A Juan Antonio Pérez-Millán
Escritor y crítico de cine
Me gusta recordar a los amigos por sus obras. Cuando hablamos de cultura en Salamanca, siempre nos viene a la memoria un nombre, Juan Antonio Pérez Millán. Riguroso y exigente consigo mismo, más si cabe que con los demás, Juan Antonio logró algo imposible en esta difícil ciudad que ha acumulado a través de los siglos saberes, pero también desconfianza con todo lo que supone innovación y progreso.
En Juan Antonio fracasa la reflexión que se le atribuye al rector Madruga, que aseguraba que en la Plaza Mayor de Salamanca había una gran guadaña que giraba sobre las cabezas de los salmantinos y que segaba a cuantos intentaban levantar su testa sobre los demás. Juan Antonio ha sido una excepción, ha superado y revalidado todas las pruebas de competencia con la mejor de las notas, ha destacado en todas ellas y la ciudad ha sabido reconocérselo de manera unánime.
Pérez Millán conoció los entresijos de la cultura porque los trabajó desde la base, y no se le ocultaban las dificultades que acarreaba cada uno de los proyectos culturales en los que se vio implicado. Lo supo porque le costó horas de trabajo, de sueño y a veces desgarros de su salud. Le conocí hace más de cuarenta años y siempre le he considerado uno de mis mejores amigos, por eso hablo en mi doble condición de admirador y de persona agradecida a su gestión brillante en cuantas tareas emprendió.
Los amigos, como afirma la Biblia, son tesoros con los que te sorprende gratamente la vida. A los amigos los valoras positivamente y buscas en ellos lo más gratificante, lo que más te llama la atención. Me gusta recrearme con el Juan Antonio de los primeros años de mi Alcaldía, el que llevaba miles de niños a ver cine a La Salle en una Salamanca que carecía de todo, especialmente de la más mínima estructura cultural, y a la que había que dotar de lo más básico para que los ciudadanos descubrieran lo que encierra la Cultura con mayúsculas.
Siento placer al descubrir en el recuerdo aquellas plazas salmantinas llenas de gente riéndose a mandíbula batiente viendo sesiones de cine mudo en el programa por él diseñado con el sonoro título ‘Con la silla de la mano por un cine al aire libre’, o visualizar a un público infantil entregado atendiendo las explicaciones que Pedro Pérez Castro e Hilario Hernández, sus colaboradores más queridos, hacían en las Navidades de cuento en la recuperada Casa de Lis, salvada de la piqueta en aquella singular y exitosa campaña de ‘Salvar un monumento cada año’.No puedo por menos que recordar aquella Escuela Municipal de Cine que nació con el primer Ayuntamiento democrático, en 1979. Aquella entelequia que colaboró con ‘La Linterna Mágica’ de Turín, escuela que nos llevaba unos cuantos años de adelanto, y pensar en aquellos chicos que realizaban cortos premiados en el Festival Internacional de Cine para la infancia y la juventud de Gijón y que se atrevían a realizar los informativos juveniles de Televisión Española.
Todo lo que Salamanca consiguió con Juan Antonio fue desde la base, con niños de todos los niveles de lo que entonces llamábamos la Enseñanza General Básica. Y aquellos éxitos dieron paso a la extensión a Salamanca de la Semana de Cine de Valladolid y a que nuestro Ayuntamiento fuera admirado en el resto de España por la implantación de una cultura participativa, para todos los públicos, y creativa por lo novedosa.
Juan Antonio ha sido un estudioso, pero también un creador. Ha experimentado con la cultura, ha sabido cogerle el punto. Para ello, no solamente dominó la técnica y los recursos culturales, también conoció a la perfección la personalidad de los que se dedican a esta difícil tarea. A pesar de sus éxitos en la formación de niños y jóvenes en el mundo creativo de la imagen, creo que es un error circunscribir la ingente tarea de Juan Antonio a su labor en relación con el cine.
Pérez Millán ha sido mucho más. Nada de la expresión cultural le fue ajeno: el cine, el teatro, las salas de exposiciones, los museos, las bibliotecas, los archivos, la edición de libros y, sobre todo, la acción cultural desde la base. Podemos asegurar sin temor a equivocarnos que Juan Antonio valía para la cultura lo mismo para un roto que para un descosido.
