De las muchas ermitas que tenía Salamanca, ni una sola ha sobrevivido a la ciudad actual. La mayoría de los pequeños templos de culto popular han desaparecido sin dejar rastro. Sin embargo, muchas de las publicaciones de los estudiosos de nuestro pasado han logrado ubicarlas y recrearlas. Así, hoy día, podemos conocerlas a través de sus descripciones2.
Los santuarios estaban dedicados a Cristo, a la Virgen o a algún Santo de cuya veneración y culto estaba encargada una cofradía que, según la importancia de la misma, atraía más o menos devotos y, por supuesto, recursos económicos.
Entre las advocaciones celestiales más populares en Salamanca, existían algunas que se dedicaban a santos que se habían especializado en la cura de determinadas enfermedades y que concitaban a los enfermos y sus familiares en sus templos para pedir la curación o la mejoría de sus dolencias. Eran santos milagreros, reconocidos en toda la cristiandad por los portentos realizados a pacientes que con fe a ellos se acogían. Salamanca, ciudad clerical donde las haya, recogió muchas de esas devociones en las ermitas que rodeaban la urbe, a veces ubicadas en pleno campo.
De la veintena de ermitas que se describen en Salamanca, construidas a través de su historia, hemos reparado en las de San Gregorio, San Zoles, San Mamés y San Roque, cuatro santos sanadores que tuvieron templo propio y que destacaron, para los creyentes, por su intercesión ante Dios sobre enfermedades para las que la Medicina de antaño era impotente por carecer de tratamiento específico eficaz.
En la plaza de los Caídos, junto a la de la Merced, dando entrada a la escalera que baja a la Vaguada de la Palma, se encuentran un arco y una cartela pertenecientes a la ermita de San Gregorio Hostiense, fundada el año 1466 y dependiente de la parroquia de Santa Cruz, situada cerca del puente romano3. Fue el obispo don Gonzalo de Vivero el promotor de la construcción de la capilla, y las modificaciones del plan de alineación de la calle de San Gregorio quienes la hacen desaparecer. En la sede central de Caja Duero se conserva un cuadro del pintor salmantino J.M. González Ubierna que plasma en el lienzo las ruinas de la ermita.
San Gregorio fue obispo y Papa. Su fiesta se celebra el 12 de marzo y se le consideraba abogado especial contra la peste. Su nombramiento como obispo de Roma coincide con uno de los desbordamientos del Tíber, seguido de una terrible epidemia de dicha enfermedad que asoló la Ciudad Eterna. El santo tenía también buena mano en la protección contra las plagas de langosta. En Salamanca, que fue castigada con frecuencia con estas calamidades a partir del siglo XV, se sacaba al santo en procesión y se imploraba sus acciones para impedir la pérdida de las cosechas que ocasionaba hambrunas de difícil consuelo.
En los años difíciles desfilaban por nuestras calles la Virgen de los Remedios, venerada en la iglesia de San Julián y Santa Basilisa, el Cristo de las Batallas, que trajera a Salamanca el obispo don Jerónimo, y, por supuesto, San Gregorio. La preocupación de la población era tan grande que se recurría a conjuros y ritos para intentar acabar con las pestes y las plagas.
El cuerpo incorrupto de San Zoles se encontraba enterrado y expuesto a la veneración de los salmantinos en el convento benedictino de San Vicente, de cuyas ruinas todavía podemos disfrutar en el cerro del mismo nombre4. Desde allí sus restos fueron trasladados al convento de las Benedictinas de Alba de Tormes.
Su vida de monje y asceta, exaltando el trabajo de los más humildes, le hizo acreedor de una gran fama en los reinos de Castilla y León.
Los salmantinos construyen una ermita al santo en el año 1240, en las cercanías de la Puerta del Sol, cerca de las Casas Municipales. Aunque es difícil precisar el lugar, debía situarse en medio de la calle de Palominos. Al construirse el Colegio de San Bartolomé el Viejo por don Diego de Anaya, en 1414, la capilla desaparece5.
San Zoles protegía a sus devotos de la sordera y del mal de oídos. Era pues un santo de fuerte competencia otorrinolaringológica6. En una ciudad fría, con inviernos largos, con las casas mal acondicionadas, es seguro que los salmantinos padecerían de catarros de vías altas y otitis de repetición que a la larga producirían sorderas de conducción para las que apenas había remedios terapéuticos. Esto sin contar los pacientes afectos de sorderas profundas y severas, sordomudos, que no han tenido tratamiento protésico eficaz hasta hace pocos años. Es comprensible que los salmantinos aquejados de sordera recurrieran al santo para pedir audición.
