Creo que han sido muchas las debilidades de nuestro sistema sanitario expuestas durante esta crisis sanitaria. El sistema no era tan excelente como se creía; o tal vez sí, pero a expensas del esfuerzo realizado diariamente por el personal. Existen muchos déficits estructurales, falta de medios materiales y humanos que en el día a día se compensan por el esfuerzo personal de cada uno pero que, ante un aumento de las necesidades y la presión asistencial como el que tuvimos, se demostró claramente insuficiente. En nuestro caso en particular, ha quedado de manifiesto el déficit crónico de camas de críticos, claramente por debajo de lo recomendable y de la media de nuestros vecinos europeos, falta de personal y la falta de formación específica, especialmente del personal de enfermería y auxiliares. También ha quedado patente algo muy importante: la globalización y la deslocalización industrial conlleva una importante dependencia tecnológica y científica del exterior, lo que nos debe hacer reflexionar, sobre todo a las autoridades. Es absolutamente imprescindible invertir en investigación y desarrollo tecnológico. En el lado positivo, esta situación ha demostrado la capacidad de reacción del sistema y, en particular, del personal. La capacidad de trabajo y la entrega de los profesionales ha sido el factor más importante para poder solventar la situación de crisis vivida.
“Alcanzamos situaciones límite (…), y teníamos la sensación de que el problema nos podía superar”
Nos corresponde ser el servicio del hospital que dé asistencia a todos los pacientes críticos SARS-CoV-2 positivos, y esto supone una carga extra y un estrés psíquico añadido al personal. Nuestro objetivo prioritario, y a más corto plazo, es conseguir que el personal, que llega a la situación actual en condiciones de agotamiento físico y psíquico, y que se siente escasamente reconocido, pueda descansar y podamos mejorar sus condiciones de trabajo. Para esto, hemos transmitido a la Gerencia un plan que incluye la creación de un área independiente para el tratamiento de este tipo de pacientes. Esto nos permitiría ganar en seguridad con la creación de dos circuitos completamente independientes de pacientes y ubicarlos en un área con ventilación natural, mejorar las condiciones arquitectónicas y, por tanto, las condiciones laborales del personal y cambiar las dinámicas de trabajo, implicando en el cuidado de estos pacientes a enfermería de más unidades del servicio y consiguiendo reducir en tiempo y número los periodos de trabajo con pacientes positivos. A medio plazo, el cambio es evidente: necesitamos incrementar el número de camas de críticos en los hospitales. Así ha quedado patente por parte de la Consejería, que va a realizar inversiones importantes en la gran mayoría de hospitales de la red pública para incrementar éstas, con el objetivo de mantener un colchón de seguridad que evite que se repitan situaciones como la vivida y utilizándolas como camas de Cuidados Intermedios en condiciones normales. Este incremento se producirá en todos los hospitales excepto en dos, el Complejo Asistencial de Burgos y el Complejo Asistencial de Salamanca, pendiente de estrenar el nuevo hospital, donde la UCI deberá pasar de las 28 camas actuales a las 39 que se preveían en el plan inicial, y que nos permitiría cumplir con los objetivos descritos. También es fundamental invertir en formación. Se debe realizar formación específica en paciente crítico al personal de enfermería para poder disponer de un ‘pool’ de personal formado y con experiencia. Igualmente, la pandemia nos ha enseñado la importancia de incorporar a otros profesionales en el manejo de los pacientes críticos, en particular los fisioterapeutas, que han desarrollado una labor fundamental en la asistencia y recuperación de nuestros pacientes. En resumen, necesitamos más camas de críticos, adecuadamente equipadas y personal con formación específica.
Creo que no disponemos de certezas para explicar la alta incidencia en la provincia de Salamanca. En mi opinión personal, los eventos deportivos que tuvieron lugar la semana previa al inicio del brote y la cercanía a la Comunidad de Madrid podrían explicar la misma.
