Francisco Díez Rodríguez 1883-1948 (I)

Por Ramón Martín Rodrigo

Licenciado en Geografía e Historia y en Historia del Arte
y doctor en Geografía e Historia

Habilísimo cirujano y eminente salmantino

Vaya por delante que no soy el más indicado para hacer la biografía de este eminente doctor, sobre todo cuando aún viven miembros de su familia, algunos de sus ayudantes y otras muchas personas que lo conocieron. Alguien debería hacer un estudio extenso y exhaustivo de su vida profesional y de sus aportaciones a la Medicina. Hasta tanto creo oportuno dar solamente unas pincelas sobre don Francisco, popularmente conocido por “Don Paco Díez.” Mi interés sobre este médico nace al descubrir su relación familiar con mi patria chica, Sequeros, como igualmente con la citada villa tuvieron lazos familiares don Guillermo Hernández Sanz y don Pedro Sánchez Llevot, ambos doctores también destacados salmantinos. Afortunadamente he ido descubriendo con suma facilidad que don Francisco Díez fue una figura excepcional, un ilustre salmantino, cuya memoria merece ser rescatada del olvido. También he de confesar que, puesto que para este breve artículo dan suficiente información la prensa local y alguna de sus obras, he obviado preguntar tanto a su familia como a sus colaboradores. Por tanto dejo ‘voluntariamente recortada’ su biografía, pues de no hacerlo así, ésta daría para muchas páginas.

Nació don Francisco en Salamanca el año 1883, y fue hijo de don Ricardo Díez Sánchez, catedrático de Medicina en esta ciudad. En junio de1898 terminó los estudios de Bachillerato, con calificación de Aprobado. El mismo año comenzó el curso Preparatorio de Medicina, obteniendo cuatro Aprobados y un Sobresaliente. Seguidamente cursó sin interrupción la licenciatura de Medicina, en la que había que superar otras veinte asignaturas además de las anteriores. Acabó sus estudios en 1905. Por tanto fue licenciado en Medicina a los 22 años, habiendo simultaneado un curso de francés en 1894-95 y otro de alemán en 1998-99. Conforme avanzaba en sus estudios iba mejorando notablemente sus calificaciones siendo de Sobresaliente, Matrícula de Honor y Premio de Honor.

Entre sus profesores cabe mencionara Gabriel López, Ramón Carranza, Arturo Núñez García y Eleuterio Población. En el ‘Examen de Grado’ desarrolló los temas: El Ojo y la Laringitis Estridulosa.

Realizó el Doctorado en 1906 y 1907 en Madrid, como era lo normal, y leyó su tesis el 28 de octubre de 1907, que versó sobre la Auscultación del corazón, alcanzando, como él mismo escribió, el “grado académico más alto” a que se podía aspirar dentro de la carrera.

No tardaría mucho en ejercer, así como tampoco en casarse, lo que debió hacer hacia 1908, teniendo pronto descendencia. Se casó con Bernardina Domínguez Huerta, hija de Isabel Huerta Prieto, siendo esta última natural de Sequeros, y a la vez también madre de don Adolfo Domínguez, acaudalado propietario, avecindado en Sevilla y en Sequeros. Eso explica los viajes de don Francisco, acompañado de su familia, a la Sierra de Francia, y en concreto a Sequeros, en donde pasaba algunos días de sus vacaciones (principalmente hasta 1925). Tuvo tres hijas, María, Teresa y Elvira, cuyos hijos políticos fueron don José Ortiz de Urbina, don José García Isidro y don Gregorio Martín Olmedo, los tres conocidos e importantes salmantinos.

Como por entonces era normal en las clases pudientes, don Francisco se compró un coche, que utilizaba para sus desplazamientos, principalmente a Madrid.

Primeramente tuvo su consulta en la calle Meléndez N.º 21, aunque su clínica, una de las primeras que hubo en esta capital, se anunciaba en la calle Jesús. Durante muchos años su anuncio de ‘médico cirujano’ no varió de fórmula, y se incluía varios días a la semana en El Adelanto. Por entonces los médicos de Salamanca anunciaban la Inyección Yer, el 606, Análisis Clínicos y Bacteriológicos, y “Hechos”, en vez de palabras, por el llamativo don Aureliano Rodríguez. Coetáneos de don Francisco Díez andaban abriéndose paso entre los médicos entonces famosos don Fernando Rodríguez Fornos, don Casimiro Población y don Andrés García Tejado, entre otros.

