Por Miguel FERRER BLANCO,
de la Real Acedemia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga
La melomanía, ese vicio sublime, obliga al aficionado a rastrear y transitar constantemente la cada vez más interesante y perfecta discografía musical, y así poder analizar en toda su pureza sonora geniales versiones históricas gracias a la moderna y perfecta remasterización. Este análisis nos lleva a la conclusión de que nuestro siglo XX pasará a la historia musical como el gran siglo de la interpretación, tanto instrumental como orquestal, y a valorar la gran influencia que España ha tenido en el terreno musical, desmintiendo así a algún crítico que, con ligereza, egolatría e iconoclastia, se ha permitido alguna vez clasificar a España de país casi amusical
Hoy, como ejemplo, sólo vamos a fijarnos en tres geniales intérpretes que han dejado impreso sus nombres en la literatura mundial de la historia musical del siglo XX y que, además, han elevado y dignificado para siempre con su estudio, cariño y dedicación a tres instrumentos musicales que en lo sucesivo irán siempre ligados a sus nombres.
En otros artículos, seguiremos ocupándonos de artistas, conjuntos, autores, orquestas de cámara y dirección orquestal dignos de ser recordados por su contribución a la historia musical de nuestro país.
La vida de este músico genial es tan portentosa que necesitaría la extensión de un libro, y no el pequeño espacio de un artículo, para describir su labor como creador de magníficas composiciones, investigador de la obra de J.S. Bach y otros autores, y perfeccionador constante del instrumento de su elección, al que dotó de nuevas posibilidades sonoras. Puede decirse que Casals, como otros músicos, sintió su vida entera bajo el signo de J.S. Bach, y desde 1890, en que descubre las Seis Suites para violonchelo solo de este autor, las estudia concienzudamente durante 12 años antes de atreverse a interpretarlas en concierto. Le extraña que Bach las escribiese para un instrumento poco conocido en su época, que sólo figuraba en la orquesta como el sucesor de la viola y que como ésta no tenía gran potencia en la orquesta. Sería bastante más tarde cuando el instrumento llegara a adquirir, como ocurre en la actualidad, más posibilidades virtuosísticas que las que había en los instrumentos del siglo XVIII y que le han llevado posteriormente a lograr la condición de instrumento solista de la que hoy disfruta. Hoy el violonchelo está considerado como una especie de violín de tono grave, flexible y emotivo y dotado de un extenso colorido sonoro.
Pau Casals se exilia en 1939 en el pueblecito francés de Prades, muy cerca de la frontera española, en cuya iglesia románica se recluye diariamente para estudiar, analizar y gozar de las Seis Suites para violonchelo solo de J.S. Bach.
Afortunadamente, recibe la visita del violinista Alexander Schneider en 1947, quien comenta en Norteamérica con una serie de artistas la situación del maestro y se le ocurre hacer una suscripción entre varios artistas para adquirir la edición integral de la Bach Gesselschaft y enviársela como obsequio. La contemplación de esos 45 volúmenes con la dedicatoria en el primero, seguida de las firmas de 50 eminentes intérpretes como Horszowski, Alexanian, Schneider, Clara Haskil, Ivonne Leferouse, Serpin e Isaac Stern, le causa una de las más bellas y profundas emociones de su vida, y en una carta a Schneider, le dice que abraza a cada uno de esos nombres y en la dificultad de expresarles a todos su gratitud, le ruega que busque un medio para que se enteren de sus sentimientos, ya que nada le ha procurado tanto placer y tanto honor como esta prueba de afecto de sus colegas y amigos.
Schneider vuelve a Prades en 1948 para estudiar con él durante tres semanas las sonatas y partitas para violín y le presenta el proyecto de organizar un festival que podría tener lugar en el mismo Prades para conmemorar el bicentenario de la muerte de Bach. Se cierra así un círculo en el que los nombres de Bach y Casals emprenderán nuevamente una vida diferente gracias a los esfuerzos de hombres de buena voluntad de uno y otro lado del Atlántico.
Además de su virtuosismo, la bondad y generosidad de Pau Casals ha sido tan grande que bastan sólo dos anécdotas para demostrar la admiración, respeto y cariño que le han tenido violonchelistas insignes, como es el caso de Mstilav Rostropovich y Maurice Gendron. Rostropovich dice en sus memorias que para él ha quedado como el más grande de toda la historia del violonchelo. Ya había escuchado grabaciones suyas en casa de unos amigos de Moscú. En 1957 fue a París para el Concurso Pablo Casals y tuvo la ocasión de encontrarse con él por primera vez. Reproduzco textualmente el texto de Rostropovich:
“Me había invitado a ir a su hotel. Encontré un hombre expansivo que fumaba en pipa, calvo, lo que no es ciertamente un defecto por lo que yo constato hoy. Él me abrazó fuertemente y me dijo: “¿Cómo agradecerle que haya venido? Voy a tocarle algo”. Estaba sentado aproximadamente a un metro de mí. Casals no estaba en absoluto nervioso por tocar para mí, pero cuando cogió el violonchelo y se sentó tan cercade mí, mis pies y manos se pusieron a temblar de repente delante de ese tan gran músico y artista. Él atacó la L’ Allemande de la Primera Suite, me hizo un efecto increíble, una impresión muy fuerte y poderosa.
