Una lección de humor. Agustín Ríos

Por Germán Payo Losa

Director de Educahumor

Tras una conferencia sobre “Medicina y humor”, aparecieron cartas al director que le ponían por las nubes como médico y cura. Me dijo: “Oye, Germán, estoy preocupado… Me están diciendo cosas que solo se dicen cuando uno está muerto”

Todos los presentes conocéis de sobra al conferenciante y sus méritos, así es que, como no he prometido ser breve, acabo”. Ésta fue la presentación a un conocido teólogo que participaba en uno de los actos de la Cátedra Domingo de Soto, y así conocí a Agustín Ríos. La brevedad es el alma del humor. Meses antes había coincidido en un máster de Creatividad con su cuñada, y luego con su hermano, José Antonio. Admiré su ingenio y me comentó: “Yo tengo un hermano en Salamanca”. De esto hace 22 años. Desde entonces, el afecto y el humor nos hicieron disfrutar de excelentes ratos. A mí me admiró ver el humor encarnado, vivito y coleando.

Hay muchos test para determinar en qué medida tienes sentido del humor. Abarcan varias aéreas y, unidos a la observación, reflejan como un mosaico los rasgos de una personalidad con humor. Vemos algunos.

Es difícil tener humor sin gozar de una buena autoestima, pues la base, a mi modo de ver, es la capacidad de reírnos de nosotros mismos. “Yo no canté mi primera misa, la berreé”, confesaba. Y tampoco le daba reparo declarar: “Quería ser médico para tener coche, como un amigo de mi padre”. Y más adelante: “A mí lo que me gustaba era ser médico de tocar barrigas”.

Era muy conocido, y un día le dijo a un muchacho. “Tú no me conoces a mí, pero yo a ti sí. A ver si adivinas quién soy: cuando tus padres se casaron, yo estaba allí; cuando te bautizaron, yo estaba allí; en tu Primera Comunión, yo estaba allí…”. “Ya sé: ¡El fotógrafo!”, saltó.

Se sentía joven. Cuando le hablaron de cambiarse a la residencia, exclamó: “¡Pero qué voy a hacer yo allí con tanto cura viejo!”. Tenía 85 años entonces.

La asertividad nos lleva a defender lo que consideramos justo, aunque sea en contra del parecer ajeno. “Fui a decir misa para celebrar la patrona de Medicina. Había en la sacristía un cura jovencito, con alzacuellos. Mira, le dije, soy Agustín Ríos, capellán de la Universidad, y vengo a decir la misa de nuestra patrona”. “No puede ser. Es sábado y tiene que ser la liturgia del domingo”.

“Su flexibilidad mental para encajar una persona divertida en dos moldes, de cura y médico, fue notable”

“Mira, todos los años venimos aquí y voy a decir la misa de la Virgen como venimos haciendo siempre”. Y todo enfadado me gritó: “¡Y lo mismo va a decir misa con esa ropa, sin ornamentos ni nada!”. “Le agarré por la pechera y le dije: ¡Oye, pollo! Voy a decir misa de la Virgen y voy a ponerme los ornamentos…”. El hombre relató el incidente, y llegó a mis oídos que lo que más le había molestado es que le llamase pollo”.

“Un estudiante, a la pregunta en un examen ‘¿qué haría con un paciente que presenta estos síntomas?’, respondió: ‘Iría a consultar a un colega que supiese más que yo, pues no sé’. Le aprobé, porque tenía sentido común y no metería la pata mucho”.

Una actitud lúdica, la actitud de disfrutar en la vida y sacarle la chispa a todo:

Llegó de viaje de Cáceres a Salamanca y se fue a la Renault hacer la revisión de su SEAT. Ante la sorpresa de los empleados de la Renault por llevar el Seat allí y la indicación de donde estaba la Seat en el polígono, respondió: “Pues juraría que cuando salí de Cáceres era un Renault”. (J.A.O.).

En la boda de una compañera del hospital, habló en la misa:

“Podría aprovechar ahora, que estáis aquí todos los del Servicio de Hematología, para decir lo que me parezca, ya que en esta situa￾ción no me llevará la contraria nadie” (LC)

La flexibilidad mental para encajar una persona divertida en dos moldes de costumbres marcadas socialmente, de cura y médico, fue notable. “¡Qué guapa es esa mujer!”, comentó un mé-dico. “Pues sí”, asintió. “Oye, que tú eres cura”. “Sí, pero no ciego”. El contexto varía. O sucedió a la salida de una sesión al paso de una moza de buen ver, o hablaban en grupo de la susodicha. No encontré fuente confirmatoria.

