Texto: Jesús Málaga
Fotografías: Andrés Santiago Mariño
El 19 de abril de 1979 tomaba posesión la primera corporación democrática nacida de la Constitución de 1978. Hacía entonces nada menos que 43 años y tres meses que el Consistorio salmantino estaba regido por ayuntamientos con alcaldes y concejales no elegidos por el pueblo. El día de la toma de posesión el nuevo consistorio fue recibido por un artículo firmado por el que fuera director de El Adelanto, don Enrique de Sena, que arrancaba, en la primera página del periódico centenario salmantino, con el sugestivo título “Cien años, cien alcaldes” en el que informaba a sus lectores que La Casa Grande había tenido tantos alcaldes como años, en el siglo que discurrió desde 1879 hasta 1979, fecha en la que estrenábamos democracia en la Casa Consistorial.
La verdad era que hasta entonces los alcaldes no solían calentar el sillón, contándose alguno que tan sólo estuvo horas en el cargo. Como si fuera una premonición de Enrique de Sena, en el sentido de que a partir de entonces íbamos a inaugurar una nueva etapa, los años de democracia reciente han deparado para Salamanca tan sólo tres alcaldes, tantos como obispos, cuando en la historia de la ciudad la diferencia de duración en el cargo entre ediles y mitrados era siempre muy favorable a los últimos.
Entre las profesiones de los alcaldes salmantinos han destacado, por encimade otras, las de la abogacía y las de la medicina. Quizás por ser Derecho y Medicina dos de los estudios más antiguos impartidos en nuestra Universidad. Por citar solamente algunos galenos que llegaron a ocupar el sillón de la Plaza Mayor valga recordar que el último alcalde democrático, hasta julio de 1936, don Casto Prieto Carrasco, muerto violentamente a manos de los sublevados a los pocos días del levantamiento militar, y el primero de la democracia, que tomó posesión en 1979, fueron médicos.
Entre los citados cien alcaldes de la capital charra que ejercieron la Medicina en la ciudad, recordado por Enrique de Sena en el artículo de marras como edil de finales del siglo XIX, se encontraba don Florencio Pollo Martín, nombre que muchos de mis lectores recordarán por la céntrica calle que tiene dedicada.
Nació don Florencio en Salamanca, a mediados del siglo XIX, en 1857, y murió tempranamente, con 44 años, en 1901.Cursó los estudios de Medicina y Cirugía en la universidad salmantina. Fue profesor de la Facultad de Medicina en los momentos más tristes de la universidad más antigua de España, cuando la formación de médico estuvo a punto de desaparecer, y ejerció de cirujano en la ciudad. Sele conocía por su carácter bondadoso con los pacientes, a los que dedicaba todas sus atenciones. Cuando tenía treinta y dos años, el uno de diciembre de 1889, fue elegido alcalde de la ciudad que le vio nacer y permaneció en el cargo hasta18911.
No fue bien recibida la noticia del nombramiento de Pollo Martín como edil. La clase política salmantina consideraba que tal cargo debía recaer en personas aguerridas y duras, curtidas en los avatares políticos, entrenadas en las procelosas aguas de la Historia de España de aquellos años. Entonces, como ahora, la corporación tenía que resolver muchos problemas y carecía de los recursos necesarios para enfrentarse con los más urgentes.
Pero, como suele ocurrir, los enterados se equivocaron de medio a medio y hete aquí que don Florencio fue un alcalde enérgico, que se tomó su cargo con gran responsabilidad y que solucionó uno de los problemas urbanísticos más complicado que traía de cabeza a sus antecesores, dio continuidad a la calle de la Rúa hasta la Plaza de Anaya.
La calle de la Rúa no ha sido siempre como hoy la contemplamos. Cuando Pollo Martín llegó a la alcaldía, desde la iglesia de San Martín hasta la calle Palominos tenía un trazado parecido al de ahora, pero a partir de ese cruce hasta la Catedral se confundía con un conglomerado de callejones y casas mal alineadas que taponaban la salida de la Rúa a la Plaza de Anaya.
