Un Hospital de Lujo.

Por Jesús Málaga

Es el monumento del plateresco más hermoso de España, del que se han realizado imitaciones por doquier en España e Hispanoamérica, entre ellas el majestuoso cuartel de ingenieros de Salamanca o la Bella Tapada en la plaza de los Bandos, también en nuestra ciudad. Es un palacio residencial, luminoso, bien orientado.

                     

La Guerra de Sucesión fue para la  ciudad de Salamanca una catástrofe1. La muerte de Carlos II, el último rey de la dinastía de los Austria, dio paso a la lucha por el trono de España. La contienda tuvo en nuestra ciudad uno de sus campos de batalla.

Los países que apoyaban al nieto del rey francés, Luis IV, España y Francia, tuvieron que combatir a los aliados, partidarios del archiduque Carlos: Austria, Portugal, Holanda e Inglaterra.

Salamanca apostó desde el primer momento por el nieto del Rey Sol, Felipe V y, por lo tanto, en contra de la apuesta de Portugal. El país vecino, a pesar de haber firmado un tratado de paz con España, hostigó desde principios de siglo XVIII las zonas fronterizas, entre ellas la provincia y la capital de Salamanca.

Los franceses enviaron a la capital charra para consolidar el puesto frente a la frontera portuguesa un ejército de doce mil hombres al mando del duque de Berwick, Jacobo Fitz James Estuard. Las tropas ocuparon el antiguo colegio de Jesuitas, hoy colegio de Maestro Ávila, la zona alrededor de la iglesia de san Blas y el Campo de San Francisco.

El duque era hijo del destronado rey de Inglaterra, Jacobo II, y a él le debemos la idea de convertir en hospital el Palacio de Monterrey en el verano de 1703. El seis de agosto, después de asistir a un Te Deum celebrado en su honor en la catedral, el inglés se trasladó desde el templo al palacio de Monterrey. En el camino desde la catedral fue rodeado de seis mozos de coro que portaban antorchas. Toda parafernalia era poca para cumplimentar al Conde de las Torres, residente en uno de los palacios más maravilloso de los muchos con los que contaba y cuenta Salamanca. Es en esa fecha cuando Jacobo Fitz conoce por primera vez el inmueble y opta por convertir en hospital de campaña y de sangre una de las mejores casas de la ciudad.

Tres años después, en mayo de 1706, cayó Ciudad Rodrigo en manos de los aliados después de resistir un sitio de ocho días, y el 3 de junio, cuando los salmantinos y sus autoridades civiles y militares asistían con todo boato a la procesión de Corpus, llegó a la ciudad un emisario del ejército portugués, mandado por el Marqués de las Minas. Atravesó el cortejo religioso que discurría al lado de la iglesia de san Isidoro, conocida en nuestros días como san Isidro, y entregó al duque de Berwick una nota para que acatara fidelidad al archiduque don Carlos. La procesión se deshizo entre gritos de pavor ante los rumores de la próxima llegada de los ejércitos aliados y Berwick, incapaz de hacerles frente, salió con su ejército abandonando Salamanca al día siguiente.

Antes de ocupar la ciudad, el Marqués de la Mina recibió la visita de los regidores salmantinos, les invitó a comer y les prometió respeto a las vidas y haciendas de todos los que habitaban en la ciudad. Los jefes de los ejércitos portugués e inglés se hospedaron en los Jerónimos, en lo que hoy es fábrica de Mirat. Los ejércitos aliados se extendieron desde el convento de las Bernardas, hoy colegio de los Escolapios, hasta el Arenal del Ángel, donde se erigía una ermita del mismo nombre. También ocuparon la Aldehuela y Santa Marta. Para comunicar ambas orillas del Tormes realizaron un puente de barcas enlazadas entre sí.

