Salamanca. Siglos XIX y XX: La arquitectura ecléctica

Por José Almeida (*)

Doctor en Medicina y Cirugía y licenciado en Bellas Artes

En esta iglesia, y en mayo de 1931, recibí las aguas bautis￾males; es por eso que tiene para mí un valor sentimental añadido. Nací muy cerca de allí, en la calle Villar y Macías, a escasos veinte metros de la iglesia, en un grupo de pequeños chalecitos que fueron sustituidos por una manzana de casas a finales de los años sesenta. Hoy me parece premonitorio el hecho de haber nacido en la calle que lleva el nombre del primer gran historiador de Salamanca y que en la infancia corretease por el Cerro de San Vicente sobre los restos ocultos del primer poblado celtibérico y del monasterio benedictino. Sería un acto imperdonable de petulancia por mi parte relacionar esta serie de contingencias con el hecho de que, desde temprana edad, ya me sintiese interesado por el arte y la historia de la ciudad que me vio nacer. Lo cierto es que esta realidad no es más, simplemente, que producto del azar.

El proyecto definitivo de la iglesia, dedicada al patrono de la ciudad, se lo encomendó el obispo fray Tomás de Cámara al arquitecto de la diócesis Joaquín de Vargas, iniciándose las obras en 1891, en el solar antes ocupado por la iglesia de San Mateo, y consagrándose como lugar de culto en 1896. Se halla ubicada en la calle de Toro, una de las principales arterias de la ciudad.

De traza neo-románica y neo-gótica, es una combinación ecléctica, algo recargada, en mi opinión, y consta de tres naves; las laterales están cerradas por capillas. El testero de la nave central es de planta octogonal y a mediados del siglo pasado se retiró el retablo neogótico que lo ocultaba, con lo que ganó en puridad, situando en el centro del paño de sillería de piedra franca un Crucificado; a su derecha, San Juan de Sahagún y a su izquierda, la Virgen María con el Niño. En su interior, las bóvedas son de crucería y los arcos, ojivales.

Vista desde el exterior, la cabecera es asimétrica debido a la sacristía, que está situada del lado del Evangelio. La puerta principal se abre a la calle Toro, y tiene otra puerta lateral, al mediodía. La torre va centrada a los pies de la iglesia, con una aguja muy pronunciada, de clara influencia franco-normanda, que hace poco tiempo ha sido restaurada por la desviación progresiva que presentaba, y en su base lleva unas cupulillas y frontones claramente inspirados en la Torre del Gallo.

Es toda ella de piedra franca de Villamayor, reutilizando gran parte de los sillares procedentes de las derruidas iglesias de San Mateo y Santa Eulalia, y en su construcción se emplearon refuerzos de hierro en los nervios, así como en las bóvedas. En el segundo cuerpo de la fachada principal, van dos grandes relieves de bronce, con las figuras a gran tamaño de dos milagros de San Juan de Sahagún: la ‘Pacificación de los Bandos’ y el ‘Milagro del Pozo Amarillo’, obras del escultor segoviano Aniceto Marinas.

En su interior, se veneran imágenes procedentes de las desaparecidas iglesias de San Boal, San Mateo, Santa Eulalia y San Antonio el Real. En 2002, fue inaugurada una talla en bronce de San Juan de Sahagún situada a los pies de la iglesia, en una zona ajardinada, del escultor Valeriano Hernández Fraile. La figura muestra al patrón de la ciudad en una actitud conciliadora, aunque de un realismo académico muy pobre.

Edificio de la plaza del Liceo

El nombre de la plaza le viene del teatro Liceo, el edificio más señero de este entorno urbano, que fue proyectado por Cafranga a la manera italiana, según gusto de la época, e inaugurado en 1862. Si esto es notorio, no lo es menos el hecho de que el Liceo fuera edificado sobre los restos del antiguo convento de San Antonio el Real, que pasó a manos privadas tras la desamortización.

El teatro Liceo cerró sus puertas en 1994, y ha sido rehecho con bastante fidelidad al diseño original para la conmemoración de los actos del evento ‘Salamanca Ciudad Europea de la Cultura 2002’, integrando en el moderno edificio todos aquellos restos del monasterio que estaban ocultos. La iglesia barroca del convento ha sido asumida, de forma muy inteligente también, en un edificio de la cadena comercial de Zara, ofreciendo a la contemplación del público las naves con su espectacular bóveda. Una parte del reconstruido edifico se destina a sede de la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes, donde se encuentra la sede del Centro de Estudios Salmantinos, del que me siento orgulloso de pertenecer.

El edificio neo-gótico que comento tiene fachadas a la plaza y a las calles de Toro y Azafranal y es, quizás, la obra más importante que Santiago Madrigal llevó a cabo dentro de su tendencia goticista. En él aparecen alfices, arcos trilobulados, cuadrifolias y otros elementos medievalizantes. Sin embargo, la crestería que adorna a todo el edifico y las ménsulas de los balcones constituyen rasgos personales del autor.