No me resisto a contar una anécdota que puede ilustrar lo que pienso. El 23 de febrero de 1981, cuando Tejero estaba ocupando el Congreso de los Diputados, Juan Antonio Pérez Millán estaba en Madrid acompañado de Jesús María Santos, jefe del gabinete de Prensa del Ayuntamiento y de la entonces su esposa, María del Mar Rosell, comprando una magnífica biblioteca, con miles de volúmenes en perfecto estado de conservación y encuadernación, con primeras ediciones de las obras más importantes de la literatura universal y, lo que era más importante para las exiguas arcas municipales, adquirida a precio de saldo.
A media noche, cuando todavía no estaba claro hacia dónde podía derivar el golpe de Estado, recibí una llamada del primer teniente alcalde, Juan José Melero, y del director de la Casa Municipal de Cultura, Juan Antonio Pérez Millán, informándome de la calidad de la biblioteca y cómo, abstraídos con el tesoro que acababan de descubrir, no se habían enterado de que se había producido la entrada de la Guardia Civil en el Congreso de los Diputados. La llamada era para pedirme consejo de qué hacer con la biblioteca que estaba cargada en un capitoné.
Después de visitar las proximidades de la Carrera de San Jerónimo, durante la noche viajaron hasta Salamanca con la preciosa carga, sin valorar el peligro que corrían por esas carreteras de Dios. Esa biblioteca que localizó Pérez Millán es hoy el extraordinario fondo antiguo de la biblioteca municipal, la primera que tuvo Salamanca. La ciudad con la Universidad más antigua de España, la que fuera reconocida como muy culta, esa Salamanca hasta la década de los ochenta del pasado siglo no tuvo biblioteca municipal, y la consiguió gracias a los buenos oficios de Juan Antonio Pérez Millán.
El Centro de Estudios Salmantinos recibió entre sus miembros a un hombre de la cultura, a alguien que trasciende el ámbito local y nacional, a un verdadero servidor público que llegó al CES con la humildad que le caracteriza a enriquecer nuestro colectivo. Fue para todos nosotros una suerte contar con Juan Antonio Pérez Millán, que, con la inquietud que le caracterizaba, aportó la frescura de sus conocimientos y experiencias. Hasta nosotros se acercó el Juan Antonio de la Filmoteca de España, el de la Filmoteca de Castilla y León, el organizador de la SEMINCI, el comisario de Salamanca 2002, el profesor de Psicología de la Pontificia y el de Audiovisual de la Universidad de Salamanca, el consejero de cultura de la Junta de Castilla y León y el director general de Cultura de la Junta de Andalucía, el jefe del servicio de cultura del Ayuntamiento de Salamanca, el traductor y autor de decenas de libros, el editor de la revista salmantina ‘Concejo’ y el crítico de cine en ‘El Adelanto’ y en otras muchas publicaciones nacionales.
Todo ese bagaje trajo en su mochila Juan Antonio Pérez Millán, todas esas experiencias han ido conformando al miembro numerario del Centro de Estudios Salmantinos. Misión nuestra fue aprovechar su pertenecía entre nosotros y conseguir que siguiera dando fruto para bien de esta pequeña colectividad, Salamanca, que él, un hombre nacido junto al Estrecho de Gibraltar, tomó como suya y la escogió para vivir en ella con su familia, Lola y Ernesto.
Juan Antonio aportó a la historiografía de Salamanca un estudio serio y concienzudo sobre el NODO, el noticiario obligatorio para todas las salas de cine durante los largos años de la dictadura. En su libro, publicado en la serie ‘Minor’ del CES, se informa de cómo veían nuestra ciudad y provincia los propagandistas de Franco. Se echaba en falta un compendio de lo que el noticiario cinematográfico, el conocido NODO, había aportado a nuestra provincia, y Juan Antonio se puso a la tarea de estudiarlo y darlo a conocer entre los salmantinos y estudiosos de nuestra historia.
Termino como empecé, me gusta recordar a mis amigos por sus obras, y las de Juan Antonio fueron abrumadoras en calidad y cantidad. Con rigurosidad, y sin recurrir a lugares comunes, Pérez Millán nos aporta en su libro lo que será de ahora en adelante la base para futuras publicaciones sobre el NODO en Salamanca. Les aseguro que los investigadores tendrán a partir de hoy un referente que, al igual que en el mundo de la cultura en Salamanca, llevará el nombre de Juan Antonio Pérez Millán.