El Marqués de la Mina tuvo un comportamiento ejemplar con Salamanca y con los salmantinos. Prohibió a sus subordinados adquirir alimentos y vestidos sin pagarlos, alejó de la ciudad a los soldados ingleses y holandeses para evitar saqueos, y protegió con soldados portugueses los conventos, las dos Catedrales y los Colegios Mayores de Salamanca. Todo este despliegue no impidió que los soldados ingleses y holandeses tuvieran un comportamiento inamistoso en los barrios no protegidos por el ejército luso.

Las relaciones del Marqués de la Mina con el Cabildo de la Catedral fueron exquisitas. Así se puede entender que el 8 de junio se cantara un solemne Te Deum en la catedral nueva en honor de Carlos III de Austria en presencia del consistorio que asistió en pleno con el pendón de la ciudad. Desde esa fecha no dejaron de llegar a Salamanca tropas de los aliados.

El siete de julio llegó a Salamanca el general holandés Francisco Farrel con mil quinientos soldados. Escoltaban un convoy para el avituallamiento de los ejércitos aliados. Farrel tenía que ir al encuentro del Marqués de la Mina que se encontraba en las cercanías de Madrid. Lo tenía que hacer a través del Puerto de Guadarrama, pero en vez de realizarlo en línea recta lo hizo rodeando por Olmedo. A pesar de las precauciones, las cosas le fueron mal. Farrel envió emisarios para que le informaran de posibles enemigos en el camino hacia la capital de España y volvieron con malas noticias. Fueron engañados por el marqués de Soufreville que se las arregló para que vieran enemigos donde solamente había ochocientos caballos pastando en la sierra de Guadarrama.

Mientras tanto, en Salamanca iba ganando adeptos la causa borbónica y perdiendo apoyos la de los carlistas. Los colegiales de los colegios mayores y menores llegaron a pagar a los discapacitados intelectuales para que dieran vítores al rey francés. Las cosas llegaron muy lejos. Se desencadenaron desórdenes y desmanes por doquier, asaltos y saqueos de las casas de los salmantinos significados como carlistas, entre los que se encontraba Pedro de Acuña que tuvo que huir a Ciudad Rodrigo. El mismo regidor interino, don Juan Manuel Álvarez Maldonado de las Varillas fue acusado de traidor por no poner en el balcón consistorial el retrato del Rey Borbón.   

Salamanca estaba en revuelta permanente cuando el convoy de Francisco Farrel volvió sin haber logrado el cometido de llegar a Madrid. En su retirada, su destino final era Ciudad Rodrigo pasando por la capital charra. Intentaron pernoctar en los Jerónimos, pero al llegar al convento fueron recibidos por disparos de algunos salmantinos y con las campanas de Santo Tomás Cantuariense tocando a arrebato, toques que rápidamente fueron seguidos por las campanas de todos los templos de la ciudad y la del reloj del consistorio. Ante tal atronamiento, los salmantinos salieron a la calle, subieron a lo alto de la muralla y unos pocos, hasta ocho, fueron heridos, alguno de ellos de muerte, tanto por el fuego amigo como por el enemigo.

Farrel pasó el Tormes como pudo por Santa Marta y llegó a Mozárbez solamente con parte del convoy. En manos de los salmantinos quedaron carros llenos de lienzos, tiendas de campaña, pares de zapatos y algunos cajones llenos de dinero. Este botín llenó de codicia a los charros que comenzaron a desconfiar de los Jerónimos. La muchedumbre acudió a buscar los productos requisados al convento. La comunidad de los monjes Jerónimos, al verse atacados y acosados, tocaron a arrebato y lograron calmar a los atacantes en un principio, pero numerosos salmantinos, deseosos de pillaje, volvieron a la carga en los días posteriores. El prior de los Jerónimos pidió auxilio a sus homólogos de san Francisco, san Agustín y san Esteban, priores que intentaron convencer al corregidor para evitar la agresión, pero no lo consiguieron. Al final los tres grandes conventos citados enviaron frailes de cada uno de sus monasterios para defender a los Jerónimos. En la muy católica Salamanca se dio una imagen insospechada hasta entonces: la lucha entre frailes y pueblo.