Santiago Madrigal nace en Muelas de los Caballeros (Zamora) en 1878, y obtiene el título de arquitecto a los 26 años en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. Se estableció en Salamanca en 1904, tras una dura competencia con prestigiosos arquitectos de aquella época para concursar al puesto de arquitecto municipal, y residió en nuestra ciudad hasta su muerte, en 1932. Junto con Joaquín de Vargas, son las dos figuras más destacadas de la actividad arquitectónica en Salamanca durante el primer tercio del siglo XX.Los balcones de la planta principal de este edifico son corridos, de obra de fábrica, con el propósito de compensar el predominio de la línea vertical que configuran los miradores de las esquinas. Los balcones de las dos plantas superiores son de hierro. Es un bello edificio que resulta agradable por la perspectiva que ofrece desde el inicio de la calle Toro, máxime si está en un entorno donde podemos ver otros dos edificios del mismo arquitecto, de línea neo-renacentista, y un tercero racionalista de Genaro de No.

El Hospital de la Santísima Trinidad

Este hospital es una institución asistencial centenaria, que viene desde la Edad Media y que, como ya he señalado en repetidas ocasiones, es el resultado de la integración de más de veinte hospital que existieron en Salamanca. En 1581, por orden de Felipe II, se refundieron todos ellos en tres: el citado, de la Santísima Trinidad, el del Estudio y el de Santa María la Blanca. Y a principios del siglo XIX quedaron reintegrados en uno solo: el Hospital General de la Santísima Trinidad.

Ya a finales del siglo XIX se consideró que las instalaciones de la calle Marquesa de Almarza se quedaban obsoletas para cumplir sus fines asistenciales y docentes con criterios de la época, y se decidió construir uno nuevo por la Diputación del hospital, que está constituida desde su fundación por siete seglares y siete clérigos, teniendo como patronos honoríficos al alcalde y al obispo de la ciudad, en representación de todos los hospitales refundidos.

Se decidió que la ubicación fuese extramuros de la ciudad por razones higiénicas, cerca de la puerta de San Bernardo. El proyecto inicial se debió a Joaquín de la Concha, hermano de un patrono de la Diputación del hospital, con diseño de traza similar al Hospital Militar de Carabanchel, de pabellones separados, pero los planos definitivos fueron modificados por Pedro Vidal, arquitecto municipal por aquella época. Las obras de cimentación comenzaron en 1899, siendo inaugurado, aunque inconcluso, en 1904, siguiendo el modelo de pabellones de techos altos intercomunicados por una galería acristalada de dos plantas.

Cuando yo lo conocí, las salas de beneficencia eran corridas, con las camas colocadas en batería: los hombres, en el piso bajo y las mujeres, en el alto. Desde sus inicios, cumplió una función benéfica y docente como Hospital Clínico, hasta 1929, en que se inauguró el Hospital Provincial y Clínico, y en la contienda civil de 1936 fue Hospital Militar. A partir de la tercera década del siglo pasado, con el fin de autofinanciarse, se habilitó uno de los pabellones para enfermos privados, comenzando así una larga etapa de privatización y modernización de las instalacio￾nes, hasta culminar en lo que hoy es: un hospital moderno que cumple todos los requisitos exigidos por la legislación actual, y es el único centro sanitario privado de Salamanca.

Este hospital ha sido mi ‘segunda casa’ desde febrero de 1963 hasta mi jubilación, en 2002; esto es, a lo largo de, prácticamente, cuarenta años. He colaborado como Consultor y jefe de servicio de la Beneficencia en la especialidad de Cirugía Ortopédica y Traumatología, hasta que desapareció aquella con motivo de la implantación del Sistema Nacional de Salud. He sido director médico de 1982 a 1986 y patrono de la Fundación durante dos años, desde febrero del 2005 hasta diciembre de 2006, lo que en los estatutos históricos era diputado del Patronato. En fin, podría contar mil vivencias en relación con este hospital, pero en su mayor parte de temática médica y carentes, por tanto, de interés para el lector profano en Medicina.

Desde el punto de vista arquitectónico, es bastante pobre, pues no aporta nada a la edilicia salmantina, tan pródiga en edificios emblemáticos. La verdad es que prima la funcionalidad sobre la estética, y pienso que el arquitecto trató de huir de la manía historicista. Toda la decoración de la fachada se reduce a simples columnas verticales de rombos y hendiduras triangulares, simulando pilastras. Un alfiz continuo rodea a las ventanas; las inferiores, de arcos escarzanos, y las superiores, de arcos de medio punto. El pabellón central va coronado por un frontón o “peineta” con el escudo trinitario, y yo lo he conocido con un cu￾pulín y reloj que se retiró, en mi opinión, con un criterio erróneo, y así lo represento en el dibujo. La capilla situada en el pabellón oriental es historicista en su interior, de estilo neo-gótico.


(*) El Prof. José Almeida Corrales nos dejó el 3 de enero de 2019. Tal y como él deseaba, ‘Salamanca Médica’ continuará publicando los artículos y los dibujos que dejó preparados como sentido homenaje a este gran médico y artista que, con sus colaboraciones, enriqueció esta revista desde sus inicios

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