El Hospital de la Penitencia de Cristo

Texto: Jesús Málaga

Fotografías: Andrés Santiago Mariño

El autor hace referencia al hospital que existió en lo que hoy es la capilla de la Veracruz, donde se atendía a enfermos desheredados de la fortuna

Estamos acostumbrados a leer artículos sobre las cofradías de Semana Santa. Cuando llega la Cuaresma se propagan por los medios de comunicación, escritos y audiovisuales, las mil y una particularidades de estas singulares asociaciones cristianas de fieles. Los orígenes de algunas de las que desfilan procesionalmente se remontan a la Edad Media. Sin embargo, antes de la aparición del cristianismo en la historia y, por ende, de estas hermandades religiosas, había en España y, por supuesto, en Salamanca, otras agrupaciones que fueron el embrión de las que hoy conocemos.

En la organización social de la antigua Roma, el último escalón social de los ciudadanos libres era la plebe. Sus escasos recursos económicos les llevaban a agruparse para defender mejor sus intereses. Los artesanos constituían asociaciones profesionales y de culto con una estructura de funcionamiento muy eficaz. Un presidente y un tesorero, que cobraba las correspondientes cuotas, garantizaban la permanencia en el tiempo de la cofradía. Sus reuniones estaban regladas y mantenían con regularidad celebraciones y ceremonias religiosas dedicadas a las divinidades.

La fachada, trazada por Rodrigo Gil de Hontañón, recoge una hornacina con una imagen de la Virgen, obra de Sebastián Dávila

Los artesanos pertenecían a los Collegia Tenuiorum o Collegia Funeraria que se comportaban como las actuales mutualidades. Con una pequeña contribución económica, en forma de cuota, el trabajador y su familia tenían derecho a sepultura y a un entierro digno. Disponer de una tierra que recogiera el cuerpo y poder ser acompañado en el tránsito de la vida a la muerte, era la gran ambición de los desheredados del imperio. El periodo de los visigodos es oscuro y está poco estudiado. El proceso de ruralización al que someten a la Península, deja a las ciudades empequeñecidas y con poca incidencia sobre la vida del entorno. Sin embargo, se conocen asociaciones parecidas a las descritas entre los romanos, que podrían considerarse como las protocofradías, tal y como hoy día las conocemos.

La muerte preocupa al hombre desde que comienza a tener lo que antes llamábamos el uso de razón. Acompañar al moribundo en el paso a la otra vida, y a la familia cuando ya es cadáver, se convierte en un acontecimiento para el que se preparaban los componentes de las distintas sociedades desde la más remota antigüedad. Estas costumbres han estado arraigadas entre nosotros hasta hace poco. Todavía hay familias en España que pagan, igual que hace más de 2.000 años, una cuota durante toda su vida, a la funeraria de turno, para tener asegurado un entierro digno. Recuerdo las disensiones entres mis padres sobre este asunto. Mi padre consideraba un signo de mal augurio la llegada a casa, todos los meses, del cobrador de la funeraria, mientras que para mi madre era algo normal.

Transcurrían los primeros años setenta del siglo que acaba de terminar. Todavía trabajábamos en el Hospital García Tejado de la Diputación Provincial, hoy geriátrico, antes de pasar al nuevo Hospital Clínico Universitario. Las familias salmantinas pedían el alta de los moribundos para que pudieran morir en casa. Estaba mal visto por la sociedad de entonces morir en el hospital. Cuando el médico tiraba la toalla, la familia se ponía en funcionamiento para, a veces, de las formas más asombrosas, llevarse el enfermo a casa. Un profesor malogrado, Gil Gayarre, nos comentaba entonces a un grupo de médicos jóvenes que esta costumbre se acabaría bruscamente en poco tiempo. “El muerto estorba en casa”, fue su expresión. Los presentes escuchábamos incrédulos lo que considerábamos una moda de Madrid que nunca llegaría a Salamanca. El tiempo dio la razón a este catedrático de radiología. En pocos años pasamos a la utilización masiva de los velatorios hospitalarios, luego a los privados, y en poco tiempo se transitó de velar el cadáver toda la noche a hacerlo solamente unas horas, pues muchas familias cerraban el duelo y la recepción de pésames al llegar la madrugada.

