Por Jesús Málaga
Hace ya años que dediqué un artículo a los hospitales de sangre durante la Guerra Civil en la ciudad de Salamanca. Faltaba un escrito para recordar algunos de los muchos que funcionaron en la provincia. En las primeras semanas y meses de la contienda, se produjeron numerosas bajas en los frentes de batalla. Las fechas coinciden con los cinco últimos meses de 1936 y el primer semestre de 1937.
Los heridos llegaban a la retaguardia, que no estaba preparada para acogerlos, y menos para atenderlos debidamente durante largo tiempo. Se organizaron hospitales de sangre en Salamanca capital y en los pueblos más importantes de la provincia para realizar las intervenciones quirúrgicas de urgencia, pero, transcurrido un tiempo, la capacidad de acogida comenzó a saturarse.
Las autoridades militares y civiles del bando franquista solicitaron a los alcaldes de los pueblos más pequeños lugares donde improvisar hospitales militares para atender a los convalecientes y a aquellos heridos que no precisaban de atenciones especiales y que, con la vigilancia del médico del pueblo, un practicante y algunas mujeres voluntarias para realizar labores domésticas de limpieza, alimentación y curas elementales, se tomaran las medidas necesarias para salvar la emergencia sanitaria producida por la guerra.
En artículos anteriores recogidos por esta revista, he tratado los hospitales de sangre de la ciudad de Salamanca y uno de la provincia, el de Macotera. En esta entrega quiero dar a conocer algunos otros ubicados en los pueblos y de los que he conseguido datos, siempre escasos, en la documentación del Gobierno Civil del Archivo Histórico Provincial de Salamanca.
A principios de 1937 estaba en pleno rendimiento el Hospital de Sangre de Aldea del Obispo, en el que se acogían 15 heridos y enfermos procedentes del frente de batalla. Funcionaba con las aportaciones económicas del vecindario del pueblo; el Ayuntamiento había contribuido con 202,50 pesetas. En esta institución sanitaria improvisada se produjo un suceso el 13 de mayo de 1937: se fugaron del hospital militar dos legionarios convalecientes que iban a ser dados de alta. Al tratarse de un pueblo fronterizo, los dos soldados se fueron a dar un paseo, se adentraron en Portugal y no volvieron a ser vistos.
Las autoridades municipales de La Fuente de San Esteban ofrecieron a las autoridades militares camas hospitalarias, pero solo para cristianos, no para moros. Según el alcalde y los concejales, habían tenido una mala experiencia aceptando rifeños. El hospital cívico-militar del pueblo tenía capacidad para 40 heridos convalecientes, de los cuales 26 camas estaban destinadas a moros. El descontento con los magrebíes era debido a sus exigencias. Pedían comida y trato especial, algo que los pacientes cristianos no demandaban.
Los pueblos de los alrededores estaban obligados a sufragar por prorrateo los gastos que originaba el hospital. Seguramente inducidos por el mal ambiente con los marroquíes, el 18 de enero de 1937 los militares españoles hospitalizados en el pueblo mandaron una carta al gobernador civil agradeciendo el exquisito trato recibido por los vecinos. El 4 de enero de 1939, a punto de finalizar la guerra, el alcalde de la Fuente de San Esteban comunicó al gobernador que 10 mujeres del pueblo prestaban servicios voluntarios en el hospital militar; dicho servicio había provocado “dimes y diretes” de otras mujeres de la localidad, tachando los bulos con el calificativo de “cosas de mujeres”.
En Paradinas de San Juan, en noviembre de 1936, el alcalde se dirigió a la autoridad provincial ofertando un espacio público para acoger a 15 heridos del frente para que pasaran su convalecencia en el pueblo. El mismo ofrecimiento realizó el edil de Cantaracillo, en este caso, para acoger a 12 pacientes en otras tantas camas puestas a disposición de la sanidad militar.
El Hospital Cívico-Militar de Fuentes de Oñoro funcionaba como tal desde el 18 de agosto de 1936 con 20 camas. Los enseres fueron cedidos por los vecinos del pueblo y los gastos producidos durante los ocho primeros meses, sufragados por suscripción popular, sobre todo por los vecinos del barrio de la Estación. Hasta esa fecha, un centenar de heridos fueron tratados en sus dependencias. Su médico y director fue Ramón Domínguez y Domínguez, que, a su vez, ejercía de médico de cabecera del pueblo.
Santiago de la Puebla, localidad perteneciente al partido judicial de Peñaranda de Bracamonte, tuvo gran protagonismo durante los años de la República. Los enfrentamientos entre los patronos y braceros fueron frecuentes. Su iglesia fue protegida por Filiberto Villalobos, que nombró un bedel cuyo sueldo era pagado por la Dirección General de Bellas Artes, dependiente de la Administración del Estado. Llama la atención que de los seis funcionarios que mantenía aquella dirección general en la ciudad y provincia de Salamanca, uno fuera el bedel de Santiago de la Puebla.
Mujeres voluntarias confeccionaban vendas, ropa de cama y batas sanitarias
Esta deferencia del ministro salmantino de Instrucción Pública se comprende cuando se visita el templo y se contempla su belleza. Entre los pueblos que se ofrecieron para acoger un hospital militar de convalecientes una vez iniciada la guerra, destaca Santiago de la Puebla, que por entonces mantenía abierto un hospital en el centro del pueblo. Idéntica petición llegó desde Fuenteguinaldo y Villaseco de los Gamitos; todas estas iniciativas se pueden encontrar en expedientes conservados en el AHPS. Asimismo, la Junta de Vecinos de Palaciosrubios costeó con fondos municipales y con la aportación de uno de sus vecinos los gastos del hospital militar para convalecientes heridos de guerra que se ubicó en aquella localidad.
Las ofertas para abrir y subvencionar hospitales de convalecientes fueron muy variadas y procedentes de distintos pueblos de las comarcas salmantinas. En noviembre de 1936, el Balneario de Babilafuente ofreció un espacio para 60 camas, uno de los ofrecimientos más generosos de la provincia. La Corporación de Mancera de Abajo puso a disposición del Gobierno Civil 15 camas y la de Cantaracillo, 12 camas más.
Como se puede intuir, se trataba de inmuebles con escasas dotaciones y con pocos medios sanitarios, más que la buena voluntad de los vecinos, que los acogían, alimentaban y curaban sus heridas bajo la dirección del médico del pueblo. Parte del material sanitario, vendas, ropa de cama, batas sanitarias y ropa para dormir se confeccionaban por mujeres voluntarias de los mismos pueblos.
Seguramente faltan en la lista otros muchos hospitales; los que cito son de los que he encontrado constancia en el Archivo Histórico Provincial de Salamanca, sección correspondiente al Gobierno Civil. Algunos de ellos estuvieron abiertos durante los años que duró la guerra, otros fueron cerrados cuando se pusieron en funcionamiento para acoger heridos de guerra los grandes hospitales de Salamanca: Generalísimo, de Moros, Hogar Cuna, Hospital Provincial y Hospital de la Santísima Trinidad. Sea como fuera, está por estudiar el enorme esfuerzo realizado por la sociedad civil para enfrentar con éxito el problema sanitario que tuvo que soportar España como consecuencia de la Guerra Civil.
Deja una respuesta