Texto: Jesús Málaga
Fotografías: Andrés Santiago Mariño
A mediados del siglo XIX, en1851, se creó en Salamanca el Hospital de Dementes, en el Colegio de Huérfanos. Los primeros asilados fueron acogidos el 22 de enero del citado año. Hasta entonces, los pacientes salmantinos eran atendidos en Valladolid por la Diputación de la provincia vecina. A partir de ese día y hasta el momento actual ha sido la Corporación provincial de Salamanca la que ha corrido con los gastos de la atención de los enfermos mentales1.
La Diputación Provincial de Salamanca publicaba en abril de 1932 una revista conmemorativa del primer año de vigencia del Régimen Republicano. Los responsables de la Corporación salmantina daban en dicha publicación información del estado de los servicios que prestaban y de la situación de los inmuebles donde se desarrollaban las citadas actividades. Al tratar sobre las mejoras realizadas en la Casa de Dementes de la capital, reconocían la pobreza de medios del centro sanitario y nos describían, con gran lujo de detalles, la situación preocupante de la asistencia psiquiátrica en aquellos años en Salamanca2.
La vida en el manicomio, con los enfermos recluidos, sin lugares de esparcimiento, con dependencias que no reunían las condiciones de higiene e independencia de los allí ingresados, debía parecerse más a una cárcel que a un centro sanitario. Sin embargo, a pesar de las carencias, en aquellos años ya se hablaba de una psiquiatría nueva, con psiquiátricos donde se debía proporcionar la mayor sensación de libertad posible al paciente.
La Diputación Republicana construyó una cerca en el antiguo colegio del obispo y médico Solís, incorporando una pequeña extensión de terrenos inmediatos al edificio que serviría durante muchos años para que los enfermos paseasen, tomasen el sol y el aire. Todavía los que tenemos alguna edad recordamos este descampado en rampa, a las afueras de la zona sur del Colegio de la Concepción, en Canalejas 113, solar que ha sido explanado en los últimos años.
Hasta la década de los setenta los enfermos mentales paseaban hacinados en este pequeño recinto en sus muchas horas de asueto, en verano aguantando el sol de justicia y en invierno soportando el hielo y las temperaturas bajo cero. En la casa de los “locos”, expresión popular utilizada por los salmantinos para denominar el manicomio, los asilados paseaban libres por este pequeño recinto, acompañados y vigilados por las religiosas de la Caridad, cuyo hábito destacaba sobre el resto de las comunidades religiosas ubicadas en Salamanca por cubrir su cabeza con una toca blanca, cubierta por unos velos negros de grandes dimensiones, que caían sobre una especie de sombreros almidonados que ocupaban casi un metro de un extremo a otro del vuelo y que obligaban al transeúnte, al cruzarse con ellas, abandonar la acera sino quería chocar con esa especie de ala gigante que llevaban a la cabeza.
La inversión que realizó la Diputación en los años 50 en el Psiquiátrico de Canalejas fue abultada para la época. Nada menos que 85.601,21 pesetas se gastaron en ampliar los dormitorios y otras dependencias, en aumentar el número de instalaciones sanitarias, sobre todo los retretes y los baños, estos últimos utilizados para el tratamiento hidroterápico, tan de moda en aquellos tiempos3.
La capacidad del nuevo psiquiátrico en su apertura fue de 408 pacientes a la que podía añadirse 108 camas. Con su apertura se doblaba la capacidad del psiquiátrico de Canalejas que llegó a albergar 212 enfermos. En plena dictadura, la Corporación provincial se decidió por acometer un gran proyecto para la acogida y el tratamiento de los enfermos mentales, abandonando Canalejas y construyendo un nuevo nosocomio. El 11 de mayo de 1954 se iniciaron las obras del nuevo psiquiátrico que ejecutó con cargo a su presupuesto la Diputación Provincial de Salamanca. Para su realización recurrieron a un préstamo del Banco de Crédito Local. Con el empréstito se cubrió el coste de la obra que ascendió nada menos que a 22 millones de pesetas. La construcción fue calificada de modélica tanto por su emplazamiento como por el diseño arquitectónico elegido. Los terrenos habían sido adquiridos previamente por la Corporación Provincial en la margen izquierda del Tormes, cercanos a la carretera de Salamanca a Cáceres.
El proyecto había sido encargado al arquitecto Eduardo Lozano Lardet y fue aprobado por el pleno de la Diputación el 3 de febrero de 1954. La empresa constructora fue la de José María Vila Coro.
El edificio satisfacía las necesidades psiquiátricas de la provincia, distribuía los pacientes por sexos, edad y patologías, e introducía todas las modernas orientaciones médico asistenciales del momento. Los nuevos pabellones albergaban enfermos en régimen gratuito, pero también se admitían pacientes privados. Había pabellones para agudos, para crónicos y para los denominados entonces enfermos sociales. En la distribución interna también se tenía en cuenta la clasificación entre enfermos válidos e inválidos, impedidos o paralíticos.
