Texto: Jesús Málaga
Fotografías: Andrés Santiago Mariño
Así como obtener los grados de bachiller y licenciatura, a lo largo de la historia de la Universidad de Salamanca, suponía a los examinados un gran esfuerzo intelectual, el grado de doctor era más una ceremonia, con gran boato y solemnidad, que otra cosa. Solamente aquellos que tenían recursos económicos podían permitirse el lujo de doctorarse, ya que de sus bolsillos tenían que costear los gastos de la catedral, los emolumentos del tribunal, las comidas y banquetes y las corridas de toros.
El mecanismo para obtener el doctorado estuvo muy sistematizado y protocolizado. Primero el licenciado se presentaba ante el Claustro Cancelario reunido en la casa del maestreescuela y pedía el grado de doctor. Admitida la petición se fijaba la fecha, que solía ser un domingo, y se nombraban los seis veedores que se encargarían de las ceremonias, dos para las colaciones y comidas, dos para insignias y casa de toros y otros dos para bonetes y guantes. También se nombraba la persona encargada de realizar el vejamen. El grado era conferido por el maestreescuela y no por el rector.
El maestreescuela publicaba la petición de doctorado en los tablones de los Generales de Medicina durante nueve días. Si en ese periodo de tiempo se presentaba una petición de un licenciado más antiguo, éste era preferido, lo que no era infrecuente. En algunas ocasiones, y para ahorrar gastos, se realizaban varios grados de doctoramiento a la vez.
Desde principios del siglo XVI, la mañana de la víspera el doctorando se trasladaba a los domicilios de los doctores y maestros para entregarles los guantes, bonetes e insignias que estos debían lucir en el acto de doctorado en la catedral y en las comitivas. En otros casos, con anterioridad a esta fecha, se entregaban en la catedral, antes de empezar el acto de doctorado. El escándalo que se debía producir en la citada entrega debió llevar al Estudio a realizarla entrega la víspera. Los mejores guantes eran de Ciudad Real o de Ocaña, de cordobán o de piel de cabrito.
La tarde del día anterior a recibir el grado de doctor, el licenciado realizaba un paseo acompañado de todos los doctores y maestros engalanados con sus insignias acreditativas de su grado. La comitiva salía de la casa del maestreescuela y recorría las calles céntricas de la ciudad. El cortejo se hacía acompañar de la música salida de las chirimías, sacabuches y menestrales. El escribano del estudio recogía los nombres de los asistentes para saber de antemano el número de comensales.
Los gastos en comidas y refrigerios debieron dispararse ya que en el siglo XVI se ordena que solamente se puedan dar seis dulces diferentes y tres platos de frutas verdes del tiempo. En el festejo callejero participaba el vecindario salmantino. Algunos clérigos pidieron la exoneración del paseo que consideraban mundano y lejos del comportamiento de una persona entregada a Dios, a cambio de una limosna para los pobres.
El acto de doctorado tenía lugar en la catedral, hasta mediados del siglo XVI en la vieja y después en la nueva. Los estrados se colocaban en el crucero, lugar que ocupaba la comitiva que se había trasladado con gran solemnidad a la catedral. Cada doctor o maestro vestía según su condición y facultad dando al acto un gran colorido por la variedad de capirotes, hábitos, insignias y bonetes. Parte de ese boato se ha conservado hasta nuestros días en la solemnidad es de los doctores Honoris Causa y en la festividad de Santo Tomás.
El primero en intervenir en el acto era el doctorando que realizaba un discurso laudatorio de la universidad, de los doctores que la integraban y de la ciencia médica. Terminaba su alocución con unas conclusiones que ya conocían con anterioridad los doctores presentes en la catedral. El rector y dos bachilleres médicos argüían contra la arenga del doctorando, finalizando la discusión con la contestación del examinando a los argumentos del rector, pero nunca a las de los bachilleres. La arenga del doctorando terminaba con la petición de éste del grado del doctor dirigida al maestreescuela.
Antes de la respuesta afirmativa del maestreescuela se daba paso al vejamen que no era más que un discurso divertido, jocoso, con múltiples referencias personales del doctorando, los profesores y de los compañeros de aula. El vejamen debió subir de tono en algunas ocasiones hasta el punto que a mediados del siglo XVI se prohibió por el claustro hacer referencias en el mismo al profesorado, ni para bien ni para mal.
Finalizado el vejamen el padrino llamaba tres veces al doctorando para que subiese al estrado donde le ponía un anillo de oro en el dedo cuarto de la mano derecha, le entregaba un libro que le hacía abrir y cerrar, le cubría con un bonete con florúscula amarilla que les corresponde a los doctores en medicina y le imponía la insignia de doctor en medicina. Todos estos presentes se entregan en la actualidad con gran solemnidad a los doctores Honoris Causa de la Universidad de Salamanca. También se hace entrega de estas distinciones el día de Santo Tomás a los doctores que han sido calificados con sobresaliente cum laude y premio extraordinario. Una vez entregados los signos distintivos de Doctor en Medicina, el padrino le daba un abrazo, osculum pacis, y le acompañaba a ambos lados del estrado para que el rector, el cancelario, los doctores y maestros también le abrazaran.