La seriedad y precisión de los análisis podía compaginarse con el humor que propiciaba una buena relación. “Con los demás no se puede ser tan cuenta garbanzos”. Y disfrutaba. “Una vez vino una mujer con su marido. Y no encontraban sus análisis. La mujer se enfadó. Vamos a ver, mujer: ¿No ha tenido usted algún momento en el que no encontraba las llaves en su casa? Pues aquí igual. Los análisis están aquí. Los vamos a encontrar: Tenga un poco de paciencia. La enfermera le pidió que saliese un momento y el hombre, al quedar solo, dijo: ‘Ya sabe usted cómo son las mujeres’. ‘¡Pues no, ¡soy cura!’. Al marcharse, se paró en la taquilla y le dijo a la enfermera: ‘Ese médico me quiere tomar el pelo. Dice que es cura’”.

La creatividad, el ingenio, el pensamiento alternativo son otra columna del humor. Invitado a la tertulia de un conocido café, fue muy querido y respetado por todos, porque era un hombre culto, dialogante y con encanto, aunque a mí me confesó: “Cuando llegué, uno me espetó: ‘¿Pero por qué viene un cura aquí?’. Y respondí: ‘Por dos razones: una, porque me han invitado, y dos, porque entre tanto ateo, alguien ha considerado que tener un cura a mano no viene mal, por lo que pueda pasar’”.

Ejercía su espíritu crítico. No se callaba. Citaba a G.K. Chesterton: “Para entrar en la iglesia hay que quitarse el sombrero; no la cabeza”.

“El hospital es una mierda. Me tuvieron tres horas en una silla de ruedas en un pasillo. ‘¿Pero no es usted el padre Ríos? ¿Qué hace aquí?’. Una enfermera, afortunadamente, me rescató. No tiene remedio. Una vez, hace muchos años, le pregunté a un delegado del Gobierno, con el que me llevaba bien: ‘¿Pero cómo ponéis a este inútil al frente?’. ‘Es el que más carteles ha pegado en toda la campaña electoral’”.

“Con los fondos de la capilla de la Universidad, ahora que sobra dinero, podíamos hacer una donación para los países del tercer mundo”, sugirió alguien del consejo. “No. Si mañana se necesita restaurar un cuadro, eso es muy caro y habrá que disponer de dinero. Yo no estoy de acuerdo en hacer donacio￾nes con dinero ajeno. Con el propio, me parece que cada uno es libre”.

El sentimiento divergente, alternativo al habitual, en clave de humor. “Nunca le he oído quejarse de su enfermedad. Describía lo que le pasaba, sin queja: A los dolores hay que tenerles cariño, porque el día que no te duela nada… malo. Ya estás p´allá”. “T￾mo siete pastillas. Me mantienen vivo”. “Las he pasado putas”. Ejercitaba una gran libertad de vocabulario, lo que le hacía más cercano: “Me desatascaron las cañerías”. En una conferencia en la Escuela de Enfermería, habló de ‘La enfermedad desde el paciente’. “Me hicieron una colonoscopia. Te inflan el colón y luego te dicen que eches el aire. Y claro, sale en los momentos más inoportunos. Me para una señora y me está hablando de un problema serio cuando se me escapa un pedo y sonoro. Es embarazoso y tienes que dar explicaciones”.

Comunicación. Una idea unida al humor llega mejor. “Lo de ser capellán de la Universidad más antigua de España ahora lo han arreglado un poco, porque antes tenía una remuneración del siglo XIII”.

Ambos somos paisanos extremeños de Cáceres, y yo me enteré luego de que allí vivía su madre, que tomaba Sintrom y que yo tenía que ‘llevarla’… Él me anunciaba con su sorna: “Madre, aquí viene el médico del ‘Citroën’, que te va a ajustar la dosis”…(A.A.).

“Se discutía en el claustro la iniciativa de dar cierta ventaja a los alumnos de Salamanca para el acceso a la Universidad. Yo me opuse por dos razones: una, si esa norma hubiese existido, yo no habría podido estudiar aquí; dos, Salamanca hubiera tenido un gran perjuicio al no haber podido contar con un profesor como yo”.

Relación. El humor ayuda a establecer vínculos con los demás. “El trabajo del médico puede ser tedioso y aburrido, como en cualquier otra profesión. Ahí está la capacidad del médico de hacerlo ameno”. Coincidió con mi hermano haciendo la tesis doctoral y creo que me traspasó su afecto; además, nos hemos reído muchísimo juntos.