La ermita de San Mamés Anacoreta fue construida por los pobladores de San Cristóbal en 1180, en uno de sus arrabales. Esta zona fue repoblada por los toreses que procedían de las cercanías de la ciudad de Toro y de las tierras de Zamora y León.
A pesar de que San Mamés,1170-1234, fue hermano de Santo Domingo, era muy poco conocido cuando se construye la iglesia a él dedicada en Salamanca. Esta circunstancia hace pensar a Enrique Llamas que la ermita fuera dedicada en realidad a otro santo, a San Mammete, San Mamas o San Mamés, de Cesarea de Capadocia, mártir a los 15 años. Su culto pasó desde el oriente bizantino hasta occidente en el siglo VI con la construcción de múltiples iglesias dedicadas al santo. Este entusiasmo por San Mamés fue llamativo en Italia, sobre todo en Toscana y Venecia. Desde aquí su devoción pasó a Francia donde el obispo de Sangres llegó a cambiar de titular su catedral pasándola de San Juan Evangelista a la de San Mamés.
San Mamés era venerado como abogado especial de los niños quebrados, deficientes, retrasados mentales, debilitados, epilépticos y capitidisminuidos. También era reconocido como patrón de las madres lactantes y las nodrizas, protección que procedía de su propia biografía, ya que las bestias salvajes le habían alimentado de niño con su leche. Asimismo se reclamaba su intercesión contra los cólicos y las enteritis debido a que en su martirio había sido herido en el vientre con un tridente.
En aquellos años de la construcción de la ermita, la asistencia a los colectivos de minusválidos era tan escasa que en su mayoría vagaban por las calles y las puertas de los templos, abandonados a la caridad de los viandantes y de los asistentes a los oficios religiosos. La iglesia de San Mamés sería una de las preferidas por el numeroso colectivo de discapacitados de la ciudad.
La ubicación de la capilla sería el actual Paseo de San Antonio, cerca del recientemente destruido depósito de las aguas del Rollo, en los límites del barrio de la Prosperidad.
Muchos de nuestros pueblos tienen por patrón a San Roque. Sus fiestas jalonan toda la geografía provincial. La devoción a este santo protector contra la peste llegó a Salamanca de la mano del abulense Fray Fernando del Barco, religioso carmelita, predicador del emperador Carlos V y obispo de la diócesis charra.
El prelado mandó construir una ermita en 1528, enfrente del hospital de Santa María la Blanca, en el barrio de los mozárabes, en recuerdo de esta terrible enfermedad que padeció Salamanca en 1518. Para sufragar el gasto de la edificación, el obispo concedió a la misma la renta perpetua que el emperador le había asignado.
Junto al santuario edificó unas habitaciones para vivir cerca de sus hermanos, los carmelitas del colegio de San Andrés, a pesar de que los conflictos que mantuvo con la orden, llegaron a exponerle a la excomunión. Muere el prelado en 1548 y es enterrado en la ermita de San Roque que él construyó con tanto empeño y esmero.
Cuidaba de la misma una cofradía de personajes ilustres de la ciudad. La iglesia fue cedida a las Agustinas Recoletas en 1594 para que construyeran junto a ella un convento, pero como ocurrió con otros muchos edificios situados junto al río, el día de San Policarpo de 1626 quedaron anegados por la terrible inundación. Las religiosas mudaron su residencia al convento construido por don Manuel de Fonseca, conde de Monterrey, junto a su palacio. Todavía se puede venerar en las Agustinas la imagen de San Roque que fue trasladada desde el viejo convento y colocada en la nueva iglesia el 16 de marzo de 1597.
Cuando Salamanca padecía graves desastres y epidemias se elevaban preces al santo y se le sacaba en procesión por las calles de la ciudad. Así sucedió en 1720 con la peste de Marsella que produjo tales estragos en la población que el rey ordenó hacer rogativas al santo. En tal ocasión asistió a la procesión el Cabildo, el Ayuntamiento en pleno y la totalidad de las representaciones de instituciones y cofradías.
El hombre tiende a buscar remedio milagroso a sus males psíquicos y físicos. Los santos y su intercesión ante Dios son para los creyentes una forma evidente y clara de buscar la salud. En nuestra ciudad la devoción a los santos aquí reseñados es una muestra de la evidencia de la relación de los humanos con el Ser Supremo y sus allegados.
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