La Plaza de la Catedral quedaba aislada. Ese maravilloso espacio urbano se había creado gracias al general Paul Thié-bault, gobernador militar de Salamanca durante la Guerra de la Independencia. Este militar ilustrado se puso de acuerdo con el obispo, el deán y los canónigos y mandó demoler todo un barrio propiedad, en su mayoría, del Cabildo. Aquel destartalado conjunto de pequeñas viviendas se interponía entre su casa, en el Colegio Mayor-Palacio de Anaya, y el templo mayor de Salamanca y le impedía ver, en todo su esplendor, la Iglesia Basílica Catedral desde su balcón.
Los ayuntamientos de la segunda mitad del siglo XIX tuvieron como objetivo, emulando al general francés, el derribo delas casas que impedían abrir hasta la nueva Plaza de Anaya la calle de la Rúa, pero chocaron frontalmente con la dueña de una de las fincas, que poseía casa, jardines, huerta y dependencias múltiples que ocupaban la superficie de lo que hoy es la parte alta de la calle Palominos y que se extendía hasta la Plaza de Anaya, la popularmente apodada “La Corneja”, mujer aguerrida, adinerada, terrateniente y políticamente influyente.
Los salmantinos pusieron el mote de “La Corneja” a Petra Cornejo, familia de los Condes de Crespo Rascón, que tuvo fama de tacaña y especuladora2. Al ser derrocada la reina Isabel II, el 29 de septiembre de 1868, una multitud asaltó su casa llevándose muebles, ropas y joyas. Todo cuanto encontraron fue desapareciendo de sus posesiones, y la dueña pudo librarse de las iras del pueblo escapando por los tejados.
“La Corneja” con la que se enfrentó don Florencio Pollo Martín fue otra, familia de la primera, también popular por no querer ceder al Ayuntamiento su casa y dependencias de lo que con el tiempo sería el último tramo de la calle de la Rúa. Se llamaba doña Teresa Zúñiga y Corneja, que se casó con don Ramón Bermúdez de Castro Rascón. Los trámites de la expropiación se iniciaron por el consistorio en 1880 y todos los afectados, menos doña Teresa, se sometieron a los dictámenes municipales. “La Corneja” se enfrentó a cada uno de los expedientes y, pleito va y pleito viene, logró paralizar la mejora urbanística que todos los salmantinos deseaban.
En estas estaban cuando fue nombrado alcalde don Florencio, y este galeno, acostumbrado al bisturí, no se anduvo con chiquitas y se presentó con los operarios del Ayuntamiento ante la casa de doña Teresa y, haciendo caso omiso de los dictámenes judiciales que daban la razón a la señora Zúñiga, se puso manos a la obra y derribó la casa de la discordia dando continuidad a una de las calles más representativas de Salamanca. Para justificar su acción, temeroso de las posibles consecuencias legales, recurrió a una argucia singular, la casa impedía el paso de las procesiones de Semana Santa. Don Florencio intentaba así atemperar la repercusión judicial de su acción con algo que siempre ha funcionado en España, el “con la Iglesia hemos topado, Sancho”.
Los salmantinos de toda clase y condición alabaron la acción de don Florencio, pero la justicia hizo que el alcalde tuviera que abandonar su cargo. Los ciudadanos no olvidaron esta decisión valiente y le otorgaron, con posterioridad, un acta de concejal como agradecimiento de su buen hacer.
La calle de la Rúa es una de las más antiguas de la ciudad. Su denominación se debe a la repoblación de los francos que la denominaron como la calle, la rue en francés. De tal modo que en Salamanca recurrimos a una redundancia para denominar una de nuestras vías principales, la “calle de la calle”. La Rúa tuvo también otras denominaciones tales como la de Rúa de los Francos o Rúa de San Martín, al ser desde esta iglesia uno de los extremos desde donde arranca. La primitiva Rúa llegaba hasta la Puerta del Sol. Sus orígenes se remontan a finales del siglo XII y principios del XIII.
Fue una calle que, en sus principios, transcurría, en su primer trazado, por fuera de la cerca vieja, la romana. Arrancaba desde el nuevo mercado, nacido en la Plaza de Don Giralt, en los aledaños de la Puerta del Sol, hasta los nuevos asentamientos medievales. En la nueva plaza de Don Giralt se celebraba el mercado que, desplazado de los entornos de las catedrales, iba buscando una mayor centralidad que había perdido con el crecimiento de Salamanca hacia el norte.