“Eres el organista más evangélico que conozco, Matías. Tocas para que tu mano derecha no vea lo que hace la izquierda”.

Ojo con el humor: Cuando hay confianza grande en una relación, el humor alcanza una tremenda libertad, pero aún así, puede molestar si no pillas la onda. Caminar en el filo del ingenio no es fácil.

Cuando le operaron de la garganta, estando hospitalizado, entró Ángel Muñoz, el otorrino, a verle. Después de preguntarle de todo, Don Agustín le dice: “Quizás lo mejor es que me viera un médico”. (J.A.O.).

Me puso un frotis de sangre periférica de gorrino o de perro, ya no recuerdo bien, al microscopio para ‘examinarme’ nada más empezar a rotar en Citología… Mejor no hablo, pues me dijo que yo no valía ni para veterinario…

A Carmen y a mí nos casó hace ya casi 30 años en Guadalupe, en Cáceres, y con la sorna que le caracterizaba, tanto el día de la boda como siempre que le volvíamos a ver le decía Carmen: “¿Tú sabes el trasto tan malo que te has llevado? Tú te mereces algo mucho mejor… Éste no vale para nada”… (A.A.)

Conflictos. “En una Junta de Facultad, alguien argumentó: ‘El que no está conmigo está contra mí’. Yo interrumpí: ‘En ese campo no aciertas, porque lo que Jesús dijo fue lo contrario: el que no está contra mí, está conmigo. Y seguí sin apoyar su propuesta”.

Su humor constante, con cierta dosis de ‘picardía’ extremeña (V.V.) le llevaba a contar chistes –no he oído contar a nadie chistes más verdes en mi vida, me dice un amigo–, a veces no bienvenidos. Un colega una vez le reprendió: “¿Pero no te da vergüenza, siendo cura, y todo el día contando chistes y riendo?”. “Pues no. ¿Qué quieres, que tenga todo el día esa cara de palo seco como tú por la que nadie se acerca a hablar contigo?”.

Ambiente laboral, familiar. Todos los que nos formamos a su lado en el Hospital Clínico de Salamanca le recordaremos sentado al microscopio con los residentes a su lado, siempre riendo con alguna broma, que constantemente se le ocurrían. Dicho de esta manera, parecería que Don Agustín solo pensaba en las bromas: esa era su forma de manifestar la alegría de vivir que intentaba transmitir a todos. (M.C.C.)

“Mi padre y mi madre tenían una gran chispa y todos en mi familia nos reímos mucho” .

Actitud vital. Mirar con optimismo. Le hice una entrevista de más de una hora en vídeo hace diez años. Dejé la cámara en la parada de un autobús, con las prisas de ir al aeropuerto. Esto me ha espoleado a reconstruir todo lo allí dicho y a conocer a muchas de las personas, amigos, familiares, colegas que experimentaron la onda que produce, como una piedra en un estanque, una vida.

Esa forma de vivir que tenía: buscar ser ‘pegamento’ en lo que estaba roto o con riesgo de romperse, buscar lo que unía y evitar lo que desunía, saber reírse y relativizar los conflictos, saber disculpar, saber ayudar sin hacerse notar, ser generoso (J.S.M.)

La vida es como un espejo: si sonrío, me sonríe. La actitud que yo tome es la misma que la vida tomará. El afecto que el dio lo recibió. Recuerdo en Calatrava, tras una operación, que una enfermera de su servicio le estaba atendiendo, cambiando, diciendo, a pesar de sus protestas, lo que tenía que hacer, con fir￾meza y dulzura. Yo sentí que allí había un inmenso afecto de esta mujer y pensé en lo afortunado que era al tener esas amistades y la suerte que tenía yo de estar entre ellas.

Eso sí, en el test del humor sacaría matrícula.Pablo G.C., decano de Filosofía, y yo organizamos un simposio en la Universidad: ‘Visiones del Humor. Perspectivas multidisciplinares’. Él se animó a contribuir con una conferencia: ‘Medicina y humor’. Un periodista escribió un artículo elogiando su intervención. Al día siguiente, aparecieron cartas al director poniéndole por las nubes como médico y cura. Demostraban el tremendo afecto que muchos le tenían. “Oye, Germán, estoy preocupado… Me están diciendo cosas que sólo se dicen cuando uno está muerto”.

Mi agradecimiento a todos los que han contribuido a este artículo: José A.R., José Alm., Alberto E., M. Consuelo C., Matías P., Enrique J.; Adrián A., Jesús S.M., Maxi P., Lola C., Pilar L., Pilar F., J. Alberto O., Vicente V. y Fermín S.G.

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