La obtención de soluciones preventivas y terapéuticas eficaces conseguirá que podamos dar por resuelta la pandemia como ha ocurrido en otras ocasiones, pero los expertos nos dicen que probablemente no tendremos vacuna eficaz antes de un año o año y medio. Hasta ese momento, debemos acostumbrarnos a convivir con este virus, manteniendo las medidas de seguridad en nuestra práctica asistencial. Lo más importante es ser conscientes del riesgo, saber que ésta u otra pandemia pueden reaparecer, planificar, anticiparnos y aprender de los errores cometidos. Por otro lado, la telemedicina y las consultas telefónicas han demostrado su utilidad para solventar gran cantidad de problemas médicos, sobre todo a nivel de seguimiento. Se deben mejorar y potenciar la medicina ambulatoria, los tratamientos domiciliarios, los hospitales de día, la cirugía y medicina sin ingreso.
En el caso de la Medicina Intensiva, como es lógico, la pandemia no ha generado necesidades asistenciales adicionales, no tenemos listas de espera, pero es cierto que, de forma global, la COVID-19 ha supuesto un parón en la actividad habitual del sistema, generando o aumentando las listas de espera de forma significativa, con el consiguiente malestar en los usuarios. Debemos ser conscientes de que para cada persona su problema es el más urgente y grave. La solución, imagino, no es fácil, y estoy seguro de que los gestores están tratando de encontrar la forma de paliarlo. Como decía antes, la telemedicina, las consultas telefónicas… deben jugar un papel importante, pero, además, se debe potenciar la medicina primaria, que cuenta con un déficit estructural importante y, sobre todo, creo que se debe contar con los profesionales a la hora de buscar soluciones. Su colaboración y su implicación será básica.
No estábamos preparados para vivir una crisis sanitaria como la vivida, nadie lo estaba, pero creo que hemos aprendido de la experiencia. Estamos mejor equipados, con más material de protección y medios para tratar a los pacientes, hemos adquirido experiencia, y creo que reaccionaríamos de forma más rápida con medidas de protección colectiva. Los expertos en la materia y experiencias anteriores nos dicen que es bastante probable que tengamos un rebrote estacional, pero todos esperamos que no sea de la intensidad del precedente. Ahora el principal problema es el estado físico y, sobre todo, anímico del personal; creo que ese es ahora el punto débil de la cadena, y tengo dudas de que fuéramos capaces de soportar un rebrote de la intensidad del anterior.
Miedo no, preocupación. Alcanzamos situaciones límite por momentos, y dado el incremento exponencial de casos que teníamos cada día, teníamos la sensación de que el problema nos podría superar. Se tomaban decisiones cada día, cada momento, para adaptarnos al estado cambiante de las cosas, pero creo que tuvimos una gran capacidad de adaptación y respuesta y pudimos solventar la situación. Respecto a la población, creo que no debe tener miedo; de momento, hay que acostumbrase a convivir con el SARS-CoV-2, pero sí que debe tener muchísima prudencia, precaución. Desde mi punto de vista, el comportamiento social, la conciencia colectiva, es lo que nos va a ayudar a superar definitivamente el problema.
Insisto, el mensaje es precaución y prudencia. Como estamos viendo en los últimos días con la aparición de continuos rebrotes, el problema no ha desaparecido. No podemos relajar las medidas de protección, las medidas de seguridad, el distanciamiento social, el uso de mascarilla… Las conductas imprudentes pueden traer consecuencias muy graves. Como decía anteriormente, sólo unas pautas de adecuado comportamiento social, la conciencia colectiva del problema, nos ayudará a superarlo definitivamente.
