Por Jesús Málaga
A finales de 2015 desapareció la orden del Cister de Salamanca. Las cuatro últimas monjas Bernardas que vivían en el convento del Camino de las Aguas marcharon a una residencia que la comunidad mantiene en la Ciudad Imperial para alojar a las religiosas mayores. Hacía ya más de dos siglos que la rama masculina de los hijos de San Bernardo había dejado nuestra capital. En una década en la que la pérdida de instituciones de arraigo entre nosotros es habitual, la marcha de una orden cuyo carisma es la espiritualidad más sublime es preocupante, especialmente en un mundo en el que solamente la posesión de lo material es lo que prima. Se sea o no creyente, la desaparición de una fuente de cultura es siempre algo negativo.
El antiguo convento de madres Bernardas tenía una gran huerta de 20 hectáreas
Sin embargo, la presencia del cister en Salamanca sigue viva. Muchos de los vestigios de sus comunidades los podemos encontrar dispersos por la ciudad en nuestros paseos cotidianos. La portada de entrada al convento de Bernardas, obra de Rodrigo Gil de Hontañón, fue comprada por Demetrio Gómez Planche al derribarse para construir el colegio gran parte de cenobio. A cambio, los escolapios recibieron una imagen de San José de Calasanz que fue a parar a la iglesia para el culto de profesores y alumnos del ahora centro de enseñanza de los Escolapios. Los padres calasancios edificaron una nueva portada que recordaba a la primitiva. El Ayuntamiento quiso rescatar el original monumento, compró a Demetrio Gómez el arco antiguo de Rodrigo Gil de Hontañón y, al no poder colocarlo en su lugar de origen, la Corporación optó por ubicarlo en la entrada de otro de los lugares que en su día fuera propiedad de las Bernardas, el hoy parque de los Jesuitas.
El antiguo convento de madres Bernardas tenía una gran huerta de aproximadamente 20 hectáreas, el parque de los Jesuitas, parte de la huerta de las monjas del Cister, tiene diez. El paso de la vía de ferrocarril por medio de la parcela partió por la mitad el extenso solar. Los Jesuitas compraron una de ellas para dedicarla a cultivo la parte oeste de aquel vergel. El Ayuntamiento, en 1979-80 adquirió gran parte de la misma para dedicarla a parque de la ciudad, el mayor de los urbanos. Otra porción quedó como jardín en poder de los jesuitas.
Otro hito del cister salmantino es el rollo jurisdiccional, una magnífica pieza que se encontraba en el corralón de entrada al convento, una vez traspasada la portada de Gil de Hontañón y antes de entrar al cenobio, a un lado de la fachada de la imponente iglesia. De allí pasó a la plaza de Santa Teresa, ocupando un rincón de la misma, junto a las oficinas de Onena, hoy desaparecidas. Con motivo de la remodelación de la plaza se trasladó al Alto del Rollo, para dar cumplimiento a una petición de la asociación de vecinos de dicho barrio. Hoy luce junto a otros motivos ornamentales en el centro de la plaza y separada del público por una rotonda de tráfico que aleja a los paseantes de las esculturas allí expuestas.
Por último, en el oeste de la ciudad existe un barrio que recibe el nombre de San Bernardo; allí estuvo el convento colegio de frailes del Cister, desaparecido a finales de la Guerra de la Independencia. Entre el camino del cementerio y la avenida de Filiberto Villalobos, enfrente del Campo de San Francisco, se encontraba una edificación de grandes proporciones y gran belleza, el colegio de los Bernardos, que estuvo bajo la advocación de la Virgen del Destierro. Los ingleses ocuparon el lugar para, desde él, hostigar a los franceses que se encontraban fortificados en el convento de San Vicente. Hasta principios del siglo XX se conservaron las ruinas, hoy desaparecidas por completo. Solamente el nombre del barrio nos recuerda a los salmantinos el centro formativo del Cister.
Para terminar el recorrido por los vestigios del Cister en Salamanca, hemos de hacer parada y fonda en los dos conventos de madres Bernardas, el viejo de Canalejas y el nuevo, en el Camino de las Aguas. El 22 de julio de 1812 se produjo la batalla de los Arapiles. La cercanía de la ciudad al campo de la contienda hizo que gran parte de la comunidad de San Bernardo huyera del convento, ya que estaba situado extramuros y desprotegido ante el enemigo. La huida de las monjas tuvo lugar a las dos de la mañana. La puerta de Santo Tomás de la muralla medieval se abrió excepcionalmente para dejar paso a las monjas del Jesús. En un primer momento se refugiaron en la casa del cura de la iglesia de Santiago, en el barrio del mismo nombre, junto al Puente Romano, desaparecido con la última Corporación franquista. De allí, marcharon a Villamayor. La huida duró poco, al día siguiente volvieron al convento, donde fueron recibidas con gran alborozo por las religiosas que se habían quedado, que ya eran conocedoras de que los franceses habían perdido la batalla desarrollada entre los dos Arapiles, el grande y el chico.
Desde el mirador del cenobio habían contemplado el curso de la batalla, a tan solo ocho kilómetros en línea recta de la ciudad, y habían seguido el ir y venir de carromatos desde los Arapiles hasta Salamanca con los muertos y heridos, para ser tratados estos últimos en los muchos hospitales improvisados en colegios mayores y conventos. Para los muertos se utilizaron fosas comunes en los camposantos de la ciudad y de los pueblos más próximos. Pero las cosas no fueron bien para la comunidad de Bernardas ni, por supuesto, para el convento que las acogía. Los ingleses instalaron en sus dependencias un hospital de sangre para la atención de los heridos de su nacionalidad que habían caído en el campo de batalla en los Arapiles. La comunidad de monjas fue arrinconada. Ocuparon las camas hospitalarias y el ejército inglés, la mayor parte de la superficie del convento. Las cosas fueron a peor.
A los seis meses de la apertura del hospital, los ingleses abandonaron el convento y previamente, sin avisar a las monjas, quemaron la casa. Las religiosas apagaron el fuego como pudieron, pero el convento quedó inservible. Después se refugiaron en otro monasterio, hoy desaparecido, el de San Pedro de la Paz, que se encontraba cerca de los dominicos y de las dominicas, en lo que hoy es jardín. De este cenobio solamente nos queda el retablo barroco del altar mayor de su iglesia, en Tejares, en el templo del barrio que acoge a la Virgen de la Salud. En la complicada Guerra de la Independencia, en las idas y venidas de los franceses a Salamanca, todavía nos faltaba una sorpresa más: el 15 de noviembre de 1812 volvió el ejército napoleónico desde Burgos. Saquearon la ciudad y, por supuesto, lo que quedaba del convento del Jesús. En junio de 1813 los franceses dejaron Salamanca, esta vez definitivamente.
Este relato nos sirve para dejar claro que no solo los franceses destruyeron Salamanca, también los ingleses hicieron lo suyo. Asimismo, la impronta de la Guerra de la Independencia en nuestra ciudad nos da pie para recordar que en las Bernardas del Jesús existió un hospital de sangre de los ingleses. Por este motivo, este convento entró en la historia de la Medicina española y, más concretamente, de la salmantina.
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