“El cambio de mentalidad sobre la muerte nace con el inicio de un mundo nuevo, volcado en la vida, y no como el de nuestra infancia”

Este cambio de mentalidad con respecto a la muerte nace con el inicio de un mundo nuevo, volcado en la vida, y no el de nuestra infancia, en el que lo fundamental era la partida al otro mundo. La iglesia ha tenido una gran influencia en este cambio de mentalidad. La otra forma de enfocar el hombre religioso emanada del Concilio Vaticano II está basada en la vida y no en la muerte. El ciudadano de a pie vio como cambiaban, desde entonces, los conceptos más celosamente guardados por la tradición cristiana durante siglos.

Sin embargo, para estudiar algunas de las cofradías de nuestro pasado no podemos olvidar la mentalidad de nuestros antepasados y de nosotros mismos hace tan solo unos años. Las cofradías estaban adscritas a un santo, una virgen o un cristo que suscitaba la devoción popular y que a su vez ejercían la caridad entre sus miembros y los pobres de su entorno.

El Rollo de los Fueros del Convento de San Francisco El Grande, que se puede ver en el Parque de San Fco.

La cofradía de disciplinantes de la Hermandad de la Penitencia de Cristo fue fundada hacia el año 1240 y es la precursora de la actual cofradía de la Vera Cruz. Sus miembros ejercían la caridad con los pobres de Salamanca, manteniendo un hospital que recogía a los enfermos desheredados de la fortuna. Desaparecido hace tiempo, conocemos que estaba situado ocupando la totalidad o parte de lo que hoy conocemos como capilla de la Vera Cruz, en una de las esquinas del Campo de San Francisco.

Los hermanos dedicaban su tiempo libre a la solidaridad. A partir del siglo XVI crean una serie de óbolos con distintas denominaciones según la finalidad de los mismos. La “limosna de la comida de los pobres” serviría para dar cumplimiento a una de las obras de misericordia, dar de comer al hambriento, el donativo “limosna de las camisas de los pobres”, como es obvio, servía para dar satisfacción al desnudo. Esta cofradía tenía entre sus cometidos, como lo hiciera la de la Virgen de la Misericordia, la atención a los condenados a muerte. No sólo asistían a sus últimos momentos, sino que les admitían como miembros de la cofradía y se encargaban de su entierro y de darles una sepultura digna.

No acababan aquí las obras de misericordia que ejercía esta benemérita institución religiosa. La atención a los enfermos acogidos en su hospital corría de su cargo, tanto en su auxilio corporal como espiritual. Por último cabe destacar un dato curioso, regentaban una imprenta que daba trabajo a un puñado de trabajadores.

Todos los salmantinos, al menos los más sensibles, habrán experimentado cierta emoción al pasear por la calle de las Úrsulas y el Campo de San Francisco. El ambiente urbano recreado por los conventos de clausura que allí se encuentran proporciona una aportación a la estética y el sosiego que en pocos lugares se pueden encontrar. En una de sus esquinas, con fachada a las calles de Abajo y Sorias, se encuentra una pequeña capilla que invita a entrar a su interior a los viandantes. La fachada, trazada por Rodrigo Gil de Hontañón, recoge una hornacina con una imagen de la Virgen, obra de Sebastián Dávila.

Una vez dentro algo llama poderosamente la atención del observador. De rodillas, en el altar mayor, una religiosa vestida de novia, en silencio, adora al Santísimo Sacramento día y noche. Los fieles acompañan a la monja con sus oraciones en un silencio sepulcral, sólo roto por el paso de las hojas de algún libro de meditación. Este escenario teatral deja perplejo al hombre de hoy, acostumbrado al ruido y la acción.

Cuando nos suponemos repuestos del impacto comenzamos la percepción de la decoración de la iglesia. La capilla barroca, obra de Joaquín Churriguera, responde a la máxima del horror al vacío, tan propio de aquella época. Poco a poco van apareciendo a nuestros ojos obras escultóricas de gran calidad, datadas antes y después de 1713 y 1714, años en los que se reconstruye el templo.

De rodillas, en el altar mayor, una religiosa vestida de novia, en silencio, adora al Santísimo Sacramento día y noche.

La Cofradía de la Santa Cruz del Redentor y de la Purísima Concepción su Madre, comienza a adquirir obras de arte en 1620, para procesionar unas y para la veneración en la iglesia de su propiedad otras. El primer encargo se hace a Gregorio Fernández que realiza una Inmaculada para el retablo del altar mayor. De sus manos sale una de las mejores tallas conocidas del escultor que preside, en un camerino que sobresale hacia la calle Sorias, el templo. Encima de la hornacina hay un conjunto de ángeles, portando la Santa Cruz, simbolizando el triunfo del Divino Madero, junto a otros atributos de la pasión de Cristo. Con ellos se recuerda la doble titularidad de la cofradía que les da su nombre.

