspección Provincial de Sanidad. En 1928 ofrece unos datos extraordinarios.
Durante sus 24 años de servicios en Salamanca se sucedieron cambios muy significativos en el Régimen de España. Para resumir, podemos ver su labor atendiendo a tres etapas claramente señaladas: a) los años veinte, durante la democracia y la dictadura de Primo de Rivera; b) los años treinta, durante la Segunda República; y c) la guerra y postguerra. La institución de Sanidad de la provincia de Salamanca tuvo que atender a infinidad de cuestiones, que, muy resumidas, son las siguientes:
a) En los años veinte, la Inspección atiende a las normas que emanan del Ministro de la Gobernación y también de la Oficina de Higiene de la Sociedad de Naciones. El paludismo era, en Salamanca, un tremendo azote. Se comenzó una campaña con la finalidad de descubrir los principales focos en los que se producía esta enfermedad, comenzando por desinfectarlos mediante el empleo de petróleo. Luego la campaña pasó a la creación de dispensarios antipalúdicos, siendo de los primeros el de Alba de Tormes y el de Ledesma, inaugurados en 1926. En 1927, se contaban ya 11 dispensarios, pero en 1929 llegaron a estar funcionando hasta 26 dispensarios, que eran sufragados por la Diputación Provincial. A todos los dispensarios se les proporcionaba quinina suficiente para los enfermos. Cada dispensario tenía su director, que, en los pueblos, era el médico titular. Éstos, en general, habían recibido formación específica para esta misión. Además, hubo conferencias importantes, como las de la Semana Sanitaria en mayo de 1929, en las que, entre otros, habló el Dr. Sadi de Ben, jefe de la Lucha Nacional Antipalúdica. De esta forma se logró reducir grandemente la endemia de paludismo.
b) En la II República, la Medicina en general y, con ella, la Sanidad provincial de Salamanca, van a recibir un impulso muy importante. El 19 de noviembre de 1932, médicos y enfermeras asisten en Salamanca a un cursillo para directores de Centros Primarios de Higiene, cuya primera disertación estuvo a cargo del eminente doctor Jiménez Díaz.
Ese mismo año, en diciembre, se hace la inauguración de los centros de Higiene en Peñaranda y Ciudad Rodrigo, y pasan a serlo los de Béjar, Macotera, Martín de Yeltes y Retortillo. Se celebra en Madrid el primer Congreso de Sanidad, al que asisten algunos médicos de Salamanca. El edificio del Instituto de Higiene (13 de junio de 1934) y la colaboración en la campaña de vacunación infantil en Salamanca en el Dispensario de Puericultura dirigido por don Eduardo Verástegui son otros de los acontecimientos destacados de este periodo.
Finalmente, el nombramiento como director general de Sanidad de don Víctor Villoria, médico de Ledesma y director del aquel dispensario antipalúdico, hizo abrigar esperanzas de una atención preferencial a la provincia de Salamanca. Desgraciadamente, su mandato duró poco a consecuencia de la caída del Gobierno de Lerroux y, a la vez, el cese del ministro de Instrucción Pública, don Filiberto Villalobos. También es destacable la ayuda que al inspector de Sanidad prestaban en el Instituto de Higiene don Tomás Martín Hernández y don Félix Arcocha, epidemiólogo y bacteriólogo, respectivamente, compañeros de Prada. Y en el Centro de Ciudad Rodrigo, don Ernesto Sánchez Villares.
c) La Inspección Sanitaria de Salamanca sufrió un grave parón durante la guerra civil, y tuvo que atender a dificultades sobrevenidas, como vacunar a los milicianos frente a la fiebre tifoidea y la militarización de los médicos de la ciudad. Por lo pronto, se cambia el título de Inspección por el de Jefatura de Sanidad, y el Inspector pasa a ser el jefe de Sanidad Provincial.
Este tiempo fue muy propenso para la expansión de enfermedades como tuberculosis, venéreas y paludismo, a causa de la carestía del alimento, el vestido, el hambre y el frío y otras dificultades, como el ciclón y las lluvias torrenciales de 1941 o la explosión del polvorín de Peñaranda.
Poco a poco se fue rehaciendo en los cinco años siguientes. A pesar de todo, se reanudaron las campañas para la prevención de la expansión del paludismo. Así, en junio de 1939, se publica una nota que dice: “Vencidas las dificultades de personal y material, funcionan en esta provincia los dispensarios antipalúdicos siguientes…”. Y se citan siete. En todos se suministra gratuitamente el tratamiento de quinina. Y en 1943, otra nota hace esta llamada para que no se compren antipalúdicos en el mercado negro: “La Jefatura de Sanidad facilita las gambuxias (peces que atacaban a los mosquitos) y garantiza con exceso el tratamiento con Atepé, pero los pudientes pueden adquirirlo al precio de 16 pts.” .
También se fueron realizando nuevamente cursillos anuales de Sanidad impartidos por los doctores más eminentes del momento. Paulatinamente, la población española iba tomando conciencia de la necesidad de vacunar a los niños y también la población adulta, especialmente a los que se incorporaban al servicio militar. El Auxilio Social fue un poderoso medio para ayudar a las familias necesitadas, incluyendo a los enfermos carentes de medios para su curación. También la Beneficencia Municipal y, con ella, la Cruz Roja, colaboraban en toda la prevención sanitaria; por eso se anunciaban servicios gratuitos de todas las especialidades en diferente días y horas. El de vacunación se realizaba, dirigido por don Joaquín de Prada, los sábados de 4 a 5, en la sede de Cruz Roja servicio gratuito.
El 7 de julio de 1944 fue nombrado subjefe provincial de Sanidad de Valladolid. Por eso se despidió de Salamanca por ascenso. Aún no se había aprobado la Ley de Bases de Sanidad ni creado la Escuela Nacional de Sanidad.
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