La calle de la Rúa nació como vía de comunicación con los barrios repoblados por los Toreses y los Castellanos, entre otros, y tuvo una función comercial. No es de extrañar que el Ayuntamiento se instalara entre la desaparecida ermita de Santa Catalina, solar integrado en la iglesia de la Clerecía, y la de San Zoles, hoy arranque de la calle Palominos desde la Rúa.
Cuando en el siglo XV se traslada el mercado desde la Puerta del Sol hasta la Plaza de San Martín, el concejo se desplazó también y realizó desde entonces sus reuniones en la nueva ágora. La plaza de San Isidro se quedó sin el consistorio y sin el mercado. Pero, a pesar de estos desplazamientos, la calle de la Rúa siguió siendo la calle principal, la calle que había desplazado en importancia a la de Libreros, antigua Vía de la Plata, que a su paso por la zona urbana de Salamanca atravesaba toda la primitiva ciudad desde la Puerta del Río hasta la del Sol.
Cuando el príncipe don Juan ordena empedrar la Plaza de San Martín en 1497no olvida dar la orden de hacer lo mismo con la calle de la Rúa. La inclusión de esta calle en el mandato del Señor de Salamanca presupone la importancia de la Rúa en tiempos del heredero de los Reyes Católicos. Calle que más de una vez sería recorrida por el joven don Juan en los tiempos en los que el príncipe habitó como vecino en la ciudad.
A lo largo de los cerca de ochocientos años de existencia, la calle de la Rúa ha mantenido lo más florido del comercio salmantino al tratarse del paso más frecuentado entre la plaza de San Martín, la Universidad y las catedrales. El mundo universitario, el eclesiástico, el comercial y el político utilizaron, y en menor manera utiliza en la actualidad, este camino diariamente.
En plena Guerra Civil, el 24 de mayo de 1938, el Ayuntamiento de Salamanca respondió a una petición del Ministerio del Interior del Gobierno de Burgos dando a la calle de la Rúa su nombre antiguo y rechazando otras denominaciones, la de Mariano Arés, catedrático de Metafísica, y la de García Barrado, diputado que vivió en la calle de la Rúa, nombres para la calle que habían sido propuestos por corporaciones anteriores.
Desde entonces la calle de la Rúa tiene forma de Y, denominándose Rúa Antigua al pequeño tramo que sale desde la iglesia de San Isidro y la calle de Libreros y va a desembocar en la Rúa Mayor. El tramo más largo pasó a llamarse Rúa Mayor, es el tramo que llega a la Plaza de Anaya desde la iglesia de San Martín.
En 1992 la calle de la Rúa se convirtió en peatonal. En el entronque entre las dos Rúas, en lo que fuera refugio antiaéreo en la Guerra Civil, se instalaron unos urinarios que permanecieron abiertos hasta mediados de la década de los setenta del pasado siglo y, ya en democracia, ese espacio fue sucesivamente sala de exposiciones, sede de la Asociación de Sordos de Salamanca y, definitivamente, derribado el inmueble se construyó en su lugar un pequeño jardín con una escultura del zamorano Hipólito Calvo, escultor que supo plasmar como nadie al Maestro Salinas.
Librerías, joyerías, sastrerías de postín, pastelerías, pescaderías, fruterías, ultramarinos, churrerías, tiendas de calzados, de todo se ha vendido en esta calle. En ella se ubicaba un hotel que albergó militares alemanes de alta graduación durante la contienda civil, establecimiento que estuvo abierto hasta principios de los setenta, el Hotel Universal. Su recuperación, así como la edificación de algún otro solar de la calle es algo que Pollo Martín, de vivir, estaría deseando ver. No debemos extrañarnos de esta aseveración pues a este médico atrevido le debemos la terminación de la calle más señera de Salamanca, la calle burguesa por excelencia, la calle de la Rúa, y eso a pesar de que su osadía le costó el puesto.
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