Cuando está a punto de salir el nº 57 de la revista ‘Salamanca Médica’, correspondiente al mes de junio, se me invita por la redacción de la revista digital del Colegio de Médicos a participar en un homenaje, a mi modo de ver ineludible, a Juan Antonio Pérez Millán, un humanista, reputado crítico y escritor cinematográfico, muy conocido, no solo en Salamanca, sino también en el ámbito nacional, fallecido el pasado mes de mayo. Todavía está reciente en mi mente el grato impacto de su acertada crítica sobre la película ‘La doctora de Brest’, comentada en el número 56 de la revista, que está dirigida por Enmmanuelle Bercot y basada en un escrito autobiográfico de la doctora Irène Frachon, del Departamento de Neumología del Hospital Universitario de Brest.
El tema está relacionado con los efectos de un medicamento para el tratamiento de la obesidad mórbida y sus efectos secundarios nocivos descubiertos por la doctora Frachon, hasta el punto de achacarle algunas muertes. Está centrado en l la dura batalla que tuvo que emprender la doctora en contra de los intereses de una multinacional farmacéutica, de una parte, y el prestigio del hospital y la ética profesional de otra.
Personas muy cualificadas del ámbito local, incluso nacional, han publicado escritos laudatorios sobre los valores intelectuales y culturales de Pérez Millán; de sus valores como maestro y mecenas de cineastas locales, entre otros, Chema de la Peña, Gabriel Velázquez, Isabel Ocampo –ganadora de un Goya en 2009 por su cortometraje ‘Miente’–, Rodrigo Cortés y, aunque mayor que él, del más importante director de cine salmantino, Basilio Martín Patino, compañero mío de pupitre en el Instituto Fray Luis de León en la década de los cuarenta. Muy valorado como coordinador y director de la Filmoteca Regio-nal desde su fundación en 1991, así como el primer coordinador de Salamanca Ciudad de Cultura 2002, aunque al poco tiempo tuvo que dejarlo por motivos de salud. En 2014, un año después de jubilarse, se le concedió la Medalla de Oro de Salamanca.
A mí solo me corresponde, en puridad, hablar –escribir, en este caso– como colaborador de la misma revista y como alumno suyo que fui en la Facultad de Bellas Artes entre 2002 y 2007. En lo que se refiere al primer aspecto, caminamos juntos desde el 2009, yo con mi sección ‘El Desván de Arte’ y Juan Antonio, en las páginas siguientes con ‘La Herida Luminosa’, que no por ir detrás supone una escala de valores; antes al contrario, lo he considerado siempre un maestro co-mo escritor, por consiguiente, superior a mí. Aunque mucho antes de aquella fecha, Pérez Millán ya colaboraba en la revista cuando yo era alumno suyo de la asignatura Audiovisuales I, que impartía los jueves de 18 a 20 horas en el salón de actos, con la proyección y crítica de una película. Por cierto, siempre era de una puntualidad escrupulosa: aparecía por el pasillo de la Facultad a las 6 menos un minuto.
Es difícil olvidar sus comentarios y análisis tras la proyección de películas como: ‘Cotton Club’, de Francis Coppola; ‘Ojos Negros’, de Nikita Mihalkov; ‘Muerte en Venecia’, de Luchino Visconti, o ‘Con faldas y a lo loco’, de Billy Wilder, por citar algunas de las más significativas. Siempre nos descubría aspectos o planos que habían pasado desapercibidos para la mayor parte de los alumnos. Aún recuerdo el esquema general para el análisis de una película: la estructura narrativa, el esquema general, los personajes y los elementos de sentido: movimien-to de la cámara, ensayo con el zoom y otros que se me han borrado ya de la memoria.
Como profesor, en el más estricto sentido, de “aquel que profesa la enseñanza”, era uno de los mejores de la Facultad –para mí, personalmente, el mejor–, no solo por su entrega y metodología docente, sino por el trato de cercanía que trasmitía al discente.
Buena persona donde las haya, conversador infatigable y, sobre todo, que transmitía una confianza desde el principio poco común. Nunca entendí porqué le llamaban “el tigre”, a no ser por el afán de lucha y fuerza que siempre prodigó a lo largo de su vida, hasta que en el acto de la entrega de la Medalla de Oro de la ciudad me lo aclaró al definirse a sí mismo como “parte tigre, roja a la antigua usanza, agnóstica por convicción y disconforme con la realidad que vivimos, que ruge a veces de impotencia”.
Se dice con frecuencia, para alabar a alguien que ha muerto, que era “amigo de sus amigos”. Una frase tonta, por redundante. Yo diría de Pérez Millán que era “amigo de sus enemigos”, porque los descono-cía: era amigo de todo el mundo. En fin; era una de esas personas que no mueren, porque mientras estén presentes en el recuerdo estarán vivas.
¡Que descanse en paz el compañero y profesor Juan Antonio Pérez Millán!
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