Farrel amenazó a los salmantinos, sólo en el caso de no devolver lo incautado, y éstos recurrieron para la defensa de la ciudad al general Vega que residía en Valladolid. El alto militar llegó a Salamanca y se hospedó a costa del consistorio durante casi dos meses. Reforzó la muralla, reparó las puertas de la ciudad utilizando la piedra almacenada por el ayuntamiento en el Campo de San Francisco, y reclutó un ejército de ocho mil hombres mal pertrechados  y peor armados.

Para defender la ciudad cada puerta era guardada por una institución. La del Río la custodiaban los regidores, la de Zamora los Colegios Mayores, la de Santo Tomás por la Clerecía de San Marcos, la de SanctiSpíritus por las órdenes militares. Las otras puertas eran atendidas por el resto de los colegiales y religiosos de las muchas órdenes que habitaban en Salamanca.

 El general Vega salió de la ciudad el 12 de septiembre dejándola sin defensa. El ejército aliado llegó a la ciudad al día siguiente y, de inmediato, el general Vega fue avisado de la llegada del enemigo. Vega envió seiscientos hombres mal armados que se dedicaron a la defensa de los conventos extramuros. Parece que los envió para deshacerse de los hombres peor preparados, emprendiendo con el resto su marcha a Peñaranda.

Vega se marchó y no volvió a pesar de la insistencia de los salmantinos y de su promesa de volver en unos días. El obispo de Salamanca fue en su búsqueda, se humilló ante él y de rodillas y con lágrimas en los ojos le pidió que volviera para evitar los desmanes de los enemigos. Todo fue inútil para que el general reconsiderara su intención de abandonar la ciudad del Tormes. Unos 30 clérigos armados y 500 hombres de Peñaranda y su comarca se enfrentaron al general cuando ordenó el repliegue hacia Valladolid. Fue el obispo el que salvó la situación y la vida del militar, pero no consiguió que Vega volviera a Salamanca.

Este grupo de valientes salmantinos se dirigió a Salamanca pasando por Alba de Tormes donde se les incorporaron otro medio millar de hombres procedentes de la Sierra de Béjar y de Francia. El controvertido general Vega abandonó a los peñarandinos y serranos y se encaminó a Arévalo. Puso como disculpa que los campesinos armados eran milicianos que no servían para la guerra. El obispo enfadado le emplazó ante el Tribunal de Dios, haciéndole responsable de la ruina de Salamanca.

Los aliados entraron en la ciudad el 15 de septiembre y se dedicaron al pillaje, el robo, la muerte y la destrucción. La peor parte se la llevaron las instituciones situadas extramuros: el colegio de Guadalupe, los Jerónimos, a los que Farrel consideró culpables del desvalijo de su convoy. En este monasterio puso el vizconde su cuartel general. También sufrió desvalijo el convento de san Antonio de las Afueras, donde los poderosos de la ciudad escondieron sus riquezas en la creencia de que los portugueses no saquearían un lugar dedicado a un santo nacido en su país. Se equivocaron y se quedaron sin sus pertenencias. Otros conventos que sufrieron y se vieron afectados fueron el de Sancti Spíritus, las Claras, Bernardas y la Vega. Todos extramuros o intramuros cercanos a la zona atacada.

El 17 de septiembre los enemigos abrieron brecha en la muralla, entre las puertas de Santo Tomás y la de Sancti Spíritus, y, en pocas horas, los salmantinos se rindieron. Las condiciones de la rendición fueron leoninas en dinero, joyas, animales, bienes muebles, trigo, cebada, centeno, vino, oro y plata. Solamente quedaron libres las caballerías pertenecientes a los clérigos previa justificación.