La veneración en Salamanca de la Inmaculada Concepción es mucho más temprana a la admisión oficial por la Iglesia Católica como dogma. Los defensores y detractores de la concepción inmaculada de la Virgen llegaron más de una vez a las manos y los profesores de la Universidad juraban defenderlo en su toma de posesión.

Otro escultor ligado a la cofradía fue Alejandro Carnicero, famoso por ser el autor de los medallones de los pabellones Real y de San Martín de la Plaza Mayor de Salamanca. Este escultor, de la corte de Felipe v, realizó en 1724 la imagen de Jesús Resucitado, costeada por Manuel Pérez de Parada, que era diputado de la cofradía.

Unos años después esculpe otras dos obras para dos pasos de la Semana Santa: La Flagelación del Salvador, popularmente llamado “Los Azotes”, y el Ecce Homo, que es denominado por los fieles “La Caña”. Este autor dejó obras de gran valor en otras iglesias salmantinas. En la capilla de la tercera Orden del Carmen dejó su huella en la imagen de la Virgen entregando su escapulario a Simón Stock.

“Del hospital que regentó con eficacia la Hermandad de la Penitencia de Cristo nada queda. Nos tenemos que conformar con su recuerdo y con su lugar preferente en la Historia médica”

La Hermandad de la Penitencia de Cristo realizaba procesiones de disciplinantes durante la Semana Santa. Los nuevos aires conciliares de Trento, allá por los años1545-1563, sustituyen estas expresiones públicas de la muerte de Cristo por representaciones escultóricas de los episodios de la Pasión de Redentor, convirtiéndose en Cofradía de la Santa Cruz. Todavía Felipe II, en el año 1576, concede a la Vera Cruz la organización de la única procesión de disciplina de Salamanca. Este desfile tenía lugar el Jueves Santo, con los hermanos vestidos con hábitos blancos. Con posterioridad se fueron incorporando a la procesión pasos escultóricos como La Oración del Huerto, Los Azotes, La Caña, y ya en 1688 el Nazareno de la hermandad de San Julián y Santa Basilisa. La víspera, la noche del miércoles Santo, desfilaba por las calles del barrio antiguo la procesión de nazarenos, vistiendo túnicas moradas, con la imagen de Jesús con la Cruz a Cuestas.

En 1615 se comienza a celebrar uno de los actos más singulares de la Semana Santa Salmantina, el Descendimiento. Cada Viernes Santo los cofrades desclavan a Cristo de la Cruz, lo introducen en un féretro y lo acompañan procesionalmente en el desfile del Santo Entierro; 43 figurantes vestidos de ángeles y niños portando los atributos de la pasión acompañan el cuerpo de Jesús. Los cofrades visten de negro y hacen desfilar pasos muy populares como La Caída, el Cristo de los Doctrinos y, detrás del sepulcro, una Virgen de la Soledad que en 1754fue sustituida por la Dolorosa de Corral que es la que hoy desfila.

Esta cofradía se encarga de la organización del último de los actos de la Semana de Pasión. El Domingo de Resurrección salían a la calle el Lignum Crucis, sustituyendo a la primitiva imagen del Diablo vencido, el Ángel y las Tres Marías junto al Sepulcro vacío, Jesús Resucitado y la Virgen de la Alegría, que salía de la iglesia de los Capuchinos, produciéndose El Encuentro en el Campo de San Francisco.

En el siglo XVIII, la Vera Cruz organizaba también la procesión del Corpus Cristi. Era la expresión de fuerza de una iglesia poderosa y de cada uno de los estamentos que la apoyaban. Más íntimo era el desfile que organizaban el 3 de mayo, fiesta de la Cruz Bendita. Desfilaban entonces Nuestra Señora, Santa Elena y el Lignum Crucis. Posteriormente la Virgen fue sustituida en el siglo XIX por el Santísimo Sacramento. Todavía en los últimos mayos de pasado siglo algún año salió esta procesión con la magnífica imagen barroca de Santa Elena.

Del hospital que regentó con eficacia la cofradía nada queda. Nos tenemos que conformar con su recuerdo y con saber que ocupa un lugar de preferencia en el estudio de la Historia de la Medicina Salmantina.

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