Salamanca. Siglos XIX y XX La Modernidad

Por José Almeida (*)

Doctor en Medicina y Cirugía y licenciado en Bellas Artes

Para concluir esta serie de relatos vivenciales sobre Salamanca Monumental falta por referirme al periodo más reciente de la actividad edilicia de nuestra ciudad, para hacer mención de algunas edificaciones que han supuesto “un antes y un después” en la intrahistoria salmantina; máxime si he sido testigo de excepción por haberlo vivido en directo en la segunda mitad del siglo XX.

Si el gótico pervivió en nuestra ciudad a lo largo de tres siglos y el barroco se prolongó durante más de dos, el neoclásico no logró sobrepasar la media centena de años: sus causas fueron varias. De una parte, el nacimiento de una nueva clase social burguesa y, de otra, la expansión de la ciudad hacia el norte tras el derribo de la muralla, en 1869; sin que sean ajenos a todo esto los cambios debidos a la revolución industrial y al nacimiento de nuevas técnicas y materiales de la construcción, como el hierro forjado, la cerámica y el hormigón.

“El neoclasicismo representa el último estilo singular en la historia de la arquitectura”

Así como el humanismo y el descubrimiento de nuevas fuentes literarias fueron claves en la aparición del renacimiento; las ideas de la Ilustración y la Enciclopedia fueron las que tuvieron que ver con el origen del neoclasicismo, que se plantea las cuestiones artísticas con un criterio racionalista. El neoclasicismo surge tras la deriva decorativa del barroco, y se entiende como una reacción frente al rococó por medio de una reafirmación en los principios del clasicismo.

El neoclasicismo en Salamanca cuenta con escasas y poco loables muestras, como el oratorio del Colegio de Calatrava o la portada y varias capillas funerarias del cementerio de San Carlos Borromeo. Excepción a esta regla es el edificio neoclásico salmantino por antonomasia: el Colegio de San Bartolomé o de Anaya, al que ya me he referido en el capítulo de La Universidad y los Colegios universitarios. El neoclasicismo representa la última etapa genuina, o el último estilo singular en la historia de la arquitectura.

Tras el neoclasicismo, se rompe el hilo conductor en el proceso de creación artística, lo que se conoce como estilo, que es lo que confiere a la innovación una homogeneidad en la relación entre formas artísticas y contenido intelectual.

A partir del siglo XIX, tras la crisis del neoclasicismo, el arte transita por caminos muy diferentes en la búsqueda de nuevas soluciones estéticas; lo que explica que coexistan distintas tendencias en un mismo periodo que tratan de recrear el pasado. En realidad, son corrientes de retorno a tendencias estéticas medievales, surgiendo así los distintos Historicismos, que desembocarán en el Eclecticismo (término derivado del griego eklegein, que significa escoger), propio de las tres últimas décadas del siglo decimonónico.

Estos movimientos no se pueden considerar como verdaderos estilos, sino más bien como una actitud tolerante hacia todos los estilos históricos o como una forma de interpretar el arte del pasado. El eclecticismo mezcla con más libertad que el historicismo elementos de la más diversa procedencia. Esta etapa arquitectónica se corresponde con el romanticismo en lo que supone una mirada al pasado, tratando de buscar viejas soluciones a nuevos problemas. Se produce una vuelta a los estilos medievales que se ve reflejada, sobre todo, en el arte religioso impulsado por la Iglesia con el Concilio Vaticano I, introducido en nuestra ciudad por el obispo Fray Tomás Cámara. El ejemplo más significativo a este respecto lo tenemos en la iglesia de San Juan de Sahagún, de Santiago Madrigal.

Un hecho que no se debe pasar por alto en la actividad arquitectónica del siglo XIX fue la creación, en 1844, de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, cuna de importantes arquitectos que llegaron a Salamanca a finales de aquel siglo y principios del XX tratando de romper la tendencia de mezclar estilos sin sentido, en un eclecticismo total.

Como consecuencia de ese hecho académico, se produce una escisión en la formación de ingenieros y arquitectos. Por un lado, nace la ingeniería identificada con los nuevos materiales y, por otro, surge la arquitectura coincidente con los historicismos. En principio, se produce un choque de criterio entre el ingeniero y el arquitecto: el primero lo confiaba todo a la técnica y el segundo solo se preocupaba de dar rienda suelta a su imaginación artística. Fue la aproximación de ambas posturas la que resolvió el problema de las formas, pero dentro de una realidad técnica.

Con los nuevos materiales y técnicas se libera a los muros del soporte de cargas, concentrando todo el peso en la estructura o esqueleto del edificio, a la manera de como ocurre en el cuerpo humano. Las paredes ya no tiene una función estructural y su papel es puramente formal. Se constituyen en un simple revestimiento del edificio, como la piel (aunque como médico, no pueda ignorar que se trate de un órgano importante). Este cambio conceptual en la arquitectura, que coincide con el nacimiento del ferrocarril, hace que surjan nuevas estructuras hasta entonces insospechadas que se plasman en la realización de puentes, mercados y estaciones ferroviarias, dando nacimiento a la Arquitectura de hierro.

Al eclecticismo le sucedió el Modernismo, que sí fue ya un verdadero ‘nuevo estilo’, con manifestaciones en todos los campos creativos. Es un estilo que supera el mimetismo de elementos y propugna la creación de otros nuevos. Surge a finales del siglo XIX, teniendo su máxima representación en Cataluña y personalizado, de una manera especial, en el genio de Antonio Gaudí: la figura más importante del modernismo en el mundo de su época. Este arquitecto catalán “transforma las columnas en troncos, las cornisas en carámbanos, y los basamentos se curvan con una vitalidad naturalista jamás vista”.