Concedido el grado de doctor se formaba una comitiva hasta el colegio del Trilingüe o la capilla de san Jerónimo donde se servía el banquete. No siempre el ágape fue en estos lugares, a veces se dieron banquetes en otras dependencias universitarias, en las capillas de doctoramiento o incluso en casas particulares. El número de comensales era numeroso y las colaciones copiosas.
La comida servida en los doctorados de medicina en el siglo XVI se distribuía de la siguiente forma según los estatutos universitarios de aquel siglo. El día anterior se servían tres frutas verdes, un plato de aceitunas de Córdoba, otro de cerezas en su tiempo que podían ser sustituidas por mazapanes y como tercer plato tres peras o tres piezas de fruta de sartén en cada plato.
A cada doctor asistente a las colaciones se le regalaba una caja con mazapán de grandes dimensiones y peso, seis roscones, una libra de graxea fina. Además de la caja se les obsequiaba con conservas de Valencia y canelones finos azucarados. Todo ello se lo llevaban a casa. Esta forma de aprovecharse de los doctorados estuvo mal vista y en muchas ocasiones fue prohibida por el claustro.
La comida servida el día del doctoramiento era copiosa, a base de orejones de Valencia remojados con vino blanco, una libra de guindas en temporada o en su caso un plato mediano de pasas y almendras. También se les daba un plato mediano de natas, media docena de limas dulces, media docena de naranjas dulces y una manteca de León o de Piedrahita de media libra de peso, y un cuarterón de azúcar molido.
A todos estos manjares citados había que añadir seis platos contundentes. El primero era un capón relleno o asado, el segundo un pastel de dos gazapos o de un par de palominos con huevos y tocino, el tercero medio cabrito asado y cuatro naranjas amargas, el cuarto una gallina cocida con tres libras de carnero y una libra de tocino magro de pernil, el quinto un plato de manjar blanco y, para terminar esta comida inacabable, en sexto lugar una empanada de liebre picada, venado o ternera. Para acompañar la comida se consumía pan de masa de azúcar, huevos con baño de azúcar, mazapán blanqueado y yemas de huevos con limas agrias.
En el siglo XVI los postres eran a base de pescados, dos truchas o dos lenguados, a los que se les añadía una libra de cerezas y doce aceitunas cordobesas para cada comensal. También se les daba una azumbre de vino blanco, otra de tinto, una torta real y seis bizcochos, seis panecillos y uno más de sal. La comida que se les daba a los invitados a los toros era a base de cerezas o peras, roscones o almendrados, frutas verdes y azúcar.
Después de esta indigesta comida se producía el juramento sobre el libro de registro de doctores, y si el nuevo doctor era jurista o médico, por la tarde, daban una corrida de cinco toros en la plaza de San Martín donde la universidad poseía viviendas con balcones para ver los espectáculos. La ciudad realizaba los preparativos como colocar la talanquera y ceder los corrales para guardar los toros. La carne de los toros muertos en el coso se repartía entre la población que había colaborado en la organización de la fiesta. Esta costumbre de realizar una corrida de toros estuvo a punto de desaparecer por un motu proprio dado en 1567 por el Papa Pío V que prohibía bajo excomunión la asistencia a la lidia. Menos mal que su sucesor Gregorio XIII suavizó el motu proprio prohibiéndoselo solamente a los clérigos. También las corridas fueron el origen de muchos conflictos de la universidad con la ciudad.
A veces, cuando no había toros, el doctorando pagaba a su costa una comedia o tragedia que se celebraba después de la comida. El nuevo doctor pagaba de su bolsillo las colaciones, las insignias, guantes, bonetes, corrida de toros y las propinas de los asistentes. Muchos doctorandos no tenían recursos para pagar todos los gastos. En ese caso pedían a la universidad un préstamo que se les concedía a cambio de depositar joyas de oro o plata que eran guardadas en el Arca del Estudio. En el siglo XVI el empréstito debía ser devuelto en el plazo de un año y la cuantía de lo prestado no podía ser superior a los 200 ducados.
Algunos licenciados con poco poder adquisitivo se doctoraban aprovechando los lutos reales para evitar los fastos y ahorrarse los festejos más costosos.
Esta costumbre de invitar al tribunal se ha conservado hasta nuestros días de forma más austera. Una vez terminado el examen, el nuevo doctor convida a los profesores y a los familiares más próximos a una comida o cena. En los doctorados de otras universidades españolas y en otras facultades, el examinado invita a los asistentes a la lectura de la tesis doctoral a un convite después de anunciarse la calificación.
En la actualidad, después del acto de entrega de los Doctores Honoris Causa, la Universidad de Salamanca, en recuerdo de los ágapes del pasado, invita a los asistentes a un riquísimo mazapán envuelto en papel del color de la facultad que apadrina al nuevo doctor que en el caso de Medicina es amarillo.
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