El edificio que todavía presta servicio como Hospital Psiquiátrico Provincial se abrió con cuatro núcleos funcionales: el Dispensario Psiquiátrico, con ambulatorio y policlínica y donde tenían cabida, en régimen abierto, los enfermos sociales; Hospital en Régimen Cerrado con asistencia médica y vigilancia continua para los enfermos agudos, y Residencia Asilo, también en régimen cerrado y con asistencia y vigilancia discontinua; por último, había también un Sanatorio Pensionado para los enfermos hospitalizados en las estancias de pago.
La capacidad del nuevo psiquiátrico en su apertura fue de 408 pacientes a la que podían añadirse 108 camas más en caso de necesidad. Con su apertura se doblaba la capacidad del Psiquiátrico de Canalejas que en el momento de mayor cabida llegó a albergar 212 enfermos.
El personal adscrito al centro recién inaugurado era muy numeroso para loque en aquellos tiempos se daba en los establecimientos similares. Un capellán, tres médicos, diecisietes Hermanas de la Caridad, diez enfermeras titulares, otros tantos enfermeros celadores y veinticinco sirvientes para la cocina y la limpieza completaban la plantilla.
El edificio consta de trece pabellones para enfermos y dependencias de uso común, cuatro pabellones para el personal de servicio y facultativo. Nada menos que 900 dependencias tiene el psiquiátrico salmantino.
Con la apertura del Hospital Clínico Universitario en 1975, se crearon en su octava planta un número determinado de camas para enfermos mentales agudos, pero el Hospital Psiquiátrico de la Diputación Provincial continuó funcionando, atendiendo a los pacientes crónicos con los nuevos criterios de internamiento para estos enfermos que indicaban, entre otras cosas, que debían integrarse en su entorno social siempre que se pudiera. En esos años desaparecen del nosocomio los deficientes menores de edad, al crearse por la Diputación de Salamanca el centro Reina Sofía, y en los ochenta, también lo abandonan, al inaugurarse el centro de Discapacitados Profundos en la zona de la Salle, los discapacitados adultos con graves deficiencias que ocupaban de por vida el Hospital Psiquiátrico4.
En este Hospital Psiquiátrico se impartieron durante varias décadas las clases prácticas de la asignatura de Psiquiatría. Nos desplazábamos en autobús hasta el Barrio de la Vega y desde su plaza nos acercábamos a pie, hasta el que entonces nos parecía novísimo edificio. Eran los tiempos en los que la Cátedra de Psiquiatría era regentada por el doctor Llavero, profesor de mi promoción de medicina, 1963-69. La originalidad imperaba en las clases de Llavero, originalidad que producía una gran perplejidad en los alumnos, que salíamos de clase sin saber a qué atenernos la mayoría de las veces.
“Una vez realizadas las autopsias a los enfermos mentales, introducía en grandes peroles con formol los cerebros de los enfermos para su conservación y posterior estudio anatomopatológico.”
La realidad del mundo del enfermo mental la vivíamos en las clases prácticas, allí observábamos de cerca a los pacientes psiquiátricos con sus dramas anímicos. Eran personas cuyas historias clínicas nos impactaban de tal forma que durante días comentábamos las incidencias entre los compañeros, en los pasillos, en los bares o en las tertulias de la biblioteca de la Universidad. En este hospital psiquiátrico ejerció durante muchos años un afamado psiquiatra, el doctor Borreguero, que llegó a almacenar una gran cerebroteca. Una vez realizadas las autopsias a los enfermos mentales, introducía en grandes peroles con formol los cerebros de los enfermos para su conservación y posterior estudio anatomopatológico. Aunque pude verlos a principio de la década de los setenta, desconozco si todavía se conservan.
En este hospital trabajó el doctor José Fraile, médico psiquiatra y psicólogo clínico, que durante muchos años tuvo grandes responsabilidades en el Hospital Psiquiátrico de la Diputación Provincial. Con el doctor Fraile estudié Psicología en la Universidad Pontificia y conocí de su mano el funcionamiento del manicomio. Quiero dejar constancia para la historia de la medicina de Salamanca que este insigne médico tuvo el honor de ser el primero en atender, en la década de los sesenta del pasado siglo, a los entonces llamados deficientes mentales, hoy discapacitados intelectuales, en un inmueble situado en el barrio de los Alambres, en la carretera de la Fregeneda. Muchas veces, cuando veo las magníficas instalaciones y dotaciones de personal que los discapacitados intelectuales disfrutan en la actualidad en Salamanca, me siento en la necesidad de recordar y agradecer a quienes como don José Fraile, sin medios, sin personal y solamente con mucho voluntarismo, fueron capaces de iniciar una tarea difícil y muy pocas veces reconocida, tarea de la que todos somos deudores.
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