Vivió entre 1883 y 1948 y fue el director de uno de los sanatorios quirúrgicos más famosos de la ciudad en la primera mitad del siglo XX

Pronto comenzó a destacar don Francisco Díez, que desde 1912 era cirujano del Hospital de la Santísima Trinidad. Precisamente El Adelanto da cuenta el 2 de julio de 1912 de la “Inauguración de un sanatorio” del referido don Francisco. En artículo que da cuenta del acto se leen las siguientes palabras: “El doctor Díez Rodríguez, auxiliar de la Facultad de Medicina y operador notabilísimo es uno de nuestros médicos más prestigiosos, más cultos y más trabajadores. Apasionado por la cirugía, a la que se dedica con tanto entusiasmo como acierto, ha fundado un sanatorio quirúrgico, institución muy necesaria en Salamanca, porque aquí se opera mucho y se opera bien. La clínica reúne cuantas perfecciones puede exigir el más meticuloso cirujano”. Seguidamente en el artículo se da cuenta de la estructura y características de esa clínica que contaba con las salas de operaciones, de acequia y de consulta además de salas de enfermos de primera, segunda y tercera. Añade luego un par de casos en que intervino el cirujano y da mención de hasta quince doctores que asistieron a la inauguración.

Puede considerarse que por entonces se desarrollaba una nueva etapa en la vida de don Francisco Díez. La primera habría sido su época de estudiante. Esta segunda, que se prolongaría hasta 1928, y la tercera sería a partir de la fecha anterior hasta el final de su vida.

Villa María Teresa, 1928

El 25 de julio del aludido 1928, un año después de la colocación de la primera piedra del Hospital Provincial, se inauguraba un nuevo sanatorio, denominado, en honor de sus hijas, Sanatorio Quirúrgico “Villa María Teresa”.

En esta ocasión lógicamente no faltaron los calificativos para don Paco Díez, reiterándose una y otra vez que era un hombre de acerada voluntad, afamado cirujano, hombre de probadas convicciones cristianas, y otros epítetos semejantes siempre elogiosos, para concluir que el nuevo Sanatorio “no sólo honraba a don Francisco, sino también a Salamanca”, pues se había realizado ‘como no lo hay en España’.

Con motivo de la puesta en marchade Villa María-Teresa, tanto La Gaceta como El Adelanto, la describen con detenimiento, alabando su modernidad, funcionalidad y dotación de servicios y de personal. El sanatorio, ubicado en la calle Álvaro Gil, fue construido por el joven arquitecto don Jenaro de No, quien tampoco andaba muy lejos de su relación con Sequeros, pues su padre, don Eduardo de No, estaba casado con una señora de la mencionada villa. Señala el periodista que don Francisco dijo al constructor (don Sebastián Nieto): “Hágamelo bien con arreglo a estos planos, (firmados por don Jenaro en 1926), lo demás no le importe”. Y así lo hizo, porque sabido es que los arquitectos desean pocas limitaciones de espacio y de dinero. Lo que no se explica en las reseñas es cuánto costó la obra y cómo se pudo financiar. Lo cierto es que debió costar un dineral. J. I. Díaz Elcuaz (2003), dice que se inspiraba en la arquitectura montañesa. Constaba de sótanos, planta baja, piso principal y segundo piso. Tenía17 habitaciones para enfermos, sala de operaciones, sala de curas, servicios individuales, calefacción agua corriente fría y caliente, y toda clase de servicios. Además de una dotación extraordinaria de material. Por supuesto, con su reglamento al día. Estaba atendido por un médico director, un administrativo, un médico radiólogo, dos médicos ayudantes, dos enfermeras, dos practicantes, un mecánico, dos sirvientas y dos religiosas más encargadas de la esterilización y servicios de lavaderos. Contaba además con capilla, sala de visita, cocina y comedor. En el exterior la elegante silueta la alegraban un jardín delantero y otro en la fachada posterior

“Consiguió su prestigio él sólo, con su esfuerzo personal, sin otro auxilio que una firme voluntad puesta al servicio de una vocación sin límites” (Rodríguez Fornos)

El día de la inauguración estuvieron presentes sus ayudantes don Florindo Conde, don José Ortiz de Urbina, don José Pedraz, don Lucio Calvo y don Jesús Niño.