Después de cada frase, Casals observaba (por encima de sus gafas) mi reacción. Sonreía viendo mi emoción en el rostro y encadenaba la frase siguiente. Era una interpretación rapsódica de Bach, pero también una especie de diálogo, frase tras frase, en el que se sentía la reacción del oyente. Después de que Casals hubiera tocado, me parecía interpretar a Bach de otra manera, tan fuerte era la naturaleza de su personalidad artística y su convicción total en lo que hacía. Toda imitación se convierte en una falsificación. Las imitaciones no incluyen nunca el sentimiento, la forma en que uno expresa la frase. Son por así decirlo como botellas de vino vacías. Casals ha jugado un papel inmenso en mi vida, en mi amor por Bach y por la música en general”.
Cuando la casa Philips decidió grabarlos conciertos de Haydn y Bocherini para orquesta y violonchelo, ejecutados por Maurice Gendron, otro coloso de la interpretación, invitó a Pau Casals para que dirigiera la orquesta de la Asociación de Conciertos Lamoroux. Aceptó muy cariñosamente hacerlo y el mismo Gendron dijo que esta asociación era algo comparable, entrando en el terreno de la mitología, a la posibilidad de que Zeus hubiera bajado del Olimpo para rendir homenaje a alguien que ya consideraba como igual.
Además de un magnífico intérprete y de haber llevado al violonchelo música de otros maestros ilustres con la que se ha enriquecido este instrumento, es también muy notable su labor de divulgador de temas populares catalanes como El Cant dels Ocells y de compositor de obras como el oratorio El pesebre, que donó a las Naciones Unidas.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
Como el pájaro duerme en las ramas,
Esperando la mano de nieve
Que sabe arrancarlas!
Gustavo Adolfo Bécquer
La guitarra, ese popular instrumento derivado del laúd y unido desde siempre a la música popular española, reformado por el rondeño Vicente Espinel al añadirle una sexta cuerda, tiene en su historia un antes y un después de su encuentro con Andrés Segovia. Este artista, nacido en Linares, hijo de un modesto carpintero, oyó en su infancia por primera vez el sonido de este instrumento que siempre acompañó al pueblo en sus sones y cantes para luego, en el siglo XVII, ser aprovechado por los vihuelistas españoles que escriben para ella composiciones ya más cerca de la música clásica, que luego, en la actualidad, han servido al maestro Joaquín Rodrigo para sus acariciadoras obras.
Segovia oyó muy tempranamente composiciones de Sor, Gaspar Sanz, Tárrega y Giuliani. Estas composiciones le impresionaron y estudió fragmentos de Bach en el pequeño álbum de Ana Magdalena Bach. A pesar de que en alguna ocasión otros artistas le recomendaran cambiar de instrumento, él sintió siempre su amor por el sonido de la guitarra. Ha sido un feroz autodidacta y siempre ha sostenido que ha sido su propio maestro y al mismo tiempo su discípulo, siendo curioso que nunca han discutido entre ellos dos. En 1912 da su primer concierto, con una guitarra alquilada, en el Ateneo de Madrid, obteniendo un gran éxito. Posteriormente y con Llovet, conoce a Albéniz, Granados y Debussy y al violonchelista Gaspar Casadó. Empieza a tocar obras de Bach, mazurcas de Chopin, Schumann y Mendelsohnn y logra que el gran constructor de guitarras Ramírez le brinde un instrumento poco corriente.
Desde entonces, la guitarra puede entrar con él en las grandes salas de conciertos. Un hombre maravilloso, haciéndose a sí mismo, había hecho también a la guitarra clásica instrumento moderno con todas las virtudes de la calidad del sonido y los agudos más cristalinos. Como dice Carlos Gómez Amat, “no hay más guitarra que la guitarra española, y Andrés Segovia es su profeta”.
Por designación real, fue nombrado senador en las primeras Cortes democráticas, y posteriormente distinguido con el título de Marqués de Salobreña.
Un instrumento musical tan bello, romántico y poético como es el arpa, también necesitaba un intérprete español genial que de ella se enamorara, la enriqueciera y revalorizara, transcribiendo para el arpa las más bellas composiciones clásicas, y la convirtiera en el motivo de su vida artística, recuperando como concertista y musicógrafo obras de los siglos XVI y XVII, además de estrenar composiciones actuales de autores como Krenek, Milhaud, Bacarisse o Villa-Lobos.
En 1967 la Deutsche Grammophon editó como homenaje a Nicanor Zabaleta un doble compact con el título L’harpe dusiècle, donde están recogidos los conciertos de arpa y orquesta de Mozart, Boieldieu, Haendel, Albrechtsberger, Dittersdorf, Ravel y Debussy.
¡Qué poder de evocación tiene la música! Cuando oigo a Debussy en el arpa de Zabaleta, viene a mi memoria todo el impresionismo pictórico francés y sobre todo el color y los aromas de las Nympheas de Monet.
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