No conozco con profundidad el problema de las residencias de ancianos, pero desde mi punto de vista, uno de los principales problemas asistenciales que surgen en esta pandemia, en parte por prudencia, en parte por desconocimiento, en parte por miedo, es la toma de medidas de aislamiento total, que conllevan una merma en la calidad asistencial y una completa deshumanización de ésta. No estoy convencido de que el traslado y la hospitalización de los ancianos haya cambiado mucho su pronóstico. Los datos nos muestran que la edad es un factor de mal pronóstico significativo. En el caso de los pacientes críticos con COVID-19, una edad por encima de 60 años multiplicaba la mortalidad por 2,3, y los pacientes de más de 80 años fallecían en un 74% de las ocasiones. Y estamos hablando de pacientes a los que se administra un tratamiento intensivo de su enfermedad. Por tanto, tal vez no era cuestión de trasladar a los pacientes al hospital para un tratamiento que se puede administrar en su residencia, sino que la solución pudiera ser medicalizar adecuadamente las residencias para poder aportar en ellas los cuidados generales y farmacológicos que precisan, con un grado más importante de humanidad.
Creo que esta crisis ha supuesto un cambio sustantivo para todos los profesionales sanitarios. Una situación que nunca pensé que podría llegar a vivir y que me ha llevado al límite de la capacidad física, de la capacidad organizativa, sin dejar opción a la rendición. Un reto que ha sido complicado superar y que me va a dejar secuelas desde el punto de vista anímico para siempre. Algo que espero no se vuelva a repetir. Y si hay algo que he aprendido, algo positivo en esta experiencia, es que de verdad la unión hace la fuerza. La lucha común y conjunta de un grupo de facultativos de diferentes especialidades, enfermeras, auxiliares, técnicos, celadores, directivos, todos remando en una misma dirección, nos permitió llegar a buen puerto, superando una situación que en ocasiones parecía insuperable. Si hay algo que resaltar de nuestro sistema sanitario es su potencial humano. Las personas que lo forman son lo mejor.
“En el caso de la Medicina Intensiva, el incremento exponencial en la demanda asistencial nos obligó a adaptarnos de forma dinámica a las necesidades diarias. Inicialmente realizamos cambios estructurales en la Unidad Polivalente para poder atender a los enfermos positivos manteniendo, en la medida de lo posible, nuestra actividad asistencial habitual. Posteriormente, una vez superada nuestra capacidad máxima, se produjeron cambios absolutos en nuestra dinámica de trabajo. Nos extendimos a otras unidades y recibimos la imprescindible ayuda de compañeros de otras especialidades (Anestesiología, Cardiología, Pediatría), se multiplicó hasta por cuatro el número de facultativos de guardia y comenzamos a realizar únicamente guardias y refuerzos en turno de mañana.
Llegamos a estar absolutamente superados, al límite de nuestra capacidad humana y técnica. Desde las autoridades sanitarias se transmitió repetidamente la idea de que en el complejo asistencial existían más de 120 camas funcionales de críticos y nunca tuvimos ocupada más de un 50% de nuestra capacidad máxima de asistencia a pacientes de UCI. Esto no es totalmente real. Ciertamente, nunca llegamos a ocupar el Virgen de la Vega, y en los quirófanos del Clínico se podían haber habilitado algunas camas más, pero hay que tener en cuenta que muchas de las camas que se consideraban e
incluso utilizamos como camas de críticos no reunían los requisitos mínimos e imprescindibles para considerarse como tales, tenían grandes carencias en cuanto a monitorización y capacidad de asistencia ventilatoria; además, eran atendidas por personal sin ninguna experiencia, no ya en el manejo de pacientes graves, sino sin ningún tipo de experiencia laboral.
Con la estabilización del brote, se inició la desescalada con el cierre paulatino de las unidades extendidas, retornando a la situación inicial, con la compartimentación de la Unidad Polivalente, creándose una zona para la asistencia a pacientes positivos, una zona gris para atención inicial a los pacientes en espera de diagnóstico, y un área para el manejo habitual de los pacientes críticos SARS-CoV-2 negativos.
Algo que ha cambiado definitivamente en este regreso a la ‘nueva normalidad’, al igual que en el resto de las especialidades, es la manera de atender a nuestros pacientes ingresados. Mantenemos las medidas de seguridad, aunque sean SARS-CoV-2 negativos, y extremamos estas medidas en la asistencia urgente a los pacientes hasta que disponemos de resultados de PCR y serologías, lo que condiciona de forma importante nuestra labor diaria.
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