El modernismo parte de un rechazo del academicismo y de la fealdad del mundo industrial, y es por eso mismo muy deco￾rativo. Se inspira en las ideas del simbolismo y en las formas de la naturaleza. En Salamanca tuvo escaso arraigo, pero sí un buen ejemplo en la Casa Lis.

“El modernismo parte de un rechazo del academicismo y de la fealdad del mundo industrial”

El Regionalismo surge como una variante del historicismo y como alternativa al modernismo, con la intención de volver la mirada hacia una arquitectura propia, o autóctona, tomando como referente en Salamanca, tan pródiga en monumentos del renacimiento de estilo neoplateresco e inspirándose, sobre todo, en el Palacio de Monterrey. Esto vamos a verlo en numerosas muestras dispersas por la ciudad: en el Cuartel de Caballería de la Plaza de Toros o en tres edificios de la Plaza de los Bandos. Por cierto, en uno de ellos, el que fue sede de la Caja Nacional de Previsión, de Joaquín Secal, hoy segunda sede del Centro Documental de la Memoria Histórica, intervino mi abuelo materno, como cantero.

El Racionalismo o Funcionalismo nació con Le Corbusier, seudónimo de Charles-Edourd Jeanneret, arquitecto francés de origen suizo que sostiene el concepto de que la vivienda “es una máquina de habitar “, y se introduce en España a finales del primer tercio del siglo XX. El arquitecto alemán Walter Gropius, con la creación en la república alemana de Weimar de la primera Bauhaus, sostiene desde su fundación el principio de que “la forma sigue a la función”.

“El estilo racionalista llega a Salamanca de la mano del arquitecto Joaquín de Vargas”

Esta relación entre forma y función ya la había observado el anatómico alemán Benninghoff en el aparato locomotor. En efecto, el hueso no tiene una forma aleatoria, como el hígado o los pulmones, por ejemplo, que está condicionada por las estructuras vecinas. La morfología ósea está en íntima relación con la función mecánica que tiene que cumplir; lo mismo que su arquitectura interior, que está relacionada con las fuerzas que debe soportar, tanto de presión como de tensión.

El estilo racionalista llega a Salamanca de la mano del arquitecto Joaquín de Vargas, y en él se apuesta por volúmenes nítidos, geometrías simples y superficies limpias, en un juego inteligente de volúmenes bajo la luz. Además de este arquitecto jerezano, contribuyeron al desarrollo del funcionalismo en Salamanca otros autores, como Eduardo Lozano Lardet, Genaro de No y Ricardo Pérez Fernández; pero, sobre todo, fue Francisco Gil González, natural de Mata de Armuña (Salamanca), el que llenó la ciudad de edificios racionalistas, de los que veremos algunos ejemplos.

A esto le sigue la etapa dictatorial o de post-guerra, con la utilización de formas regresivas asociadas al monumentalismo, a imagen del Monasterio de El Escorial, lo que constituye el Academicismo historicista. También en Salamanca contamos con ejemplos de esta naturaleza en los edificios religioso-docentes de gran magnitud que surgen a la sombra de la Universidad Pontificia en las carreteras del norte de la ciudad: la de Zamora, Toro, Valladolid y de Aldealengua; lo que coloquialmente se conocía entonces por el “cinturón de incienso”. En uno de aquellos edificios de la carretera de Toro, precisamente, tienen su sede las Facultades de Psicología y de Bellas Artes, y en esta última es donde cursé los estudios de la licenciatura, una vez jubilado, de 2002 a 2007.

Queda por revisar, en un intento de ser lo más completo posible, la arquitectura orgánica moderna, el denominado Organicismo, cuyos fundamentos críticos se encuentran en la obra del arquitecto americano Wright, muy conocido por su obra mítica, La Casa de la Cascada. En España, el representante más expresivo y cualificado de esta revisión orgánica del racionalismo es Antonio Fernández Alba, cabeza de la Escuela de Madrid, que además es salmantino de cuna. Seguidor de las tendencias del arquitecto finlandés Alvar Aalto en algunas de sus primeras obras, muy evidente en el proyecto del Convento de las Franciscanas Descalzas de El Rollo, en nuestra ciudad.

Y para terminar este breve repaso, se hace necesario mencionar al representante en Salamanca del Racionalismo Ecléctico Moderno: Juan Navarro Baldeweg, discípulo de Alejandro de la Sota, del que también contamos con una muestra en Salamanca en la calle del Prior, con vistas a Íscar Peyra. Es un arquitecto prestigioso y reconocido pintor adscrito a las vanguardias modernas, así como autor de la mejor muestra de la arquitectura de la modernidad en nuestra ciudad con el Palacio de Congresos y Exposiciones de Castilla y León.

A lo largo de toda la exposición de estos relatos, o mejor vivencias, siempre que ha sido posible he cuidado de seguir un hilo conductor estilístico, aunque con las salvedades ya señaladas por las continuas reformas sufridas a lo largo del tiempo. Una excepción a esa regla es el capítulo en el que, por motivos ya explicados, he preferido englobar todos los edificios universitarios con criterio académico e historicista.

Este capítulo de Salamanca Monumental es tan heterogéneo que solo atenderé a motivos puramente vivenciales; es decir, a aquellos que de una u otra forma me han marcado por razones profesionales o de carácter sentimental. Tanto es así, que el lector puede extrañarse al encontrar edificios que le parezcan simples, o incluso nimios, en los que hago hincapié, y, por el contrario, echar en falta otros que esperaba hallar por su importancia intrínseca o, simplemente, por preferencias personales.

“Este capítulo es tan heterogéneo que solo atenderé a motivos puramente vivenciales”

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