Vista exterior del sanatorio “María Teresa”

Como ya había sucedido en 1912 en la inauguración del nuevo sanatorio estuvieron presentes todas las fuerzas vivas de la ciudad: Gobernador Civil, presidente de la Diputación, alcalde del municipio, rector de la Universidad, prelado de la Diócesis y distinguidas personalidades, entre las que, por supuesto, se encontraban muchos doctores.

Don Francisco Díez siguió entregado a su vocación. Su fama no se aumentaba como escritor o comunicador, sino como cirujano. No obstante, también escribió diferentes trabajos, entre otros, La indicación terapéutica y quirúrgica del quiste hidatídico del pulmón (1930); Idea general sobre la acción y efectos del proyectil de guerra y su tratamiento (1940) y otra media docena de obras, (da cuenta de ellas La Gaceta Regional el 9 –XII- 1948), siendo numerosos los trabajos, más cortos, que publicó en diferentes revistas, a la vez que seguía explicando como auxiliar en la Facultad de Medicina y dando algunas conferencias.

Muy reconocido en la ciudad

Que una persona sea elogiada tras su muerte resulta algo normal, pero que el panegírico se haga en vida y sea reiteradamente coincidente en varios medios da pie para pensar que lo dicho debe tomarse como acertado. Así su condiscípulo el doctor don Fernando Rodríguez Fornos, dejó consignado en 1940 que este doctor era:

“Profesor y cirujano serio y de conciencia, luchador a diario en la clínica y en el quirófano, y que hacía cirugía y cirujanos que formaban ya escuela numerosa y brillante en la Facultad de Medicina…Consiguió su prestigio él sólo, con su esfuerzo personal, sin otro auxilio que una firme voluntad puesta al servicio de una vocación sin límites”.

Un médico tiene por consigna estar al día en los nuevos fármacos y técnicas curativas y en general en lo que el pueblo conoce como el avance de la Medicina. Esto lo cumplió a la perfección don Francisco Díez, que estuvo siempre metido en estudios, especialmente hasta 1933.

Dijo el doctor don Adolfo Núñez en una entrevista en 1958 que el “cirujano nacía de la necesidad y que por ello sus meras actuaciones eran pura acción, por lo que en ocasiones se imponía la fiereza decidida y rápida de cirujano”. Esto es loque hacía don Paco, y esto precisamente explica que durante la Guerra Civil (1936-1939) tuviera que intervenir en infinidad de casos, a la vez que dirigía hábilmente un buen equipo de médicos que hicieron cuanto estaba en sus manos para aliviar el dolor de tantos heridos.

Que don Francisco fue en su tiempo un eminente doctor bien conocido en la ciudad no lo afirmo yo. Fue expuesto por don Emilio Salcedo, don Adolfo Núñez y otros periodistas. En 1946 La Gaceta realizó una encuesta pidiendo parecer a 28 personalidades de Salamanca, lógicamente una de ellas era don Paco Díez.

Dos años después, según la necrológica, moría el 8 de diciembre de 1948, de “angina de pecho” que, aunque ya venía enfermo, le sucedió en su domicilio de la Plaza Mayor. A su entierro acudieron las personalidades del momento. Entonces se comenzó a hacer memoria de su vida profesional. Unos le recordaban con sus vistosas corbatas, otros con el cigarro siempre en la boca, y todos en general como despedida añadían: Fue don Francisco Díez de “espíritu abierto, desprendido, bondadoso, afable enamorado de su profesión, esclavo de ella, distinguiéndole el trabajo y la caballerosidad”, que hizo escuela y dejó muchos amigos.

El paso del tiempo y otras circunstancias económicas y sociales contribuyeron a que desapareciera el sanatorio Villa María-Teresa. Su familia continuó la tradición, dando también destacados cirujanos. La sociedad española, y con ella Salamanca, entró en otra era en la que las nuevas técnicas avanzan rápidamente y los antibióticos dejan obsoletas las viejas curas, en las que tuvieron un papel muy destacado varios médicos salamantinos. La primera mitad del siglo XX parece que se ha convertido ya en Historia. Creo que es positivo recordar figuras extraordinarias, que aunque hayan sido de nuestro ámbito local, fueron señaladamente meritorias en la Medicina.

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