Desde el punto de vista de la Historia de la Medicina de Salamanca nos interesa saber que el 23 de septiembre se produjo el saqueo y pillaje de los hospitales del Amparo, el de Santa María la Blanca y otro más que había en la Ribera del Tormes del que Villar y Macías no especifica ninguna otra cosa que nos sirva para identificarlo. Al día siguiente, los portugueses salieron de Salamanca rumbo a Ciudad Rodrigo llevándose prisioneros al gobernador, al corregidor y al alcalde mayor entre otros.

Pocos días después, el día 30 de septiembre, entraron en la ciudad los fieles de Felipe V. Mandaba las tropas el marqués de Bay que vino acompañado de varios generales, entre los que se encontraba el odiado por los salmantinos Antonio Vega con su hijo que fueron recibidos con hostilidad por el pueblo y se tuvieron que marchar, muriendo el general al año siguiente, en agosto de 1707. En ese año los portugueses volvieron a invadir Salamanca sin graves consecuencias, los salmantinos acudieron al sitio de Ciudad Rodrigo, liberándolo junto con las fuerzas del marqués de Bay.

Los males nunca vienen solos. Salamanca y su provincia sufrieron grandes pérdidas en la Guerra de Sucesión. Bay restauró las murallas, pero pasó la factura a las comunidades de religiosos. A partir de ahí todo fueron desgracias para la ciudad, 1708 y 1709 fueron años de inundaciones y pérdidas de cosechas, en 1709 el campo salmantino sufrió una terrible plaga de langosta  y en 1711 una terrible sequía asoló la provincia salmantina con pérdida de las cosechas, provocando enfermedades, sequía que siguió en 1714. En octubre de1910 Felipe V pasó por Salamanca camino de Extremadura.

Ahora vamos a repasar algunos datos de este palacio que acogió un hospital de sangre en la Guerra de Sucesión. Las obras del Palacio de Monterrey se contrataron en 1539. Fue construido con cargo a las arcas de don Alonso de Acebedo y Zúñiga que era el III conde de Monterrey. Los arquitectos que intervinieron fueron Pedro de Ibarra, Rodrigo Gil de Hontañón, los hermanos Aguirre y Fray Martín de Santiago. Se trata de un palacio inconcluso, del que solo se construyó una parte de las cuatro proyectada.

Es el monumento del plateresco más hermoso de España, del que se han realizado imitaciones por doquier en España e Hispanoamérica, entre ellas el majestuoso cuartel de ingenieros de Salamanca o la Bella Tapada en la plaza de los Bandos, también en nuestra ciudad. Es un palacio residencial, luminoso, bien orientado.

En la construcción, en el avance hacia el norte, el edificio topó con la iglesia de Santa María de los Caballeros, iglesia que no se llegó a autorizar su derribo. Hacia el oeste el Campo de San Francisco, propiedades de los Franciscanos, por eso en esa dirección solamente se extendió unos metros allá de la torre.

Torres Villarroel fue capellán de los condes de Monterrey y vivió en el palacio. En el zaguán de entrada una placa deja constancia del hecho. Monterrey fue restaurado hace unos años por Pio García Escudero y José Carlos Marcos Berrocal que obtuvieron por su trabajo el Premio Europa Nostra. Desconocemos el tiempo que el palacio fue hospital de sangre y si era solamente para toda la soldadesca o solamente para los mandos. La capacidad del palacio de monterrey es escasa tal como lo conocemos hoy, distribuido en habitaciones individuales. Seguramente a principios del siglo XVIII su distribución era otra y los grandes salones y espacios se convertirían en salas de hospitalización, quirófanos improvisados para intervenciones y cámaras de curas. Nunca un lugar tan lujoso se convirtió en hospital, por eso este título con el que hemos querido comenzar este artículo.


Notas:

  1. Villar y Macías, M. Historia de Salamanca. Libro VIII. Desde la Guerra de sucesión a la de la Independencia pp. 7-45, 1975. ↩︎

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